Han pasado algo más de 41 años desde que se desencadenó uno de los casos más extraños que se recuerdan. Su fama se vio eclipsada por el incidente del Paso Dyatlov, pero eso no le quita ni un ápice de extrañeza y misterio. Cinco amigos, un viaje de regreso, cuatro muertes, una desaparición y una serie de indicios desconcertantes. Un cóctel sin solución hasta hoy.
De izquierda a derecha: Jack Huett, William Sterling, Jack Madruga, Ted Wieher y Gary Mathias. Los cinco protagonistas del caso.
Una zona remota del Plumas National Forest, en California, fue el escenario de uno de esos eventos que solo generan dudas, y que no paran de despertar incógnitas en las mentes de investigadores y curiosos que tratan de poner en pie una explicación plausible. Los protagonistas de esta historia son Gary Mathias, Jack Madruga, Jackie Huett, Theodore Weiher y William Sterling, cinco amigos que compartían su pasión por el baloncesto, y que decidieron ir juntos a ver un partido para no regresar jamás a sus casas.
Jugaban juntos como los Gateway Gators, patrocinados por un programa local para discapacitados mentales. El 25 de febrero, día siguiente al de su desaparición, debían jugar su primer partido en un torneo de una semana de duración patrocinado por las Olimpiadas Especiales, cuyos ganadores obtendrían una semana gratis en Los Ángeles. Pero nunca tuvieron opción de optar a ese premio. Jack era quien conducía el Mercury Montego turquesa y blanco de 1969, testigo mudo de algo que nadie puede aclarar.
Mercury Montego
Todos ellos tenían entre 24 y 32 años, vivían con sus padres y tenían problemas psicológicos. Weiher, Huett y Sterling habían sido diagnosticados por discapacidad intelectual, de Madruga se pensaba lo mismo, aunque nunca se confirmó y Mathias padecía esquizofrenia, enfermedad que se hizo patente en 1973 y por la que recibía tratamiento, además de una pensión del ejército norteamericano. Recorrieron setenta kilómetros para ver al equipo del que eran fans (el UC Davis basketball team) en la Universidad Estatal de California. Salieron contentos, pues su equipo ganó ese partido, y enfilaron el camino de vuelta. Eran aproximadamente las diez de la noche de ese día 24 de febrero.
En algún momento de ese regreso pararon para comprar unas cosas. Concretamente, dos tartas, una barra Snickers, otra chocolatina, dos botellas de Pepsi y una de leche. Luego salieron de la tienda, y se fueron camino del sur de Chico (California), o al menos eso recuerda el empleado del local, quien a la postre última persona que los vio con vida, o al menos que pudo confirmar sin lugar a dudas la identidad de los cinco miembros del grupo.
La noche transcurrió, y al amanecer los padres de los chicos se percataron de que ninguno había vuelto. El padre de Theodore Weiher fue el que lanzó la voz de alarma. La madre de Bill Sterling fue la siguiente. Ella ya se había preocupado por la suerte de su hijo y habló con la madre de Jack Madruga. Finalmente, la familia de Huett constató lo mismo: ninguno de los chicos estaba en sus casas. Lo que vino a continuación es una concatenación de sinsentidos, con una investigación y varios hallazgos tétricos por medio.
Un escenario de alta extrañeza
Mapa con algunos de los puntos de interés. En él se ve perfectamente lo mucho que se desviaron los chicos.
Como era de esperar, la policía comenzó la búsqueda ese mismo día 25, condicionada sobre todo por la condición mental de los implicados. No tardaron ni veinticuatro horas en dar con el Mercury Montego, sin que hubiera nadie en su interior. El lugar donde se encontró estaba alejado, a noventa kilómetros de Chico, donde fueron a ver el partido. La carretera de montaña estaba helada, y el vehículo se encontraba en perfecto estado, estacionado en el arcén. Las familias de los chicos apuntaron ya en aquel momento que algo raro debió suceder, porque ninguno de ellos habría querido desviarse tanto de sus casas, a las que estaban fuertemente atraídos.
Las llaves no aparecieron, pero comprobaciones posteriores constataron que el depósito de gasolina estaba lleno. La ausencia de evidencias de accidente llevaron a los investigadores a concluir que la pericia del conductor – Jack Madruga, por ser el único con carnet – era asombrosa, y que condujo con sumo cuidado. En cuanto a la comida que compraron la noche anterior, todos los envoltorios estaban esparcidos por el coche, excepto una chocolatina, que nadie se había comido.
