LA ZONA DEL PENSAMIENTO : La Ardilla de la suerte

La ardilla de la suerte, habitaba en un Bosque tan tupido y tan enorme, que a los lugareños ya les cogía de extraño su buena conservación, y el que nunca se hubiera producido ningún incendio, ni tala. Se podría decir que era uno de los pulmones de la región mejor conservados. 

La Ardilla de la suerte, por tanto, era doble afortunada. Nadie sabía de su existencia. Aunque los depredadores la persiguieran con ahínco, contaba con una doble suerte, pues era el gran secreto del Bosque y de quién lo compartió con ella misma.

Se trataba de un pequeño rubio y de ojos castaños que apareció un día por sorpresa, pero que pronto, se convirtió en el mejor amigo de la Ardilla de la suerte.

Aquel día, la Ardilla de la suerte, despertaba de un largo sueño, cuando de pronto, vio como unos ojillos pequeños y brillantes, la observaban en silencio con la respiración entrecortada. El “flechazo” no se hizo esperar, y en cuestión de minutos, se produjo una conexión entre ambos tal, que cada uno sabía lo que decía y pensaba el otro al instante. Una comunicación casi en forma de telepatía, les hizo ser a cada uno en su mundo, el centro de un Universo aparte.

En el mismo instante, entablaron un diálogo telepático, que cada vez que uno daba por finalizado para quedar al día siguiente, les dejaba extasiados y satisfechos.

Aquel pequeño no aprendió más en su vida, como cuando tuvo la suerte de contactar con la Ardilla de la suerte. Ni siquiera en la escuela, hubiera aprendido la cantidad de cosas que la sabiduría de la Ardilla de la suerte le transmitió durante el tiempo que duró aquella amistad.

Cuando aquel pequeño fue adulto, escribió aquella experiencia a modo de Cuento para sus hijos, y se encargó de transmitir aquel conocimiento para que, tanto sus hijos, como los niños que conocieran aquella historia, se hicieran adultos conociendo el secreto que durante años, había guardado tan celosamente.

Recuerda que lo primero que la Ardilla de la suerte le preguntó nada más verlo, fue su nombre.

Entre balbuceos, este contestaba: 

- Me llamo Phil…
- Pero, a mí me parece que tú no te has perdido, ¿verdad?
- No, contestó el pequeño.
- Entonces, sabrás lo que soy, ¿cierto?
- Si…eres una Ardilla como la del Cuento.
- ¡Vaya!, aparezco en un Cuento… ¿Y cómo se llama ese Cuento?
- Se llama La Ardilla de la suerte, contestaba automáticamente el pequeño Phil.
- Entonces, tú crees que soy la Ardilla del Cuento, si no me equivoco…
- Puede ser, contestó lacónicamente el pequeño.

La ardilla de la suerte, se recostó sobre el Tronco del que acababa de salir, y en el que el pequeño Phil se hallaba recostado. Se colocó justo frente a él, mientras este permanecía con las manos entre las mejillas mirando frente a frente a la Ardilla. Esta, se colocó de manera que él la pudiera escuchar con atención, pues lo que iba a enseñarle, podía serle de gran ayuda al pequeño. A parte de prevenirlo sobre los peligros del Bosque, también lo previno a cerca de las caídas de los árboles. Aquel en el que se encontraban, no estaba a una altura excesiva, porque se trataba de un viejo Tronco medio caído por el que el pequeño había trepado sin dificultad.

- ¿Desde cuándo sabes que vivo aquí?, preguntó muy maternal la Ardilla.
- No lo sé. La verdad es que sentí curiosidad por saber que había en el agujero…pero, tú hablas igual que la del Cuento…
- Sí. Pero no creas que con todo el mundo…
- Entonces… ¿lo haces solo conmigo?
- Exacto. Has sido elegido para que te transmita mis conocimientos. Para eso soy tu Ardilla de la suerte, ¿no?...
- Bien. ¿y que me vas a enseñar?, preguntó esta vez de lo más interesado el pequeño.
- Primero te enseñaré a pensar, pero también tengo que hacerte una pregunta-. El pequeño cambió sus manos de posición de abiertas a cerradas.
- ¿por qué se llama la Ardilla de tu Cuento, la Ardilla de la suerte?
Phil se disponía a dar explicaciones con pesadumbre, porque no se sentía a gusto si le hacían muchas preguntas. Aun así, contestó con certeza.  

