Un socio de la asociación Derecho a Morir Dignamente se quitó la vida utilizando la guía de autoliberación de la asociación, acompañado de su mujer, consumando así una decisión pensada durante mucho tiempo.
Mario, que acaba de cumplir los 64 años, había tenido mala suerte.
En realidad todas las personas con la desgracia de padecer una grave enfermedad incurable tienen mala suerte.
Al menos este es el comentario que se nos ocurre cuando nos enfrentamos a una pregunta dura y sin respuesta:
“¿Por qué a mí?” Mientras no nos toca, vivimos la muerte como ajena a uno mismo. Percibimos la muerte del otro, pero no la vivimos. Estamos en el otro lado, en el mundo de los vivos.
Hace cuatro años le detectaron un meningioma que era potencialmente curable. “Después del batacazo que supone que te digan que tienes un tumor en la médula espinal, cuando te aseguran que vas a salir bien crees que tienes buena suerte dentro de la desgracia”.
Pero Mario tuvo la mala pata de sufrir complicaciones que no se trataron a tiempo, quedando con una grave afectación de la movilidad de sus piernas.
“Cuando salió del hospital tenía un grado de minusvalía global del 75%. Fue muy duro saber que nuestra vida no se iba a parecer ni remotamente a cómo era cuando entramos allí”.
Quien lo dice es Carmen, su mujer, su compañera desde hace más de 36 años desde que se conocieron en unas vacaciones en la Costa Brava , y testigo diario de los padecimientos y los cambios de medicación que no parecen dar ningún resultado.
Después estuvo unos nueve meses en el Hospital de Parapléjicos de Toledo y más tarde le remitieron a la Unidad del Dolor de su hospital de referencia.
Ahí le están tratando desde entonces, pero la situación de Mario como él la califica es horrorosa, sumando a su incapacidad para caminar los intensos dolores que padece.
“Me da una rabia tremenda no poder salir a dar los paseos por la montaña” Hace 20 años Mario y Carmen se mudan de la capital a una vivienda de un pueblo de la Sierra de Guadarrama.
Se había convertido en costumbre para el matrimonio recorrer las sendas naturales con su hija que recogía piedras para su colección. Aunque el pueblo ha crecido mucho desde entonces, todavía se ven muy bien las montañas desde la habitación donde Mario pasa casi todo el día.
“Estoy a 10 minutos de hacer lo que más me gusta y no puedo voltearme en la cama sin que me dé un latigazo que me abrasa todo el cuerpo. Mi vida ahora es ir de la cama al sillón.”
Todo este sufrimiento hizo que Mario intentara suicidarse hasta en dos ocasiones. La primera vez se colocó una bolsa de plástico en la cabeza mientras su mujer estaba en otro cuarto de la casa.
Al oir los ruidos y ver lo que estaba haciendo le impidió seguir adelante. “Ya en el centro de lesiones medulares pensé en tirarme al Tajo, pero debido a mi dificultad limitada tuve que rechazar esa posibilidad”, bromea Mario, mientras Carmen, molesta, prefiere salir de la habitación para no revivir esos momentos.
Con el segundo intento llegó más lejos, una caja entera de tranquilizantes acabaron en su estómago he hicieron que pasase tres días en coma en el hospital. Por la mañana su mujer le había encontrado inconsciente y llamó al 112 al ver que su marido no reaccionaba.
Para Mario, no sólo la frustración y el enfado de haber fallado ahondan en la degradación que está padeciendo, sino que el perjuicio que le ha causado a su mujer y los suyos ha tensado muchas veces el ambiente en casa.
“Por la noche me tengo que levantar a orinar cada media hora. Después del desayuno, lo paso durmiendo a ratos, porque coinciden las tomas de varios medicamentos, pero sobre las 3 de la tarde empieza mi calvario con unos dolores insoportables como si me estuviera quemando”.
Él siempre fue una persona inquieta en busca de mejorar las condiciones en las que vivían los suyos y la gente que le rodeaba.
Recién llegados a la sierra buscó la asociación de vecinos para poder incorporarse al grupo de trabajo. “Se nos pasaba el tiempo con las discusiones y argumentaciones en la sede de la asociación.
