LA ZONA NEGRA : El crimen de Carmencita


Todo comenzó el 7 de octubre de 1924, cuando la edición vespertina del Diario de Alicante -antecesor del actual Diario Información- publicaba la noticia de la desaparición de la niña Carmen Mendivil Borja, en extrañas circunstancias: 



"La niña Carmen Mendivil de siete años de edad, se ha acicalado esta mañana y después del desayuno ha salido de su casa marchando al colegio. Salió a las nueve y media. Vive con sus padres que poseen un establecimiento de comestibles en la calle Salamanca, cercana al colegio". 

Desde esa hora nada se ha vuelto a saber de la niña, ni de ella hay rastro ni huella." Así describía el periódico alicantino la desaparición de la niña, que causó un gran impacto en la población de San Vicente del Raspeig, cuyos vecinos comenzaban a sospechar que algo iba mal a eso de las cinco de la tarde: "No falta quien asegure que esta mañana a las diez, ha sido visto un forastero de unos 30 años, que llamaba sigilosamente a un niño de corta edad, que receloso, no acudió al llamamiento".


La niña marchó al colegio de Doña Luisa García, situado en la calle Mayor de la población, vistiendo la "bata" de colegiala a cuadritos color marrón, calzaba sandalias y en el cabello llevaba un lazo blanco; en el corsé un imperdible con cinco "medallitas" y un bolso con libros y costura.

Durante la mañana del 8 de octubre un vecino de la calle Mayor, alertó a la Guardia Civil de que había visto a la niña cruzar desde ésta a la del Pozo. También otra joven de su edad ratificó tres veces la declaración. 




La Guardia Civil efectuó registros durante la mañana del 8 de octubre en domicilios de las calles Mayor, Hornos y del Pozo, así como en las casas campesinas cercanas. También se efectuaron sondeos en cisternas, aljibes y pozos, así como registros en las casas más alejadas de la población y aldeas vecinas, sin obtener resultado positivo alguno.

El desconcierto era absoluto. La madre de la niña, Carmen Borja Lillo, de 38 años de edad, que regentaba un establecimiento de comestibles en la calle Salamanca, era viuda desde 1918 y estaba enloquecida con la pérdida de la niña. 


A falta de noticias de los cuerpos de seguridad, durante la tarde y la noche del 7 de octubre y la mañana del día siguiente en San Vicente se organizaron batidas de vecinos en busca de la niña, a caballo en bicicleta y a pie, circundando las pedanías y barrios de la zona. Incluso se llegó a crear un cordón alrededor del pueblo que no dejaba salir a nadie. 


Una de estas batidas fue encabezada por el entonces alcalde Vicente Antón, y le acompañaban el juez de paz, señor Guerrero, y el médico del pueblo, Vicente Alós, así como varios miembros de la Guardia Civil. Esta batida fue dirigida hacia los barrancos y las cuevas cercanas a la población.


Día de mercado, en el año 1920. El mercado se celebraba tradicionalmente en la Calle Mayor, los domingos por la mañana, desde el siglo XVIII (Revista El Raspeig)

Encuentran el cuerpo de Carmencita

Cuando por enésima vez, durante la mañana del día 8, la Guardia Civil registraba casas y pozos de la calle donde fue vista por última vez, en el número 32 de la calle Mayor aparecía el cuerpo sin vida de la pequeña flotando en un pozo. Andrés Huesca -apodado "el Barbudo"- fue quien alertó a los guardias de que "había algo flotando en el pozo".

El pueblo de San Vicente, conmocionado, buscaba culpables. 


La madre, desconsolada por la pérdida de la niña, decía que no conocía enemigos de ella ni de su difunto esposo, descartando la venganza.

Al poco de encontrar el cuerpo, llegó a San Vicente el Juzgado de Instrucción, constituido por el juez municipal del distrito norte Ramón Alberola, con el teniente fiscal Leopoldo Castro, el señor Platón -oficial- y el médico forense.

Tras el levantamiento del cadáver se produjeron las primeras detenciones en el pueblo. A las dos de la madrugada ingresaban en prisión preventiva cinco detenidos: Benita Carbonell Huesca, Francisca Jover Ferrándiz, Bartolomé Marhuenda Paya, Andrés Huesca Jover y Juan Bevia Barbera, quedando al cargo de los oficiales de guardia Pedro Cenan Chacón y Joaquín Martínez Escudero.

Calle La Venta, que recibió esta denominación de una primitiva venta que hubo allí a principios del siglo XIX (Revista El Raspeig)

Francisca Jover Ferrándiz, de 60 años de edad, declaró a la prensa que era inocente. Argumentando que se llevaba muy mal con un sobrino suyo -José Jover, sastre que vivía en el 30 de la calle Mayor - a causa de una disputa económica en una compra de telas en Barcelona, que seguro habían hecho por inculparla y procurar su desgracia.

Cuando entró en prisión tenía el rostro compungido, estaba desgreñada, vistiendo una toca negra de lana, una raída falda del mismo color, ya "parda" de tanto uso, saliéndole las mangas de la "chambra" por debajo de la blusa que se ocultaba bajo la toca. Su pelo era blanco, casi amarillento, caía en mechones sobre su frente y ojos claros, que lacrimosos y sucios se atisbaban pequeños y legañosos.

