La zona púrpura: LA CARESTÍA "DIVINA"




La diferencia entre la carestía Divina y la terrestre no radica en lo material como se podría pensar en un primer momento.
Los ángeles custodios no caen, se mantienen por voluntad Divina.

Nosotros, los terrestres, por el contrario, subimos a los espacios celestiales previo pago de cantidades desorbitadas en la tierra de aquello que los ángeles custodios llaman calderilla.

 Ojos que no los ven, corazón que no los siente. Pero muchos terrestres dicen llevarlo en sus hombros guiándoles por esos caminos perdidos entre callejones hipotecados y sin salida.

Un día llegó en forma de hombre y se instaló bajo una cúpula de mentiras y falsedades repleto de calderilla, de esa que los ángeles anhelan tocar. Volaron a cientos cual manada de murciélagos hambrientos por encima de montañas, ciudades, cadáveres y sangre para posarse sobre las conciencias de los terrestres inundados de poca fe e incultura.

Mordieron sus cuellos, sus manos, sus pies a cada paso, y salpicaron el mundo con la leyenda de “recibir” a cambio de sus oraciones. Pero las oraciones se tornaron lamentos y gritos enfurecidos contra sus semejantes en medio de tanta calderilla de oro y plata.


El oro y la plata cubrían los cuerpos de aquel ángel venido a más en la tierra, vestido de blanco color de Paz.

Pregonó con rayos y tormentas para atemorizar a aquellos diminutos hombrecillos sin manos, ni pies, que miraban al cielo en busca de aquellos ángeles custodios que dormían cada noche junto a sus camastros para darles  aliento. Mientras, el vampiro blanco revoloteaba sobre la cúpula del mundo recabando oro y tesoros para su reino que logró engrosar de bienes terrenales y Divinos.

Grandes alfombras rojas se extendieron por todo el mundo para que reptara el vampiro sediento, bajo las cuales se ocultaban miles de gotas de sangre con olor a calderilla de esa que anhelan los ángeles custodios.

Pero los ángeles custodios no consiguieron eliminar la calderilla de las manos de aquellos hombrecillos diminutos. Antes, debían despojar al vampiro del oro de sus manos, de sus pies y de su manto blanco.


Pero era imposible. Los ángeles custodios no podían alcanzar al vampiro en pleno vuelo. Incluso ellos desconocían donde se hallaban las arcas repletas de oro del ávido ser alado vestido de blanco.

Disfrutaba de tanto poder en aquel mundo que los hombrecillos huían desparovidos ante una mirada suya o un gesto de sus garras.

Una noche, una gran tormenta asoló aquella tierra y los hombrecillos despertaron de un gran letargo. Les habían crecido alas, y optaron por echar el vuelo hasta lo más alto de aquella cúpula de terror mientras lanzaban lo que tenían más a mano. Unos lanzaban piedras, otros blasfemias.


El vampiro se engalanó con sus mejores pieles blancas y huyó dejando sus tesoros atrás ocultos bajo los pies de aquellos hombrecillos diminutos que morirían por no poseer tan preciado tesoro, pues era su sustento en aquella inhóspita tierra.

Pero sobrevivieron a la catástrofe. Del cielo cayeron miles de formas aladas y blancas. Aquellos hombrecillos las confundieron con un rico manjar del que empezaron a disfrutar y con el que mataron su hambre de siglos.
El sabor de aquella carne les proporcionó sabiduría e inteligencia y prosperaron en aquella tierra donde los truenos y las tormentas no daban miedo. Sus almas dejaron de ser temerosas para ser libres, fuertes, alegres y díscolas.

Corrían por verdes prados tocando una cosa que se llamaba cielo con las puntas de sus dedos. Algo que nunca les habían dejado hacer por miedo a ser destruidos con fuego.

Aún así, algunos se preguntaban si aquel malvado vampiro de formas blancas y luminosas se hallaría oculto en algún rincón de aquella bella tierra. 


Arturo65


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