"La España oficial consiste en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación.
Dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero viviente, sincera, honrada, la cual estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia.
Asistimos al fin de la crisis de la Restauración, crisis de sus hombres, de sus partidos, de sus periódicos, de sus procedimientos, de sus ideas, de sus gustos y hasta de su vocabulario; en estos años, en estos meses concluye la Restauración la liquidación de su ajuar… Yo os diría que nuestra bandera tendría que ser ésta: la muerte de la Restauración.
Hay que matar bien a los muertos. Y añadiría: nos avergonzamos tanto de querer una España imperante como de no querer una España, nada más que una España vertebrada y en pie”.
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