LA ZONA G8 : Incidente Vela.

Un nuevo estudio llevado a cabo con ovejas australianas dio nuevas pruebas de que el incidente Vela fue en realidad un ensayo nuclear que podría haber sido llevado a cabo por Israel.


El incidente tuvo lugar el 22 de septiembre de 1979 en el sur del océano Índico. Un satélite estadounidense del proyecto Vela, dotado de equipamiento especializado para detectar explosiones nucleares, captó una doble ráfaga de luces típica de estas reacciones.

Más tarde el lugar exacto de la prueba fue localizado al analizar los datos de señales hidroacústicas que fueron registradas por una estación de la isla Ascensión. En particular, el evento tuvo lugar en la vecindad de las islas del Príncipe Eduardo de Sudáfrica.

El evento fue bautizado con el nombre del satélite que detectó las ráfagas de luz, Vela, y fue objeto de debates que cuestionaban si era de verdad una explosión nuclear, mientras se especulaba con que Israel tenía algo que ver con ella, informa el medio New Zealand Herald.

Según comentó al medio Nick Wilson, profesor de la Universidad de Otago, ello supondría una violación del Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares de 1963.

El revelador estudio fue llevado a cabo por Christopher Wright y Lars-Erik de Geer, quienes analizaron los resultados de pruebas radiológicas que se llevaron a cabo sobre la tiroides de las ovejas. La novedad de sus hallazgos se debe al hecho de que hasta hace poco esta información era clasificada.

Las muestras de estos órganos procedentes de las ovejas australianas se enviaron a EEUU para su análisis. De hecho, en 1979 estas pruebas se enviaban mensualmente, se afirma en el estudio.

Los resultados de los envíos en tres fechas distintas mostraron que las ovejas recibieron radiación. Así, el ganado pastoreaba en un área donde llovió cuatro días después de que fuera detectada la doble ráfaga. 

El estudio revela que el área donde pastoreaban las ovejas se encontraba en el paso de viento que procedía del supuesto lugar de explosión y, debido a la curva que tomó, Nueva Zelanda no quedó afectada.

Los científicos concluyen que se añadió una tercera prueba de que el incidente Vela fue en realidad una explosión nuclear, a pesar de que "las señales ópticas e hidroacústicas son unos indicadores definitivos de una prueba nuclear".

Respecto a los hallazgos sacados a la luz por el estudio, el experto en armas nucleares para la Universidad de Stanford, Leonard Weiss, dijo que se "elimina virtualmente cualquier duda" de que se trata de una explosión nuclear.

Además, el especialista señaló que cada vez hay más pruebas circunstanciales de que Israel perpetró este ensayo nuclear atmosférico.

La posición oficial de Israel es no confirmar la existencia de un arsenal nuclear, ni tampoco desmentirlo, afirma el medio. Previamente, el exportavoz parlamentario de Israel, Avraham Burg, dijo que el país tiene en su posesión armas nucleares y químicas.

Mientras tanto, el embajador israelí en Nueva Zelanda expresó al medio que "es una asunción ridícula que carece de fundamento".





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LA ZONA G8 : El nuevo Rol de la OEA: ¿Regreso Del «Americanismo»?

La preservación de las instituciones específicamente latinoamericanas como la CELAC, parecen ser el único instrumento posible para evitar la recomposición del histórico americanismo de la OEA que se creía herido.

El vicepresidente de EE.UU., Mike Pence (c), habla durante una sesión extraordinaria protocolaria del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA). Foto: EFE

El «americanismo», proclamado por el presidente James Monroe en 1823 (reducido al principio América para los americanos), así como la tesis del destino manifiesto, originada en 1845 sobre la premisa de que Estados Unidos está llamado a influir y a constituir un ejemplo de democracia continental y mundial, fundamentaron las doctrinas eje de la política exterior de ese país durante el siglo XIX. Ambas se sucedieron en un momento histórico en el que América Latina transitaba el largo proceso de independencia a las primeras décadas de constitución de los Estados nacionales.

James Monroe

La mira estadounidense se centraba, fundamentalmente, en evitar cualquier tipo de intervencionismo europeo. Al mismo tiempo, el «americanismo» y el destino manifiesto aseguraban la presencia de los propios intereses de la naciente potencia en América Latina. Al comenzar el siglo XX, a las doctrinas señaladas se les unió el corolario Roosevelt (1904), concretado en la política del Big Stick (gran garrote), con la cual Theodore Roosevelt (presidente de Estados Unidos en el periodo 1901-1909) justificaba abiertamente cualquier intervencionismo estadounidense en América Latina, a fin de garantizar a sus empresas y a sus intereses geopolíticos en pleno período de expansión imperialista de Estados Unidos.

El desarrollo del llamado «americanismo» ha sido, por ende, una política persistente, aunque mutable según el contexto político tanto de Estados Unidos como de América Latina. Durante el siglo XX, dos instituciones permitieron concretar este proceso: la Unión Panamericana (UP), nacida en la IV Conferencia Interamericana de 1910 realizada en Buenos Aires, y la Organización de Estados Americanos (OEA), que nació en abril de 1948 y sustituyó a la UP.

Si bien la UP todavía aprovechó a la política de buena vecindad que mantuvo el presidente Franklin D. Roosevelt (1933-1945), interesado en aliviar las tensiones generadas por la diplomacia intervencionista anterior, la OEA se levantó en una época distinta, en la que la guerra fría se volvió dominante en el escenario global.

La OEA en el campo de las relaciones intergubernamentales y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947) en la esfera militar dominaron la geopolítica americanista del anticomunismo. Desde la Revolución Cubana (1959), ambos se transformaron en los instrumentos internacionales de la guerra fría en América Latina, a la que se añadió un tercer elemento destinado a garantizar el espacio económico: la Alianza para el Progreso (ALPRO) impulsada por el presidente J.F. Kenndy (1961-1963).

