Bajo la dominación romana, los habitantes de la provincia de Egipto –muchos de ellos colonos griegos– acomodaron a sus ancestrales creencias algunas de las costumbres de los pueblos a los que acogían –entre ellas, la tradición helenística del retrato.
En ciudades como Fayum, al suroeste de El Cairo, cientos de retratos pintados sobre tela con pigmentos mezclados con cera caliente se cosieron a los lienzos que envolvían el cadáver o se adhirieron a las tablas del sarcófago.


Sabemos que estos retratos al encausto se pintaban en vida –lo hacían por lo general pintores de origen griego, que, aunque pusieran cierto empeño en la verosimilitud, recurrían con frecuencia a patrones fijos, que mudaban levemente para semejar los rasgos del modelo– ; lo sabemos porque la tela del retrato suele ser más antigua que la de la momia, y la edad del difunto mayor que la que muestra el retrato.

Después, como recoge Herodoto, cuando llega la muerte, “los familiares se quedan con el cuerpo y encargan un cofre de madera, tallado a semejanza de la forma humana, en el que lo meten; y conservan ese valioso cofre en una cámara funeraria, donde lo colocan en posición vertical, pegado a la pared”.
Así, “el padre o la madre –nos dice Todorov– observan a sus familiares vivos cada vez que cruzan la entrada o desde una alacena”.







Sólo más tarde, “cuando se desdibuja la memoria de los difuntos, cuando acaso han muerto todos los que lo conocían, […] entierran las viejas momias de cualquier manera, en fosas comunes, como si quisieran deshacerse de ellas”.
Naturalmente, cuando encargaban sus retratos, los egipcios debían de saber que estos “los acompañarían y los representarían en el más allá, después de su muerte”.


Sus ojos, casi siempre, nos miran: clavan en nosotros lo que Jean Christophe Bailly (1997) ha dado en bautizar como “la llamada muda”.
Las momias pertenecian, por lo general a la provincia romana de Egipto.
Pertenecen a la tradición de pintura en tablas, una de las formas de arte más respetadas en el mundo clásico.
Los retratos de El Fayum son el único gran conjunto de arte de esa tradición que ha sobrevivido, que fue continuada en las tradiciones bizantina y occidental en el mundo posclásico, incluyendo la tradicional local de iconografía copta en Egipto.




Los retratos de momia han sido encontrados a lo largo de todo Egipto, pero son más comunes en la meseta de Faiyum, en particular, de Hawara a Antinoópolis, por ello el nombre; aunque, los "retratos de El Fayum" son generalmente considerados más bien como una descripción estilística que una geográfica.


Datan del período romano que abarca de fines del siglo I a. C. hasta inicios del siglo I en adelante.
No está claro cuando terminó la producción, pero la investigación reciente sugiere que fue a mediados del siglo III.
Los retratos cubrían los rostros de los cuerpos que eran momificados para su enterramiento.


Ejemplos existentes indican que fueron montados en bandas de tela que fueron usadas para envolver a los cuerpos. Casi todos han sido actualmente separados de las momias.




Normalmente, representan a una sola persona, mostrando la cabeza o la cabeza y el torso superior, vista frontalmente. En términos de tradición artística, las imagenes derivan claramente más de las tradiciones greco-romanas que de las egipcias.

Se pueden distinguir dos grupos de retratos de acuerdo a la técnica: uno de pintura encáustica (con cera); otro en pintura al temple, siendo la última normalmente la de mayor calidad.
En la actualidad, se conocen alrededor de 900 retratos de momias. La mayor parte de ellos fueron encontrados en las necropoleis de El Fayum.
Debido al clima cálido y seco de Egipto, las pinturas estuvieron frecuentemente bien preservadas e incluso, a menudo, retuvieron sus colores brillantes.
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