Prefieren que les llamen los «nómadas de las alcantarillas». Son los 4.000 niños que viven en las cloacas de la capital de Mongolia y que cada día salen a la superficie para mendigar o prostituirse. Abandonados por sus familias y cazados por la policía, viven y mueren bajo tierra. Allí también paren a sus hijos.
La tapa oxidada de la alcantarilla chirría al deslizarse y el diminuto Manhaisan se asoma por la rendija como un ratón, mira a ambos lados y sale a la superficie de un brinco. Su amigo Soso le sigue los pasos y, tras él, el resto de la pandilla. El hambre puede al frío, hay que ganar algo de dinero. Las chicas alquilando sus cuerpos infantiles por un par de dólares en las paradas de autobuses; ellos buscando algo de comer en los vertederos o, si tampoco esta noche hay suerte, entregándose también a alguno de los borrachos que vagan en los descampados. La vida no es fácil para nadie en las calles de la capital de Mongolia, pero lo es mucho menos para los pequeños que viven bajo ellas.
Los niños de las cloacas de Ulan Bator no figuran en ningún registro, no saben lo que es el colegio o la familia, no le importan a nadie, no son atendidos si enferman ni enterrados si mueren. Sólo existen en el mundo que ellos mismos han creado en el subsuelo, donde los mayores no pueden hacerles más daño y las tuberías del agua caliente ofrecen el calor para sobrevivir a las temperaturas de la capital más fría del mundo.
«No tenemos a nadie, pero cuidamos unos de los otros. Ésta es nuestra casa», dice el pequeño Manhaisan, de 13 años y escuálidos 125 centímetros de altura. Los padres de Manhaisan debieron alegrarse el día que nació su hijo su nombre traducido significa Belleza Eterna, pero poco después lo abandonaron porque no tenían qué darle de comer y sus llantos no dejaban de recordarles su absoluta miseria. Manhaisan, de ojos tristones, mofletes sonrojados y pelo alborotado, ha vivido los últimos ocho años en los desagües de la ciudad con la banda de pillos que, con el tiempo, se ha convertido en su familia.
El menor del grupo tiene 10 años y el mayor 17, pero otros más pequeños, de cinco o seis años, van y vienen, se unen un día a esta pandilla y al siguiente desertan a otra que les ofrezca más comida. Ellos, los pequeños, son la excepción en la ley del subsuelo. El alcantarillado está dividido por distritos numerados desde la época de la ocupación soviética y cada grupo defiende agresivamente su territorio, si es necesario, a muerte. «Cruzar al lado enemigo supone pelea, algunos amigos han muerto al ser cazados cuando iban en busca de algo de comida», cuenta Soso, el inseparable compañero de Belleza Eterna.
Mongolia, atrapada entre la Siberia rusa y el norte de China, ha vivido por segundo año consecutivo un invierno atroz, el peor en medio siglo. Temperaturas de hasta 50 grados bajo cero han provocado la muerte de más de dos millones de animales y han puesto a la mitad de los dos millones y medio de mongoles al borde de la hambruna. Miles de nómadas, acostumbrados a vivir del ganado de las estepas, se han desplazado a las ciudades en busca de trabajos y alimentos inexistentes, sus hijos han sido los últimos en incorporarse a los cerca de 4.000 niños de la calle de Mongolia.
El cobijo de Manhaisan y el resto de los muchachos tiene 50 metros cuadrados de espacio, apenas dos metros de altura y cuatro agujeros de salida: dos situados en medio de la carretera, uno en una acera y el otro en la de enfrente. Latas, desperdicios y basura flotan en el suelo, completamente inundado por el agua.
Los niños evitan en lo posible contactar con el fondo saltando de un lado a otro como ardillas. Duermen, juegan y, en el caso de los mayores, tienen relaciones sexuales sobre las cañerías, con la escasa lumbre de alguna vela o fogata. Las adolescentes que se quedan embarazadas, sea el padre el novio de la pandilla o el cliente sin nombre, dan a luz en las cloacas y varios bebés han sido encontrados en los últimos meses viviendo con las bandas del subsuelo.