La expulsión de Cuba de la OEA, el 31 de enero de 1962, durante la VIII Cumbre realizada en Punta del Este, Uruguay, fue la primera expresión nítida del «americanismo» anticomunista. Aquella decisión, adoptada a través de una resolución que contó con 14 votos a favor, el de Cuba en contra, y seis abstenciones: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y México, expresaba un nuevo tiempo político.

Bajo un contraste paradójico, la OEA había permanecido impávida –o incapaz– (y siguió haciéndolo de manera posterior) ante regímenes abiertamente represivos y antidemocráticos como los de Fulgencio Batista en la misma Cuba, Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, Anastasio Somoza en Nicaragua, Francois Duvalier en Haití o Alfredo Stroessner en Paraguay; tampoco luchó contra de las dictaduras latinoamericanas instauradas en la década de 1960 en varios países (por ejemplo en Ecuador, en 1963, con directa intervención de la CIA, denunciada por un ex-agente de la misma entidad) y mucho menos contra las dictaduras militares del Cono Sur –que aplicaron políticas de terrorismo de estado–, sucedidas a partir del derrocamiento del presidente Salvador Allende en Chile, en 1973. Durante la Guerra de Malvinas (1982), Estados Unidos sostuvo un decidido apoyo a Gran Bretaña, a pesar de las disposiciones para la unidad continental suscritas en el TIAR y en la Carta de la OEA.

La pérdida de credibilidad de la OEA y el «americanismo» de exclusiva vigencia unilateral comenzó a hacerse evidente. El proceso de desarrollo de nuevos gobiernos progresistas en la región, a partir de fines de la década del 90 y que cobró impulso en los primeros 2000, pusieron en cuestión las prácticas de esta organización continental y comenzaron a desandar un nuevo marco de integración.

El desarrollo de la UNASUR (2004/2011), del ALBA (2004), y de la CELAC (2010), que logró unir a 33 países de América Latina y el Caribe, con la exclusión de Estados Unidos y Canadá, pretendió exhibir una identidad alternativa a la de la OEA, aspirando a emular los esfuerzos unionistas de Simón Bolívar, del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826) e incluso del Congreso de México, convocado por el ecuatoriano Eloy Alfaro en 1896, con el propósito central de sujetar la Doctrina Monroe a un verdadero derecho público americano.

El ciclo progresista pretendió, de maneras disímiles y con evidentes variantes, retomar principios de soberanía e independencia, que en unos casos se manifestaban más fuertemente como expresiones «antiimperialistas», mientras que en otros constituían la reivindicación de la posibilidad de desarrollo de políticas heterodoxas. Las iniciativas de la OEA, en un contexto semejante, se vieron mermadas, ante la negativa de buena parte de sus miembros a otorgarle a dicha asociación un carácter preferencial. No resulta extraño, por ende, que durante la IV Cumbre de la CELAC realizada en Quito (enero de 2016), el presidente ecuatoriano Rafael Correa haya expresado que la OEA «jamás funcionó adecuadamente», por lo que «necesitamos un organismo latinoamericano y caribeño capaz de defender los intereses soberanos de sus miembros. La OEA nos alejó de ese propósito reiteradamente». Correa sostuvo que ese organismo debía ser la CELAC, pues la OEA debía atender los problemas del norte, ya que «las Américas al norte y al sur del Río Bravo son diferentes».

Pero la coyuntura entre 2015 y 2016 no ha resultado la más propicia para ese esfuerzo. El triunfo presidencial de Mauricio Macri en Argentina, la derrota a la propuesta reeleccionista de Evo Morales en Bolivia, el «impeachment» a Dilma Rousseff en Brasil, pero también las dificultades económicas en Venezuela y Ecuador (con sus riesgos político-electorales hacia futuro), han supuesto la posibilidad del fin del ciclo progresista en América Latina. Las instituciones continentales nacidas para desarrollar esa «otra integración» se verían, de manera evidente, afectadas por el proceso.

En tales circunstancias, ha sido el nuevo secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien ha encontrado la coyuntura más favorable para retomar el americanismo tradicional de la OEA y ha encabezado la aplicación de la Carta Democrática contra el gobierno del Nicolás Maduro en Venezuela. La posición de Almagro no se centra tan solo en la situación interna del país –que resulta netamente conflictiva–, sino que apoya, sin temor a expresarlo abiertamente, los planteamientos de la oposición venezolana y solicita la renuncia de Maduro.

La OEA, sin embargo, no manifestó un apoyo mayoritario a la aplicación de la Carta Democrática. Pero la preocupación sobre Venezuela otra vez más marca el sesgo de la diplomacia americanista al interior de la OEA, porque al mismo tiempo se ha silenciado la toma de posiciones frente a problemas cruciales que afectan a la democracia en otros países, como la narcopolítica, el paramilitarismo, el tráfico con migrantes o la articulación de los golpes blandos, que desplazaron a gobiernos legítimamente electos: mediante maniobras judiciales en Honduras (2009) o por intermedio de maniobras legislativas en Paraguay (2012); pero también tratando de buscar precondiciones para la intervención extranjera en la misma Venezuela o de reproducir el boicot económico en Ecuador.

Resulta evidente que numerosos países que formaron y forman parte del llamado ciclo progresista, atraviesan dificultades, en parte por los propios errores de los gobiernos. Sin embargo, la habilitación a la injerencia, fenómeno que se había debilitado durante los últimos años debería ser una señal de alerta.

La preservación de las instituciones constituidas en foros específicamente latinoamericanos y el potenciamiento de la CELAC, requieren condiciones políticas que habiliten su sostenimiento. Al menos por ahora parecen el único instrumento posible para evitar la recomposición del histórico «americanismo» que se creía herido.




