Nicolas Berggruen es un personaje singular. Filántropo, con una fortuna de 2.300 millones de dólares, estuvo en Chile para presentar un libro –escrito junto a Nathan Gardels– que plantea una “vía intermedia” entre Oriente y Occidente. Una tesis polémica que critica los vicios de la democracia.
Por Pablo Marín
Nicolas Berggruen
Le han llamado el multimillonario sin hogar, porque no tiene propiamente una residencia y anda por el mundo de hotel en hotel. Lo han tachado de excéntrico por esta razón, pero también por el modo en que se expresan sus inhabituales dotes filantrópicas. Recientemente, la revista Forbes estimó en 2.300 millones de dólares la fortuna de Nicolas Berggruen (51), quien se jacta de que su modo de hacer negocios rehúye las ganancias rápidas y fáciles y apunta a un modelo de negocios “orgánico”, de largo aliento y orientado al valor.
Nathan Gardels
Creador del Museo Berggruen de Berlín, participa también en Los Angeles County Museum (LACMA), la Tate Gallery y el MoMA de Nueva York, al tiempo que ha ayudado a desarrollar proyectos de destacados nombres de la arquitectura. Pero acaso la arista más llamativa de su quehacer va por el lado de su interés en la política global y en una palabra que fuera de la ciencia política se ocupa poco y mal: la gobernanza, entendida como “el alineamiento del gobierno, la sociedad civil, el sector privado y la cultura para producir una buena sociedad”.
En 2010, fundó un “think tank”: el Instituto Berggruen para la Gobernanza, que según se lee en su web (berggruen.org) está “dedicado al diseño y a la puesta en práctica de nuevas ideas de buena gobernanza –tomadas de las prácticas de Oriente y Occidente– que pueden servir para hacer frente a los desafíos comunes del siglo XXI”.
Antiguo Edificio que alberga al Intituto Berggruen
El señalado instituto, en su afán reformista, ha lanzado iniciativas como el Consejo para el Futuro de Europa, el Think Long Committee for California –que ha hecho propuestas para reformar el sistema político en dicho Estado- y el Consejo del Siglo 21, que tiene entre sus miembros a ex mandatarios como Fernando Henrique Cardoso, Felipe González, Gerhard Schroeder y Ernesto Zedillo; premios Nobel como el economista Joseph Stiglitz y figuras de los negocios tecnológicos como Eric Schmidt, director ejecutivo de Google, entre muchos otros.
González y Zedillo, por lo demás, escriben los prólogos de Gobernanza inteligente para el siglo XXI, el libro cuya campaña promocional trajo a Berggruen hasta Santiago.
El volumen sistematiza las propuestas desarrolladas por su instituto, poniendo énfasis en plantear “una vía intermedia entre Ocidente y Oriente”. El asunto no es menor: el libro ha recibido críticas favorables, pero también de las otras, entre las que figuran las de quienes ven un abandono de los valores democráticos desgastados en favor de las prácticas autoritarias de regímenes como el chino.
En la imagen recogida en una Red social, se omite el nombre de uno de los personajes que posan para la ocasión junto a Felipe González. Se trata de Jacob Rothschild.
En este caso, sí se menciona al personaje (Kissinger) por motivo de su cumpleaños.
¿Le guiña Berggruen un ojo a Beijing? Él dice que no y habla más bien de balance, armonía y equilibrio. Y trata de explicarse, con su mirada serena y su inglés con algo de acento (nació en París, pero vivió largo tiempo en Alemania, aunque hoy es también ciudadano estadounidense). Pero en eso no está solo. En la gira promocional del libro lo acompaña el coautor Nathan Gardels, director de Newspectives Quarterly y asesor del Berggruen Institute. Puede decirse que su coautor es también un subordinado. También que Berggruen ha sido publicado por una editorial (Taurus, del grupo Prisa) de la que también es dueño. No es algo que le pase muy seguido a un entrevistador. Bueno, nada es muy habitual con este entrevistado. Pero las ideas quedan sobre la mesa, entre ellas la de “reconciliar la democracia informada con la meritocracia responsable”.
-¿Cómo se enriela un término como gobernanza para los propósitos que persiguen?
Nathan Gardels: La gobernanza es un estado de equilibrio que te permite recalibrar, pero a veces la democracia puede bloquear el cambio. La gente piensa que porque hay elecciones las democracias se autocorrigen, pero sabemos que no es así. No es así en Italia, donde las cosas se pusieron peor tras las elecciones. Tampoco en EEUU, donde las cosas están hoy tanto o más empantanadas que antes de los comicios. Se necesita un mecanismo para volver al equilibrio y las elecciones no son el único. Quizá, ni siquiera el mejor.