La madre de Ted Weiher sosteniendo un cartel perdido.
Apenas había testigos que pudieran dar pistas sobre el paradero de los cinco chicos. Joseph Shons, de 55 años, dijo que vio luces en el camino cuando conducía su Volkswagen por el mismo lugar donde los jóvenes desaparecieron. Él también se había perdido en aquel recóndito lugar, y aseguraba padecer fuertes dolores pectorales, síntomas que achacó a un incipiente infarto. Al parecer, el frío le hizo permanecer en el coche con el motor encendido para mantenerse caliente. Dijo oír “ruidos extraños, como silbando” un poco más abajo. Salió de su automóvil y dijo recordar ver a un grupo de hombres y una mujer con un bebé, caminando a la luz de los faros de un coche. También creyó oírlos hablar, pero ahí terminaba su relato.
Si pidió ayuda o entabló contacto con los jóvenes, nadie más puede corroborarlo. A la mañana siguiente, sin gasolina en el coche, tuvo que andar uno trece kilómetros hasta un albergue, desde donde fue trasladado a su casa. No se sacó nada en claro, como las posibles identidades tanto de la misteriosa mujer como de la criatura. Una de tantas dudas que nunca se han despejado. Aunque sí que sufrió un leve ataque cardíaco, como indicaron los médicos.
Hubo un segundo testimonio que los investigadores tuvieron en cuenta. Una trabajadora del pequeño pueblo de Brownsville, a unos cuarenta y ocho kilómetros del Mercury Montego, dijo haber visto a cuatro de los cinco chicos en su tienda el día 26 de marzo. Iban a bordo de una furgoneta roja y dos de ellos entraron, mientras los otros dos se acercaban a una cabina telefónica cercana. El testimonio fue recabado el día 3 de marzo, cuando ya había una recompensa de unos 1.200 dólares de la época por cualquier información sobre el paradero de los desaparecidos. Aunque el dueño de la tienda corroboró lo dicho por su empleada, y aseguró que dos de los chicos (al parecer Weiher y Huett) entraron y compraron burritos, refrescos y chocolate con leche, no hubo mucho más material al que pudieran agarrarse para tirar de ese hilo. Se dio credibilidad a estas declaraciones, tanto por parte de los investigadores como de las familias, pero no se fue más allá.
La búsqueda continuó durante meses, sin arrojar ningún tipo de resultado. No había huellas, rastros u objetos que pudieran guiar las investigaciones. Absolutamente nada. Y continuó siendo así hasta el 4 de junio, cuando un grupo de motociclistas dio con el cuerpo de Ted Weiher, congelado en un remolque, en los alrededores de un antiguo campamento militar, a treinta kilómetros del Mercury Montego. No tenía zapatos, y la espesura de su barba indicaban que había pasado entre ocho y trece semanas peleando por sobrevivir. Pero las ocho mantas que tapaban su cuerpo no bastaron para evitar una terrible muerte por congelación. Podría haber encendido fuego con las cerillas que se hallaron en los alrededores, y prender los libros y los muebles de madera que había en la zona. Pero por alguna razón desconocida, no lo hizo en ningún momento. Un reloj de oro, su anillo, su cartera y su collar fueron los testigos mudos de su final.
La nota de Ted Weiher sobre el juego de baloncesto al día siguiente.
Los cobertizos de aquel abandonado campamento contaban con suficientes víveres para haber mantenido con vida a todos los chicos durante mucho tiempo. Había latas de raciones abiertas, pero nadie había tocado los cócteles de frutas y otra serie de alimentos deshidratados. En un cobertizo cercano pudieron haber hallado un tanque de propano para poder calentarse, pero nunca se abrió.
El cinco de junio se hallaron restos tanto de Jack Madruga como de William Sterling. Estaban a unos dieciocho kilómetros del punto de partida, la ubicación del Montego, y en dirección opuesta al remolque donde murió Weiher. No quedaban muchos restos de ninguno de los dos. El cuerpo de Madruga estaba en proceso de descomposición, probablemente presa de animales. De Sterling solo se hallaron algunos huesos que sirvieron para identificarle.
El día siete, en la misma dirección en que aparecieron los restos de sus dos amigos, el padre de Jack Huett encontró su columna vertebral, junto a otros huesos, sus pantalones vaqueros y sus zapatos. Al día siguiente, un ayudante del sheriff local dio con su calavera a unos cien metros. Un kilómetro más allá aparecieron una linterna oxidada y apagada y unas mantas. Pero nada más que sirviera para establecer una hipótesis sobre cómo murieron ni cuánto tiempo pasó antes de que lo hicieran.
