La vida fue una comedia, se preguntaba con nostalgia e ironía el anciano Augusto. El martes 19 de agosto del año 2014 es una fecha histórica que hay que recordar, se celebran dos milenios del aniversario luctuoso de Cayo Octavio, mejor conocido como Octavio, Octaviano y, finalmente como “el Emperador Augusto”, leyenda viviente, ordenador del rompecabezas llamado Roma.
Escultura de César Augusto en Zaragoza.
Su infancia debió haber sido triste porque a los cuatro años perdió a su padre y quedo huérfano. Pero su juventud fue de fortuna, la vida le sonrió gracias a las victorias militares de su tío abuelo Cayo Julio César (el mejor general de todos los tiempos), las cuales determinarían su legendario destino.
César adoptó a Augusto como su hijo, lo nombró responsable de la legión de Macedonia, ahí el joven estudia oratoria y adiestramiento militar. Su apresurado regreso a Roma fue por la muerte de su tío en los infaustos Idus de marzo. Augusto adoptó el sueño de Cesar.
Marco Antonio (beligerante y corrupto) realizó matanzas brutales contra los asesinos de Cesar. El poder fue dividido entre Augusto, Lépido y Antonio. Al llegar al poder Augusto se ocupó de atender las necesidades de la gente humilde.
La gloria de Roma era ambición y poder. Augusto le dio a Roma felicidad y la ilusión de su libertad. El matrimonio de la hermana de Augusto y Marco Antonio quiso evitar derramar más sangre romana, pero fracasó en el lecho de Alejandría, que Antonio compartió con Cleopatra.
Las vicisitudes lo agrandan en un estadista. Posteriormente se encargo de hablar con el Senado y la nobleza (les hizo ver que los regalos de Antonio son migajas de Egipto) y los convence de declararle la guerra a Cleopatra, de esa forma logró deshacerte de su enemigo Marco Antonio. Es preciso citar que la historia de amor de Cleopatra y Antonio es tan fascinante como la de Romeo y Julieta de Shakespeare.
Egipto gozaba de prestigio cultural y económico. “La Isis inmortal de Egipto” era una mujer letrada, fue una amenaza y mal vista por ojos romanos, quería ser Reina de Roma.
Augusto fue sabio y escuchaba consejos, su desafío fue lograr la paz romana.
El Emperador Augusto fue impulsor de la poesía, rescató la civilización, los templos y sus tradiciones, le dio un legado a Roma: su cultura.
Sus hombres de letras fueron: Propercio, Ovidio, Horacio, Virgilio; supo rodearse de intelectuales que forjaron el sueño romano. Ovidio (desterrado y nunca perdonado por Augusto) decía que el amor debe saborearse. También que el teatro es un lugar idóneo para conquistar mujeres y que a ellas les agradan las proposiciones y novedades, todo un arte de seducción. El bardo escribía versos de amoríos, el Ars Amandi (realidad de Roma).
Durante su gobierno Augusto mostró al pueblo animales exóticos en el Circo y Foro, le gustaba que el pueblo sintiera la adrenalina para satisfacer deseos, algo similar a los días de hoy, es decir, si vas a la plaza de toros. Lo cierto es que predicó con el ejemplo, fue amante del estudio de la historia, tuvo polémicas por los excesos de su hija Julia, quien quizá fue su “talón de Aquiles”.
Los últimos días de Augusto fueron de soledad, la muerte de Marco Agripa (leal amigo) fue un golpe en su corazón. Hoy la amistad es más por adulación o interés. Lo cierto es que su muerte fue tranquila como la había deseado. Según el escritor Suetonio dice que las últimas palabras de Augusto fueron:
“Me encontré en Roma una ciudad de ladrillos y la dejé como una ciudad de mármol”.
“Me encontré en Roma una ciudad de ladrillos y la dejé como una ciudad de mármol”.
Augusto es más que un mausoleo o clípeo romano, más que una esfinge de moneda o una enciclopedia, etc. La lectura de la historia te permite ver con nuevos ojos los hechos pasados. España, Francia, Roma y países de Latinoamérica recuerdan el legado del insigne Emperador.
Fresco descubierto en una de las estancias de la casa natal del emperador romano Augusto EFE
Si no conocemos la historia estamos condenados a repetirla; hoy en la franja de Gaza dos naciones se autodestruyen, viven una barbarie.
Ninguna guerra se justifica, el poder y la ambición (mal de la humanidad) producen guerra y traición, hay que hablar con la boca bien abierta y decir que el mundo debe evitar actos de barbarie. Roma nos enseña que la traición y la ambición de poder producen ruina para la humanidad, aprendamos de su ejemplo y cambiemos el curso de nuestra historia, es decir, construyamos un mejor futuro para la humanidad y para nuestros hijos.
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