El cura Francisco Navarrete Serrano, párroco a cargo de la pedanía de Palomares (Almería) en enero de 1966, señaló a sus feligreses que "la mano de Dios" había salvado a la población agrícola de apenas 800 adultos de la destrucción total. Cuatro artefactos termonucleares del tipo Mark 28 F1, de 1,5 megatones cada una, al menos 65 veces más potente que la bomba atómica que destruyó Hiroshima, habían caído del cielo sin llegar a explotar. Eran las 10.22 de la mañana del 17 de enero de 1966 y un superbombardero norteamericano de largo alcance B-52 colisionaba en vuelo con un avión nodriza durante la operación de repostaje.
Francisco Martínez estaba en ese momento sentado en la puerta de su cortijo en la barriada de Los Castos, a unos 40 kilómetros de Palomares, aquel 17 de enero del que se cumplen 50 años: "Aquello es algo que nunca olvidaré. Parecía que el cielo se encendía y el fin del mundo se precipitaba sobre nosotros. A continuación, saltaron trozos en todas direcciones. Luego nos enteramos por la radio de que habían chocado unos aviones, pero no nos dijeron mucho más..."
La queja de Martínez se produjo hace 50 años. Pero podía ser extensible a la actualidad. La opacidad y la falta de transparencia sigue siendo la nota que marca el suceso de Palomares, el mayor accidente nuclear de nuestra historia. De hecho, tras 49 años de diplomacia, el acuerdo alcanzado en 2015 y que compromete a EEUU a llevarse la tierra contaminada que aún queda en Palomares es secreto. Sí se conoce, no obstante, que EEUU no ha dado una fecha para ejecutar el acuerdo y que tampoco se sabe quién pagará el gasto.
De esta manera, Palomares y su contaminación siguen envueltos en un halo de secretismo, dudas y leyendas urbanas sobre el verdadero estado de las tierras y los posibles efectos en los habitantes del plutonio liberado por las bombas nucleares. Tampoco ha ayudado mucho a la credibilidad de los autoridades españolas que la documentación de la época de la Junta de Energía Nuclear (reconvertida en el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) haya desaparecido o, al menos, siga siendo inaccesible para los investigadores.
Y muchos menos que durante años se mantuviera que ya no había tierra contaminada en el lugar y que años después se supiera que quedan 50.000 metros cúbicos de materiales radiactivos en la zona o que el Ciemat no haya explicado a día de hoy cuántas personas y en qué grado han dado positivo por contaminación cuando en conferencias de científicos españoles el extranjero en Fukushima y en Austria que reconocen que al menos 100 vecinos de Palomares estaban por encima de los niveles permitidos.
"Los documentos a los que he tenido acceso muestran que las autoridades españolas conocían desde el inicio que los Estados Unidos estaban dejando tierras contaminadas en España. De hecho, se cambiaron los niveles que habían fijado de contaminación aceptable porque, decían, era muy complicado limpiar estas zonas. Entonces, decidieron dejarla ahí y enterrarla entre 20 ó 30 centímetros. Hasta muy recientemente, las autoridades españolas nunca han reconocido este extremo", explica a Público Rafael Moreno Izquierdo, periodista y autor de la obra La historia secreta de las bombas de Palomares (Editorial Crítica).
Moreno Izquierdo denuncia que Palomares ha sido durante medio siglo un laboratorio nuclear a cielo abierto único en el mundo y donde, según el relato oficial trasladado por las autoridades españoles y estadounidenses, el hombre ha podido vivir y trabajar sin problemas. "[Palomares] ha servido para confirmar teorías de que el ser humano puede vivir en este tipo de atmósfera siempre y cuando los niveles de contaminación radiológica estén controlados y se conozca cómo afectan y evolucionan estos isótopos ante el cuerpo humano", escribe el investigador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Ana Belén Valero es una de las personas que ha desarrollado toda su vida en el "laboratorio" de Palomares. Tiene 36 años y, por tanto, no vivió ese "enorme trueno", según lo describió Manuel González Navarro, hijo del alcalde de la localidad en 1966. Sin embargo, el episodio ha influido en su vida. Cada dos años desde que tiene 12 visita Madrid para hacerse análisis y una especie de chequeo médico. Sale los domingos por la mañana y regresa el martes. Para compensar las pérdidas que provoca que no pueda trabajar esos días en su tienda de móviles, el Estado le da alrededor de 200 euros en cuestión de dietas.
