LA ZONA DEL MISTERIO : El hombre que se disfrazó de Robin Hood.

Tan solo hacía unos meses que había conocido a su interlocutora, a través del Chat, cuando llegó el día de la cita en la que todo cambió para los dos. Aunque, no estaba claro, en realidad, si cambió algo. Lo que estaba claro era que aquella experiencia, marcó un antes y un después, tras aquella absurda cita.


El nombre, al principio, no le decía nada, porque sabía de antemano que era de nacionalidad occidental, pero nunca dudó de que su verdadero carácter pudiera quedar desvelado con aquella cita, aunque siempre le quedó la duda. A tan solo cien kilómetros, que era la distancia que les separaba, se encontraba aquella eminente investigadora que daría respuesta a cientos de preguntas que quedaban por responder.

Ni los cientos de artículos que compartieron, ni la infinidad de mensajes que intercambiaron, conseguían darles la respuesta a aquello por lo que tanto indagaban. A decir verdad, sí le intrigaba el detalle del porqué de sus constantes viajes, de los que tenía constancia por la infinidad de fotografías en las que posaba junto a monumentos tan emblemáticos como la Torre de Pisa.

La idea de que se disfrazara, tampoco respondía a ningún motivo en especial. Surgió después de que le preguntase si prefería que fuese vestido de algún color a fin de que este fuese identificado más rápido en la estación. Hay que aclarar que, si los gastos del vestuario hubieran tenido que correr por su cuenta, se hubiese negado. Aunque finalmente, decidiera que fuera algo sencillo y poco aparatoso. 

Aquel día, la temperatura fue propicia para que se enfundara la chaquetilla y los pantalones a juego con el color de los zapatos de Robín de los bosques y el sombrerito de ladrón que robaba para los pobres. Debajo del improvisado disfraz, se hallaba la indumentaria con la que recibiría a su esperada visita. Por lo que solo debía desprenderse de lo puesto al llegar a la estación y su vestuario normal le haría ser de nuevo, un pasajero o ciudadano más en una estación de tren. Ni siquiera tendría que ir al servicio público a cambiarse. Estos eran sus planes para nada más llegar y haber conseguido contactar con su amiga en la distancia.

Tras planificar la hora de la cita y comprobar el horario de trenes, se dirigió a emprender aquellos casi cien kilómetros que le separaban de la estación después de no haber dormido nada o casi nada. Aunque, la curiosidad hizo que se mantuviese despierto e inquieto durante el camino sin que sospechara siquiera, que la sorpresa haría el resto para que el descanso le abandonara casi por completo por mucho tiempo. Aunque, el detalle de hacer acto de presencia en aquella estación ataviado de Robin de los bosques, fue una idea que surgió por parte de su amiga como sugerencia, a fin de ser reconocido, otras elucubraciones darían paso a calificar el hecho como una prueba a la que esta le habría sometido para comprobar el grado de enamoramiento, por parte de este, y por el que, supuestamente, el encuentro se hubiese llevado a cabo, a modo de cita “a ciegas”. Pero no era el caso. 

La cuestión consistió en que tras acceder a la estación, el ambiente ruidoso y el devenir de pasajeros entre los que se mezclaba y apartaba a su paso con amables “toquecitos” acompañados de un simpático “por favor”, hicieron que se olvidara por momentos  de que era un ladrón de Leyenda y a su vez, de cuento. Tras alcanzar el final del andén en el que estacionaría el tren que traía a la esperada visitante, permaneció por un periodo de 30 minutos aproximadamente, imaginando su aspecto, mientras analizaba las miradas de quienes le contemplaban desde un andén paralelo, justo enfrente. Aquí era donde entraban en escena los actores que le acompañarían en la “función” y que no figuraban en el reparto de la representación teatral ferroviaria. No había contado con, por ejemplo; las miradas sospechosas o curiosas y sonrientes de quienes tapándose la boca con disimulo, cuchillearían a su acompañante mientras consultaban la hora, el teléfono móvil o hacían como que no veían. Tampoco contaba con que cualquier agente de seguridad le pidiese la documentación. En el primer caso, sí se dieron las circunstancias propicias. En el segundo, tuvo más suerte, al menos, en principio.

Y en uno de aquellos momentos de incomoda espera, hizo su aparición aquel tren. Habrían bajado ya los primeros pasajeros cuando empezó a notar el paso de los minutos y comprobar que habrían transcurrido diez sin que nadie se hubiese dirigido a él. Hasta que la sorpresa vino de la mano que apretaba uno de sus brazos, cuyo tacto dedujo, no le daba sensación de pertenecer al género femenino.

Efectivamente, aquel brazo era uniformado. Su dueño era un fornido agente de la Ley. La Ley que le dictaba lo que, aparentemente, debía ser el procedimiento a seguir en su caso o en casos parecidos al suyo para interceptarle. Solo que su percepción de los hechos, parecía estar algo distorsionada.

La esperada visita no apareció. En pocos minutos, se encontró retenido en unas dependencias anexas a la estación de trenes que se prolongó durante varias horas, después de que se le explicase convenientemente las sospechas por las que se había llegado a considerar su preventiva retención.

No tardó en salir de dudas, tras seis largas horas, cuando la visita de su abogado le devolvió al mundo real. Fue él quien le ayudó a desprenderse del disfraz del que, curiosamente, nadie había hecho ningún comentario durante su permanencia en aquellas dependencias, algo que no consideró, pero que sí le hizo dudar. Todo fue encajando cuando su “salvador” le facilitó la información de la que disponía. Se podría decir que de un surrealista cuento había pasado en unas horas, a otro real y terrorífico, saltando de los frondosos bosques de Sherwood al país de Alicia, sin comerlo, ni beberlo.

Su abogado portaba en una mano una documentación a la que se había añadido un cartel, a modo de “se busca” en la que “otro” Robin aparecía disfrazado por otros motivos que no respondían a los esperados. Por lo que, en su caso, debía demostrar que era otro Robin; el bueno.

Había dos protagonistas en aquella rocambolesca historia y un mismo disfraz. En el caso del “malvado”, este había seguido distintas instrucciones. La cita del Robin “malo” había sido acordada por medio de un contacto que había participado en la planificación de la misma, conjuntamente con este, a fin de que, después de recibir dichas instrucciones, este hubiese accedido a dicha estación con el objetivo de “recibir” una valiosa información relacionada, finalmente, con fines, supuestamente calificados como “seriamente” delictivos. De todo ello se deducía que su detención no fue casual. Todo respondía a un plan fallido mediante el que él sería detenido, mientras un Robin “malvado” quedaba libre, tras haber conseguido su “objetivo”.

El conocer aquella información de la mano de su abogado, le hizo entrar en un trance que no supo describir si de paz o de inquietud. En ese momento, agradeció no solo su visita, sino que hubiese sido él, precisamente, quien le hubiese comunicado la verdad de todo lo que estaba aconteciendo. Le hubiese resultado muchísimo más penoso el haber sido objeto de algún tipo de acusación previa y que la confusión hubiera dado paso a un verdadero drama. Aunque, finalmente, todo aquello derivara en una situación que le obligó a permanecer bajo medicación durante varias semanas, a fin de “recolocar” y ordenar su pesadilla.

Una pesadilla que no sólo le hizo ver la realidad. También le permitió desenmascarar a su “amada” amiga. Pero esa era, otra historia.


 

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