LONDRES.- El 21 de noviembre, dos días antes de su muerte, el ex espía ruso Alexander Litvinenko escribió una carta breve. Agonizante, con las defensas destruidas por el veneno que le habían suministrado, aún pudo señalar al autor de su asesinato: Vladimir Putin.
«Usted podrá silenciar a un hombre, pero desde todos los confines del mundo resonará en sus oídos, señor Putin, un clamor de protestas durante toda su vida», escribió Litvinenko, que el jueves, a las 21.21 horas, falleció en el Hospital Universitario de Londres. Su mensaje lo leyó un amigo, Alex Goldarf. Junto a éste, el padre del ex espía, Walter Litvinenko, bañado en lágrimas: «Algo terrible ha pasado hoy aquí», soltó con rabia.
«Era un tipo honesto, muy bueno, lo quería mucho. Pero él ya no está con nosotros. Marina y él eran una de las parejas más maravillosas. Eran muy felices en Londres, pero la mano larga de Moscú los ha cogido. Este régimen es un peligro mortal para el mundo», dijo Goldarf.
El 1 de noviembre, Alexander Litvinenko mantuvo dos encuentros en la capital del Reino Unido. El primero, con Mario Scaramella, un profesor universitario italiano. Se citaron en el restaurante japonés Itsu, en Piccadilly Circus. El segundo se celebró en el lujoso hotel Millennium de Grosvenor Square. En uno de esos dos lugares lo envenenaron. Pero, ¿con qué?
El padre del ex espía ruso dio su versión: «Lo han matado con una pequeña bomba atómica». La BBC informaba de que en los restos de orina de Litvinenko se habían encontrado dosis altas de polonio-210, altamente radiactivo.
Los investigadores de Scotland Yard que llevan el caso han analizado todos los escenarios visitados por Litvinenko en busca de rastros de radiactividad. En el sushi bar de Piccadilly los resultados han sido altamente sospechosos. Nada concluyente, por ahora.
Desde que el domingo 19 se conoció la noticia del envenenamiento de Litvinenko todas las miradas se centraron en los servicios secretos rusos (FSB) y en el que fuera su gran jefe en la década de los 90, Vladimir Putin. Al presidente ruso iban dirigidas todas las palabras escritas en la carta que leyó Goldarf. Y también las que Litvinenko susurró al oído de su amigo Andrei Nekrasov, que publicaba en The Times el último testimonio del ex espía:
«Los bastardos lo han logrado conmigo, pero no lo conseguirán con todos nosotros».
Y el líder de esos «bastardos» es, directamente, Putin:
«Usted puede silenciar a un hombre, pero los gritos de protesta desde todas partes del mundo resonarán, señor Putin, en sus oídos el resto de su vida», leyó Goldarf el mensaje de su amigo.
«Brutal y despiadado»
«[Putin] ha demostrado que no tiene ningún respeto por la vida, por la libertad o los valores de la civilización», prosigue Litvinenko en una carta escrita el 21 de noviembre. Horas después sufriría un fallo cardíaco y dos días más tarde moriría.
«Que Dios lo perdone por lo que ha hecho, no solamente a mí, sino a nuestra Rusia bien amada», concluye esa acusación directa contra Putin, al que acusa de ser «tan brutal y despiadado como han denunciado sus críticos más feroces».
¿Quién ejecutó este lento asesinato? La clave parece estar en ese 1 de noviembre en que Alexander Litvinenko se movió de un lado a otro de Londres -él vivía en el norte de la ciudad- para celebrar los encuentros que tenía marcados en su agenda.
Nekrasov explicaba que el ex espía, que se sabía permanentemente amenazado, era más que cuidadoso con sus desplazamientos y con lo que bebía o comía fuera de casa.
Las personas a las que vio están relacionadas, de una manera u otra, con el KGB (servicios secretos de la extinta Unión Soviética). Algo habitual en Litvinenko, máxime cuando en esos días se encontraba investigando el asesinato de su amiga la periodista Anna Politkovskaya, acribillada en el ascensor de su casa en Moscú.
En la primera de las reuniones -no la segunda, como se reveló- se vio en el restaurante japonés con el profesor italiano Scaramella. Juntos analizaron correos electrónicos que una fuente conocida por ambos le había enviado a Scaramella. En ellos se les advertía claramente de que su vida corría un serio peligro.
Poco después Litvinenko se reunió en el hotel Millennium con el ex espía Andre Luguvoi, que llegó acompañado de una persona que el propio Litvinenko, en declaraciones a Scotland Yard el 17 de noviembre, identificó como Vladimir.
Este personaje misterioso insistió en que compartieran un té, según algunos medios británicos. El también ex espía del KGB Oleg Gordievsky -en sus tiempos de agente doble del MI6 británico- está convencido de que en ese encuentro se produjo el envenenamiento. Lo cierto es que Litvinenko cayó enfermo y en su agonía sólo ha podido dar algunas explicaciones a los expertos de Scotland Yard que llevan el caso, dejar una carta y susurrar al oído de Nekrasov.
«Supongo que éste es el precio por demostrar que uno está contando la verdad», le dijo un demacrado Litvinenko a Nekrasov, que publicaba en exclusiva en The Times las últimas palabras del ex espía.
La verdad de Litvinenko está publicada en el libro The FSB blows up Russia (Los servicios secretos vuelan Rusia), donde cuenta cómo en 1999 el espionaje ruso voló varios edificios en Moscú -hubo 300 víctimas- por orden de Putin, para ayudar a que el hoy presidente llegara al poder.
«Quiero vivir, sólo para que ellos lo vean». Con estas palabras arrancaba su confesión Alexander Litvinenko, al que su amigo el realizador describe, en sus últimas horas, como un interno de los campos de concentración nazi.
Litvinenko ha muerto convencido de que los servicios secretos rusos lo envenenaron. En sus palabras a Nekrasov hace una revelación inquietante: «Están eliminando gente que tienen en una lista. El estado se ha convertido en un asesino en serie. Prométeme que no volverás a Rusia, o serás el próximo».
Litvinenko pudo colaborar con los servicios de Inteligencia en España.
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