-Y ese equilibrio que se busca, ¿baja un poco del pedestal el ideal de progreso, de ir en una cierta dirección?
NG: Los dos estamos influidos por el pensamiento asiático: todo es un ciclo, una transición, un volver al equilibrio. Es la búsqueda de la armonía con “a” minúscula como lo contrario del progreso con “p” mayúscula.
Nicolas Berggruen: El cambio es parte de la condición humana. Y el equilibrio y el desequilibrio son algo que nos pasa todo el tiempo. En un mundo global y competitivo, donde hay todo tipo de geografías, de sistemas, de culturas, de filosofía, tienes una competencia como nunca antes. Y si teníamos un país dominante –EEUU– y un sistema dominante –la democracia liberal–, hoy tenemos la competencia de otras filosofías de otras partes del mundo. En ese ambiente, hay que adaptarse y los países y sistemas que se adapten exitosamente serán aquellos a los que les irá mejor. Los que no se adapten, los que sean rígidos, van a sufrir.
-Y en este escenario, ¿habría que renunciar a garantías o valores democráticos?
NB: Hay ciertas áreas en que las democracias ya no tienen las instituciones o las capacidades para hacer inversiones de largo plazo o tomar decisiones de largo plazo. Así que parte del poder de los ciudadanos tendrá que ser delegado en las instituciones o en funcionarios elegidos para darles el poder por un tiempo de manejar las cosas.
NG: En cuanto a EEUU, no estamos hablando de más autoritarismo, sino de volver a lo que plantearon los Padres Fundadores. ¿Qué diseñaron? Una Cámara de Representantes para representar directamente la voluntad del pueblo. Las demás instituciones eran el espejo de sus deseos. Pero ellos no quisieron ser como los griegos, que se limitaron a reflejar los deseos del público, en el sentido de que si la gente quería matar a Sócrates, pues lo mataban. No querían eso, así que tenían una Cámara de Representantes para que se expresara la voluntad de la gente y las otras instituciones que contrabalanceaban, que operaban como filtro. De modo que es posible un balance entre el bien común de largo plazo y los deseos del público. Ahí está la Corte Suprema –un poder delegado, no electo–; un colegio electoral para ampliar la visión del público a la hora de elegir un Presidente; un Senado que originalmente se elegía de modo indirecto. El debate era: ¿debe el gobierno hacer exactamente lo que la gente quiere, o debe haber un filtro que trate de balancear el interés común en medio de las distintas voces? De eso estamos hablando, del regreso a ese espíritu. En el libro hablamos de la “vetocracia”, de los que vetan los cambios para mantener el status quo.
Un montón de niños son asesinados en las escuelas, pero no puedes prohibir las armas de asalto porque el lobby de las armas es demasiado poderoso. No puedes reformar Wall Street porque el lobby de Wall Street es demasiado poderoso. Así que es necesario deshacerse de la vetocracia y del horizonte de corto plazo con instituciones que realmente representen el bien público.
Un montón de niños son asesinados en las escuelas, pero no puedes prohibir las armas de asalto porque el lobby de las armas es demasiado poderoso. No puedes reformar Wall Street porque el lobby de Wall Street es demasiado poderoso. Así que es necesario deshacerse de la vetocracia y del horizonte de corto plazo con instituciones que realmente representen el bien público.
-¿Cuál sería el nuevo rol de las mayorías? ¿Qué régimen de autocorrección implicaría?
NG: Está el ejemplo concreto de California, la democracia más radical en EEUU, donde tenemos un proceso de iniciativa directa que puede cambiar leyes directamente sin necesidad de ir a la legislatura. Hay, por ejemplo, un crimen y la gente firma una petición y dice: ‘si un criminal comete un tercer crimen tiene cadena perpetua’. Y la gente va y vota por eso. Pero esa misma gente votó en contra de los impuestos para construir nuevas cárceles y lo que terminó pasando es que hay un sistema carcelario construido para 70 mil personas con 173 mil personas adentro. Y la Corte Suprema ordenó a California liberar a 36 mil personas porque se estaban violando los derechos humanos. Entonces los puntos no se conectan. La democracia directa no los conectó. Así que propusimos un organismo de revisión de iniciativas compuesto por gente calificada y otra escogida al azar con un sistema informático, de modo que digan, “si vas a decidir un gasto, tienes que ver la forma de costearlo”. Ese mecanismo deliberativo no existe en California, lo que lleva a tener una deuda enorme.
