El día 6 de agosto de 1945 un bombardero B-29 llamado "Enola Gay", y pilotado por Paul Tibbets, despegó de la base de Tinian. Junto a él volaban dos bombarderos auxiliares más bautizados como "Great Artiste" (cargado con material de medición) y "#91" o "Necessary Evil" (cargado con cámaras fotográficas y de cine).


Lo encontró en un claro de nubes de dieciseis kilómetros cuadrados que se abría encima de Hiroshima.
El Piloto informó a Tibbets de la velocidad del aire en la zona y de la temperatura para que la bomba no fallara su objetivo designado en la ciudad escogida: El puente Aioi.
Eatherly hizo su trabajo y vio como los tres B-29 se elevaban surcando el aire para alcanzar la ciudad.
Un poco antes de las 8.15 de la mañana Enola Gay sobrevuela el área urbana de Hiroshima a 8995 metros de altura y suelta la carga que, sólamente media hora antes, había sido cargada para la misión.
En menos de 55 alcanza la altura prevista para su explosión, unos 500 metros sobre el cielo de Hiroshima, y estalla produciendo una bola de fuego que eleva la temperatura hasta el millón de grados centrígrados en menos de un segundo.
El hongo nuclear se eleva y se eleva y el artillero de cola Bob Caron registra con su cámara el momento temiendo que Little Boy los arrastre con él hacia ese infierno de fuego y humo violaceo que ha desencadenado allí abajo.
Exactamente Little Boy ha fisionado un 1.38% del material con la que va cargado, los suficientes para deflagrar 13 kilotones de TNT y destruir unos doce kilómetros del área urbana de la ciudad.
La aeronave está completamente en silencio y solo Robert Lewis, copiloto de la nave, dice: "Dios mío ¿Qué hemos hecho?".
El Enola Gay se aleja del lugar mientras que la Cadena Nacional de Radio japonesa, NHK, ha detectado que la ciudad de Hiroshima ha desaparecido de la emisión.
Simplemente se ha esfumado.
Días más tarde ya se saben las brutales cifras: 70.000 muertos y otros 100.000 heridos de diferente gravedad que han emergido de las ruinas como muertos vivientes en medio de un paisaje arrasado y por el que son incapaces de orientarse.

Muchos de ellos, los que están mejor, buscan el Hospital de Shima, el más grande de la ciudad, sin saber que Eatherly, ha hecho mal los cálculos de viento y la bomba no ha caído sobre el puente de Aioi si no sobre el edificio del hospital que se encuentra a menos de 300 metros.
La mayoría de los médicos y enfermeras destacados en la ciudad han muerto, los que están vivos se enfrentan al caos y la falta de medios que ahoga a Japón en las últimas fechas de la guerra pero también al desconocimiento de la naturaleza a la que se enfrentan: la radioactividad liberada por la bomba.
En la base de Tinian Claude Eatherly, el piloto del "Straight Flush" se siente mal y no puede dormir: Es atendido en la enfermería y se le suministran analgésicos porque se queja de que le duele la cabeza.
El 9 de agosto el B-29 bautizado como "Bocks Car" parte hacia Kokura portando consigo una nueva bomba atómica conocida como "Fat man".