Los niños evitan en lo posible contactar con el fondo saltando de un lado a otro como ardillas. Duermen, juegan y, en el caso de los mayores, tienen relaciones sexuales sobre las cañerías, con la escasa lumbre de alguna vela o fogata. Las adolescentes que se quedan embarazadas, sea el padre el novio de la pandilla o el cliente sin nombre, dan a luz en las cloacas y varios bebés han sido encontrados en los últimos meses viviendo con las bandas del subsuelo.
Las camas se organizan cada noche situando varios cartones entre dos tuberías y los desniveles de las paredes hacen de repisas para dejar algo de comida o colgar la ropa. Los muros son pintados con los nombres de los líderes del grupo para marcar el territorio. Aunque la primavera ha llegado a Mongolia, las temperaturas todavía rozan los 14 grados bajo cero algunas noches. Nada más entrar en las cloacas, sin embargo, el calor y la humedad pueden ser sofocantes, los cambios de temperatura han provocado ya la muerte de varios niños este año.
Soso tiene 15 años y cuenta que sus padres murieron de neumonía. Sus abuelos se hicieron cargo de él, pero también fallecieron al poco tiempo. «La pandilla me aceptó y me vine con ellos», recuerda con la cabeza gacha. «Mis padres me dijeron que iba a ser un luchador, quiero ser luchador profesional, como los de la televisión», dice repitiendo el sueño infantil de todo mongol, ser una estrella del deporte nacional.
Los ciudadanos de Ulan Bator se han acostumbrado a los niños de las cloacas y la mayoría muestran su desprecio hacia ellos llamándolos «sucios» o «ratas». Los parques, descampados, avenidas comerciales y aceras están llenas de agujeros por donde los niños salen y entran, una situación que avergüenza a éste orgulloso pueblo que llegó a formar el mayor imperio que jamás haya conocido el hombre.
Los guerreros mongoles, a las órdenes de Genghis Khan primero y de sus descendientes después, lo conquistaron todo a su paso en los siglos XII y XIII, desde Rumanía a Corea y desde Siberia al Golfo Pérsico, antes de ver su reinado desvanecerse en guerras tribales y disputas civiles.
Los guerreros mongoles, a las órdenes de Genghis Khan primero y de sus descendientes después, lo conquistaron todo a su paso en los siglos XII y XIII, desde Rumanía a Corea y desde Siberia al Golfo Pérsico, antes de ver su reinado desvanecerse en guerras tribales y disputas civiles.
Mongolia terminó siendo ocupada primero por los chinos y finalmente por la Unión Soviética. La caída del régimen estalinista y la retirada de los rusos llevó al país de un sistema comunista a uno capitalista de la noche a la mañana a principios de los 90. El mongol medio, que con los soviéticos tenía garantizado un trabajo, un apartamento, la cesta de la compra y la pensión, se vio abocado a buscarse la vida.
La gente se quedó sin los empleos públicos, miles de personas fueron expulsadas de los apartamentos comunales del Estado y los subsidios llegados desde Moscú, que representaban una tercera parte de la economía nacional, desaparecieron. Los primeros niños comenzaron a ser abandonados o huyeron de familias rotas por la miseria, el alcohol y la violencia. El instinto de supervivencia los llevó al calor de los túneles subterráneos.
El padre Gilbert conoce a casi todos los chicos y chicas de las cloacas. Este energético cura cuarentón se pone cada miércoles al volante de su furgoneta y recorre el alcantarillado de la ciudad repartiendo té caliente y pan. La mayoría de los pequeños son alcohólicos, drogadictos, tienen enfermedades sexuales, no saben leer ni escribir y algunos sufren también graves problemas psíquicos. «Cuando se marcharon los rusos había apenas 20 o 30 niños en la calle. Y mire ahora, nadie tendría que vivir en sitios como éstos, es inhumano», dice este cura católico, que mantiene un refugio para 120 menores.