"Los controles me dan confianza en que todo está bien y, además, aquí nunca ha habido malformaciones ni nada por el estilo, ni tampoco hay más casos de cáncer que en el resto del país. Por el lado de la salud estoy tranquila", confiesa Ana Belén, que recuerda ahora como desde los 12 años ha estado recogiendo tomates y hortalizas en una finca que ahora está cerrada al público por tener tierra contaminada.
Ana Belén lamenta que el pueblo sigue estigmatizado y que nadie ha compensado a la población por la lacra que supone ser "el pueblo de las bombas nucleares": "No podemos ni vender lo que producimos con la etiqueta de Palomares". No obstante, este no es el principal problema, ya que el pueblo mantiene una elevada producción de productos agrícolas que se venden con la procedencia de Cuevas del Almanzora. Su mayor queja es contra las autoridades españolas y americanas: "Nadie nos ha explicado nada. Ni las posibles consecuencias o los motivos por los cuales tenemos que estar tranquilos o intranquilos. Vivimos en el desconocimiento y así surgen las leyendas urbanas sobre los efectos del plutonio".
Ahora Ana Belén quiere que España y EEUU ejecuten, por fin, la limpieza absoluta de los terrenos contaminados y realicen una inversión en forma de Museo o Centro de Investigación que compense las pérdidas sufridas a los largo de 50 años. "Quiero que limpien porque no quiero dejar a mis hijos un pueblo contaminado por plutonio", dice Ana Belén.
La madre de esta mujer, Antonia (81 años), utiliza el mismo argumento que su hija, Ana Belén, para defender precisamente la postura contraria. Antonia no quiere que se vuelvan a tocar los terrenos porque liberaría a la atmósfera el plutonio almacenado y eso sería perjudicial para sus nietos. Antonia defiende que los terrenos contaminados se entierren bajo "kilos y kilos de hormigón" y que sobre ellos se construya un parque que recuerde el accidente nuclear de hace cincuenta años". "Siento vergüenza cada vez que salgo del pueblo y me hablan de las bombas nucleares", dice.
El B-52 iba armado con cuatro bombas de hidrógeno B28 [en servicio entre 1958 y 1991], como la que vemos. Es un modelo para ataques nucleares por gravedad, con una potencia explosiva de entre 70 kilotones y 1,45 megatones [La bomba atómica ‘little boy’ lanzada el 6 de Agosto de 1945 sobre Hiroshima tenía una potencia de 12,5 kilotones, equivalente a la detonación de 12.500 toneladas de Trinitrotolueno (TNT)]. Más.
Antonia recuerda perfectamente el accidente del 17 de enero de 1966. Estaba en la escuela de "Don Paco Lunar" preparando el acceso al instituto junto a ocho o diez compañeros. "Comenzamos a escuchar un ruido y sentimos que todo vibraba y pensamos que era un terremoto. La profesora gritaba que nos tiráramos todos al suelo, pero, de repente, vimos un fuego caer del cielo y dos motores aterrizaron al lado de la escuela. Fue horrible. Espantoso", recuerda Antonia, que señala cómo después comenzaron a llegar marines norteamericanos y a limpiar las casas. "Me asusté muchísimo. El miedo rodeaba al pueblo".
Limpieza: Barriles de suelo contaminado en preparación para desmontaje de Palomares a los EE.UU. para su procesamiento. Más.
Estados Unidos desplegó hasta 1.400 soldados en Palomares. La mayoría eran de origen hispano o afroamericano, como recuerda la ex alcaldesa de Palomares, Antonia Flores: "Yo nunca había visto a nadie de un color distinto, y todas las personas que bajaban de esos autobuses eran negros. Hacían fuego por la noche, entonces sólo se les veía el blanco de los ojos y los dientes. Para mí era pánico".