Cuando la misión lleva ya dos horas de retraso Charles Sweeny, piloto del aparato principal, decide poner rumbo hacia el segundo objetivo: Nagasaki.
Antes de las 11 descubren un hueco entre las nubes y a las 11.01 la bomba cae sobre el centro neurálgico de la ciudad liberando, esta vez, una fuerza de 22 kilotones.
Eatherly, a lo lejos, cree sentir la enorme deflagración y, por primera vez, despierta gritando y pensando que el cerebro se le fríe dentro del cráneo.
No lo sabe pero a seiscientos kilómetros de distancia de la zona cero un niño llamado J. G. Ballard,prisionero del campo de prisioneros que está pegado al aeródromo de Lunghua, también cree ver dicho destello, una luz blanca iridiscente que lo estremece.
Días después alguien le cuenta que aquella es la bomba atómica que los americanos han lanzado sobre dos ciudades.
Las define como "dos pedazos de sol". J.G. Ballard sobrevive a la II Guerra Mundial, a su cautiverio, al ejército japonés como niño y, como adolescente, tiene que sobrevivir a la indiferencia de sus padres y al abandono en una institución escolar inglesa que, cuenta, le hubiera recordado al campo de prisioneros si no fuera porque la comida allí era peor.
Después se hace aviador y después escritor de éxito de ciencia ficción.
Ballard, en 1984, publicaría "El Imperio del Sol" contando su cautiverio y en 1991 la segunda parte titulada "La bondad de las mujeres".

Pero Eatherly murió seis años antes de que todo eso ocurriera y jamás conoció a Ballard.
Eatherly se hace famoso por su conducta errática y abandona el ejército en 1947 con una condecoración, la Air Medal, colgando del pecho. El abandono es forzoso y se le acusa de haber falsificado una prueba escrita. Algo absurdo porque es licenciado con honores.
Los norteamericanos han ganado la Gran Guerra, la que parece la guerra definitiva demostrando que lidera el Mundo Libre y que puede manejar con una sola mano al mundo que, al otro lado del charco, se está construyendo Stalin.
Los episodios gloriosos se han multiplicado desde Normandía a Guam y los veteranos son recibidos y tratados como héroes, cobran pensiones vitalicias, ventajas a la hora de reiniciar sus estudios, se les da prioridad a la hora de ocupar cualquier puesto de trabajo para el que estén cualificados y todas las empresas del país se pegan, literalmente, por contar con algún héroe condecorado por haber saltado sobre un nido de ametralladoras japonesas o que haya pertenecido a la Compañía Easy.
El subconsciente norteamericano intenta pagar con comodidades el complejo de culpa que siente por haber mandado a una generación de jóvenes al matadero.

Es el caso de Claude Eatherly que no consigue calmar sus demonios interiores.

Jack Kerouac inmortaliza a algunos de estos personajes en "El camino", la novela que inauguraría a la generación Beat, algunos de ellos constituirían los primeros club de motos, conocidos como el "1%" por ser los peores pendencieros borrachos y forajidos de las carreteras de la Gran América.
Años más tarde aquellos clubes cristalizarían con la fundación en Oakland del primer capítulo del club de motos de los Hells Angels capitaneados por un jovenzuelo Sonny Barger.
Eatherly, nacido en Texas, intenta regresar a casa pero se pierde por el camino. Sólo camina erráticamente buscando acomodo.


Eatherly, completamente colgado, comienza a remitir parte de los cheques de sus pagas de veterano a la ciudad de Hiroshima acompañadas por lacrimógenas y desesperadas cartas de disculpa que nadie quiere contestar.
Las autoridades militares se enteran de que un héroe condecorado está haciendo mucho escándalo y deciden ingresarlo. Es en el manicomio para veteranos donde cuenta que "ve a todas aquellas personas perecer en un cementerio ardiente".
Se le diagnostica "sentimiento de culpa extremo" y "stress de combate". Al parecer la conciencia se le ha despertado por completo. Su actitud no gusta porque cuestiona el ideal del "héroe de guerra".

Liberado y diagnosticado como enferme mental el ejército se encarga de hacer que su vida se olvide y de que pase lo más desapercibo posible. Sus cheques de disculpa son interceptados y devueltos a la familia.
Contacta con grupos pacifistas yconsigue colar uno de esos cheques entre la correspondencia internacional y es recibido por una asociación de ayuda a los niños de Hiroshima sita en Tokyo.
Deambula por todo el Sur haciendo el papel de forajido. Atraca bancos con pistolas de juguete, coge el botín y lo tira a pocos metros del lugar de los hechos desesperado porque nadie le ha disparado, asalta gasolineras para llevarse algo de comida que devuelve arrepentido y es detenido unas cuantas veces y metido en diferentes celdas de todos los estados del Sur.
Paradójicamente su condición de veterano le libera rápidamente de cumplir ni un solo minuto de condena por todos los actos desesperados o chiflados que, nadie tiene duda, son los actos de un pobre loco.