LA ZONA PÚBLICA : Stay Behind (LA RED)

Una red Stay Behind es una red clandestina, lo cual significa que los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado y las autoridades judiciales no la conocen. Normalmente se encuadran dentro del mundo de espionaje o de las actividades especiales.



Hay dos tipos de redes Stay Behind, las externas y las internas. Las externas consisten en la creación de una red de inteligencia y operaciones especiales formada por agentes de un tercer país cuya función consiste en controlar una determinada región a fin de facilitar información estratégica de elementos presentes en la región, vías de escape, zonas seguras y regiones para esconder sujetos y materiales. En zonas urbanas se concentran en la creación de redes de pisos francos e informadores, muchas veces los informadores forman parte de los grupos inmigrantes de la misma nacionalidad que están creando la red Stay Behind y que cobran dinero por servicios prestados, pactados de antemano. Otros son miembros del país o de un tercero que no tiene nada que ver con el país que está montando la red o del país donde se está construyendo pero que por simpatías políticas/religiosas o de otra índole colaboran en estos grupos.

Normalmente son grupos durmientes cuya función primaria es crear una célula de bajo perfil, muchas veces casi inactiva pero cuyas atribuciones van desde los actos subversivos pacíficos hasta actos más violentos, asistencia logística, ayuda y protección a elementos peligrosos o agentes externos.

Por ejemplo, las células terroristas (del tipo que sean) son grupos Stay Behind aunque su estructura sea aislada, los grupos de inteligencia vinculados a grupos armados como organizaciones terroristas o milicias armadas son grupos Stay Behind o, por ejemplo, el Mossad tiene en los sayanim un grupo Stay Behind. 

Los sayanim son judíos o simpatizantes sionistas no israelíes que ofrecen sus servicios al Mossad en una región concreta. Su función consiste en valorar el terreno, tal vez nunca se les active pero si Israel necesita realizar un operación en esa zona activará a su o sus sayanim para la creación de cobertura en forma de alquiler de pisos francos, vehículos, valoración de riesgos etc…

Luego están las redes Stay Behind dependientes del estado profundo, es decir, desconocidas para las autoridades del gobierno pero que son parte del estado. Pueden ser como parte de una estructura más grande como la Operación Gladio en Italia, vinculado a la creación de grupos armados subversivos en Europa Occidental para la preparación de la resistencia frente a los soviéticos en una eventual guerra en Europa.


  • En este caso la red Stay Behind consistía en un grupo pequeño de personas armadas y entrenadas, que hacían vida normal, pero que entrenaban y se preparaban para afrontar una guerra y convertirse en la primera línea de batalla en caso de invasión, sin embargo en muchos casos sirvieron para realizar ataques terroristas de falsa bandera para evitar el alzamiento de la izquierda dentro de Europa occidental bajo pretexto de que estos grupos actuaban al servicio de la Unión Soviética, acusación probada como cierta en muchos casos. En Alemania occidental, por ejemplo, se usaron oficiales de las SS pero fueron rápidamente penetrados por la Stasi de Alemania Oriental.



En todo caso, las redes Stay Behind estuvieron vinculados al caso “Bomeléer” en Luxemburgo debido a que ciertos grupos Stay Behind, bajo supervisión de la OTAN fueron tomando sus propias decisiones y usaron el material, entrenamiento y conocimientos en realizar acciones propias, en algunos casos violentas, ya que la red Stay Behind preparada por la OTAN se basaba en una regla de oro, discreción. No podían actuar antes de tiempo eran, en pocas palabras, un ejército de reserva.

Ciertamente en Siria podemos sospechar de la creación de redes Stay Behind previas a la guerra que está azotando el país. En este caso se sospecha tanto de Israel como de Arabia Saudí o Estados Unidos (entre otros países) que introdujeron elementos en Siria que fueran creando redes locales en las que primaría el mapeo de los elementos estratégicos, rutas de escape, introducción de milicianos, extracción de yihadistas y actos subversivos (entre otros) en regiones pequeñas.

¿Su función? realizar labores de inteligencia y reclutamiento para, a la hora de que se iniciaran hostilidades poder actuar de forma rápida y segura, de tal forma que el gobierno, desconocedor de esto, no tuviera margen para maniobrar debido a la aparición de grupos armados con un alto porcentaje de extranjeros (introducidos usando las rutas previamente señaladas), perfectamente organizados y con conocimiento del terreno en el que se mueven.

Si nos fijamos en los relatos de los testigos en los primeros días de la guerra de Siria, muchos sirios y residentes declaraban que, de repente, aparecían decenas o cientos de personas armadas, que entraban en la ciudad de no se sabe dónde (llegaban del desierto o las montañas), perfectamente pertrechados y que, muchos de estos sujetos no sólo no eran árabes sino que tampoco hablaban este idioma. Por lo tanto podemos concluir que es muy probable que las naciones occidentales que ahora están luchando contra el gobierno de Siria sean las que, en su día, tejieron estas redes Stay Behind en territorio sirio. 





LA ZONA PÚBLICA : ¿Quién mató a Robert Kennedy?

El accidentado reloj de la historia norteamericana volvió a pararse un 5 de junio de 1968. Aquella mañana, antes de que se conocieran los resultados de las primarias demócratas en California, Peter Edelman se despidió de Robert Kennedy y puso rumbo a Washington para pasar una noche con su prometida y finalizar la declaración de la renta.

Robert Kennedy, en el ferry de Staten Island a Brooklyn, en 1968. / JIM ROMANO (GETTY)

La campaña estaba en la recta final y la nominación del senador por Nueva York había dejado de ser una quimera. Su oposición a la guerra de Vietnam, combinada con un mensaje de justicia social, resonaba entre los jóvenes y las minorías. California era ya suya cuando el ruido convulso del televisor despertó al director político de su campaña. "Eran las 3 de la mañana en Washington. Estábamos medio dormidos, pero muy pronto entendimos lo que había pasado. No hay palabras para describirlo. Fue absolutamente horrible", dice Edelman en una entrevista con este diario.

