Pero no de las furgonetas, ni de las bombonas de butano, ni de los cuchillos de cocina. Ni siquiera tengo miedo de cosas mucho más peligrosas y que es mucho más probable que me maten, como los accidentes de tráfico o las negligencias hospitalarias.
No tengo miedo de los desesperados y los fanáticos, sino de quienes los abocan a la desesperación y el fanatismo. Y no me refiero a los imanes radicales, sino a la Organización Terrorista del Atlántico Norte y a los gobiernos criminales de Estados Unidos, Arabia Saudí e Israel, así como a sus cómplices y lacayos, entre los que ocupa un lugar destacado el Gobierno español.
No tengo miedo del mal llamado “terrorismo islámico”, sino del nunca nombrado terrorismo judeocristiano.
No tengo miedo de las bombas caseras, sino de las bombas inteligentes.
No tengo miedo del terrorismo sin medios, sino de los medios que llaman terrorismo a la guerra de los pobres y guerra al terrorismo de los ricos.
No tengo miedo del miedo, sino de los políticos y los obispos que lo fomentan, lo gestionan y lo rentabilizan.
Mis más sentidas condolencias a las víctimas de los absurdos y crueles atentados de Barcelona, así como a los familiares de los jóvenes absurda y cruelmente inmolados, junto con mi ferviente deseo de que comprendan, unos y otros, quiénes son los responsables últimos de su tragedia.
Y ruego que me disculpen, unos y otros, por no ir a la manifestación del sábado 26. La CUP dice que no irá si la encabeza el rey, y me parece bien; pero me parecería mejor que dijera que no va porque no es una manifestación contra el verdadero terrorismo.
Otra vez la muerte y el dolor de la mano del terrorismo. Hoy en Barcelona, ayer en Madrid, Londres, Bruselas o París. Siempre en Iraq, Siria, Afganistán, Turquía o Palestina. Otra vez el bálsamo de la solidaridad cívica de una población que, rechazando el crimen, corta desde el inicio la actitud de fascistas pescadores en río revuelto. Y también otra vez la pompa y circunstancia de discursos políticos hueros y reiterativos que culminan en misas impropias de un país aconfesional.
Y como acompañamiento, editoriales que destilan baba, oportunismo y un engolfado regodeo en la simplista, unilateral y clerical visión de La Historia de España de Menéndez y Pelayo. ¿Por qué tanto horror? ¿Dónde están sus orígenes? ¿Qué hechos están en la base del fundamentalismo creándolo y propiciándolo? Para responder a esto se impone un ejercicio de reflexión.
El ISIS que se atribuye los atentados de Barcelona ha sido desarrollado, armado y apoyado económicamente por la CIA, el Mossad israelita, el M I6 británico, la OTAN, Arabia Saudí y Qatar con el objetivo de derrumbar al Gobierno de Siria presidido por Bashar al- Asad. El ISIS, antes de esos apoyos, había sido una facción de la organización terrorista Al-Qaeda, que comandada por Bin Laden recibió el apoyo económico, armamentístico y logístico de EEUU.
En semejante coyuntura igual trato, apoyo y ayuda recibieron los miembros del movimiento talibán que instauró un régimen fundamentalista en el propio Afganistán. Iraq y Libia nos traen el recuerdo de guerras de agresión que están en el origen de lo que hoy lamentamos. Y como antecedente más remoto recordemos el apoyo de EEUU y China a los jemeres rojos.
La desmemoria, cultivada por gobiernos y determinados medios, es la leña que se le echa al fuego del racismo, el fascismo y otras miserables lacras de una civilización, la occidental, que olvidando su alumbramiento de los Derechos Humanos se ha envilecido en la única lógica de los mercados y el esquilme de recursos ajenos.
JULIO ANGUITA 25/08/2017
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