LA ZONA CEREBRO : La guerra de los hemisferios


Al localizar el habla en la región izquierda del cerebro, se pensó que este hemisferio era el verbal y, por tanto, el dominante. 
Este neuromito tan popular, basado en investigaciones pseudocientíficas, ha influido notablemente en la educación y en muchas otras áreas.


Es realmente un mito la teoría del cerebro izquierdo y el derecho? ¿Por qué? Para aclararlo comenzaremos por dar algunos pormenores sobre la neurociencia, y sobre cómo se gestan los mitos alrededor de las teorías científicas.

La década de 1990 fue declarada «Década del cerebro» por el entonces presidente Bush. Millones de dólares se invirtieron –y se siguen invirtiendo– en la investigación científica sobre el funcionamiento del cerebro. Se han desarrollado nuevas técnicas no invasivas que permiten observarlo mientras realiza sus funciones y nuevos descubrimientos que propiciaron avances notables en medicina.

En particular, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, a través del Centro para la Innovación e Investigación Educativa (CERI, por sus siglas en inglés), responsable del proyecto PISA entre muchos otros, ha proporcionado resultados extraordinarios que se resumen en dos obras monumentales Understanding the Brain: The Birth of a Learning Science de 2007 y Understanding the Brain: Towards a New Learning Science de 2002.



Sendos capítulos de estos estudios explican los llamados «neuromitos» y sus consecuencias con el fin de generar conciencia y un proceder informado para mejorar la educación de las personas en el mundo.

¿CÓMO Y POR QUÉ REACCIONAMOS ASÍ?

La neurociencia estudia el sistema nervioso, que incluye el cerebro, la médula espinal, y las redes de células nerviosas o neuronas a través de todo el cuerpo, organizadas en redes neuronales y sistemas que controlan funciones como la visión, el oído, el aprendizaje, la respiración y, en última instancia, todo el comportamiento humano. Mucho de lo que ahora sabemos fue descubierto en estudios con animales y, posteriormente, confirmado en humanos.

La neurociencia se divide en varias ramas especializadas como la neuroanatomía, que estudia la estructura y organización del sistema nervioso, la neurociencia cognitiva, que estudia funciones como la percepción y la memoria y la neurociencia comportamental, que analiza los procesos que subyacen en el comportamiento humano. Otras ramas incluyen la neurociencia clínica, en la que psiquiatras, neurólogos y otros especialistas utilizan los hallazgos de la investigación básica para desarrollar métodos de diagnóstico y formas de prevenir y tratar desórdenes neurológicos que afectan a millones de personas.



En la actualidad, la neurociencia comienza a proporcionar información detallada sobre cómo responden los seres humanos a diferentes experiencias de aprendizaje y a diferentes ambientes en el aula, y por qué reaccionan de la manera en que lo hacen.

Comprender esto es importante para la educación porque gran parte de las políticas y prácticas educativas aplicadas hasta hace pocos años se basaban en conocimientos limitados. El problema es que aunque hay información reconocida sobre los modos de aprendizaje asociados con éxito o fracaso, no existen explicaciones sobre tales resultados y gran parte de los procesos relacionados con el aprendizaje permanecen como cajas negras.

EL CEREBRO CAMBIA CONSTANTEMENTE

En referencia a la relación entre neurociencia y educación el primer concepto es que, en esencia, el cerebro es el órgano del aprendizaje y, aunque juega un papel preponderante en tal proceso, es necesario reconocer que es sólo parte del organismo como un todo; esto es, ninguna persona puede ser reducida solamente a este órgano, puesto que está en constante interacción con las diferentes partes del cuerpo humano.

Una de las propiedades más sorprendentes del cerebro se conoce como plasticidad. No es un órgano estático y acabado, sino que cambia su estructura anatómica y fisiológica constantemente a lo largo de la vida de la persona como respuesta a toda clase de estímulos. Este prodigioso hecho ha anulado aquella idea atávica y ahora obsoleta, de que las personas mayores de 40 años ya no pueden aprender o, al menos, les cuesta mucho trabajo.



