Sobre el totum revolutum de la investigación y los trabajos a medida.
Nada parece respaldar tanto la veracidad de un mensaje como el aval de un estudio. La muletilla “según un estudio” es moneda corriente en las informaciones periodísticas de salud y cada vez más en los mensajes publicitarios de productos en los que el valor salud es importante (por desgracia, periodismo y publicidad se mezclan y confunden a menudo).
La palabra estudio tiene las espaldas tan anchas y tan amplias las tragaderas que lo mismo sirve para designar una encuesta de medio pelo que una rigurosa investigación científica, un intrascendente análisis estadístico que un ensayo clínico. Pero lo cierto es que aludir vagamente a “un estudio” no dice nada si no se añaden a continuación los datos esenciales de dicho trabajo. Y de esta imprecisión y calculada ambigüedad se aprovechan, obviamente, los trabajos más chapuceros, que no sólo se utilizan para publicitar los supuestos beneficios de un producto sino que encuentran además eco en algunas informaciones periodísticas, para mayor desgracia y desconcierto del consumidor.
La palabra estudio tiene las espaldas tan anchas y tan amplias las tragaderas que lo mismo sirve para designar una encuesta de medio pelo que una rigurosa investigación científica, un intrascendente análisis estadístico que un ensayo clínico. Pero lo cierto es que aludir vagamente a “un estudio” no dice nada si no se añaden a continuación los datos esenciales de dicho trabajo. Y de esta imprecisión y calculada ambigüedad se aprovechan, obviamente, los trabajos más chapuceros, que no sólo se utilizan para publicitar los supuestos beneficios de un producto sino que encuentran además eco en algunas informaciones periodísticas, para mayor desgracia y desconcierto del consumidor.
Esta situación es especialmente llamativa en los productos alimenticios. La importancia que tiene la dieta en la salud, la demonización de algunos nutrientes (el colesterol, sin ir más lejos) o la santificación de otros (las vitaminas, por ejemplo) y la obsesión con las calorías y el sobrepeso, entre otras circunstancias, son el terreno abonado para que los fabricantes de alimentos se afanen por colocar a sus productos la etiqueta de saludable (algunos, como los bodegueros de EE UU, lo consiguieron).
Hay estudios para avalar los beneficios de alimentos tan dispares como el vino y las nueces, los cereales de desayuno y el agua mineral carbonatada. Y todo parece indicar que si una empresa o lobby están dispuestos a financiar “un estudio” siempre será posible obtener un mensaje de salud favorable a sus intereses comerciales.
Pero la actual inflación de estudios a medida empieza a ser tóxica, más que nada porque el mensaje que llega a la ciudadanía no suele considerar el peso de las pruebas científicas, y bajo el señuelo de “un estudio” se proclaman todo tipo de recomendaciones y afirmaciones, muchas de ellas sin confirmar.
Hay estudios para avalar los beneficios de alimentos tan dispares como el vino y las nueces, los cereales de desayuno y el agua mineral carbonatada. Y todo parece indicar que si una empresa o lobby están dispuestos a financiar “un estudio” siempre será posible obtener un mensaje de salud favorable a sus intereses comerciales.
Pero la actual inflación de estudios a medida empieza a ser tóxica, más que nada porque el mensaje que llega a la ciudadanía no suele considerar el peso de las pruebas científicas, y bajo el señuelo de “un estudio” se proclaman todo tipo de recomendaciones y afirmaciones, muchas de ellas sin confirmar.
Una de las últimas recomendaciones, basada obviamente en un estudio, es la de consumir helados por su riqueza en proteínas y su acción contra el estrés. El estudio en cuestión invoca razones nutricionales, sensoriales y de bienestar. Pero, ¿qué alimento fresco o elaborado no podría asimismo recomendarse por alguna razón nutritiva, sensorial o de bienestar? Lo cierto es que todos los alimentos son recomendables y sanos por el hecho de serlo, y hacer recomendaciones aisladas sin considerar el contexto de una dieta no tiene sentido y no es muy diferente de la simple publicidad. Por desgracia, los médicos carecen del tiempo y los conocimientos nutricionales necesarios para desmontar tantas falacias encubiertas bajo la palabra estudio y, de paso, ayudar a los pacientes-consumidores a tomar decisiones informadas.
Más:
Según un Estudio Blog
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