En el hogar del padre Gilbert los niños van al colegio, tienen comida, un médico que les atiende a diario y ropa limpia que ponerse cada día. «Al principio fue duro, porque han vivido asalvajados y lo rompían todo, se escapaban deslizándose por las ventanas, pero ahora son muy buenos», asegura el religioso.
En el hogar del padre Gilbert los niños van al colegio, tienen comida, un médico que les atiende a diario y ropa limpia que ponerse cada día. «Al principio fue duro, porque han vivido asalvajados y lo rompían todo, se escapaban deslizándose por las ventanas, pero ahora son muy buenos», asegura el religioso.
En Mongolia los padres tienen la costumbre de ponerle a sus hijos nombres que tengan algún significado. Erdenechimeg es Adorno Precioso y Batmonh Siempre Fuerte.
Ella, de 11 años, tiene los ojos y la frente cubiertos por un pelo moreno y despeinado, los pantalones sucios y agujereados y la piel ennegrecida por la suciedad. Siempre Fuerte, en cambio, viste su cuerpo de muñeco con pantalones sueltos, una chaqueta de pana verde y un gorro de lana, de forma que nadie diría que vive en el alcantarillado.
Los dos son apenas unos niños, a pesar de llevar ya más de cinco años en los sumideros de la ciudad. «Cuando vemos el camión de la basura salimos corriendo tras él hasta que se para y tira las sobras», dice Erdenechimeg mordiendo la manzana podrida que acaba de recoger de uno de los pequeños vertederos de la ciudad.
Ella, de 11 años, tiene los ojos y la frente cubiertos por un pelo moreno y despeinado, los pantalones sucios y agujereados y la piel ennegrecida por la suciedad. Siempre Fuerte, en cambio, viste su cuerpo de muñeco con pantalones sueltos, una chaqueta de pana verde y un gorro de lana, de forma que nadie diría que vive en el alcantarillado.
Los dos son apenas unos niños, a pesar de llevar ya más de cinco años en los sumideros de la ciudad. «Cuando vemos el camión de la basura salimos corriendo tras él hasta que se para y tira las sobras», dice Erdenechimeg mordiendo la manzana podrida que acaba de recoger de uno de los pequeños vertederos de la ciudad.
Los miembros de las pandillas de Ulan Bator suelen dividirse al amanecer. Unos marchan a la estación de trenes a cargar maletas, otros a los aparcamientos para lavar coches, los más jóvenes piden limosna y prácticamente todos están dispuestos a prostituirse.
Rara vez ganan más de un dólar por cabeza al día: cuando se prostituyen casi nunca reciben el dinero prometido; si lavan un coche, el conductor suele marcharse sin darles la propina.
Quizá porque viven bajo tierra y rehuyen el contacto con la gente, los niños del alcantarillado han dejado de ser vistos como personas por muchos ciudadanos de Ulan Bator.
La realidad es que, bajo tierra, ellos han logrado crear una sociedad a menudo más civilizada que la de la superficie. La mayoría de los menores no roban y, si lo hacen, suele ser en los supermercados cuando el hambre se hace insoportable.
El poco dinero que logran reunir siempre es repartido en grupo, los cumpleaños de los miembros de la banda se celebran con vodka y reuniones en las que se agasaja al protagonista del aniversario y adolescentes de 14 o 15 años certifican su amor por la compañera o compañero de correrías con bodas ficticias en las que sellan su alianza.
Rara vez ganan más de un dólar por cabeza al día: cuando se prostituyen casi nunca reciben el dinero prometido; si lavan un coche, el conductor suele marcharse sin darles la propina.
Quizá porque viven bajo tierra y rehuyen el contacto con la gente, los niños del alcantarillado han dejado de ser vistos como personas por muchos ciudadanos de Ulan Bator.