Es un hecho que el aprendizaje puede adquirirse a cualquier edad y en casi cualquier circunstancia. Desde la óptica neurocientífica, el aprendizaje es el resultado de integrar toda la información recibida y procesada. Tal integración toma la forma de modificaciones estructurales en las células nerviosas del cerebro y es lo que produce los cambios anatómicos y fisiológicos. Generalmente, esos cambios traen como consecuencia, cambios  en la conducta del individuo.

Aunado a lo anterior, se ha comprobado que el cerebro funciona mejor con un estilo de vida sana. Estudios recientes demuestran que una dieta balanceada contribuye al desarrollo y buen funcionamiento del cerebro, además de prevenir algunos problemas de comportamiento y de aprendizaje. Sin embargo, lo que a veces se entiende por dieta sana y balanceada no corresponde a la realidad del concepto; por ejemplo, el vegetarianismo no proporciona una dieta balanceada ni puede considerarse realmente sano.



Por otra parte, el ejercicio físico tiene efectos benéficos sobre las funciones cerebrales y modifica algunas regiones del cerebro necesarias para el aprendizaje. No se trata de convertirse en atletas de alto rendimiento, sino simplemente de no llevar una vida sedentaria; basta, por ejemplo caminar –a buen paso, por supuesto– de 15 a 20 minutos cuatro veces por semana.

Otro hecho comprobado es que el sueño es necesario para consolidar el aprendizaje. Cualquier persona que se ha desvelado tiene la experiencia de que las primeras en sufrir son  sus funciones cognoscitivas. Se sabe que durante el sueño se llevan a cabo los procesos involucrados con la plasticidad y la integración del conocimiento, andamiaje sobre el que se construye la memoria y el aprendizaje. Ésta es una de las razones por las que el vicio recurrente en muchos jóvenes de estudiar la noche anterior al examen, sólo conduce al fracaso y al olvido de lo «estudiado» pocas horas después.

Tras décadas de visualizar y practicar la educación con base en intuiciones y soluciones simples e inmediatas, se han creado «puentes» entre conceptos pseudoneurocientíficos y educación que, como se sabe ahora, representan peligros y trampas latentes. Nos ocupa ahora el que proclama ideas infundadas sobre los llamados cerebro izquierdo y cerebro derecho. Propongo la hipótesis de que es probable que parte del fracaso de nuestro sistema educativo se deba a las prácticas generadas por éste y muchos otros mitos, conocidos genéricamente, como neuromitos. Analicemos cómo se generan.



La ciencia avanza por medio de procesos de ensayo y error. A lo largo de años de estudio va construyendo explicaciones sobre observaciones experimentales que, una vez establecidas, siguen sometidas a escrutinio, de modo que, nuevos experimentos comprueban o refutan las explicaciones previas y así sucesivamente. Este agitado avance de la ciencia es su sello característico que, desafortunadamente, tiene algunos inconvenientes.

Uno de ellos es que algunas hipótesis invalidadas en el proceso de construcción de la explicación plausible son aprehendidas por alguna persona cuya imaginación vuela a la menor provocación, y su aceptación o interpretación errónea da lugar a la aparición de los mitos. Tales creencias, a pesar de haber sido refutadas y desbaratadas por la ciencia, prevalecen en la mente de muchas personas y se transmiten al público a través de diversos medios.

Es probable que una de las causas de este mal sea la dificultad de comprender las sutilezas de los hallazgos de un estudio, los protocolos de investigación y los detalles metodológicos. Parece que la naturaleza humana se satisface con explicaciones rápidas y simples, lo que inevitablemente conduce a interpretaciones defectuosas o imperfectas, extrapolaciones inválidas o cuestionables y, con mayor frecuencia, a la generación de ideas falsas. En el caso de la neurociencia, las tres categorías se aplican a los neuromitos.