Hoy se cumple medio siglo del asesinato de Robert Francis Kennedy cuando tenía 42 años, una tragedia que acabó con otro de los héroes de la América liberal en el año más turbulento de su historia moderna. Aquel 1968 fue el amargo funeral del idealismo que impregnó la década.

Un continuo pandemonio en las calles, tomadas por las revueltas estudiantiles contra la guerra, las protestas campesinas de los chicanos de César Chávez o los disturbios raciales en los que ardieron un centenar de ciudades tras el asesinato de Martin Luther King dos meses antes. El republicano Richard Nixon azuzaba el miedo de la población blanca prometiendo ley y orden, como haría Donald Trump décadas después. Y Chicago se preparaba para vivir la convención política más violenta y caótica que se recuerda.

Solo siete años después del asesinato del presidente Jack Kennedy, la más ilustre de las familias políticas del país perdía a otro de los suyos. Esta vez en Los Ángeles, minutos después de celebrar su victoria en las primarias con un discurso en el Hotel Ambassador. Bobby abogó por un cambio de dirección tras la atormentada presidencia del también demócrata Lyndon Johnson. Habló de abrir un diálogo "sobre lo que vamos a hacer en las áreas rurales de este país, lo que vamos a hacer para aquellos que siguen pasando hambre en EEUU, lo que vamos a hacer en el resto del mundo o si debemos continuar con las políticas fallidas en Vietnam", dijo Bobby en aquel último discurso.

RFK hablándole a una manifestación del movimiento de derechos civiles. 14 de junio de 1960.

Poco después, tomó un atajo por el almacén de la cocina para dirigirse hacia una sala de prensa. Se detuvo a saludar a varios trabajadores y nunca salió de aquel pasillo. Un palestino de 24 años le pegó cuatro tiros e hirió a otras cinco personas, según la versión oficial. Una versión que, al igual que sucede con la de JFK, siguen disputando muchos estadounidenses, incluido uno de sus hijos.

John F. Kennedy (derecha) discute estrategias con su hermano Bobby. / AP

A la sombra de su hermano

Bobby siempre había vivido a la sombra de su hermano. Primero, como cerebro de sus campañas políticas y después, como fiscal general en los casi tres años que duró su breve mandato. Muchos le recuerdan hoy como un icono intachable del progresismo, pero la suya fue una vida camaleónica en constante evolución.

"Bobby representa la transformación más improbable de la historia moderna estadounidense", asegura Larry Tye, uno de sus más recientes biógrafos. "Empezó como un guerrero anticomunista de la guerra fría, claramente a la derecha del espectro político, como su padre y su mentor, Joseph McCarthy. Y acabó como el mayor icono liberal del último medio siglo en EEUU, alguien que sigue siendo un modelo para Barack Obama o Hillary Clinton". 

Católico devoto, jurista de formación y corresponsal de prensa durante un par de años, Kennedy trabajó como consejero de McCarthy en el Congreso durante la "caza de brujas» contra comunistas y supuestos agentes soviéticos. Luego se entregó a la carrera política de su hermano y, a partir de 1961, ya como fiscal general, combatió a la mafia y a la corrupción sindical, pero también autorizó las escuchas contra el reverendo King o apoyó a la CIA en sus planes para matar a Fidel Castro.

¿Qué pasó para que cambiara? Tye lo atribuye a la muerte de su hermano y a los bruscos cambios sociales de aquellos años. "Bobby fue el reflejo de aquellos cambios y uno de sus propulsores. Era mucho más apasionado en sus ideas progresistas que su hermano y también más propenso a cambiar el statu quo. De ahí que tuviera más enemigos y amigos que cualquier político de la época", dice su biógrafo.

Israel y la diáspora judía

Paradójicamente, no fueron sus arengas contra la indiferencia hacia el sufrimiento de la América blanca y privilegiada en la que él mismo creció, lo que aparentemente le mató, sino su identificación con Israel y la diáspora judía. Una diáspora que comenzó a cultivar durante su campaña a senador por Nueva York de 1964.

"Tenía las posiciones típicas del liberal estadounidense. En esos días no existía Netanyahu y nadie se hacia las preguntas políticas de ahora. El apoyo a Israel era casi total. Bobby visitó el país en su época de corresponsal y tocó el tema alguna vez en la campaña, pero solo ocasionalmente, la raza y la pobreza fueron sus piedras angulares", recuerda Edelman, su asesor de campaña.

A los 12 años, y ya como refugiado, emigró con su familia a Pasadena (California). Se matriculó en la universidad y trató de ganarse la vida como jinete de carreras, pero nunca olvidó sus traumas personales y los de su pueblo, que se convertirían en una obsesión.

Para su asesino no era un tema residual. Sirhan había nacido en Jerusalén en 1944, en el seno de una familia cristiana palestina. Su casa de Musrara fue confiscada por las milicias judías durante la guerra de 1948 y poco después estuvo a punto de morir en un atentado del Irgún junto a la puerta de Damasco, según cuenta Mel Ayton en su libro 'El terrorista olvidado'.

Solo tres semanas antes de cometer el crimen, que hoy se describiría como terrorista, Sirhan vio un documental sobre la relación de Kennedy con Israel y, poco después, le escuchó prometer un "apoyo claro e integral" al Estado judío en un discurso grabado en una sinagoga. Un pariente suyo testificó después que salió de la habitación "tapándose los oídos y casi llorando".

