Durante la conferencia ‘Doctors for Disaster Preparedness’ que se llevó a cabo el 16 de agosto de 2020 en Las Vegas, Nevada, la Dra. Lee Merritt —una cirujana ortopedista de Logan, Iowa— presentó su ponencia “SARS-CoV2 and the Rise of Medical Technocracy”.
En ella analiza cómo se puede influir en el poder geopolítico mediante la falta de un ejército o una guerra declarada. Habla de la disonancia cognitiva que enfrentamos en la actualidad, cuando lo que dicen no corresponde con los hechos o con el pensamiento lógico.
Y analiza cómo los tecnócratas médicos, los llamados expertos médicos y líderes políticos que han enloquecido al mundo como respuesta al COVID-19, se han equivocado en todo lo que nos han estado diciendo.
Se han equivocado sobre la evaluación inicial de riesgos, las pruebas, las medidas preventivas, el uso de tapabocas y el distanciamiento social. Han mezclado los “casos” o las pruebas positivas con la enfermedad real. También son culpables de errores de omisión, ya que no expresan lo que creen los médicos y científicos.
“Puedo darles el beneficio de la duda cuando se equivocan en una o dos cosas, pero cuando se equivocan en todo, no es por casualidad”, explica Merritt. “Tenían que haber ideado lo mejor para nosotros si es algo que les preocupaba”.
El comienzo de la tecnocracia
Merritt atribuye su comprensión de la tecnocracia al libro de Patrick Wood titulado Technocracy Rising: The Trojan Horse of Global Transformation. Mientras que Wood también es el editor en jefe del sitio web Technocracy News & Trends. Hace poco entrevisté a Wood. Su entrevista aparece en mi artículo “Los peligros apremiantes de la tecnocracia“.
Como explicaron Wood y Merritt, la tecnocracia es una ideología construida alrededor del gobierno totalitario por líderes no electos. La tecnocracia comenzó en la década de 1930 durante la Gran Depresión, cuando los científicos e ingenieros se unieron para resolver los problemas económicos de la nación.
Parecía que el capitalismo y la libertad empresarial iban a decaer, por lo que decidieron inventar un nuevo sistema económico. Llamaron a este sistema “tecnocracia”. La palabra proviene de la palabra “techn”, que significa “habilidad”, y del Dios “Kratos”, quien personifica el poder. Como explica Merritt, un tecnócrata es una persona que ejerce poder sobre las personas con base en sus conocimientos.
Según las muertes per cápita, la tasa de mortalidad por COVID-19 es del 0.009 %. Eso significa que la probabilidad de sobrevivir a esta enfermedad es del 99.991 %.
Al ser un sistema económico, la tecnocracia depende de los recursos. En lugar de basar el sistema económico en la fijación de precios como la oferta y la demanda, este sistema se basa en los recursos energéticos. Es decir, bajo este sistema, se dictamina qué recursos pueden utilizar las empresas y cuáles se pueden vender.
Un ejemplo de este sistema es cuando el antiguo presidente Obama buscaba implementar multas económicas para las personas que no querían o podían comprar un seguro médico, por lo cual no se tenía la libertad de elegir si una persona deseaba adquirir un servicio o no. Las únicas opciones son adquirir lo obligatorio o pagar una multa.
El sistema tecnocrático también implica, de hecho, requiere ingeniería social, que se basa en recopilar información de manera masiva y utilizar inteligencia artificial. Desde entonces, los tecnócratas han avanzado pasando desapercibidos, y su agenda se está volviendo cada vez evidente.
El imperio de los tecnócratas también se ha hecho evidente durante la pandemia. La censura y manipulación de la información médica es parte fundamental de la ingeniería social de este sistema.
Mentiras sobre el riesgo de muerte por COVID-19
En su conferencia, Merritt repasa varias mentiras de la élite tecnocrática, las cuales comienzan por el riesgo de muerte. De acuerdo con las muertes per cápita, la tasa de mortalidad por COVID-19 es del 0.009 % (709 000 personas han muerto a causa del COVID-19 a nivel mundial, mientras que la población mundial es de 7800 millones). Eso significa que la probabilidad de sobrevivir a esta enfermedad es del 99.991 %.
