Si recapitulamos, tenemos una lista de semidioses en un papiro milenario, el de Turín; otra en las paredes del templo de Ávidos, la de Manetón; además un templo extraño que se parece al que hay frente a la Esfinge, y que podría tener una antigüedad que cuadraría con la de la llegada de esos gigantes a estas tierras; por no hablar de la datación del león tumbado, que también encajaría en este apasionante puzle.
¿Y ahora, en una vuelta de tuerca más, si dichos semidioses existieron, donde fueron enterrados? Advierto que a partir de aquí puedo herir la sensibilidad de quienes leen, porque no tengo más pruebas que mi propia convicción; la convicción de quien ha visitado y ha visto con sus propios ojos uno de los lugares más alucinantes de cuantos hay en Egipto –eso es decir mucho dado el país en el que estamos–, posiblemente más aún que las pirámides de Gises.
He estado cuatro veces en el Serapeum de Saqqara. Y siempre salgo con la misma incomprensión dibujada en el rostro. No voy a volver a contar que fue “redescubierto” por el arqueólogo Auguste Mariette a finales del siglo XIX, tras seguir las pistas que siglos antes había dejado Estrabón y que conducían a un lugar que entonces se diluía entre los márgenes de la leyenda, simplemente porque nadie había logrado llegar. Y es posible que su proximidad al gran complejo funerario del rey Coser tuviera mucho que ver en ello, porque las grandes excavaciones se centraban en este sitio arqueológico, sin prestar atención al desierto que se extendía más adelante y bajo el cual se hallaba un enclave alucinante.
Hoy día hay que descender unos cuantos escalones para entrar a este universo de incógnitas. El sitio ha sido cuidadosamente rehabilitado, y, aun así, al no estar en las rutas turísticas, hasta aquí no viene nadie. Mejor.
Piso el entarimado que han colocado sobre el suelo original y al girar la primera esquina, a ras de suelo hay una inmensa tapa de granito; su peso se estima en 20 toneladas.
Casi bloquea la galería; casi, porque el que sí la bloquea es un enorme sarcófago de 80 toneladas que fue abandonado algo más adelante. Pasar entre este y la pared es respirar hondo y contener el aire dada su estrechez... ¿Cómo pensaban desplazarlo? Apenas si hay sitio, y, además, poco más adelante la galería hace un ángulo recto… ¿Cómo pretendían girarlo?
Este es solo el comienzo. Varias decenas de metros más adelante la galería se abre y encontramos 24 capillas; ¡cada una con un “sarcófago” descomunal colocado en su interior! ¡Pero a más de un metro y medio sobre el nivel del suelo que pisamos! ¿Cómo demonios los bajaron ahí?
Sigo paseando por estas galerías, en soledad, escuchando el sonido de la piedra que cruje, el viento del desierto que se cuela por la puerta de entrada… reflexionando sobre la explicación que se ha dado para que este lugar no se convierta en un misterio más que atraiga la atención de frikis como yo. Porque la historia asegura que aquí fueron enterrados los bueyes sagrados Apis. Y esa misma historia se ha pasado por donde más le ha placido que aquí, en estos enormes sarcófagos sin escritura, sin un puntero jeroglífico que justifique que fueron hechos por egipcios –en lo relativo al desplazamiento de los mismos ya ni entro–, nunca fue encontrada ni una sola momia de buey. “Los robaron, porque todas las tapas están desplazadas”, dirán. Sí, y es posible. Pero también es cierto que el propio Mariette encontró uno, tan solo uno, sellado. Y lo reventó con dinamita; y sorprendido observo como tras la detonación y como si fuera una gigantesca aspiradora, el polvo que inundaba la galería se coló en el interior del sarcófago porque este estaba herméticamente sellado.
Y cuando al fin se despejó el ambiente y preso de los nervios se asomó a su interior, comprobó que al igual que en el resto las paredes estaban tan pulidas que con pasar un paño nos reflejamos como si fueran espejos; que las esquinas están trabajadas con tanto acierto que forman ángulos perfectos –con que herramienta?–, y hablamos de granito, es decir, 7 de dureza en la escala de Mohs… y comprobó que al igual que ocurría con el resto, ¡estaba vacío! ¿Para qué fue construido entonces? ¿Para qué tamaño derroche de esfuerzo?
¿Por qué –salvo uno de ellos que parece que fue trabajado a posteriori– no había clave alguna, ningún jeroglífico que diga quien fue enterrado? Repito, tanto esfuerzo para no dejar señal alguna de quién, cómo y para qué construyó este lugar.
Soy consciente de que, en otro tiempo, lo que voy a proponer sería una herejía –seguramente hoy también lo es–, pero, imaginemos que en este lugar fueron enterrados cuerpos acordes al tamaño de las tumbas que vemos; hablamos de cadáveres de dos metros, dos metros treinta; sigamos imaginando que eran esos semidioses del mundo antiguo.
Y ahora pensemos que hay cientos de miles de personas que opinan que un hombre murió en la cruz y que a los tres días resucitó. Por eso su tumba, que existe y es visitada por millones de peregrinos cada año, está también vacía… Dicen que con Osiris pasó algo parecido. Y dicen que en esta cosa inmensa que es la historia, ya está todo inventado…
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