Durante los últimos años se ha extendido la práctica de ciertas sociedades autodenominadas científicas de avalar con su imagen o la de su logotipo productos de consumo y en particular comida (la alimentación es otra cosa).
Cereales, galletas, salchichas, bebidas, pañales, compresas, leche o compuestos de omega-3, llevan sellos de fundaciones y sociedades científicas.
Es lo que yo he llamado la “teletienda” de estas sociedades médicas, que compadrean con diferentes industrias para financiarse.
A la OMC le parece grave que se preste la imagen de médicos y de sus asociaciones profesionales para avalar la superioridad y excelencia de determinados productos alimentarios o de marcas comerciales sobre otras sin que se haya probado la base científica sobre la que se sustenta esta publicidad.
La OMC considera que se trata de una forma de “publicidad subliminal asociativa” y estaría vulnerando el Código de Deontología en lo referente a la promoción de negocios de cualquier índole y la no utilización de “mensajes publicitarios que menosprecien la dignidad de la profesión médica”.
Tras poner de manifiesto que la publicidad médica ha de ser objetiva, prudente y veraz, de modo que no levante falsas esperanzas o propague conceptos infundados y precisar que es contrario a la ética hacer publicidad engañosa, encubierta o que se promocionen productos sin suficiente soporte científico, deja claro que la conducta de los médicos tiene que justificar la confianza que los pacientes y los ciudadanos depositan en él y en la profesión.
Claro que por eso, porque el médico o la doctora transmite confianza, las empresas los usan para promocionar sus artículos. Y algunas sociedades están encantadas, aunque en el camino se dejen su prestigio y el de toda la profesión.
El alegato está muy bien. Eso sí, llama la atención que los médicos sean "conscientes de la necesidad actual de contar con el patrocinio de la industria para desarrollar actividades docente y formativas” y califican de “absolutamente necesarias para el desarrollo de la actividad médica”.
Qué tendrá que ver una cosa con la otra; desde hace ya unos años se celebran congresos médicos “sin humos industriales”. Esta es la demostración de que sí se puede desarrollar una formación y actualización de los profesionales sanitarios sin recurrir a que sean las empresas interesadas en que receten y promocionen sus productos quienes los paguen.
Pues no, la Declaración de la OMC concluye que esto es deontológicamente aceptable siempre que haya transparencia, asunción de responsabilidades por parte de los promotores y que los beneficios de los productos ofrecidos a la población superen ampliamente a los posibles riesgos o efectos adversos (cosa imposible de saber porque la Investigación + Desarrollo de medicamentos, por ejemplo, está en manos de la industria también y esta nos cuenta lo que le interesa, disimulando u ocultando la parte negativa).
En el caso que de una institución, organización o sociedad científico médica decida hacer publicidad de cualquier tipo de producto, deberá considerar que NO es nocivo para la salud (uff, qué difícil), que existe evidencia científica sobre los beneficios para la salud y que declare la existencia de posibles conflictos de interés en relación con las industrias que comercializan dicho producto.
Los médicos deben de promover estilos de vida saludables para la población, concluyen en la OMC.
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La desinformación basada en titulares confusos y llamativos, (arriba), en este caso, orientados a los enfermos crónicos, pueden crear aún más confusión, si cabe, cuando la terminología no es la más adecuada para colectivos no familiarizados con nuevas tecnologías, sean enfermos o no. La publicidad mediática contribuye así a crear un “ambiente” más propicio para ensalzar la imagen de muchos políticos/as cuyos proyectos subsidiados por políticas basadas en fondos comunitarios, favorecen más aún su imagen ante la ciudadanía y la visión de conjunto que poseen de sus dirigentes y su sanidad.
Curioso anuncio publicado el 18.06.18 en un portal de anuncios gratis.
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