Cuanto más complejo es el caso, más llamativo resulta para los investigadores y más atracción ejerce sobre los medios de comunicación, aunque existen otras circunstancias que elevan ese interés.
Es eso lo que ocurre con el caso acaecido en nuestra provincia en julio de 1982, un avistamiento cercano del tercer tipo que, además, estuvo protagonizado por un personaje famoso: Rafael Peralta, una figura del arte del rejoneo.
Con el aliciente añadido de la popularidad del protagonista, el caso fue muy divulgado en su momento, aunque al principio Peralta sólo relató los hechos a su familia.
Cuando la información trascendió el círculo familiar y llegó a los medios de comunicación, el prestigioso investigador Juan José Benítez estudió a fondo el caso, incluyéndolo en alguno de sus libros sobre temática ufológica.
Rafael Peralta contaba en aquel momento con cuarenta y tres años de edad. En la tarde del domingo veinticinco de julio de 1982 toreó en la plaza de La Línea de la Concepción. Tras la corrida acompañó a su cuadrilla hasta la capital hispalense.
Desde allí, Peralta se dirigió en su vehículo, un potente Mercedes, hacia Punta Umbría, población en la que se encontraba veraneando su familia. El trayecto de Sevilla a Punta lo realizó solo. Sobre las cuatro de la Madrugada , cuando se acercaba al cruce de La Bota , observó unas luces rojas y amarillas intermitentes junto al ramal de carretera que sale del cruce en dirección a Punta Umbría, sobre la arena, en el lado que da al mar. El afamado torero pensó que se trataba de algún accidente de tráfico, por lo que aminoró la velocidad del coche hasta detenerse a unos veinte metros del lugar en que estaban las luces.
Peralta se apeó y caminó hacia las luces con el propósito de prestar ayuda a los posibles accidentados. Cuando se acercaba, comprobó estupefacto que no se trataba de ningún accidente de tráfico. Según su testimonio, allí lo que había era un objeto casi cuadrado con las aristas redondeadas, de unos cinco o seis metros de largo por tres o cuatro de alto, con un brillo plateado muy intenso.
El conocido rejoneador se paró a medio camino con la certeza de que aquello no era algo normal. Al detenerse reparó en otro detalle. A la derecha del objeto, Rafael descubrió a un individuo muy alto, de más de dos metros y medio, que se encontraba frente a él.
Aquel ser parecía no tener brazos, ni cabellos, ni facciones. Su cabeza parecía como cubierta con una especie de malla metálica y era cuadrada.
Las piernas parecían partir de más abajo de las ingles. Nuestro hombre no daba crédito a lo que veía.
El extraño ser emitió un sonido gutural, seco, entrecortado y con cierto tono metálico. Rafael oyó algo así como “ba-ra-ra-rá”, y no entendió absolutamente nada, por lo que le preguntó al personaje “¿qué dices?”. No obtuvo respuesta. El humanoide se adentró en el objeto sin que el rejoneador acertara a captar ni cómo, ni por dónde. Seguidamente el objeto se elevó y, siempre en silencio, se dirigió hacia el mar.
Peralta volvió al coche y durante unos minutos buscó las llaves, pues con el nerviosismo no recordaba dónde las había dejado. Cuando por fin las encontró, arrancó el vehículo y puso rumbo a su casa, a donde llegó invadido por un miedo que no lo dejó dormir en toda la noche.
Su reloj se había quedado parado a las cuatro y pico, y no volvió a funcionar hasta pasados varios días.
Curiosamente, el catorce de ese mismo mes se había producido algún avistamiento de ovnis en la misma zona.
Pasadas las tres de la madrugada, unos veraneantes madrileños vieron en el mismo cruce un objeto que evolucionaba sobre el mar.
Al llegar a Punta Umbría alertaron a varios vecinos que fueron así también testigos de las maniobras del objeto, que en ocasiones descendía hasta casi tocar la superficie del agua, iluminándola con potencia.
Este artículo está incluido en el libro de Ignacio Garzón
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