Nueva York, que es el área con la tasa de mortalidad más alta, tiene una tasa de muerte per cápita del 0.17 %; sin embargo, el Dr. Anthony Fauci elogió a Nueva York por su excelente respuesta para combatir el COVID.
Este es solo un ejemplo que ha causado disonancia cognitiva, ya que no es lógico elogiar el área con una mayor tasa de mortalidad (incluso si es baja) por tener una de las mejores respuestas.
Resulta curioso que, cinco de los seis países con las tasas de mortalidad más bajas (entre el 0.00003 % y el 0.006 %) tomaron otras medidas de respuesta a la pandemia, ya que implementaron el distanciamiento social ni el cierre de negocios.
Sin embargo, se nos dice que estas medidas son muy necesarias y deben continuar, quizás de manera indefinida. Esto también crea una disonancia cognitiva masiva, ya que va en contra de toda lógica. Si una acción no tiene un beneficio observable, no tiene sentido continuar, y mucho menos afirmar que era y es necesario.
Movimiento deliberado sobre las “pruebas positivas” y los “casos”
Además, en lugar darles esperanzas a las personas y regresar a la normalidad cuando la cifra de mortalidad comenzó a disminuir, la narrativa cambió la atención a los “casos”, es decir, las personas que obtuvieron un resultado positivo de SARS-CoV-2, sin importar si tenían síntomas. Más disonancia cognitiva, ya que la medida principal de amenaza es la letalidad.
Como señaló Merritt, desde la antigüedad, un “caso” se refiere a una persona enferma y no a una persona que no presenta síntomas de enfermedad.
Ahora, este término médico bien establecido, ha sido redefinido para referirse a una persona que obtiene un resultado positivo en la prueba de presencia de ARN viral. “Eso no es epidemiología, sino un fraude”, dice Merritt.
Además, la mayoría de las pruebas utilizadas no tienen puntos de referencia, lo que significa que no sabemos cuáles son las tasas de falsos positivos y falsos negativos. Y, muchas áreas están abordando “casos” adicionales cuando una persona obtiene un resultado positivo y ha estado cerca de otras personas. “Eso es fraude”, dice Merritt.
Es posible observar que la propaganda del miedo causado por los tecnócratas está funcionando en una encuesta reciente, que encontró que los ‘millennials’ consideran que el 2 % de su generación morirá a causa del COVID-19. “Eso es 10 000 veces mayor que las cifras reales”, explica Merritt. “No concuerda con la realidad”.
Mentiras sobre el uso de tapabocas
La segunda mentira trata sobre los beneficios de usar tapabocas. “No existe un respaldo científico, entonces, ¿por qué las usamos?” Pregunta Merritt. Es “solo una señal de sumisión”. Como se señaló en su presentación, “The strongest argument for mask wearing is it sounds good” (El argumento más fuerte contra el uso de tapabocas es que no funcionan en lo absoluto).
Junto a esa cita hay una foto del rostro de un hombre cubierto de partículas de polvo después de serrar placas de yeso con un tapabocas medico de clase II, con la leyenda: “Cada partícula de polvo de yeso mide 10 micrones. El coronavirus mide 0.125 micrones. ¿Alguna pregunta?”
El coronavirus es casi 100 veces más pequeño que el polvo de yeso. Es decir, los tapabocas quirúrgicos no pueden bloquear el coronavirus (o cualquier otro virus).
Las cajas de los tapabocas quirúrgicos vienen con una advertencia de que los tapabocas “no ofrecen ninguna protección frente al COVID-19 u otros virus” y “no reduce el riesgo de contraer ninguna enfermedad o infección”.
Lo mismo ocurre con los respiradores N95, ya que solo bloquean partículas de más de 0.3 micrones. Los respiradores N95 se utilizan en entornos hospitalarios para proteger frente a la tuberculosis, ya que el virus de la tuberculosis tiene un tamaño de 3 micrones.
Sin embargo, es importante usar la talla correcta, ajustarlo a su rostro de manera adecuada y seguir ciertos procedimientos al ponérselo y quitárselo para evitar la contaminación cruzada.