Juan Romero, camarero del Ambassador, coge de la mano al ya difunto senador por Nueva York. / EL PERIÓDICO


La semilla estaba plantada. Sirhan planeó el ataque para coincidir con el primer aniversario del comienzo de la guerra de los Seis Días, en la que Israel ocupó Jerusalén oriental y otros territorios árabes. "Lo puedo explicar", gritó al ser arrestado tras disparar en el Hotel Ambassador aquel fatídico día. "Lo hice por mi país".

Durante el juicio, en el que fue condenado a muerte –una sentencia que quedó en cadena perpetua después de que California aboliera la pena capital en 1972– trató de explicar su infamia en su contexto político. "Cuando trasladas a un país y a un pueblo entero, cuando los arrancas de sus casas, de sus tierras, de sus negocios… Eso es muy injusto, es lo que me hizo arder por dentro". Pero en EEUU pocos sabían de qué hablaba. Eran los tiempos en los que Golda Meir decía que los palestinos "nunca existieron". Y la prensa describió el suyo como "un crimen absurdo", el crimen "de un loco".

"RFK debe morir"

Todavía hoy el trasfondo político, por más que no justifique el crimen, ocupa un lugar anecdótico en la extensa bibliografía del magnicidio. Mucho más se recuerda la obsesiva repetición con la que Sirhan escribió en sus diarios que "RFK debe morir" o las dudas que se mantienen sobre el asesinato. Nadie cuestiona que el palestino estuvo allí, que disparó varias balas y que acabó siendo arrestado. Es un hecho.

La pregunta es si fueron las suyas las que mataron a Kennedy, si hubo un segundo pistolero y si existió una conspiración para encubrir el crimen. Quien más ha mantenido viva esa tesis es Paul Charade, por entonces líder sindical y aliado de campaña de Kennedy, una de las cinco personas que resultó herida en el tiroteo.

"Es verdad que [Sirhan] me disparó. Que disparó a otras cuatro personas y que apuntó a Kennedy", le dijo recientemente al 'Washington Post'. "Pero lo importante es que no le disparó a Robert Kennedy. ¿Por qué no fueron a por el segundo pistolero? Sabían desde el principio que estaba allí, pero no querían saber quién era. Querían cerrar el caso rápidamente". Charade ya no está solo.

Robert Kennedy Jr, uno de los 11 hijos del senador, pidió hace unos días que se reabra la investigación tras mantener varias reuniones con el viejo sindicalista y entrevistarse con Sirhan en la cárcel durante tres horas. El juicio del palestino, en el que careció de una defensa digna de ese nombre, está bien explicado en 'Bobby Kennedy for President', la reciente serie documental de Netflix. Ante el tribunal admitió haber matado a Kennedy, pero siempre ha mantenido no tener memoria de ello.

Dudas plausibles

La conspiración en Estados Unidos es toda una industria, pero en este caso las dudas son como mínimo plausibles. Por un lado, el barril de la pistola de Sirhan tenía ocho balas, pero el FBI llegó a fotografiar los agujeros de cuatro más. Por otro, todos los testigos que vieron al palestino y a Bobby durante el tiroteo, sitúan a Sirhan delante del senador y a varios metros de distancia, pero el forense escribió que las tres balas que le alcanzaron –una cuarta solo le traspasó el abrigo– le llegaron por la espalda y se dispararon a centímetros de distancia.

Todo eso sostendría la tesis de un segundo pistolero, sospechas que apuntan a Eugene Cesar, un guardia de seguridad armado que estaba detrás de Bobby y nunca fue detenido. También está la famosa mujer del vestido de lunares ("the polka dress"), que huyó de la escena gritando: "Le hemos disparado. Hemos disparado a Kennedy".

Lisa Pease ha pasado un cuarto de siglo investigando los asesinatos de los dos hermanos y en su último libro, que se publicará en noviembre, sostiene que hubo una conspiración. "He llegado a la conclusión de que el papel de Sirhan acabó siendo el de señuelo en el truco de un mago. Aunque Sirhan acabó disparando ante la presencia de los testigos, los verdaderos asesinos fueron capaces de operar inadvertidos mientras Sirhan acaparaba la atención", dice en una entrevista. Como otros antes que ella, apunta a la CIA como autora intelectual del crimen y cree que Sirhan estaba hipnotizado cuando disparó, como han afirmado sus abogados en otra pirueta cinematográfica del caso.

Si existe una verdad extraoficial, es muy probable que no se sepa nunca porque muchos de los actores de esta película están muertos. Lo único cierto es que Sirhan sigue en la cárcel a sus 74 años, tras habérsele denegado la libertad condicional en 16 ocasiones. Y que Bobby Kennedy es historia desde hace medio siglo, la historia de lo que EEUU pudo ser si hubiera llegado a presidente y no fue, la historia de un hombre notable y no exento de claroscuros que inspiró a millones de personas en la época más tumultuosa de sus vidas.








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LA ZONA G8 : Así es el BDS: la principal arma palestina contra los israelíes.

La campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) promovida por activistas palestinos empezó a ganar notoriedad tras la guerra entre Gaza e Israel. Su objetivo era articular una lucha no violenta por los derechos humanos en Israel, pero en los últimos años se ha convertido en una amenaza para la estabilidad del gobierno por su antisemitismo, con diversos intentos de deslegitimación.

Manifestantes contra Israel.  Reuters

El movimiento contra Israel nació en el 2005 tras un comunicado lanzado por más de 170 organizaciones de la sociedad civil palestina que exhortaba a la comunidad internacional a aplicar medidas que asfixien al gobierno hasta que respete los derechos humanos.

El BDS pretende poner fin a las políticas que el régimen sionista, que busca una patria segura para el pueblo judío, implementa en Palestina desde 1948, por lo que sus objetivos principales son el fin de la ocupación y colonización de todas las tierras árabes tomadas en los años 60, plenos derechos para los ciudadanos árabe-palestinos de Israel y conseguir que las autoridades devuelvan sus propiedades a los refugiados palestinos.