Allí se le vuelve a diagnosticar: trastorno ansioso y esquizofrenia.
Ser esquizofrénico y tendente a la ansiedad en unos tiempos como los de la Guerra Fría debió de ser una tortura para Earthley que vio la Guerra de Corea como una nueva señal de un inminete Apocalipsis.

Le cuesta un año en la cárcel que cumple entre 1954 y 1955. Nada más salir atraca dos tiendas en la zona deprimida de Texas, las tiendas elegidas por Claude son, además, oficinas de correos con lo que su delito se convierte en un delito federal perseguido más duramente por la ley pero su condición clínica de "chiflado" le exime de ir la la cárcel y es declarado culpable en 1957 para volver al hospital de Waco.

El caso de Eatherly llega a oídos del filósofo austriaco Günther Anders que comienza a cartearse con el ex piloto que le cuenta su caso y le transmite todos su terrores.
Anders hace público el caso ante el mundo y, rápidamente, comienza a extenderse por todo Estados Unidos una campaña de descrédito que parece bastante medida: Eatherly es un peligroso elemento, un alcohólico y ludópata que ha enfermado por sus propios vicios.


La esquizofrenia de la Guerra Fría se escenifica en el caso de Eatherly, una esquizofrenia dolorosa y grotesca y muy militar que Thomas Pynchon representaría luego en su novela más grande titulada "El Arco Iris de gravedad" y que estuvo a punto de ganar el Pulitzer si no fuera porque todavía en 1973 Estados Unidos era una nación complejosa a la que la obra de Pynchon le pareció demasiado moderna como para convetirse en un clásico.
Para limpiar su conciencia le concedieron el otro, el National Book Award. Muy dolido por ese enjuague Pynchon no atracó una tienducha con una pipa de mentira y luego devolvió el botín. No. Contrató a un payaso para ir a recoger su premio.

Sin embargo el ejército sigue desacreditándole con el testimonio de su primera mujer (que dice que Claude era un bicho raro y vengativo) y con los de algunos ex compañeros de vuelo que sacan pecho diciendo hasta el día de su muerte que ni se arrepienten, ni se arrepentirían jamás de haber lanzado esas bombas y que, si el gobierno se lo pedía, volverían a lanzarlas.

Tibbets y Sweeny mantendrían hasta el final de sus vidas la pose de cowboy del cielo que Slim Pickens, haciendo de Mayor "King" Kong, intepretaba en "Telefono rojo: Volamos hacia Moscú" (1964).
Otra obra que reproduce en forma de comedia el terror de morir achicharrado en una guerra nuclear.
Evidentemente nadie mueve un dedo ni pide la liberación de un hombre que es tratado como un preso político y que vive apresado por un sentimiento de culpa enorme, inaprensible, que de liberarse alcanzaría los sesenta o setenta kilotones.