Los respiradores de OSHA, utilizados por trabajadores de construcción y otras industrias, también filtran hasta 0.3 micrones, pero están equipados con una válvula unidireccional. Por lo tanto, solo filtra el aire que entra, y no el aire que sale. Entonces, esto no protege a los demás.
La calidad de los datos es lo que importa
Merritt también analiza el artículo “Identifying Airborne Transmission as the Dominant Route for the Spread of COVID-19” en la revista científica PNAS, en la que los autores pretenden apoyar el uso de tapabocas al considerar la ciudad de Nueva York como modelo. Según Merritt, ella tiene serias preocupaciones sobre este estudio, ya que no controla el factor que reduce la humedad.
Cuanto mayor sea la humedad, menor será la tasa de contagio. El documento también tiene “todas estas referencias extrañas”, dice Merritt, “que no están relacionadas con los precursores de cualquier cosa que se mire para hacer este tipo de investigación”.
Es más, al menos uno de los autores mencionados, Yuan Wang, no tiene antecedentes médicos. Está en la división de ciencias planetarias y geológicas de Cal Tech.
El gráfico que demuestra que la tasa de contagio en la ciudad de Nueva York disminuyó cuando se ordenó el uso de tapabocas también coincide con la pendiente natural que se observó en Suecia (que no tenía ninguna restricción ni mandato de tapabocas) a medida que la infección seguía su curso. De ninguna manera prueba que el uso de tapabocas prevenga la infección. “Considero que este es un fraude muy sofisticado”, dice Merritt.
También revisa otras publicaciones en la literatura médica que demuestran que los tapabocas no protegen frente a las infecciones virales, incluyendo una revisión de mayo de 2020 de los propios Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), sobre la cual escribí en mi artículo anterior “OMS admite que no hay evidencia de que los tapabocas prevengan las infecciones virales”.
En esa revisión, los CDC concluyeron que los tapabocas no protegen frente a la influenza en entornos que no están relacionados con la atención médica.
Merritt también cita estudios que demuestran que no hay diferencia entre los tapabocas quirúrgicos y los respiradores N95. Para comprender mejor la ciencia, Merrit recomienda leer el artículo de Denis Rancourt, “Masks Don’t Work: A Review of Science Relevant to COVID-19 Policy” (Las máscaras no funcionan: una revisión de la ciencia relevante para la política social COVID-19)
Mentira sobre el uso de tapabocas y el distanciamiento social
La sospecha de que los tapabocas son poco más que un símbolo de represión también se fortalece por el hecho de que los legisladores se están excluyendo a sí mismos y a ciertas categorías de trabajadores.
Dos ejemplos dados en la conferencia de Merritt es el mandato de tapabocas en la ciudad de Washington D.C., que excluye a los legisladores y empleados del gobierno. En Wisconsin, el gobernador ha excluido a todos los políticos de este mandato.
Si los tapabocas realmente funcionaran, ¿no serían lógicos que estos trabajadores los utilizaran en todas partes para no enfermarse y morir?
La tercera mentira que revisa Merritt es la regla de distanciamiento social de 6 pies. Treinta y cuatro minutos después de la conferencia, es posible encontrar un video de un estudio publicado el 26 de marzo de 2020 en JAMA Insights, que demuestra las emisiones de partículas que se liberan al estornudar.
En este estudio, demostraron que las emisiones pueden alcanzar de 7 a 8 metros (23 a 27 pies), muy lejos de la distancia que dijeron que nos mantendrá a todos a salvo.
Los agentes lisosomotrópicos no funcionan
La mentira número 4 que Merritt considera la más grande de todas, es que los agentes lisosomotrópicos (medicamentos que acidifican el lisosoma) como la cloroquina y la hidroxicloroquina no funcionan. Fauci ha declarado que estos medicamentos no funcionan, que no hay evidencia suficiente o que la evidencia es solo anecdótica.
Sin embargo, los propios Institutos Nacionales de Salud publicaron una investigación en 2005 que demostraba que la cloroquina tiene la capacidad de inhibir la infección y la propagación del coronavirus del SARS, y que en realidad tiene beneficios profilácticos y terapéuticos.