«YO TENGO CEREBRO IZQUIERDO, TÚ, DERECHO»

Éste es, quizás, el neuromito más popular, a veces englobado en una pseudociencia conocida como hemisferiología. En la vida diaria es común escuchar cosas como: «Yo soy más bien una persona de cerebro izquierdo», o «las mujeres tienen más desarrollado su cerebro derecho», o «los ingenieros y científicos son de cerebro izquierdo, mientras que los artistas y creadores son de cerebro derecho». Cientos de cursos, diplomados y hasta maestrías se fundamentan en estas creencias con el fin de incidir directamente en la educación, con el diseño de currículos que integran prácticas que favorecen el desarrollo de una u otra parte del cerebro.

Los entusiastas de este dogma afirman que el «cerebro izquierdo» (o sea el hemisferio izquierdo) es el asiento del pensamiento racional, el pensamiento intelectual, el análisis y el habla. Por consiguiente, aseguran que el hemisferio izquierdo está mejor equipado para tratar con asuntos relacionados con el lenguaje (leer y escribir), el álgebra, la solución de problemas matemáticos y las operaciones lógicas. Así resulta que el «cerebro derecho» (hemisferio derecho) es el asiento de la intuición, las emociones, el pensamiento no verbal y el pensamiento sintético, lo cual permite desarrollar representaciones en el espacio, la creación y la carga emocional. ¿Qué hay de cierto en todo esto?

CON INVESTIGACIÓN POST MORTEM

La idea de la oposición cerebro derecho vs. cerebro izquierdo se originó en 1844, cuando Arthur Ladbroke Wigan publicó su obra A New View of Insanity: Duality of the Mind, en la que describe a los dos hemisferios del cerebro como independientes y les atribuye autonomía en su forma de pensar. Esta idea dio la pauta a Robert Louis Stevenson para escribir su famosa novela El extraño caso del doctor Jekill y el señor Hyde publicada en 1866.

Paul Broca

Por otro lado, Paul Broca (1824-1890) examinó post mortem los cerebros de 20 pacientes que tuvieron problemas con el habla. En todos encontró lesiones en el lóbulo frontal del hemisferio izquierdo, mientras que el hemisferio derecho estaba intacto, con lo que concluyó que el lenguaje se encontraba en la parte frontal del hemisferio izquierdo. Karl Wernicke (1848-1905) completó los estudios de Broca, al examinar post mortem cerebros de personas que tuvieron alguna clase desorden en el lenguaje, y situó en el lóbulo temporal izquierdo la capacidad de comprender el lenguaje. Broca y Wernicke situaron en el mismo hemisferio izquierdo, los dos componentes esenciales del lenguaje: la comprensión y la producción oral.


Paul Broca, un neurólogo francés, fue más allá de la ficción de localizar diferentes funciones para cada uno de los dos hemisferios. En la década de 1860, examinó los cerebros después de la muerte de más de 20 pacientes, en quienes las funciones del lenguaje habían sido afectadas.

Hasta la década de los años 60 del siglo XX, los estudios sobre el cerebro se hacían post mortem en pacientes que hubiesen tenido algún tipo de patología, especialmente traumatismos. En esa década se comenzó a dudar de las afirmaciones de Broca y Wernicke, pues muchos neurólogos decían que el lenguaje no podía estar completamente en el hemisferio izquierdo, pues no podía asegurarse que el derecho no tenía ninguna función basándose sólo en la falta de lesiones en este hemisferio, además de que las lesiones en el hemisferio izquierdo podrían localizarse aleatoriamente.

La pertinencia de tales refutaciones se fundamentaba en estudios realizados en pacientes a quienes se les había separado los hemisferios de sus cerebros para detener ataques epilépticos entre un hemisferio y otro. Aunque la meta de tal intervención era reducir los ataques epilépticos, el procedimiento les permitió observar el rol de cada hemisferio.