Horas enteras en las que teorizábamos los planes de actuación para mejorar el pueblo. Se nos quedaba corto el orden del día porque acababan saliendo temas que arreglar”.
Tanta era la pasión que ponía que más de una vez tuvo que salir corriendo porque llegaba tarde para recoger a su hija a la salida de sus clases de kárate.
Ahora su hija que tiene 32 años no le apoya en su decisión de acabar finalmente con su sufrimiento. Mario acudió a DMD en busca de ayuda, se hizo socio y después de tres meses y largas conversaciones con las miembros de la asociación recibió la guía de autoliberación.
Durante este tiempo recibió asistencia de su equipo de atención primaria, de la unidad del dolor del hospital y de un equipo de soporte a la atención domiciliaria (ESAD), recurso específico de cuidados paliativos.
Mientras tanto Mario elabora un plan de suicidio con el asesoramiento de DMD.
Su mujer comprende su situación, comparte más que nadie su experiencia de sufrimiento, pero se niega a aceptar su suicidio. Su hija no quiere ni oír hablar de la opción de una muerte voluntaria.
Ninguno le ofrece una alternativa, ni siquiera argumentos para seguir aguantando. Mantienen una postura mezcla de irreflexión, prejuicios religiosos, cobardía y miedo.
En estas condiciones DMD le indica, a su pesar, que no puede hacer más mientras su entorno familiar no respete su voluntad de morir. “No entendía por qué mi familia seguía ciega ante mi situación.
Preferían que yo siguiese vivo sufriendo que procurarme una muerte serena y en paz”. Sus expectativas se ven frustradas y de vez en cuando Mario hace una llamada de auxilio a DMD, que vuelve a tantear a la familia sin ningún éxito. Mario sigue sufriendo, solo.
Después de un tiempo en el que el calvario de Mario aumenta con unos dolores que le son insoportables, durante una conversación en primavera con su mujer ésta decide ayudarle.
Carmen, que lleva años viviendo con su marido el infierno que está pasando, decide finalmente respetar su decisión. Sólo hay una condición, su hija no puede saber nada porque se opone frontalmente a que su padre decida voluntariamente acabar con su agonía.
“Por fin empezaba a vislumbrarse una salida, pero debido a mi incapacidad para valerme por mí mismo me preocupaba que lo que va a hacer Carmen tenga consecuencias legales y le puedan acusar de cooperación necesaria al suicidio”.
A Mario no se le escapa que ayudar a alguien a cometer un suicidio puede implicar penas de prisión de hasta diez años de cárcel. Y eso es algo que no puede permitir. Por muy mal que lo esté pasando, esa no es la carga que le quiere dejar a su esposa.
Es entonces cuando las conversaciones con DMD se hacen más frecuentes. La asociación les asesora sobre los medicamentos que se utilizan en una autoliberación, cuál es el método más seguro, la forma de triturar las pastillas, la medicación previa que debe tomar, el tiempo que requiere para que haga efecto, la mejor época para llevarlo a efecto. En su caso durante las vacaciones porque podrán estar solos.
“Que mi hija no pueda estar en este momento por sus convicciones personales es lo que más me amarga en este proceso”, dice Mario a la vez que comparte una mirada con Carmen.
Mario está decidido a hacer público su caso. DMD después de sopesarlo con él le ha puesto en contacto con un periodista para que pueda transmitir la experiencia que lleva padeciendo durante todo este tiempo.
Carmen no está muy de acuerdo, pero es la vida de Mario y es su decisión que tiene que respetar. La pareja recurre al asesoramiento legal de DMD, que, a pesar de que Mario dispone ya de testamento vital, aconseja realizar un acta notarial manifestando su voluntad de morir.
Además, Mario desea dejar testimonio. “Quiero denunciar el sobresufrimiento que significa que no exista una regulación que dé amparo médico y legal a la decisión de poner fin a mi vida.
Es absolutamente cruel la situación que padezco, condiciones contrarias a la dignidad del ser humano”. También envía una carta al Presidente del Gobierno con copia al Fiscal General del Estado y al Defensor del Pueblo. Una carta extensa en la que denuncia su situación.
“Si me dirijo a usted, es sobre todo para dejar constancia de que tomo una decisión tras una larga reflexión, en pleno uso de mis facultades mentales, con plena conciencia de su trascendencia y sin ser presionado por nadie”.
