Memorias de un pueblo: LA INFANCIA PERDIDA


Aun recuerdo el chasquido de la carne mientras era traspasada por el destornillador en la frente de mi nuevo vecino. Este contaba dos años, mientras yo alcanzaba los siete. No recuerdo tampoco haber recibido ningún castigo por aquel hecho. Fueron innumerables los altercados que rodearon mi niñez con o sin sangre. Pero lo que mas placer me producía era ver como mi madre, mi gran defensora, cual abogado defensor de todas las causas, salía en mi defensa, al escuchar la señal que teníamos pactada.

Bastaba con solo un grito y pron
unciar la palabra mágica: “mamá”. Recuerdo que mi madre tras una rendijita, vigilaba todos mis movimientos. Y contemplaba mi cara y mis puños rojos de rabia y de ira, mientras apretaba con mis manitas un fino cuello infantil a pocos metros de la puerta de mi casa. – ¿Gozaría ella tanto como yo? Nunca me lo confesó. No reparaba si iba desnuda, descalza, a medio vestir o con ropa de domingo. Ella siempre acudía solicita a mi señal. Y mi defensa estaba asegurada. Un escalofrió de placer corría por mi cuerpecito de niño, mientras ella, solicita y complaciente, salía a la puerta de nuestra casa con la intención de estrangular si fuera preciso, a quien osara tocar un solo centímetro de mi piel. Su vocabulario en aquellos instantes, era complicado de entender para mí. Pero eso fue solo al principio. Después gozaba oyendo su esplendida pronunciación.
Mancillando los nombres del árbol genealógico de la familia del niño que me hubiese tocado. Así mismo era una delicia oírla mezclar la palabra “cagar” con nombres de Santos y con nombres de mujeres que yo no conocía. Pero que hacían cosas que a ellas les debería avergonzar, pues eran cosas que según mi madre eran muy sucias. Ella decía que eso lo hacían unas mujeres que tenían todas los mismos nombres: prostitutas. Mi madre soltaba una verborrea que como si de un responso o saeta se tratase, trataba de componer y descomponer al mismo tiempo. Siempre según se veía, en tono ofensivo. Pero yo me preguntaba: - ¿se sentiría acaso ofendida aquella mujer con las palabras de mi madre? ¿Realmente tenían miedo esos niños que presenciaban la escena agarrados a la falda de su mamá? ¿Quién era la madre de aquella mujer que según mi madre era tan sucia y hacia cosas tan vergonzosas? En todo caso, se trataría de la abuela de aquel niño.


Lo que más rabia me daba era, que nunca pude comprobar la fuerza física de mi madre frente a la de otr
a madre. Pues ella nunca agarró por el cuello a ninguna en mi presencia. Nunca tendría ese placer. Pero yo sabia que mi madre destrozaría todo aquel cuello que tocase con sus manos en mi defensa. Quizás hubiera sido una buena madre de Neandertal. Me la he imaginado muchas veces con una troza de madera como las que usaban ellos en sus luchas y cacerías para destrozarle la cabeza a un jabalí.

Así veía yo a mi madre. Destrozándole la cabeza a toda aquella madre que osara acusarme de todo lo que yo no era: asesino, malvado, demonio, criminal. A mi corta edad eso eran injurias y una falta de consideración para con un menor. Un menor incomprendido pero feliz, en líneas generales.


El mayor momento de éxtasis, lo alcancé el día que al salir de clase sorprendió a un niño un año mayor que yo, agarrando mi frágil brazo hasta dejar marcada la huella de sus dedos en mi piel. Recuerdo que el día anterior le había machacado la cabeza en el patio con mis propias manitas. Por eso, ese día no pretendía asistir a clase, no fuese a recibir una paliza en venganza. En su lugar convencí a mama para que me esperase a la salida. Y gracias a ella una vez más, logré sobrevivir. Aún resuenan en mis oídos el chocar de las palmas de sus redondas manos contra las mejillas de aquel niño con gafas. Y veo aun con claridad, como miles de trocitos de cristales de sus gafitas brillaban en su rostro mientras mi madre intentaba introducírselos en su boquita.


Yo no lo hubiera soportado. Me hubiera desmayado allí mismo.
Cuando llegué a casa aquel día, mi madre me ofreció la mayor merienda que recuerdo de cumpleaños. El olor de la crema de cacao y el verla pegada en las mejillas de los niños asistentes a la fi
esta, me compensaban aquella tarde mientras con mis deditos les introducía aquella deliciosa crema marrón por sus naricitas, sus ojos y sus boquitas pequeñas. Ni siquiera conseguí que ninguno de ellos introdujera su lengua y chupara la base que quedaba de crema en cada vaso de cristal. Pues mi madre se ponía muy contenta si te lo terminabas así. Apenas tenia que trabajar para fregarlo.

Recuerdo que uno de ellos tuvo que ser asistido por mi madre, incomprensiblemente por mi parte.


Pues uno de los vasos quedó incrustado en la barbilla de un pequeño, tras mi insistencia por que limpiara aquella delicia del fondo del vaso con su lengüita. Y que tanto se desperdiciaba. Recuerdo que el niño del vaso conservó un círculo rojo durante días alrededor de su boca. Luego supe el porqué.

En cuanto al resto de mis cumpleaños, fueron todo lo satisfactorios que mi madre conseguía hacer para con su pequeño ángel.
Ahora he crecido y soy un ángel mayor. Y me dedico a defender a todos aquellos niños grandes que un día fueron discriminados injustamente por crueles como yo. Toda una injuria.



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