No conoce territorios. Pero no se le escapa ni el más mínimo detalle de cada estrofa, de cada canción, de cada línea.
La cultura del hombre se halla agazapada tras la línea fina o vasta de la conciencia del mundo. No distingue los surcos de la frente de los hombres que contemplan los amaneceres. No distingue las manos quebradas por el trabajo y el desgaste del tiempo. La cultura del hombre ríe mientras los hombres gozan cogiendo las estrellas. Absorbiendo las quimeras de cada día.
Está agazapada en cada montaña cubierta de niebla. Y en los prados por recolectar de ilusiones azotados por las tormentas del sueño.
No despierta. Solo acompaña en la pesadilla. El cerebro de los hombres la reconoce como un rayo fugaz y celestial que hace fluir su sangre azul o de otros colores.
Los colores de la piel de los hombres están teñidos de deseos por conocerla. Por acogerla y someterla a sus antojos.
Los deseos de los hombres son moldearla, escucharla, acunarla hasta que duerma. O hasta que despierte.
Y la cultura le susurra al oído a los hombres, palabras de inquietud, de esperanza y desasosiego. Para que no mueran en el intento por sobrevivir a ella.
Día a día, envuelve en prosa la dirección de sus miradas. Como la amante celosa del viento y de la lluvia que impregnan su piel.
Como la amante celosa, despierta sobresaltada por abrazar con su manto multicolor a los hombres que deambulan por la ladera inhóspita del tiempo olvidado.
Los niños que, con ojos de inocencia, observan la caída de las hojas del tiempo. Son guiados por las manos cultas y afanosas de los hombres que la arropan y guardan en el cofre de oro, donde con celo duermen a su fiel maestra.
Pero ella les exige perseverancia, mas no les obliga.
La cultura de los hombres sin color, espera. No brilla, si no es asaltada por sus miradas. Se diría inquieta, pero sin prisas. Ella no quiere excesos. Solo en la medida de lo posible. No cree en aplazamientos. Podría quemar si quisiese. A esos hombres que la mercantilizan. Podría quemarles eso que ellos llaman “el alma”.
El hombre sin color se quedó sentado al filo de la tarde, que ella elige. Para venir sin ser llamada, ni citada.
Le sorprendió desnudo, igual que a todos sus semejantes.
A.P
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