Como director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), que forma parte de los NIH, desde 1984, Fauci debe estar al tanto de estos hallazgos.
En cuanto a cuál podría ser el motivo para detener el uso de hidroxicloroquina, a pesar de toda la evidencia que demuestra que funciona cuando se usa al principio del tratamiento, Merritt señala un estudio de 2006 en el Virology Journal, con el título de “In Vitro Inhibition of Human Influenza A Virus Replication by Chloroquine”.
Ese estudio entregó “pruebas abrumadoras de que la cloroquina inhibe la influenza A”, dice Merritt. Ahora bien, si un medicamento genérico puede prevenir la infección por influenza, ¿para qué necesitaríamos las vacunas que combaten la influenza estacional?
Otro artículo “Effects of Chloroquine on Viral Infections: An Old Drug Against Today’s Diseases?”, publicado en The Lancet Infectious Diseases en 2003, discutió el potencial de la cloroquina para combatir una variedad de enfermedades virales.
Por lo tanto, no solo podríamos tener un remedio económico para combatir la gripe, sino que también podría ser beneficioso para combatir muchas otras enfermedades. En resumen, si estos medicamentos fueran reconocidos por sus beneficios antivirales, podrían afectar el negocio de la industria farmacéutica. Esa podría ser la razón por la que no se aconseja su uso.
Todo tiene que ver con el dinero
Merritt también revisa la experiencia clínica del Dr. Vladimir Zelenko con la hidroxicloroquina. Por supuesto, los medios menospreciaron a Zelenko en lugar de elogiar sus éxitos para combatir el COVID-19.
Aún más atroz, señala Merritt, fue el hecho de que un fiscal federal de Baltimore inició una investigación sobre Zelenko con base en su declaración de que la hidroxicloroquina está aprobada por la FDA. “Está aprobada por la FDA”, dice Merritt. “La FDA no tiene que volver a autorizar su uso cuando hay una nueva indicación”.
Los médicos siempre han tenido la capacidad de recetar medicamentos para otros problemas de salud una vez que han sido aprobados por la FDA, que es lo que los médicos han estado haciendo con la hidroxicloroquina. Pero ahora, de repente, esa práctica común (y legal) se presenta como controvertida, poco ética o ilegal.
Didier Raoult, microbiólogo francés, experto en enfermedades infecciosas y ganador de un premio científico, así como fundador y director del hospital de investigación Institut Hospitalo-Universitaire Méditerranée Infection, dijo que cuando a los pacientes se les administró una combinación de hidroxicloroquina y azitromicina inmediatamente después de su diagnóstico, la tasa de recuperación y “cura virológica” fue del 91.7 %.
Merritt también revisa la ciencia que se ha utilizado para suprimir el uso de hidroxicloroquina, al referirse a estos estudios como “un nuevo nivel de documentos falsos”. En un caso, los autores sacaron el conjunto de datos de la nada. Ellos lo inventaron. Sin embargo, estos artículos se publicaron en The Lancet y The New England Journal of Medicine, dos de las revistas médicas más prestigiosas del mundo. Vale la pena preguntarse cómo pudo suceder eso.
Como señaló Merritt, lo que se nos dice y lo que los hechos confirman no tiene sentido:
La hidroxicloroquina cuesta entre 10 y 20 dólares, está aprobada por la FDA, tiene pocos efectos secundarios y se ha demostrado que reduce hasta un 50 % la tasa de muerte cuando se administra al comienzo del tratamiento de COVID-19.
Sin embargo, Fauci está impulsando el uso de remdesivir, un medicamento por vía intravenosa para la infección grave por COVID-19 en etapa tardía que cuesta 3600 dólares y se ha demostrado que causa efectos secundarios graves hasta en el 60 % de las personas y no reduce la tasa de mortalidad. Solo reduce la tasa de recuperación hasta un 31 %, o cuatro días.
Merritt considera que la razón por la que no estamos adoptando la hidroxicloroquina es porque podría destruir la industria de las vacunas de 69 mil millones de dólares. Eso puede justificar un encubrimiento, señala.