La orden de estos soldados americanos era clara y tajante. "Hagan todo lo que esté en sus manos para recuperar las bombas". Así se había expresado el presidente de EEUU, Lyndon. B. Johnson, nada más salir de la cama el 17 de enero de 1966. Ahí comenzó un tortuoso proceso de búsqueda que se prolongó hasta el 7 de abril, gracias al hoy conocido como 'Paco, el de la bomba', que señaló a los norteamericanos en qué punto había caído la cuarta bomba, cuya existencia hasta ese momento EEUU y España habían negado.
Francisco Simó (Paco, el de la bomba) no recibió ni las prometidas gratificaciones ni un barco de pesca con el que sustituir al que resultó dañado durante el incidente. El Gobierno norteamericano le pagó con una medalla y un certificado de agradecimiento. Más.
Lyndon. B. Johnson
La sumisión española
La España de Franco, que en aquellos momentos estaba desarrollando su proyecto nuclear, podría haber reclamado las bombas para sí. Estaban en su suelo. Sin embargo, España nunca pidió nada. Ni siquiera exigió una compensación económica a EEUU por el desastre ecológico causado. "Franco decidió no sacar ningún rendimiento político del accidente. Sabía perfectamente qué había ocurrido en Palomares, pero prefería el favor político de EEUU que sacar un provecho económico. Y el favor ya lo estaba consiguiendo: gracias a la alianza con los americanos, la España de Franco estaba saliendo del aislamiento internacional", señala Rafael Moreno.
La versión oficial del régimen de Franco era que el accidente afectaba al turismo, principal fuente de ingresos de España. Moreno Izquierdo, por contra, demuestra en su investigación que ese no era la única preocupación de la dictadura. "En el mismo 1966, se acuerda la construcción de una central atómica en Catalunya, Vandellós, con tecnología francesa suministrada por De Gaulle que hubiera permitido tener material para uso tanto civil como militar. Y luego he encontrado un documento en los archivos privados de Franco en el que científicos explican qué tiene que hacer España para obtener un arma nuclear. Hay muy poca información sobre esto pero es cierto que, después del accidente de Palomares, existe una conversación de Franco que el coronel Velarde le cuenta a la periodista Pilar Urbano según la cual el dictador dice que no quiere seguir avanzando en el programa nuclear.
De hecho, Pilar Urbano también reproduce en una de sus obras una conversación entre Muñoz Grandes y Francisco Franco sobre Palomares y la posición de sumisión de España respecto a Estados Unidos: "Mi general, que Fraga se moje la tripa en Palomares diciendo que aquí no ha pasado nada, en lugar de exigir una indemnización de miles de millones (...) me parece hablando y mal y pronto una bajada de pantalones", decía Muñoz Grandes al Generalísimo, según apuntó Pilar Urbano.
La "bajada de pantalones", sin embargo, continuó a lo largo de 50 años más. Franco, con su acuerdo con EEUU, había situado a España en objetivo de la URSS en caso de guerra nuclear. "España corrió el riesgo de haberse vista involucrada en una guerra nuclear. El régimen quiso silenciar el peligro, pero las capas militares y políticas eran conscientes del peligro", incide Rafael Moreno.
La ONG Ecologistas en Acción ha venido denunciando sistemáticamente la "dejación de responsabilidades" de las autoridades españolas. "Desde la muerte de Franco España ha reclamado periódicamente Gibraltar al Estado británico. Podría haber hecho lo mismo con Palomares. Pero no ha sido así. España ha intentado pasar de puntillas sobre este tema. Ha habido ocasiones en las que se han firmado tratados bilaterales, como la extensión de la base de Morón o el despliegue del escudo antimisiles en las que España debería haber puesto como línea roja la limpieza de Palomares.
En los cables de Wikileaks, además, se lee como el embajador norteamericano dice que las autoridades españolas no muestran mucho interés", señala a Público Francisco Castejón, portavoz de Ecologistas en Acción e investigador en fusión nuclear del CIEMAT.
