La campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) promovida por activistas palestinos empezó a ganar notoriedad tras la guerra entre Gaza e Israel. Su objetivo era articular una lucha no violenta por los derechos humanos en Israel, pero en los últimos años se ha convertido en una amenaza para la estabilidad del gobierno por su antisemitismo, con diversos intentos de deslegitimación.
Manifestantes contra Israel. Reuters
El movimiento contra Israel nació en el 2005 tras un comunicado lanzado por más de 170 organizaciones de la sociedad civil palestina que exhortaba a la comunidad internacional a aplicar medidas que asfixien al gobierno hasta que respete los derechos humanos.
El BDS pretende poner fin a las políticas que el régimen sionista, que busca una patria segura para el pueblo judío, implementa en Palestina desde 1948, por lo que sus objetivos principales son el fin de la ocupación y colonización de todas las tierras árabes tomadas en los años 60, plenos derechos para los ciudadanos árabe-palestinos de Israel y conseguir que las autoridades devuelvan sus propiedades a los refugiados palestinos.
El grupo ha intentado debilitar al Estado israelí con ataques a todos los pilares que lo consolidan. En lo comercial, por ejemplo, se han negado a comprar productos israelíes; en lo académico, han politizado organizaciones para que se pronuncien a su favor, y esto ha llevado a la ruina a sus administradores universitarios al enfrentarlos a las quejas de profesores y estudiantes que apoyan BDS asegurando que su libertad de expresión ha sido sofocada.
Otra táctica es arremeter contra lo institucional por la ruptura de las relaciones con el gobierno central; y en lo deportivo y cultural, no han apoyado a atletas de equipos nacionales y artistas que cuenten con apoyo institucional.
El movimiento ha adquirido tantos enemigos como los israelíes y palestinos juntos desde su fundación. Sus maniobras han obstaculizado los esfuerzos de los Estados árabes de mejorar sus relaciones con Israel tras años de conflictos, han avergonzado al gobierno palestino al denunciar su colaboración económica con el ejército y la administración militar de Israel, y desplazado a la Organización de Liberación Palestina al quitarle el protagonismo y la labor de representar a los palestinos a nivel mundial, según informa The Guardian.
Pero sus enemigos no son solo políticos. BDS le ha dado mala publicidad a algunas empresas como Airbnb, Re/Max o HP por relacionarlas con la ocupación de Israel; y ha ayudado a otras a salir de Cisjordania.
Para acaparar atención, los protestantes han interrumpido varios festivales de cine, conciertos y exhibiciones en todo el mundo que no los apoyan. Los acusan de cubrir las violaciones de los derechos humanos en Israel.
Quizás lo más significativo es que el movimiento ha desafiado el mensaje que ha pretendido dar la comunidad internacional, las organizaciones sin ánimo de lucro, las misiones diplomáticas y los grupos de expertos del proceso de paz. BDS ha logrado esto socavando su premisa central: que el conflicto puede resolverse simplemente poniendo fin a la ocupación israelí de Gaza, Jerusalén Este y el resto de Occidente, dejando sin resolver los derechos de los ciudadanos palestinos de Israel y los refugiados.
Consecuencias internacionales
El movimiento ha causado mucho revuelo en distintos países. En el Reino Unido, la agitación ha llegado hasta los tribunales y consejos locales que han llegado a evaluar la legalidad de sus boicots contra las instituciones israelíes en el país.
En Estados Unidos el grupo ha creado un conflicto entre los aliados de Israel y los defensores de la libertad de expresión, como la Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos, porque más de una docena de Estados han aprobado proyectos de ley para inhibir o penalizar a aquellos que boicoteen a Israel o sus asentamientos.
Las iglesias también han sufrido los efectos de esta tormenta. En Estados Unidos, algunos centros protestantes se han alejado de las compañías que se benefician de la ocupación de Israel. Todo esto ha llevado a los liberales a un mayor apoyo a los palestinos, convirtiendo a Israel en un tema cada vez más partidista en el país norteamericano, asociado menos con demócratas y progresistas que con Trump, los evangélicos y la extrema derecha.
En las sinagogas judía, BDS ha provocado que los sionistas liberales se pregunten por qué a veces aceptan el boicot contra los asentamientos, pero no el boicot al Estado que los crea y los sostiene. Además ha obligado a los partidarios más críticos de Israel a justificar su oposición a las formas no violentas de presión sobre Israel.
El movimiento también le ha exigido a los sionistas liberales rendir cuentas por su apoyo a las prácticas antiguas del Estado, incluidas las expropiaciones de tierras palestinas para el asentamiento judío, la detención de cientos de palestinos sin juicio, el castigo de millones de habitantes de Gaza que viven bajo un bloqueo de más de una década y la desigualdad institucionalizada entre los ciudadanos judíos y palestinos de Israel.
A pesar de las críticas que el grupo ha recibido por perturbar la paz en diferentes países del mundo, BDS le ha quitado a los partidarios liberales de Israel su excusa de siempre: que una ocupación aberrante o los gobiernos de derecha son los principales culpables de las prácticas antidemocráticas del Estado.
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