El grupo ha intentado debilitar al Estado israelí con ataques a todos los pilares que lo consolidan. En lo comercial, por ejemplo, se han negado a comprar productos israelíes; en lo académico, han politizado organizaciones para que se pronuncien a su favor, y esto ha llevado a la ruina a sus administradores universitarios al enfrentarlos a las quejas de profesores y estudiantes que apoyan BDS asegurando que su libertad de expresión ha sido sofocada.

Otra táctica es arremeter contra lo institucional por la ruptura de las relaciones con el gobierno central; y en lo deportivo y cultural, no han apoyado a atletas de equipos nacionales y artistas que cuenten con apoyo institucional.

El movimiento ha adquirido tantos enemigos como los israelíes y palestinos juntos desde su fundación. Sus maniobras han obstaculizado los esfuerzos de los Estados árabes de mejorar sus relaciones con Israel tras años de conflictos, han avergonzado al gobierno palestino al denunciar su colaboración económica con el ejército y la administración militar de Israel, y desplazado a la Organización de Liberación Palestina al quitarle el protagonismo y la labor de representar a los palestinos a nivel mundial, según informa The Guardian.

Pero sus enemigos no son solo políticos. BDS le ha dado mala publicidad a algunas empresas como Airbnb, Re/Max o HP por relacionarlas con la ocupación de Israel; y ha ayudado a otras a salir de Cisjordania.

Para acaparar atención, los protestantes han interrumpido varios festivales de cine, conciertos y exhibiciones en todo el mundo que no los apoyan. Los acusan de cubrir las violaciones de los derechos humanos en Israel.



Quizás lo más significativo es que el movimiento ha desafiado el mensaje que ha pretendido dar la comunidad internacional, las organizaciones sin ánimo de lucro, las misiones diplomáticas y los grupos de expertos del proceso de paz. BDS ha logrado esto socavando su premisa central: que el conflicto puede resolverse simplemente poniendo fin a la ocupación israelí de Gaza, Jerusalén Este y el resto de Occidente, dejando sin resolver los derechos de los ciudadanos palestinos de Israel y los refugiados.



Consecuencias internacionales

El movimiento ha causado mucho revuelo en distintos países. En el Reino Unido, la agitación ha llegado hasta los tribunales y consejos locales que han llegado a evaluar la legalidad de sus boicots contra las instituciones israelíes en el país.

En Estados Unidos el grupo ha creado un conflicto entre los aliados de Israel y los defensores de la libertad de expresión, como la Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos, porque más de una docena de Estados han aprobado proyectos de ley para inhibir o penalizar a aquellos que boicoteen a Israel o sus asentamientos.




Las iglesias también han sufrido los efectos de esta tormenta. En Estados Unidos, algunos centros protestantes se han alejado de las compañías que se benefician de la ocupación de Israel. Todo esto ha llevado a los liberales a un mayor apoyo a los palestinos, convirtiendo a Israel en un tema cada vez más partidista en el país norteamericano, asociado menos con demócratas y progresistas que con Trump, los evangélicos y la extrema derecha.




En las sinagogas judía, BDS ha provocado que los sionistas liberales se pregunten por qué a veces aceptan el boicot contra los asentamientos, pero no el boicot al Estado que los crea y los sostiene. Además ha obligado a los partidarios más críticos de Israel a justificar su oposición a las formas no violentas de presión sobre Israel.

El movimiento también le ha exigido a los sionistas liberales rendir cuentas por su apoyo a las prácticas antiguas del Estado, incluidas las expropiaciones de tierras palestinas para el asentamiento judío, la detención de cientos de palestinos sin juicio, el castigo de millones de habitantes de Gaza que viven bajo un bloqueo de más de una década y la desigualdad institucionalizada entre los ciudadanos judíos y palestinos de Israel.




A pesar de las críticas que el grupo ha recibido por perturbar la paz en diferentes países del mundo, BDS le ha quitado a los partidarios liberales de Israel su excusa de siempre: que una ocupación aberrante o los gobiernos de derecha son los principales culpables de las prácticas antidemocráticas del Estado.









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LA ZONA G8 : El Instituto Berggruen.

Nicolas Berggruen es un personaje singular. Filántropo, con una fortuna de 2.300 millones de dólares, estuvo en Chile para presentar un libro –escrito junto a Nathan Gardels– que plantea una “vía intermedia” entre Oriente y Occidente. Una tesis polémica que critica los vicios de la democracia. 
Por Pablo Marín

Nicolas Berggruen

Le han llamado el multimillonario sin hogar, porque no tiene propiamente una residencia y anda por el mundo de hotel en hotel. Lo han tachado de excéntrico por esta razón, pero también por el modo en que se expresan sus inhabituales dotes filantrópicas. Recientemente, la revista Forbes estimó en 2.300 millones de dólares la fortuna de Nicolas Berggruen (51), quien se jacta de que su modo de hacer negocios rehúye las ganancias rápidas y fáciles y apunta a un modelo de negocios “orgánico”, de largo aliento y orientado al valor.

Nathan Gardels

Creador del Museo Berggruen de Berlín, participa también en Los Angeles County Museum (LACMA), la Tate Gallery y el MoMA de Nueva York, al tiempo que ha ayudado a desarrollar proyectos de destacados nombres de la arquitectura. Pero acaso la arista más llamativa de su quehacer va por el lado de su interés en la política global y en una palabra que fuera de la ciencia política se ocupa poco y mal: la gobernanza, entendida como “el alineamiento del gobierno, la sociedad civil, el sector privado y la cultura para producir una buena sociedad”. 