No puede decirse sin más que las elecciones hacen la democracia: debe haber instituciones deliberativas. Son filtros necesarios para hacer que la democracia funcione para todos, en vez de que sólo lo haga para la mayoría o para los deseos inmediatos del público.
-¿Es California un laboratorio? ¿Cómo se pone en práctica el equilibrio?
NB: Por definición, nunca tienes equilibrio. Por eso siempre necesitas modificar el sistema. En California tienes un estado de extremo desequilibrio. Puedes decir lo mismo de China, pero en otros términos. La actual crisis europea es una crisis de no tener suficiente democracia en términos de lo que significa la Unión Europea. Ahí también tienes una crisis de desequilibrio entre el poder que les das a los ciudadanos día a día y el delegar ese poder en gente que puede tener una visión de más largo plazo y una capacidad más experta. Para lograr ese balance hay una dificultad: las instituciones pueden existir, pero en último término le responden a los votantes. Y si los votantes dicen un día que sí y al otro que no, las instituciones de largo plazo no pueden funcionar. Y si no tienes eso, no tienes un país.
Volviendo a California, proponemos que haya en California un cuerpo no elegido que haga recomendaciones para las proposiciones de los referendos. Así que la idea es que tomes lo que existe y lo modifiques para lograr un balance. En EEUU tienes senado y representantes: ambos son elegidos y hacen más o menos lo mismo. ¿Por qué no tener uno elegido y otro no elegido?
-Alguien dirá que no es muy democrático…
NB: Es como si la democracia se hubiese convertido en una especie de religión. Lo que quieres es un sistema que funcione para la gente, no una democracia por la democracia. Quieres suficiente poder en manos de la gente y suficiente transparencia de modo que la gente decida al final.
NG: En un sistema de gobernanza inteligente, tienes cuerpos deliberativos compuestos por ciudadanos y por gente eminente y meritoria que toma decisiones difíciles para que sean sometidas a la consideración y la aprobación de los ciudadanos. Con el sistema que actualmente hay en California, alguien dice que no quiere matrimonio gay, junta un millón de firmas y está listo. En una democracia tienes que buscar siempre el consentimiento de la gente. En China existe un consejo deliberativo, pero no el voto de la gente. Ambos tienen que cambiar.
-¿Se sobredimensiona el rol político de las tecnologías de información y en particular de las redes sociales?
NG: En Occidente la gente está más involucrada y más conectada que nunca antes. Entonces, hay más retroalimentación. Pero en los medios masivos hay una circulación que traspasa las fronteras. Las redes sociales son lo opuesto: se trata de los nichos, de encontrar la información que se anda buscando, de asociarse con los amigos y con la gente con la que uno quiere asociarse. En cierto sentido las redes sociales, al tiempo que amplían la participación y –en teoría–` la comunicación, reducen la comunicación a través de las fronteras. Estrechan la visión en vez de expandirla. Desde la perspectiva de la gobernanza, lo que hacen es fragmentar las cosas. Crean más retroalimentación, pero menos capacidad de consenso.
En China es más bien lo contrario: los medios masivos son reprimidos y censurados, mientras cada día hay 600 millones de personas en microblogs quejándose de cosas de las que el Partido no querrá hablar en público: accidentes de trenes, oficiales corruptos, etc. Todo el mundo comunica lo que está pasando y esto genera una vigilancia desde abajo. El Partido tiene que prestar atención a esto, porque es una expresión pura de insatisfacción de la gente y está creando una especie de transparencia sistémica fuera de las instituciones políticas. ¿Cómo se manifiesta esto políticamente? Está por verse. Hay una presión que es como un magma volcánico, presionando al sistema.
NB: Los medios sociales exponen los temas, pero no plantean soluciones. En Occidente, donde las cosas ya están razonablemente desorganizadas, las redes sociales las empeoran en términos de fragmentación. En un lugar donde no hay suficiente libertad de expresión, como China, hacen lo contrario: al menos ponen las preguntas sobre la mesa. Y mire lo que pasó en Egipto. Las redes sociales fueron el medio a través del cual comenzó a generarse la caída del gobierno, pero no aportó soluciones y ahora el sistema ha sido secuestrado por dos viejos poderes. Cambió las cosas, no necesariamente para mejor.
-¿Cuál es el centro de su ataque a la “democracia de consumo”? ¿Qué pasa con el consumo?
NG: Por sí mismo, el consumo termina por socavar el sistema en el largo plazo, porque todo se reduce a la gratificación inmediata.
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