Observando en el interior de todas estas miradas que nos hipnotizan, a través de las desangeladas páginas de los diarios, nos queda poco tiempo, para transformar esas mismas miradas, en lo que debería ser un estudio introspectivo, minucioso y exhaustivo hacia el interior de la mirada de los que “miramos”.
Los otros seres civilizados que, expectantes juzgamos al asesino, al desviado y cruel carnicero. Al desalmado y frío adolescente que, sin escrúpulos asesina.
Si lo hacemos. Si experimentamos ese momento de mirada interior, hacia esa sociedad que los “alimenta”, descubriremos que el que fomenta, el que alimenta, viste y da lustre al infame, es ese mundo en el que vivimos y del que nos sentimos participes, jueces y amos: Nosotros los seres “humanos.” Los más humanos.
Y nuestra sociedad, una sociedad que ante nuestros ojos, perfecta e indestructible, se ve resentida por locos desviados y asesinos que nada tienen que ver con nosotros. Ni con lo que somos. Y ¿que somos, sino sus maestros y sus verdugos?
¿Acaso nos ha dado alguien autorización para concedernos a nosotros mismos la condecoración de la perfección?
Si somos humanos. O nos consideramos “humanos”, no deberíamos olvidar que gozamos de sus mismos derechos, genes e historia. Provenimos de la misma especie y ser. Hombre o mono. Qué más da.
Lo importante es que ellos son seres humanos. Y no somos nosotros los que pertenecemos a su especie. Son ellos los que pertenecen a la nuestra.
Y esa hambre de sangre y de dolor, es nuestra desde el principio de los tiempos.
¿Que es lo que nos hace querer ser seres independientes de los que son semejantes hasta en la última célula?
Provenimos de sus hermanos. Aquellos hombres que se golpeaban con mazas de madera y usaban taparrabos. Y se abrían el cráneo por un trozo de carne que otro había cazado. Claro. Esta es la cuestión: ellos eran salvajes.
Ya no somos salvajes. Ahí está la respuesta. Quizás la respuesta sea esa: nos consideramos más evolucionados, más civilizados que todos esos carniceros que llevan crímenes a sus espaldas de niños, madres, ancianas.
Será eso. Será que los consideramos seres inferiores. Seres que no han evolucionado. Y somos nosotros los que sí lo hemos hecho. Pues analicémonos: ¿qué hemos hecho gozando de esa perfección mal para crear monstruos? Si somos capaces de responder a esa pregunta seremos capaces de analizar nuestra paternidad en toda esta descontrolada “especie” que consideramos aparte. Con la que no queremos compartir ni un solo gramo de vida.
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