Ésta era natural de San Vicente, pero vivió en la población de Monóvar -donde tenía una sastrería-mercería- con su marido Bartolomé -que era de allí-, hasta que siete meses antes del crimen llegaron a San Vicente con el fin de atender mejor el grave estado de salud de su marido parapléjico.Todo esto fue a instancias de Ramón Jover, que era el hermano de Francisca.



Posteriormente se pudo saber por los vecinos de Monóvar de la plaza de Canalejas -donde residía en esta población-, que ésta era una mujer muy mala, misteriosa, usurera y que practicaba el curanderismo y las artes de la hechicería.

Por otro lado Benita Carbonell Huesca, de 50 de años de edad, desempeñaba sus servicios para Francisca, su ama. Ésta tenía antecedentes, pues había arrojado a un niño de corta edad a una acequia, por lo que fue ingresada en el psiquiátrico por demencia. 


Posteriormente se sabe que trabajaría en dicho hospital de enfermera. Después estuvo prestando sus servicios como sirvienta en una casa de Alicante cuyos dueños pronto tuvieron miedo de ella pues decían que "no estaba en sus cabales". 


Confesaría posteriormente que ayudó a cometer el horrendo y macabro crimen. En un principio, la declaración de Benita fue clara y concisa, narrando cómo la infeliz Carmencita pasó por delante de la casa y la señora Francisca la llamó, ofreciéndole dos peladillas. 


Luego ella tuvo que ir a hacer unos recados e ignoraba lo que ocurrió, pero al regreso vio a Francisca y a la niña salir de un "cuarto" y la llevó al patio de la casa con el fin de enseñarle unos "conejitos" blancos que tenía. Luego escuchó gritos y al ir a ver qué ocurría, encontró a Francisca sujetando a la pequeña. Ésta le ordenó que le ayudase a tirarla al pozo, cosa que Benita hizo.


La Plaza de España ha sido y es el centro de atracción de la población, así como lugar de recreo para los niños, que han utilizado sus diferentes estructuras arquitectónicas para desarrollar sus juegos.

Los diarios tacharon de "imbécil" a Benita, basándose en la trayectoria de esta mujer, que terminó su entrevista diciendo: "Luego Francisca me amenazó de muerte si decía a alguien lo que allí había ocurrido".

Las declaraciones de Andrés Huesca también fueron interesantes. La gente sospechaba de él, pese a ser quien alertó a los guardias de que había encontrado a la niña, cosa que desde un principio le excusaría. Era sobrino de Francisca, albañil de profesión y el día del crimen estaba trabajando en la casa de "Tona la Llobeta".

Esa jornada había salido a las siete y media de la mañana hacia su trabajo y regresó a las doce, yendo directamente hacia el patio, pues tenía que ponerles agua a unas palomas que poseía. Entonces, cuando arrojó el cubo al pozo algo tropezó con éste; así encontró el cadáver. Se dispuso de inmediato a dar parte del hallazgo pero Francisca y Benita se lo impidieron con excusas. Al final, al día siguiente y ante el desconcierto, lo comunicaría.

Bartolomé Marhuenda Payá era el marido de Francisca, estaba casi ciego y medio paralítico. A éste se le atribuyó en Monóvar un crimen del que nunca se pudo demostrar su culpabilidad. También era conocida su "tacañería" y los negocios sucios que mantenía con los campesinos.

Y por otro lado Juan Beviá Barberá, que era mudo y compartía vivienda con Andrés Huesca. Por ello fue detenido, pero como nada tuvo que ver fue puesto en libertad de inmediato.





¿Qué pasó realmente?

El caso cayó en manos del juez José Pozuelo, a quien le correspondería reconstruir el suceso y encontrar a los culpables.

Los primeros hechos que apuntaba la prensa se referían a un crimen producido por la posible venganza entre Francisca y su propia familia. 


Dado que ésta y su marido tenían una sastrería-mercería en Monóvar, habían comprado una mercancía de telas en Barcelona para la que se tuvo que solicitar un préstamo, motivando una disputa económica que desembocó en odio hacia su propio sobrino José Jover. Por ello, Francisca acusaba a éste de haber hecho algo para "desgraciarle" la vida. Sin embargo, con el paso de los días el enigma comenzó a aclararse.

La mañana que fue hallado el cuerpo sin vida de la pequeña, los doctores Alós y Antón inspeccionaron el cadáver, encontraron signos evidentes de violencia y violación. Presentaba una pequeña herida en la zona genital que cuando fue reconocida todavía "manaba" sangre. La niña había sido maltratada, se había resistido a su muerte y había sido violada.

Tras el posterior traslado del cuerpo al cementerio de la población con el fin de realizar la autopsia, el doctor José Aznar dictaminó que presentaba signos de violación pero que ésta no fue consumada del todo. 