Roger Sperry

Roger Sperry, –Premio Nobel 1981– y su equipo de colaboradores llevaron a cabo el primer experimento que se fundamentaba en que el hemisferio izquierdo controla las funciones sensoriales y motoras de la parte derecha del cuerpo y viceversa. Concluyeron que, efectivamente, en el hemisferio izquierdo se encuentra el asiento del lenguaje. La localización del habla creó la idea de que el hemisferio izquierdo era el hemisferio verbal y el derecho era el no verbal. Luego, como el lenguaje se consideraba la más noble de las funciones de la especie humana, el hemisferio izquierdo se declaró «dominante».

Diversos experimentos ayudaron a clarificar el rol del hemisferio derecho. En un video realizado por Sperry y el psicólogo Michael Gazzaniga, un paciente muestra la superioridad del hemisferio derecho para la percepción espacial. Le proporcionan varios dados con dos lados rojos, dos blancos y dos con bandas diagonales alternadas en rojo y blanco. Su tarea era colocar los dados en arreglos mostrados en tarjetas previamente preparadas. El video lo muestra colocando los dados en los patrones pedidos sin dificultad, utilizando la mano izquierda, que controla el hemisferio derecho. Luego, al realizar la misma tarea con la mano derecha, el paciente presenta dificultades, lo hace lentamente y con titubeos.



Otras investigaciones de Sperry, en 1969, confirmaron la dominancia de la percepción espacial del hemisferio derecho, además de que observaciones clínicas dieron como resultado claro que pacientes con lesiones en el hemisferio derecho no podían reconocer rostros familiares, mientras que otros tuvieron dificultades con la orientación espacial.

En otro orden, estudios realizados con pacientes que presentaban lesiones en el hemisferio derecho, tenían problemas para identificar la entonación emocional de palabras y para reconocer expresiones faciales emocionales. Estudios de comportamiento apoyaban los estudios clínicos, pues se observaba que los ritmos y entonaciones al hablar se captan mejor cuando los sonidos se reciben por el oído izquierdo, de manera que la información se va al hemisferio derecho, y las imágenes vistas a través del campo visual izquierdo, provocan mayor respuesta emocional. De estas observaciones se dedujo que el hemisferio derecho se especializaba también en los procesos relacionados con las emociones.

Robert Ornstein

¿CEREBRO OCCIDENTAL Y CEREBRO ORIENTAL?

Todos estos hallazgos fueron las semillas de las que germinó el neuromito. En 1970 Robert Ornstein lanzó la hipótesis de que los occidentales utilizan principalmente la mitad izquierda de sus cerebros (hemisferio izquierdo), muy bien entrenada gracias a que se centran con más frecuencia en el lenguaje y en el pensamiento lógico, a la vez que se relega el uso del hemisferio derecho, por lo que el desarrollo emocional y el pensamiento intuitivo son escasos.

Ornstein asocia el hemisferio izquierdo con el pensamiento lógico y analítico de los occidentales y el derecho con el pensamiento emocional e intuitivo de los orientales. De acuerdo con él, el dualismo tradicional entre inteligencia e intuición, concuerda con un origen fisiológico cuyo fundamento es la diferencia entre ambos hemisferios cerebrales. Por lo que se sabe hoy, además del altamente cuestionable aspecto ético de las ideas de Ornstein, éstas son el resultado acumulado de malas interpretaciones y distorsiones de estudios científicos.

Otros mitos han surgido en los que los dos hemisferios se asocian no solamente con dos maneras de pensar, sino como revelación de dos tipos de personalidad. Los conceptos de pensamiento de cerebro izquierdo y pensamiento de cerebro derecho, junto con la idea de dominancia de alguno, condujeron a la noción de que cada individuo depende, de manera predominante, de uno de los dos hemisferios, por lo que tendrían estilos cognoscitivos diferentes.



INTUICIÓN-EMOCIÓN VS RAZÓN-ANÁLISIS

Una persona racional y analítica podría caracterizarse como de «cerebro izquierdo», mientras que una persona intuitiva y emocional, de «cerebro derecho». Tales estilos cognoscitivos, promovidos por revistas de estanquillo, libros de «auto conocimiento» y un sinnúmero de conferencias, se hicieron populares y, sin mucha discusión, encontraron eco para aplicarse en educación.