La realidad es que, bajo tierra, ellos han logrado crear una sociedad a menudo más civilizada que la de la superficie. La mayoría de los menores no roban y, si lo hacen, suele ser en los supermercados cuando el hambre se hace insoportable.
El poco dinero que logran reunir siempre es repartido en grupo, los cumpleaños de los miembros de la banda se celebran con vodka y reuniones en las que se agasaja al protagonista del aniversario y adolescentes de 14 o 15 años certifican su amor por la compañera o compañero de correrías con bodas ficticias en las que sellan su alianza.
Una modesta sociedad que tiene sus momentos más duros cuando es alterada desde el exterior. Una vieja furgoneta policial ha sido aparcada en el centro de la ciudad llena de niños de entre cuatro y 10 años.
Las autoridades recogen a los más pequeños de vez en cuando para llevarlos a la veintena de refugios instalados por diversas agencias internacionales en Ulan Bator. Batmonh, Siempre Fuerte, se ríe al contar cómo se escapa de los centros pidiendo permiso para ir a hacer pis. «Salgo corriendo y vuelvo con mis amigos al túnel», dice orgulloso.
La vida es mucho más difícil para los mayores. Las organizaciones internacionales que trabajan en Mongolia Unicef, World Vision y demás les prestan menos atención y la policía sólo les visita de noche para darles palizas que han dejado a muchos de ellos lisiados. «También nos pegan los niños que viven en casas, llegan con palos y nos maltratan, les tenemos miedo», asegura Manhaisan, mientras el resto del grupo asiente con la cabeza.
Las adolescentes son violadas a menudo y no pueden denunciar las agresiones porque ninguna comisaría les abre sus puertas o porque los atacantes han sido los propios policías.
Las autoridades recogen a los más pequeños de vez en cuando para llevarlos a la veintena de refugios instalados por diversas agencias internacionales en Ulan Bator. Batmonh, Siempre Fuerte, se ríe al contar cómo se escapa de los centros pidiendo permiso para ir a hacer pis. «Salgo corriendo y vuelvo con mis amigos al túnel», dice orgulloso.
La vida es mucho más difícil para los mayores. Las organizaciones internacionales que trabajan en Mongolia Unicef, World Vision y demás les prestan menos atención y la policía sólo les visita de noche para darles palizas que han dejado a muchos de ellos lisiados. «También nos pegan los niños que viven en casas, llegan con palos y nos maltratan, les tenemos miedo», asegura Manhaisan, mientras el resto del grupo asiente con la cabeza.
Las adolescentes son violadas a menudo y no pueden denunciar las agresiones porque ninguna comisaría les abre sus puertas o porque los atacantes han sido los propios policías.
La jornada de la pandilla varía según la época del año y las temperaturas. En invierno pasan la mayor parte del tiempo a cubierto y ahora que llega la primavera aprovechan para tratar de ganar algo más de dinero en el exterior, a menudo regresando sólo para dormir cinco o seis horas bien entrada la madrugada.
Cada año entre 15 y 20 de ellos mueren, ya sea abrasados tras la explosión de una tubería de agua caliente o congelados al no llegar a tiempo a su cloaca en las noches de más frío. El Gobierno ha decidido dejar abiertas la mayoría de las entradas del alcantarillado de la ciudad en contra de las constantes peticiones de los vecinos para que sean bloqueadas.
Ningún niño sobreviviría un solo día de invierno en Ulan Bator sin sus refugios y los que no encuentran un hueco en el subsuelo o son rechazados por las bandas ya asentadas tienen que cavar sus propios agujeros para resguardarse por las noches.
Ningún niño sobreviviría un solo día de invierno en Ulan Bator sin sus refugios y los que no encuentran un hueco en el subsuelo o son rechazados por las bandas ya asentadas tienen que cavar sus propios agujeros para resguardarse por las noches.
El mundo de las cloacas tiene, como el de la superficie, sus propios líderes, normalmente los jóvenes que más tiempo han pasado en las alcantarillas. Sukhbaatar, de 17 años, y Ijilbaatar, de 16, llevan casi una década viviendo bajo tierra y su veteranía les da cierta autoridad.
