Hoy me he despertado con varios mensajes en mi celular de desconocidos que no están en mi agenda. El ser un personaje público, -aunque mi rostro no sea popular por aquello de ser la voz en “off”-, trae consigo este tipo de inconvenientes, según se mire.
Estos, vienen a sumarse a varias llamadas no identificadas en las que se incluyen mensajes en la misma línea y estilo a los encontrados en mi celular.
Ya sé que mi voz/herramienta es propensa a sufrir altibajos pues la naturaleza no la dotó de un timbre atronador. Pero las circunstancias han hecho que su capacidad se vea un tanto mermada con una leve dosis de afonía. Dicha afonía era achacada en los respectivos mensajes, a los efectos producidos en mi garganta tras pasar por esta una gran cantidad de desperdicio aéreo compuesto por una alta dosis de descrédito y desinformación con la que se ilustran magníficos y arrolladores reportajes que acaparan la atención de los descontentos que asisten con fervor a la homilía diaria retransmitida desde la catedral mediática de la Bestia instalada al otro lado de ese muro que separa a los supuestos verdugos de las supuestas víctimas.
Se me acusa de colaborar y de prestar mi voz a los intereses de esos monstruos que, a través de monstruos como yo, invaden habitaciones, salones de estar, bares, comedores, pantallas de móviles, etc. Efectivamente, mi voz forma parte de esa estrategia con la que reordenar, reorientar, redirigir, adoctrinar y guiar a los fieles adeptos a la pantalla que os muestra a ese Dios omnipotente poseedor de la verdad. Y que os inocula la pequeña dosis venenosa e invisible a través de ese agujero negro de plasma con el que vuestras vidas es guiada hacia el redil en el que los hombres del futuro han decidido construir un gran campo de concentración en el que celebrar una guerra psicológica sin armas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJA TU COMENTARIO