Laudelino De Las Cuevas murió víctima de una insuficiencia cardíaca el pasado Domingo. El español, hijo de no empresarios ni banqueros y nieto de no empresarios ni banqueros, notó un pinchacito en el corazón mientras se encontraba en el sofá de su casa, ahí, sin crear riqueza, por lo que rápidamente no fue ingresado en un hospital de Madrid.
La prensa nacional, así como distintas personalidades del mundo de la diplomacia y los negocios, han coincidido en señalar que la muerte de Don Laudelino, heredero de una larga saga de personas normales, les importa una mierda. Uno de los motivos que podrían justificar este hecho es que no le deben dinero a su familia.
La vida de De Las Cuevas es una historia de película. Concretamente, de película de Ken Loach. Nacido en una deprimente aldea de Murcia, su curiosidad y ambición pronto le impulsaron a emigrar a la gran ciudad, con la esperanza de cumplir el sueño de convertirse en un hombre rico y poderoso. Empezó desde abajo, trabajando de dependiente en una pequeña sastrería. Allí aprendió los secretos del oficio. Las ventas, las telas, la negociación con los proveedores y, por supuesto, su marca personal, un exquisito trato con el cliente.
Tras años de esfuerzo y dedicación, el negocio fue traspasado y sustituido por una hamburguesería. De las Cuevas acabó cazando gatos callejeros para alimentarse.
La muerte de Don Laudelino deja un hondo vacío en el salón de la fama de los españoles que no han hecho nada por España porque no son lo suficientemente poderosos para tener a los poderes fácticos cogidos por las pelotas. Un hueco que será rellenado con cualquier otro español no ejemplar, como tú.
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