Los dos tienen aspecto de estar enfermos, pero conservan el buen humor. «Somos los nómadas del subsuelo», bromea el mayor de los dos al hablar de los motivos por los que su banda cambia de desagüe cada tres o cuatro semanas.
Los dos tienen aspecto de estar enfermos, pero conservan el buen humor. «Somos los nómadas del subsuelo», bromea el mayor de los dos al hablar de los motivos por los que su banda cambia de desagüe cada tres o cuatro semanas.
Sukhbaatar partió de las estepas hacia la capital junto con sus padres hace 10 largos años. Fue abandonado en la misma estación de Ulan Bator. Los dos siguientes años vivió en el vagón de ese mismo tren, realizando una y otra vez el trayecto de regreso a casa en busca de su familia. «No los encontré. Un día me bajé en el mismo sitio donde fui abandonado y me refugié aquí abajo», cuenta tratando de retener las lágrimas ante el resto de la pandilla.«Echo de menos a mi madre», dice finalmente con los ojos humedecidos y dándose media vuelta.
Para adolescentes como Sukhbaatar no hay otro futuro que las cloacas. Al no estar registrados no pueden trabajar, cobrar ningún subsidio o alquilar una casa, en el hipotético caso de que contaran con el dinero.
Para adolescentes como Sukhbaatar no hay otro futuro que las cloacas. Al no estar registrados no pueden trabajar, cobrar ningún subsidio o alquilar una casa, en el hipotético caso de que contaran con el dinero.
El último día que CRÓNICA pasó con los niños del alcantarillado varios vecinos rodearon las entradas. «Sois la vergüenza del país, no dejéis que el extranjero tome vuestras fotografías, qué va a pensar el mundo», repetía una señora con las bolsas de la compra en las manos.
Al día siguiente varios operarios sellaron las alcantarillas aprovechando que los niños habían salido a ganar algo de dinero, ya saben, ellas vendiendo sus cuerpos infantiles y ellos tratando de evitar tener que hacer lo mismo urgando en los vertederos. Fue imposible encontrarlos.«Somos los nómadas de las alcantarillas», había dicho Sukhbaatar.
Al día siguiente varios operarios sellaron las alcantarillas aprovechando que los niños habían salido a ganar algo de dinero, ya saben, ellas vendiendo sus cuerpos infantiles y ellos tratando de evitar tener que hacer lo mismo urgando en los vertederos. Fue imposible encontrarlos.«Somos los nómadas de las alcantarillas», había dicho Sukhbaatar.
Más:
INFIERNO EN ULAM BATOR...
Mercy Corps Mongolia
Alpha Communities, Ulan Bator y provincia de Arkhangay Asociación que brinda apoyo a niños de la calle y familias pobres.
The Lotus Children Center
Flagstaff International Relief Effort (F.I.R.E.) Asociación encargada de distribuir ropa de invierno, suministro de material escolar y médico, así como formar médicos en Mongolia.
Invertir en infancia para acabar con la pobreza infantil
Mercy Corps Mongolia
Alpha Communities, Ulan Bator y provincia de Arkhangay Asociación que brinda apoyo a niños de la calle y familias pobres.
The Lotus Children Center
Flagstaff International Relief Effort (F.I.R.E.) Asociación encargada de distribuir ropa de invierno, suministro de material escolar y médico, así como formar médicos en Mongolia.
Invertir en infancia para acabar con la pobreza infantil
Me parece tan triste k además de malvivir en cloacas los mismos ciudadanos los rechacen a estos niños k no han hecho ningún mal y sean incapaces de ayudarles, al contrario les hacen todo más complicado porque les dan vergüenza??!! A mí me dan vergüenza todos los ciudadanos de Ulam Bator que tienen x corazon un trozo de hielo y son tan inútiles k no sirven ni para dar cobijo o comida A UN NIÑO!!
ResponderEliminar