Una cuestión abordada fue, si los métodos de las escuelas fomentaban que el estudiantado utilizara todo su cerebro, o si al privilegiar la aritmética y el lenguaje, sólo daban importancia al «cerebro izquierdo».




La idea de que los occidentales utilizan más el cerebro izquierdo se expandió tan rápida y fácilmente que muchos educadores y sistemas educativos pronto aceptaron como verdad incontrovertible la idea de los hemisferios para recomendar a las escuelas modificar sus métodos de enseñanza para adoptar el enfoque de hemisferios dominantes.

Educadores como M. Hunter y E.P. Torrance adujeron que los programas educativos estaban diseñados principalmente para el hemisferio izquierdo; como resultado se diseñaron nuevos métodos que buscaban involucrar a los dos hemisferios o enfatizar actividades relacionadas con el derecho. Por ejemplo, en lugar de solamente leer el libro de texto (hemisferio izquierdo), el maestro también debía mostrar imágenes (hemisferio derecho).

Otros métodos utilizan música, metáforas, meditación o actividades para «sincronizar» a los dos hemisferios. La parte positiva de todo esto es que hizo avanzar a la educación al diversificar sus métodos; lo cuestionable es que se fundamentaron en teorías científicas del cerebro mal interpretadas.



No existe evidencia que indique alguna correlación entre el grado de creatividad y la actividad del hemisferio derecho. Un análisis reciente de 65 estudios sobre imagenología cerebral y procesamiento de emociones concluye que no puede atribuirse exclusivamente al hemisferio derecho. De igual modo, no hay evidencia científica de que el análisis y la lógica dependan del hemisferio izquierdo, o de que este hemisferio sea el asiento de la aritmética o la lectura.

Dehaene encontró que los dos hemisferios se activan para identificar números arábigos, y otros estudios muestran que cuando se analizan los componentes de los procesos de lectura (por ejemplo, decodificar palabras escritas), se activan simultáneamente, subsistemas de ambos hemisferios.

Se ha encontrado que aún una capacidad asociada con el hemisferio derecho –codificar relaciones espaciales– se ejecuta por los dos hemisferios, pero interviene de diferente manera para cada uno. El hemisferio izquierdo es más «hábil» para codificar relaciones espaciales «categóricas», como alto/bajo o izquierda/derecha, mientras que el derecho los es para codificar relaciones espaciales métricas, como distancias. Los estudios imagenológicos del cerebro han revelado que aún en estos casos específicos se activan áreas de ambos hemisferios para trabajar juntas.

Un hallazgo sorprendente es que el hemisferio dominante para el lenguaje no está conectado necesariamente si la persona es diestra o zurda, como se pensaba. Es una idea muy extendida que la gente diestra tiene su lenguaje a la izquierda y viceversa, pero 5% de diestros tienen sus principales áreas relacionadas con el lenguaje en el hemisferio derecho, y cerca de un tercio de zurdos tienen principales áreas de lenguaje en el hemisferio izquierdo.



En conclusión, basados en los últimos estudios, los científicos piensan que los hemisferios del cerebro no trabajan de manera separada en tareas cognoscitivas sino juntos, a pesar de existir asimetrías funcionales. El cerebro es un sistema altamente integrado de manera que no se encuentran partes trabajando de manera individual.

Algunas tareas como el lenguaje y el reconocimiento facial se realizan de modo predominante en un hemisferio, pero siempre se requiere que ambos hemisferios trabajen simultáneamente, lo cual invalida los conceptos de «cerebro izquierdo» y «cerebro derecho».

Aun cuando el concepto haya traído beneficios a la educación por medio de la diversificación de métodos, clasificar estudiantes o culturas de acuerdo con un hemisferio cerebral dominante es científicamente incierto, potencialmente peligroso, y éticamente cuestionable. Es por tanto, un mito que es importante desechar.
















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