En los cables de Wikileaks, además, se lee como el embajador norteamericano dice que las autoridades españolas no muestran mucho interés", señala a Público Francisco Castejón, portavoz de Ecologistas en Acción e investigador en fusión nuclear del CIEMAT.
El primer happening político
Pero Palomares también ha supuesto mucho más para España. Concretamente, el episodio de las bombas nucleares marcó un cambio en la política comunicativa del franquismo y el encumbramiento de la nueva promesa del régimen: Manuel Fraga. Durante semanas, el Estado norteamericano y el español negaron la existencia de una cuarta bomba perdida en el mar. Franco había impuesto una censura total. No se podía publicar nada al respecto, pero los lugares comenzaban a reconocer en boca de los americanos la palabra "radioactivo" y la prensa extranjera (y también la pirenaica) comenzaba a filtrar información que llegaba a los ciudadanos en forma de rumor.
Sin embargo, conforme pasaban los días mantener la prohibición era cada vez más absurdo y peligroso. La espiral de mentiras llegó al punto de que el 1 de marzo la mayoría de periódicos españoles reprodujo unas declaraciones del presidente de la JEN, José María Otero, que no había "ni un solo caso de contaminación radiactiva que merezca tal nombre".
El embajador americano en 1966 en España, Angier Biddle Duke, sugirió entonces a Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo de la dictadura, (a propuesta de la mujer del embajador americano, que había sido directora de Relaciones Públicas y Publicidad de Pepsi) que un baño en la zona podía ser la imagen necesaria para evitar cualquier tipo de recelo sobre la posible contaminación de la zona. "Te tomo la palabra, nos bañamos juntos", replicó Fraga.
Angier Biddle Duke
Fraga eligió entonces un grupo escogido de periodistas, fotógrafos y camarógrafos de total confianza y organizó un recibimiento al estilo Bienvenido Míster Marshall en Palomares con banda de música, pancartas y el pueblo entero en el papel de extras entusiasmados. La fecha escogida fue el 8 de marzo. El baño duró 15 minutos ante las cámaras de TVE y de la televisión norteamericana.
La historia del baño fue tímidamente recogida dentro de España pero fue un gran éxito internacional y constituyó el lanzamiento de Fraga como el futuro del franquismo. "El éxito informativo le reforzó como la persona que podía ser el futuro de la dictadura. Él demostró que era capaz de mantener las líneas rojas pero con una imagen más abierta y le dio fuerza para, un año después, aprobar la nueva Ley de Prensa, que eliminaba la censura previa", señala Moreno Izquierdo.
El final del túnel
Con la foto de Fraga, el rescate de la bomba el 7 de abril y la limpieza total de la zona, según las informaciones difundidas en aquel momento, se puso fin a la crisis. Sin embargo, una vez más las informaciones eran inciertas. La contaminación continuó en el terreno con el conocimiento de las autoridades españolas y hasta que la especulación inmobiliaria de finales del siglo XX y el desarrollo de la agricultura intensiva reactivó el interés en la zona, provocando que el CIEMAT y el Consejo Seguridad Nuclear realizara una reevaluación de la contaminación remanente evidenciando que la contaminación residual era superior a la estimada inicialmente. El acuerdo con EEUU parece el final del túnel de la crisis de Palomares.
Mientras tanto, cada vez que llega el 17 de enero, la población de Palomares vuelve a sufrir el estigma de ser el pueblo "de las bombas nucleares" con el consecuente enfrentamiento en el pueblo entre los que quieren que se limpie y los que quieren olvidar el episodio bajo kilos de hormigón. "Parece un tema tabú. Aquí nos cuesta hablar de esto", reconoce Ana Belén, que reclama a las autoridades americanas que realicen una gran inversión en la zona. "Me gustaría un Museo que contara la historia lo más digna posible. Si los americanos se gastan el dinero en las guerras, que se los gasten también en los accidentes", sentencia.
Texto oiginal 16.01.2016
A pesar de que Obama anunciaba en junio de 2016 una visita a España, según la Agenda, esta no contemplaba ninguna visita a Almería.
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