En diversas ocasiones he hablado y escrito sobre lo que he denominado el efecto Carter (la última de ellas, en mi libro La izquierda ante el colapso da civilización industrial. Apuntes para un debate urgente): el temor de las fuerzas políticas conscientes de que hay que hacer un sacrificio social importante para adaptarnos a un futuro de escasez energética, a que dicho discurso provoque tal rechazo en el electorado que se pierdan las elecciones ante oponentes políticos con un discurso basado en un optimismo irracional.
El nombre procede del hecho de el presidente por aquel entonces de Estados Unidos, Jimmy Carter, en las elecciones posteriores a su famoso discurso televisado sobre energía de 1977 (al año siguiente de haber ganado por la mínima las elecciones frente a Gerald Ford) celebradas en 1980, perdió frente a Ronald Reagan por un claro 41% frente al 50,8% de los votos, casi un 9 frente a 91% de los distritos electorales.
El nombre procede del hecho de el presidente por aquel entonces de Estados Unidos, Jimmy Carter, en las elecciones posteriores a su famoso discurso televisado sobre energía de 1977 (al año siguiente de haber ganado por la mínima las elecciones frente a Gerald Ford) celebradas en 1980, perdió frente a Ronald Reagan por un claro 41% frente al 50,8% de los votos, casi un 9 frente a 91% de los distritos electorales.
Con este precedente histórico, es comprensible el temor de cualquier partido, sea del color que sea, a presentar las cosas en los tonos que lo hacía Carter en dicho discurso o en los debates celebrados en aquella cita electoral. Carter no negaba que el ahorro necesario iba a implicar un importante sacrificio, aunque lo paliaba con un discurso positivo acerca de la creación de puestos de trabajo y la potenciación de energías autóctonas y el desarrollo de las renovables y la eficiencia. Es decir, lo que podríamos calificar como un discurso peakoiler light en términos actuales, bastante suave. Aun así, perdió. Y ese es el dato con el que muchos políticos de hoy se quedan, a la hora de plantearse si hablarle al público o no, con franqueza, del problema al que se enfrenta nuestra civilización en su conjunto y cada una de las sociedades industrializadas.
No obstante, creo que es posible ver de otra manera lo que le sucedió a Carter y al Partido Demócrata estadounidense, en términos cuantitativos y poniéndolo en su contexto histórico. Aplicando lo de ver la botella medio llena, o los aspectos positivos en los fracasos, podríamos pensar que pese a aquel discurso, Carter recibió el apoyo de nada menos que 35 millones y medio de electores, y que sólo perdió por el 10% de los votos, lo cual no es algo excesivo, como para pensar que con tal discurso era totalmente imposible ganar. No debemos olvidar que existían otros factores en contra de Carter, aparte del tema de la impopularidad de su política energética y de los sacrificios que con sinceridad planteaba. Tampoco podemos olvidar que por aquel entonces el cambio climático no era una realidad aceptada ampliamente (al menos en Europa) como lo es hoy día, ni que existía una conciencia tan clara de que había que abandonar los combustibles fósiles como hay en la actualidad (otra cosa es que de ahí se derive la necesidad de decrecer, por ejemplo, como ya nos explicaba Riechmann no hace mucho).
Con esta perspectiva no resultaría totalmente ilusorio pensar en que una campaña bien orquestada, en el momento adecuado, en un país mínimamente preparado, pudiese no solo mantener sino superar ese 41 vs. 51% de Carter, e incluso ganar unas elecciones.
España no son los EE.UU., ni la 2ª década del siglo XXI es la 8ª del XX (nada menos que 35 años nos separan). Es decir, el efecto Carter tiene más de temor ante una posibilidad que de realidad insuperable. Le podemos dar la vuelta y pensar que 35 millones de personas dieron su confianza a un presidente con el discurso duro pero ilusionante del sacrificio, el ahorro energético y una profunda trasformación social ante el agotamiento de la energía fósil.
España no son los EE.UU., ni la 2ª década del siglo XXI es la 8ª del XX (nada menos que 35 años nos separan). Es decir, el efecto Carter tiene más de temor ante una posibilidad que de realidad insuperable. Le podemos dar la vuelta y pensar que 35 millones de personas dieron su confianza a un presidente con el discurso duro pero ilusionante del sacrificio, el ahorro energético y una profunda trasformación social ante el agotamiento de la energía fósil.
…Aunque quizás haya que esperar a que nuestro electorado sufra racionamientos de gasolina como habían sufrido aquellos electores por dos veces en la década anterior, para que se alcance una concienciación por los hechos equiparable.
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