Muchas dudas que resolver
Cuatro de los chicos estaban muertos. Pero aun restaba encontrar a Gary Mathias, a quien se buscó con ahínco en radios concéntricos cada vez mayores, sin lograr grandes resultados. Sus deportivas estaban en un remolque del servicio forestal. Los investigadores pensaron que se los quitó para ponerse los zapatos de Weiher, cuyos pies eran más grandes. Pero era una conjetura más, sin ningún fundamento real.
Había muchas preguntas sin respuesta. ¿Cómo se desviaron tanto de la ruta que debían seguir? ¿Qué los hizo abandonar un coche lleno de gasolina en medio de un bosque helado? ¿En algún momento entablaron contacto con otras personas en algún otro lugar? ¿De verdad vio Joseph Shons a los chicos acompañados de una mujer y un bebé? ¿Por qué ir tan lejos a pie sin volver al punto de partida, y en direcciones opuestas? ¿Qué les llevó a no usar los víveres o la ropa que les habría ayudado a sobrevivir?
Un reto de esta envergadura no era, ni es, un asunto sencillo. El tema de la localización del Montego fue muy estudiado. Mathias contaba con un pequeño grupo de amigos en Forbestown, y puede que quisiera verlos en el camino de vuelta, pero podría haber errado tomando una bifurcación cerca de Oroville, llegando así a la carretera de montaña.
La tumba de Ted Weiher
Había quienes pensaban que Weiher no había estado solo en el lugar donde murió. Al menos uno de los demás desaparecidos (o quizá el grupo completo) habría estado junto a él un tiempo, y ese sería Gary Mathias, ya que sus zapatillas estaban allí. Asimismo, unas raciones tipo C abiertas con un abrelatas P-38, que únicamente personas que hubieran servido en el ejército, como Mathias, sabrían usar, reforzaban esta hipótesis. El asunto del intercambio de zapatos entre Weiher y Mathias indicaba que el segundo habría decidido marcharse en algún momento, para buscar ayuda o por cualquier otro motivo. Las ocho mantas que tapaban el cadáver de Ted quizá fueron abandonadas tanto por Gary como por Jack y William.
Del testimonio de Shons también se desprende otro indicio llamativo. Cuando alguien está perdido, suele caminar en círculos. Una noche fría y nevada no invitaba precisamente a seguir un camino recto, tal como declaró este hombre. Al parecer, durante el día 23 de febrero un quitanieves del Servicio Forestal había retirado nieve del remolque, para que no se derrumbara, por lo que es posible que el grupo siguiera las huellas dejadas por el vehículo hasta el lugar donde Weiher murió. Una vez llegados allí, habrían usado algunos de los víveres y objetos almacenados, sin tocar el resto por temor a ser descubiertos.
¿Qué pudo haber pasado, entonces? Los forenses certificaron que Ted murió debido a una combinación de hipotermia e inanición. Transcurrieron un mínimo de dos meses antes de que falleciera. Madruga, Huett y Sterling abandonaron el cadáver de su amigo y salieron en direcciones diferentes, sin Gary Mathias, quien bien podría haberse ido antes que el resto o bien después, con los zapatos del fallecido. Madruga y Sterling murieron probablemente de frío, mientras caminaban. Al igual que Huett. Otra cosa es saber en que circunstancias exactas perdieron la vida, y qué fue de sus restos mortales.
Aun con este rápido dibujo de la situación y ante la falta de pruebas, toda teoría es posible, incluso las más rocambolescas. ¿Qué pasó en aquellas semanas? ¿Por qué los chicos no fueron capaces de encontrar ayuda, ni de volver al coche? ¿Qué papeles jugaron cada uno de ellos? ¿Quizá se escondían de algo o de alguien, y por eso pasaron tanto tiempo ocultos, sin atreverse a salir, ni tan siquiera para conseguir más víveres o medios para resguardarse del frío? ¿Qué pasó con Gary Mathias?
Es muy poco lo que se sabe, y demasiado lo que se ignora. Cinco amigos con discapacidades intelectuales, un coche abandonado inexplicablemente, días o semanas de supervivencia en un medio hostil y con un clima extremo, cuatro muertes, una desaparición y un caso sin resolver. Cuarenta y un años después, aun nadie ha logrado descubrir qué paso realmente con los cinco de Yuba City.
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