LA ZONA DEL ARTE : El ocultado arte románico erótico.

En la falda del puerto del Pozazal, en el valle de Campoo, a menos de cinco Kilómetros de Reinosa, está la Colegiata de San Pedro de Cervatos, del siglo XII. En ella hay unos famosos canecillos o modillones románicos de piedra.


Los canecillos son ménsulas que sobresalen del muro para soportar el peso de las cornisas. Si en el arte mozárabe del siglo X fueron característicos los modillones de rollos, en el románico los canecillos son figurativos, historiados. En ellos lo más sorprendente es su temática. Frente a la temática casi exclusivamente religiosa de la imaginería de los altares o de la escultura en piedra de los tímpanos y ábsides, los modillones parecen permitir la aparición de animales y de figuras humanas no sometidas a un programa definido por el dogma. En Cervatos, por ejemplo, se repite el mismo tema pornográfico que vimos aflorar en el paleolítico (recordad a la Venus de Willendorf). 





En efecto, observad el famoso capitel con la mujer con toca de monja, exibiendo sin recato su vientre, y comparadlo con el canecillo del hombre que parece estar aterrado por la enorme dimensión de su instrumento. Contemplad también los muchos otros en donde es fácil situar la placentera conexión de los dos sexos y difícil encontrar los rostros inexpresivos de los protagonistas. 




Lo que más nos llama la atención es su expresionismo, la deformación del canon que contribuye a resaltar el tamaño exagerado del sexo y de los rostros máscara, mientras se minimiza todo lo demás. Como en el prerrománico, en el arte románico, al escultor sólo le interesa el mensaje. Ya no importa el marco espacial, ni el canon ni las formas de la naturaleza que tanto movieron a los clásicos.




¿Para qué nos dejaron los cluniacenses románicos imágenes tan pronográficas, adheridas a los muros de los templos? ¿Nos intentan mostrar el turbio pecado que nos acecha en el exterior de las iglesias? La presencia de toneles, que aluden a la embriaguez, y de animales, que en los bestiarios medievales simbolizaban vicios y virtudes diversas, parece abonar esta hipótesis, pero no estamos seguros. Si miramos sin prejuicios, me parece, el arte románico representa el sexo, lo caricaturiza como fuente del misterio del placer, pero explícitamente no toma partido en su contra. 

El sexo no es entonces algo maligno, como defenderá la iglesia más tarde, cuando la literatura trovadoresca se empeñe en trasladar el mito de la fidelidad feudal a las parejas matrimoniales y el pecado de la felonía a las mujeres. En el románico, los aristócratas trovadores góticos todavía no han extendido por Europa su idea del amor refinado, el rito de la seducción y la sublimación del sexo. En el gótico, se inventan los cinturones de castidad para proteger los intereses de los caballeros que se marchan a luchar en las cruzadas y el sexo público se convierte en pecado.


Actualmente el sexo es un pasatiempo, un juego divertido que no se relaciona con la calidad moral de quien lo practica. Separada la razón sexual del rito de la reproducción y de la sublimación amorosa, el sexo es placer natural. Es algo bien visto si se practica libremente y de forma privada. Es un pecado leve si se consume en el anonimato de los prostíbulos o si se transforma en mercancía en espectáculos, revistas o páginas de internet, y sólo es pecado grave cuando el sexo va unido a la violencia y el engaño.




En el románico la sublimación del amor aún no está presente y el sexo es sólo una evidencia. No existe una convicción moral negativa al respecto, tampoco se le sacraliza como un posible camino hacia una sublime santidad (como intentará, por cierto, el barroco de Bernini). El sexo está simplemente ahí, a nuestro alcance, en el exterior de la casa de Dios, colgando de las cornisas. 








Más:














No hay comentarios:

Publicar un comentario

DEJA TU COMENTARIO