- Era muy afortunada porque decía que existía gracias a la suerte, pero si tú eres la Ardilla de la suerte, también vivirás igual que ella, ¿no? 
- Exacto, vivo igual que ella. A diferencia de que yo soy de carne y hueso. La suerte es la que me ha enseñado a vivir y a sobrevivir. Pero lo más importante no es haber llegado a esa conclusión a cerca de la suerte. Lo más importante es conocer porqué llegas a esa conclusión. Para llegar a esa conclusión, primero debes saber distinguir la suerte buena de la suerte mala. Cuando ya has aprendido a distinguirlas, llegas a la conclusión más importante que puedes llegar en tu vida, si has sido una persona que ha creído depender de su suerte a lo largo de su vida… ¿Dice eso en tu Cuento?
- Sí. Dices lo mismo que ella…
- Entonces, sabrás la respuesta, ¿no?
- Claro. Ella dice que no existe la suerte buena y no existe la suerte mala…
- Bien, - daba un golpecito la Ardilla de la suerte sobre su Tronco.- los hombres viven confundidos por el resto de los hombres que les han enseñado que la mala suerte existe. ¿Sabes por qué? Pues, porque si los hombres no enseñan a los demás hombres que existe esa otra mala suerte, esos hombres desafortunados, no les serían provechosos a los primeros. Los hombres que se han encargado de comunicar ese tipo de creencias, se consideran hombres afortunados, pero solo porque dependen del resto de hombres que se consideran desafortunados, y que han sido convencidos por esos u otros hombres de que son seres desafortunados. En otras palabras, podría decirse que los hombres afortunados, dependen de esos otros hombres desafortunados...

- Pero…no son desafortunados-, replicó Phil con el entrecejo fruncido.

- Exacto-, recalcó la Ardilla. Esos hombres que se consideran desafortunados, lo son, porque ha habido otros hombres intoxicados con esa creencia que, inconscientemente, han transmitido la misma a sus hijos y al resto de los hombres, ignorando lo dañino que puede llegar a ser el que una persona se considere desafortunada…Por tanto, la única manera de sacar a esos hombres de ese atolladero es contándoles la verdad de la suerte. Yo la busqué en este Bosque, pero al ver que no la encontraba, solicité a mis padres que me la enseñaran cuando pregunté y empecé a ser curiosa. Ellos me transmitieron la forma de encontrarla. Y la forma de encontrarla no era buscándola, sino escuchándola. Y, ellos me enseñaron a escucharla en el silencio del Bosque. Luego, en el sonido del Bosque, y después, en las voces de los hombres cuando hablaban, porque desde aquí arriba, se puede distinguir a esos hombres, y saber quiénes son los afortunados y quiénes no. La conclusión es indiscutible; ninguno son ni lo uno, ni lo otro, todos están en la misma tesitura. O lo que es lo mismo; todos están buscando esa suerte, pero lo ignoran. Los afortunados buscan no perderla. Y los que se consideran desafortunados, luchan día a día por encontrarla. Por todo ello, son infelices, crueles, desgraciados, etc., etc., etc. Todos desconocen su suerte, y por tanto, el rumbo de sus vidas. Todos viven ajenos a ello. Por lo que sus vidas son un auténtico contratiempo. Todos viven felices o infelices, sin saber quién o qué les proporciona realmente esa felicidad. Los más felices son aquellos mismos que siguen creyendo que la poseen, gracias a los infelices que creen que no. ¿Por qué?, pues, porque los consideran desafortunados, y a la vez, el instrumento de su suerte (buena). 

El día se apagaba, y el pequeño Phil recordaba aquella historia y ese día, como el día en que adquirió toda la sabiduría que necesitaba para crecer. Día a día, lo fue poniendo en práctica. Al abrir los ojos, la Ardilla había desaparecido, y Phil regresó a casa frotándose los ojos sin saber si había caído dentro de aquel cuento o se había perdido en el Bosque. Al llegar a casa, le esperaba su madre con un pastel de Moras, su abuela leía recostada en su mecedora, y su perro Bastián, le miraba con complicidad. Al acercarse a él y olerle la ropa, comprendió que no había soñado. El viejo Bastián sabía lo que olía, y sabía que Phil había estado en compañía de algún animal extraño. Sin embargo, ¿olería su suerte? No, la suerte no tenía olor.


Arturo65.  

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