El medicamento podría eliminar una de las herramientas más importantes del poder geopolítico que tienen los tecnócratas, que es el terrorismo biológico. Si sabemos cómo tratarnos y protegernos frente a los virus diseñados, su capacidad para mantenernos con miedo se desvanece.
Mentiras por omisión y sus motivos
Por último, pero no menos importante, Merritt analiza las mentiras por omisión, hechos que habrían salvado vidas si hubieran sido promovidos. Esto incluye datos que demuestran que los niveles más altos de vitamina D reducen la gravedad y la mortalidad de la infección por COVID-19. Entonces, ¿quién se beneficia de suprimir información vital y de promover mentiras?
Según dos investigadores, John Moynahan y Larry Doyle, Bill Gates negoció un contrato para rastrear personas por 100 mil millones de dólares con el congresista demócrata Bobby L. Rush, quien también presentó un HR 6666, la Ley de rastreo del COVID-19, seis meses antes de que estallara la pandemia de COVID-19, durante una reunión de agosto de 2019 en Ruanda, África Oriental.
El gobierno de los Estados Unidos también compro 100 millones de dosis de una vacuna contra el COVID-19 que Pfizer y BioNTech aún están desarrollando. Como señaló Merritt, seguimos observando cómo las compañías farmacéuticas financian grupos de trabajo sobre enfermedades, y obtienen miles de millones en ganancias cuando estalla una enfermedad.
Pero además de las ganancias, Merritt está convencido de que hay otra razón detrás de las respuestas a la pandemia. Ella señala cómo en unos cuantos meses, hemos cambiado de un estado de libertad a un estado de totalitarismo. Y esto se logró a través de los mecanismos tecnocráticos de la ingeniería social, que por supuesto implica manipulación psicológica.
Herramientas de manipulación psicológica
Merritt revisa el trabajo del profesor de psiquiatría de Albert Biderman sobre la manipulación psicológica y su “tabla de coerción”, todo lo cual puede estar relacionado con la respuesta COVID-19:
Técnicas de distanciamiento. Distanciamiento social, distanciamiento de los seres queridos y confinamiento solitario.
Monopolizar la percepción. Monopolizar el ciclo de noticias 24 horas al día, 7 días a la semana, censurar las opiniones y crear entornos estériles al clausurar bares, gimnasios y restaurantes.
Técnicas denigrantes. Reprender, avergonzar a las personas (o incluso atacar físicamente) a quienes se niegan a usar tapabocas o mantener su distancia social o que eligen su libertad sobre el miedo.
Debilidad inducida. Verse obligado a permanecer en casa y no poder ejercitarse ni socializar.
Amenazas. Amenazas de quitarle a sus hijos, aislamiento prolongado, cierre de negocios, multas por incumplimiento de las reglas de tapabocas y distanciamiento social, vacunación forzada, etc.
Demostrar omnipotencia. Detener al mundo entero, reclamar autoridad científica y médica.
Cumplimiento de demandas. Los ejemplos incluyen a los miembros de la familia que se ven obligados a mantener su distancia en el banco a pesar de llegar juntos en el mismo automóvil, tener que usar un tapabocas al ingresar a un restaurante, aunque es posible quitárselo tan pronto y se siente, o tener que usar uno al caminar solo en la playa.
Complacencia ocasional. Reapertura de algunas tiendas y restaurantes, con solo una capacidad determinada. Sin embargo, parte del plan de coerción es que las indulgencias siempre se vuelven a quitar, y es posible que tengamos que detener el mundo de nuevo este otoño.
Merritt incluye mucha información en su presentación, por lo que recomiendo tomarse el tiempo para consultarla. Aparte de lo que ya he resumido anteriormente, también explica lo siguiente:
La influencia de la Organización Mundial de la Salud y su mayor patrocinador, Bill Gates, y sus muchas conexiones con las industrias de medicamentos y vacunas, la economía digital y las tecnologías de seguimiento digital
Las curiosas similitudes entre el Evento 201 financiado por Gates y los eventos mundiales actuales
Los constantes fracasos para crear vacunas para combatir el coronavirus en el pasado, ya que todos los ensayos revelaron que las vacunas causaron una mejora inmunológica paradójica, que hizo que la enfermedad fuera más letal
Conflictos de intereses de Fauci
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