En una carta fechada el 3 de junio de 1959, dirigida a Claud Eatherly Günther Anders le decía:
El hecho de hacer daño a un solo hombre - y no estoy hablando de darle muerte -, pese a ser algo concebible, no es fácil de "superar". Pero aquí se trata de algo completamente distinto.Usted tiene la desgracia de haber dejado detrás de sí 200.000 muertos.¿Y cómo iba a ser posible sentir dolor por la muerte de 200.000 personas?¿Cómo iba a ser posible lamentar algo semejante?No sólo usted es incapaz de hacerlo, nosotros tampoco podemos, nadie puede hacerlo. Por más que lo intentemos, aquí el dolor y el arrepentimiento son impotentes.Así pues, Eatherly, usted no tiene la culpa de que sus esfuerzos sean inútiles. Esta inutilidad es consecuencia de lo que anteriormente he denominado el carácter radicalmente nuevo de nuestra situación, a saber: el hecho de que, en cierto modo, podemos producir más de lo que somos capaces de representarnos; el hecho de que los efectos resultantes de los instrumentos que nosotros mismos hemos producido son tan grandes que ya no estamos preparados para representárnoslos.Tan grandes que ya no podemos concebirlos, tan grandes que ya no podemos hacerles frente. No se reproche usted que su arrepentimiento sea insuficiente.Sólo faltaría eso. El arrepentimiento no puede bastar. En cambio, el fracaso de sus intentos es algo que evidentemente usted debe experimentar y soportar diariamente: solamente esta experiencia del fracaso puede sustituir al arrepentimiento, sólo ella puede evitar que volvamos a enredarnos en hechos tan monstruosos.Así pues, dado que sus esfuerzos son inútiles, es perfectamente comprensible que usted reaccione con pánico y desorientación. Incluso podría decirse que esta reacción es signo de su salud moral, pues demuestra que su conciencia sigue viva.El método habitual para hacer frente a aquello que es demasiado grande consiste en una maniobra de ocultación: en seguir viviendo exactamente como se vivía antes, en retirar lo sucedido de la mesa de la vida, de modo que la culpa demasiado grande no se viva como culpa alguna.
Consiste, pues, en querer superar algo sin intentar hacerle frente.
Como hace, por ejemplo, su camarada y compatriota Joe Stiborik, el responsable del radar del Enola Gay, al que gustan de ponerle a usted como ejemplo, pues este hombre sigue viviendo con optimismo y explica con muy buen humor que "se trató simplemente de una bomba, sólo que un poco más grande".
Este mismo método lo ilustra todavía mejor ese presidente que le dio a usted la señal go ahead, la misma que usted dio a los pilotos que tenía a sus órdenes: él se encuentra, por lo tanto, en la misma situación que usted, o incluso en una situación peor. Pues lo que usted ha hecho, él lo ha omitido.
En efecto, hace algunos años - no sé si esto llegó a sus oídos-, invirtiendo de la forma más ingenua toda moral, su presidente declaró en una entrevista que no sentía el menor pang of conscience, lo que supuestamente demostraba su inocencia; y recientemente, al hacer un repaso a sus vida con ocasión de su 75 cumpleaños, ha dicho que de lo único que se arrepiente en su vida es de haberse casado a los treinta.
Creo poco probable que usted envidie la suerte de ese clean sheet. Estoy completamente seguro de que si un delincuente habitual declarase que no siente ningún remordimiento de conciencia, usted no tomaría sus palabras como una demostración de su inocencia.
¿No es un tipo ridículo un hombre que huye de sí mismo?
Usted aunque fracase en el intento, hace todo lo humanamente posible. Intenta seguir viviendo como el que ha hecho lo que ha hecho.
Y esto es lo que a nosotros nos consuela. Aunque precisamente por permanecer idéntico a su acción, ésta lo ha cambiado. (...)
¿No es un tipo ridículo un hombre que huye de sí mismo? ..cuanta razón..
ResponderEliminarLa verdad es que es una carga muy pesada el llevar en la conciencia escrita con sangre la responsabilidad de ser uno de los ultimos responsables de la muerte de 200.000 personas....Si el sentimiento de culpa se agudiza de forma extrema como le paso a este hombre las consecuencias son obvias una vida desastrosa y un final tragico. Por cierto yo tambien debo ser un tipo raro si yo fuera responsable de la muerte de 200.000 personas tendria que ir drogado a todas horas para no ponerme delante de un tren y quitarme la vida. Con esa carga tan pesada cualquier atisbo de cobardia se esfumaria rapidamente, cada cual que razone como quiera, cada uno de nosotros lleva un microcosmos en su interior.
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