En 2010, fundó un “think tank”: el Instituto Berggruen para la Gobernanza, que según se lee en su web (berggruen.org) está “dedicado al diseño y a la puesta en práctica de nuevas ideas de buena gobernanza –tomadas de las prácticas de Oriente y Occidente– que pueden servir para hacer frente a los desafíos comunes del siglo XXI”.

Antiguo Edificio que alberga al Intituto Berggruen

El señalado instituto, en su afán reformista, ha lanzado iniciativas como el Consejo para el Futuro de Europa, el Think Long Committee for California –que ha hecho propuestas para reformar el sistema político en dicho Estado- y el Consejo del Siglo 21, que tiene entre sus miembros a ex mandatarios como Fernando Henrique Cardoso, Felipe González, Gerhard Schroeder y Ernesto Zedillo; premios Nobel como el economista Joseph Stiglitz y figuras de los negocios tecnológicos como Eric Schmidt, director ejecutivo de Google, entre muchos otros. 


González y Zedillo, por lo demás, escriben los prólogos de Gobernanza inteligente para el siglo XXI, el libro cuya campaña promocional trajo a Berggruen hasta Santiago.

El volumen sistematiza las propuestas desarrolladas por su instituto, poniendo énfasis en plantear “una vía intermedia entre Ocidente y Oriente”. El asunto no es menor: el libro ha recibido críticas favorables, pero también de las otras, entre las que figuran las de quienes ven un abandono de los valores democráticos desgastados en favor de las prácticas autoritarias de regímenes como el chino.

En la imagen recogida en una Red social, se omite el nombre de uno de los personajes que posan para la ocasión junto a Felipe González. Se trata de Jacob Rothschild.

En este caso, sí se menciona al personaje (Kissinger) por motivo de su cumpleaños.

¿Le guiña Berggruen un ojo a Beijing? Él dice que no y habla más bien de balance, armonía y equilibrio. Y trata de explicarse, con su mirada serena y su inglés con algo de acento (nació en París, pero vivió largo tiempo en Alemania, aunque hoy es también ciudadano estadounidense). Pero en eso no está solo. En la gira promocional del libro lo acompaña el coautor Nathan Gardels, director de Newspectives Quarterly y asesor del Berggruen Institute. Puede decirse que su coautor es también un subordinado. También que Berggruen ha sido publicado por una editorial (Taurus, del grupo Prisa) de la que también es dueño. No es algo que le pase muy seguido a un entrevistador. Bueno, nada es muy habitual con este entrevistado. Pero las ideas quedan sobre la mesa, entre ellas la de “reconciliar la democracia informada con la meritocracia responsable”.



-¿Cómo se enriela un término como gobernanza para los propósitos que persiguen?

Nathan Gardels: La gobernanza es un estado de equilibrio que te permite recalibrar, pero a veces la democracia puede bloquear el cambio. La gente piensa que porque hay elecciones las democracias se autocorrigen, pero sabemos que no es así. No es así en Italia, donde las cosas se pusieron peor tras las elecciones. Tampoco en EEUU, donde las cosas están hoy tanto o más empantanadas que antes de los comicios. Se necesita un mecanismo para volver al equilibrio y las elecciones no son el único. Quizá, ni siquiera el mejor.

-Y ese equilibrio que se busca, ¿baja un poco del pedestal el ideal de progreso, de ir en una cierta dirección?

NG: Los dos estamos influidos por el pensamiento asiático: todo es un ciclo, una transición, un volver al equilibrio. Es la búsqueda de la armonía con “a” minúscula como lo contrario del progreso con “p” mayúscula.

Nicolas Berggruen: El cambio es parte de la condición humana. Y el equilibrio y el desequilibrio son algo que nos pasa todo el tiempo. En un mundo global y competitivo, donde hay todo tipo de geografías, de sistemas, de culturas, de filosofía, tienes una competencia como nunca antes. Y si teníamos un país dominante –EEUU– y un sistema dominante –la democracia liberal–, hoy tenemos la competencia de otras filosofías de otras partes del mundo. En ese ambiente, hay que adaptarse y los países y sistemas que se adapten exitosamente serán aquellos a los que les irá mejor. Los que no se adapten, los que sean rígidos, van a sufrir.

-Y en este escenario, ¿habría que renunciar a garantías o valores democráticos?

NB: Hay ciertas áreas en que las democracias ya no tienen las instituciones o las capacidades para hacer inversiones de largo plazo o tomar decisiones de largo plazo. Así que parte del poder de los ciudadanos tendrá que ser delegado en las instituciones o en funcionarios elegidos para darles el poder por un tiempo de manejar las cosas.

NG: En cuanto a EEUU, no estamos hablando de más autoritarismo, sino de volver a lo que plantearon los Padres Fundadores. ¿Qué diseñaron? Una Cámara de Representantes para representar directamente la voluntad del pueblo. Las demás instituciones eran el espejo de sus deseos. Pero ellos no quisieron ser como los griegos, que se limitaron a reflejar los deseos del público, en el sentido de que si la gente quería matar a Sócrates, pues lo mataban. No querían eso, así que tenían una Cámara de Representantes para que se expresara la voluntad de la gente y las otras instituciones que contrabalanceaban, que operaban como filtro. De modo que es posible un balance entre el bien común de largo plazo y los deseos del público. Ahí está la Corte Suprema –un poder delegado, no electo–; un colegio electoral para ampliar la visión del público a la hora de elegir un Presidente; un Senado que originalmente se elegía de modo indirecto. El debate era: ¿debe el gobierno hacer exactamente lo que la gente quiere, o debe haber un filtro que trate de balancear el interés común en medio de las distintas voces? De eso estamos hablando, del regreso a ese espíritu. En el libro hablamos de la “vetocracia”, de los que vetan los cambios para mantener el status quo.