"La Viejas" declararon en un principio que todo había sido porque los niños -sus sobrinas- se metían mucho con ellas y cogieron por el cuello a la pequeña Carmen al "confundirla" con una de sus sobrinas, estrangulándola. Al darse cuenta de la terrible equivocación, decidieron ocultar el cuerpo arrojándolo al pozo. Evidentemente, nadie lo creyó, ni tampoco que ante unas burlas de unas niñas, la pena fuese la muerte.

Al final Benita confesaba el crimen tras la declaración de Bartolomé, del que se conservan sus palabras, frases que quedaron recogidas en el expediente policial, que dañan profundamente y que se recogen: 


Bartolomé da detalles, y sólo acusa de colaboradoras en la comisión del delito a su esposa Francisca Jover y a la sirvienta Benita Carbonell. Bartolomé -ya hemos dicho que es una piltrafa más que un hombre- casi ciego, paralítico y su virilidad perdida le dejó en una triste condición de exhombre. Era obsesión de Francisca y suya propia la de recobrar el viril atributo con lo que esperaba curar totalmente todos sus alifafes que habían arruinado su organismo. Francisca y Benita, supersticiosas que creían en brujerías, sortilegios y curanderismos le proporcionaron el remedio. Era preciso el ayuntamiento carnal con una tierna niña.

Y aun empeñando eufemismos y circunloquios más o menos disimuladores, hemos de decir que ese contacto se llevó a cabo. Como Bartolomé estaba inutilizado por la parálisis que le 'agarrotaba' para cualquier movimiento, es difícil, muy difícil explicar cómo se pudo realizar ese contacto que acabó con la violación de la desventurada niña.

Las dos mujeres hicieron lo que Bartolomé no podía hacer tullido como estaba en su sillón. La niña logró provocar la rijosidad por un momento en él, volviendo a ser hombre por un instante.

Las dos "bestias", Francisca y Benita, hicieron lo demás, lo más abyecto y brutal. Bartolomé era un elemento pasivo, inmovilizado pero sonriente de deseo bestial; ellas, presas de un 'sadismo' que horripila, ejecutaron la violación.

Es muy probable que la niña perdiera el sentido durante la ejecución de tan macabro crimen y por ello, según las declaraciones de la prensa de entonces, las asesinas habían cogido el cuerpo -sin sentido pero no sin vida- una vez consumado el acto sexual, y cubriéndolo con un delantal, lo arrojaron al pozo.


Juan Bevia había sido puesto en libertad el día 11 de octubre, ante la falta de pruebas para incriminarle. Tras las declaraciones y ratificación de Benita -"la imbécil"- el día 8 de noviembre también fue puesto en libertad Andrés Huesca, situación que el pueblo de San Vicente acogió con agrado, pues era un hombre querido a pesar de su apariencia de retrasado mental, tal y como lo describían en algún diario de la época.

Bartolomé se abandonó en la prisión, negándose a cambiarse de ropa y a comer. Los demás presos no querían estar con él, pues decían que olía muy mal y que se estaba pudriendo poco a poco. Por ello, y por su estado deplorable de salud, el día 21 de octubre fue trasladado hasta el hospital, donde se le asignó la cama número 2 de la sala de la Concepción, muriendo pocos días después.

A las dos de la madrugada del 19 de noviembre, fallecía el viejo degenerado, compinche del asesinato de la pobre niña Carmencita.

Éste afirmaba una y otra vez que su mujer había sido la asesina y Benita, "la imbécil", sometida por su ama para cometer tan tremendo crimen.
Benita fue la única superviviente de los tres, y fue condenada a pena de cárcel y reclusión atendida, pues actuó sugestivamente inducida por su ama, diagnosticándosele "abulia" y por tanto obediente y reprimida ante los abusos de su "señora".

Las gentes del pueblo, antaño, comentaban que también hubo algo que se ocultó a los medios de prensa y al propio juez. De todos era conocido que Francisca era una "bruja" hechicera con nociones de curanderismo. Así la tachaban en el pueblo. 



Fachada de la casa donde se produjo el siniestro abuso y crimen de Carmencita. La imagen muestra como la casa se encontraba cerrada a cal y canto, después de los hechos. En aquellos momentos, el rumor de que a la niña le había ocurrido un accidente, se había extendido rápidamente.



Por ello, muchos investigadores y periodistas de la época dieron con detalles que nunca publicarían. Parece ser que el ritual que llevó a cabo requería ingerir sangre de la joven virgen. 

Nadie comentó nada del tema, tan sólo se apuntó a un caso de curanderismo ritual, pero nunca se ahondó en el trasfondo del asunto dejando que la propia población estableciese sus conjeturas, a cada cual más sangrienta.

Es por ello por lo que se bautizó este caso como el de "las vampiras de San Vicente del Raspeig".


Más:
La Vampira del Raval
Mari Luz Cortés, un crimen judicial
EL EXORCISMO DE MARTA
Encuentran en Bulgaria los restos de un "vampiro" medieval con un hierro clavado


1 comentario:

  1. Brutal!!no conocía el caso para nada,y hoy alguien me habló de él y busqué en google!!

    ResponderEliminar

DEJA TU COMENTARIO