Él no puede valerse de una ley que los políticos no tienen el coraje de aprobar. “Al menos reivindico mi derecho al pataleo y que el subsecretario del director, del gabinete de turno que lea mi carta pueda entender por lo que estoy pasando” dice cabreado.
En otro de los párrafos de la misiva Mario apela a la voluntad de los políticos de hacer las cosas por el sencillo hecho de ser las correctas.
“Lo hago con la intención de hacerle reflexionar sobre la realidad a la que nos vemos condenados personas reales que estamos atados a una vida que es una condena no merecida. He oído decir que los políticos están para solucionar los problemas de la gente.
Señor Presidente, solucionar el de las personas como yo no le hará ganar las elecciones, tampoco perderlas, creo yo, pero le aseguro, será una de las cosas más importantes de su mandato”.
Se ha hecho con una silla de ruedas para poder moverse algo por casa y no tener que molestar a Carmen cada vez que quiera ir al baño, pero cada vez la utiliza menos porque no tiene fuerzas siquiera para poder desplazarse con ella.
Con un esfuerzo casi imposible Mario se aproxima al ventanal abierto que da al porche y allí se queda solo y en silencio durante 15 minutos.
Aunque son más de las 9 de la noche como es agosto todavía hay un sol bajo que hace que las sombras largas modelen el paisaje de la sierra madrileña.
Una luz anaranjada le ilumina la cara y le hace cerrar los ojos. No dice nada, sólo una media sonrisa que le cambia un rostro que ha expresado su calvario desde aquel momento en que le informaron que algo había salido mal tras la operación.
Cuando vuelve de su escogida intimidad, se para frente a su mujer y con una voz suave afirma “Ya no queda más tiempo para teorizar.
Ahora toca llevar a cabo el plan deactuación”. Mario conecta el molinillo eléctrico, tritura las pastillas y las mezcla con un yogur. Ya lo tiene preparado para después de cenar.
Habla con su mujer. Les preocupa su hija, la quiere con toda su alma, pero no le puede decir adiós. Toma una comida ligera, coge el yogur y se lo toma apresuradamente.
Sabe amargo, pero no tanto como los últimos cuatro años de su vida. Finalmente, se acuesta con la ayuda de su mujer.
- Por fin, lo conseguí, mi última siesta.
- Sí, la mejor en mucho tiempo -le contesta
Carmen, que no suelta la mano de su marido. Sólo tarda unos minutos en dormirse profundamente.
Carmen llora en silencio. Con un gesto tranquilo, alterna su mirada entre su esposo y la vista privilegiada que se aprecia desde la ventana del dormitorio.
Las montañas de la Sierra de Guadarrama que desde hace tanto tiempo su marido no ha podido visitar por culpa de un tumor. Ella continúa acariciando la mano inmóvil de Mario.
Su marido muere plácidamente en unas horas. Sobre la mesa, el acta notarial, el testamento vital, una carta al juez y una copia de las que Mario envió a las autoridades.
Por la mañana, Carmen llama a los servicios de urgencias: “Mi marido ha muerto, se ha suicidado”.
La policía acude al domicilio y se lleva el vaso con restos del cóctel letal y los papeles que Mario ha dejado firmados. No es la primera vez que asisten a un suicidio de este tipo y parecen comprender lo sucedido.
Tratando de consolar a la viuda le comentan que no se preocupe, que probablemente no va a pasar nada. Por orden del juez, el cadáver es trasladado al Instituto Anatómico Forense para realizar la autopsia y a las 24 horas devuelto a su familia para su incineración.
Probablemente por la presión de su hija, Carmen decidió no seguir colaborando para la publicación del reportaje que Mario deseaba, pidiéndole al periodista que dejara en suspenso el trabajo realizado.
Hasta la fecha su mujer no ha sido llamada para declarar. Al no existir una denuncia, probablemente el juez archive el caso sin realizar más diligencias, pero por si acaso la mujer de Mario tiene el teléfono de los abogados de DMD y sabe que cuenta con el respaldo de los tres mil miembros de la asociación.
César Caballero
Fernando Marín
Manuel G.Teigell
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Ramón Sampedro
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