Un montón de niños son asesinados en las escuelas, pero no puedes prohibir las armas de asalto porque el lobby de las armas es demasiado poderoso. No puedes reformar Wall Street porque el lobby de Wall Street es demasiado poderoso. Así que es necesario deshacerse de la vetocracia y del horizonte de corto plazo con instituciones que realmente representen el bien público.

-¿Cuál sería el nuevo rol de las mayorías? ¿Qué régimen de autocorrección implicaría?

NG: Está el ejemplo concreto de California, la democracia más radical en EEUU, donde tenemos un proceso de iniciativa directa que puede cambiar leyes directamente sin necesidad de ir a la legislatura. Hay, por ejemplo, un crimen y la gente firma una petición y dice: ‘si un criminal comete un tercer crimen tiene cadena perpetua’. Y la gente va y vota por eso. Pero esa misma gente votó en contra de los impuestos para construir nuevas cárceles y lo que terminó pasando es que hay un sistema carcelario construido para 70 mil personas con 173 mil personas adentro. Y la Corte Suprema ordenó a California liberar a 36 mil personas porque se estaban violando los derechos humanos. Entonces los puntos no se conectan. La democracia directa no los conectó. Así que propusimos un organismo de revisión de iniciativas compuesto por gente calificada y otra escogida al azar con un sistema informático, de modo que digan, “si vas a decidir un gasto, tienes que ver la forma de costearlo”. Ese mecanismo deliberativo no existe en California, lo que lleva a tener una deuda enorme.

No puede decirse sin más que las elecciones hacen la democracia: debe haber instituciones deliberativas. Son filtros necesarios para hacer que la democracia funcione para todos, en vez de que sólo lo haga para la mayoría o para los deseos inmediatos del público.

-¿Es California un laboratorio? ¿Cómo se pone en práctica el equilibrio?

NB: Por definición, nunca tienes equilibrio. Por eso siempre necesitas modificar el sistema. En California tienes un estado de extremo desequilibrio. Puedes decir lo mismo de China, pero en otros términos. La actual crisis europea es una crisis de no tener suficiente democracia en términos de lo que significa la Unión Europea. Ahí también tienes una crisis de desequilibrio entre el poder que les das a los ciudadanos día a día y el delegar ese poder en gente que puede tener una visión de más largo plazo y una capacidad más experta. Para lograr ese balance hay una dificultad: las instituciones pueden existir, pero en último término le responden a los votantes. Y si los votantes dicen un día que sí y al otro que no, las instituciones de largo plazo no pueden funcionar. Y si no tienes eso, no tienes un país.

Volviendo a California, proponemos que haya en California un cuerpo no elegido que haga recomendaciones para las proposiciones de los referendos. Así que la idea es que tomes lo que existe y lo modifiques para lograr un balance. En EEUU tienes senado y representantes: ambos son elegidos y hacen más o menos lo mismo. ¿Por qué no tener uno elegido y otro no elegido?

-Alguien dirá que no es muy democrático…

NB: Es como si la democracia se hubiese convertido en una especie de religión. Lo que quieres es un sistema que funcione para la gente, no una democracia por la democracia. Quieres suficiente poder en manos de la gente y suficiente transparencia de modo que la gente decida al final.

NG: En un sistema de gobernanza inteligente, tienes cuerpos deliberativos compuestos por ciudadanos y por gente eminente y meritoria que toma decisiones difíciles para que sean sometidas a la consideración y la aprobación de los ciudadanos. Con el sistema que actualmente hay en California, alguien dice que no quiere matrimonio gay, junta un millón de firmas y está listo. En una democracia tienes que buscar siempre el consentimiento de la gente. En China existe un consejo deliberativo, pero no el voto de la gente. Ambos tienen que cambiar.

-¿Se sobredimensiona el rol político de las tecnologías de información y en particular de las redes sociales?

NG: En Occidente la gente está más involucrada y más conectada que nunca antes. Entonces, hay más retroalimentación. Pero en los medios masivos hay una circulación que traspasa las fronteras. Las redes sociales son lo opuesto: se trata de los nichos, de encontrar la información que se anda buscando, de asociarse con los amigos y con la gente con la que uno quiere asociarse. En cierto sentido las redes sociales, al tiempo que amplían la participación y –en teoría–` la comunicación, reducen la comunicación a través de las fronteras. Estrechan la visión en vez de expandirla. Desde la perspectiva de la gobernanza, lo que hacen es fragmentar las cosas. Crean más retroalimentación, pero menos capacidad de consenso.

En China es más bien lo contrario: los medios masivos son reprimidos y censurados, mientras cada día hay 600 millones de personas en microblogs quejándose de cosas de las que el Partido no querrá hablar en público: accidentes de trenes, oficiales corruptos, etc. Todo el mundo comunica lo que está pasando y esto genera una vigilancia desde abajo. El Partido tiene que prestar atención a esto, porque es una expresión pura de insatisfacción de la gente y está creando una especie de transparencia sistémica fuera de las instituciones políticas. ¿Cómo se manifiesta esto políticamente? Está por verse. Hay una presión que es como un magma volcánico, presionando al sistema.

NB: Los medios sociales exponen los temas, pero no plantean soluciones. En Occidente, donde las cosas ya están razonablemente desorganizadas, las redes sociales las empeoran en términos de fragmentación. En un lugar donde no hay suficiente libertad de expresión, como China, hacen lo contrario: al menos ponen las preguntas sobre la mesa. Y mire lo que pasó en Egipto. Las redes sociales fueron el medio a través del cual comenzó a generarse la caída del gobierno, pero no aportó soluciones y ahora el sistema ha sido secuestrado por dos viejos poderes. Cambió las cosas, no necesariamente para mejor.

-¿Cuál es el centro de su ataque a la “democracia de consumo”? ¿Qué pasa con el consumo?

NG: Por sí mismo, el consumo termina por socavar el sistema en el largo plazo, porque todo se reduce a la gratificación inmediata.










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