LA ZONA DE LOS NOMBRES : Neil Sammonds

Británico de nacimiento, Neil nació en Swanley, Reino Unido en 1969. Ha vivido en varios países musulmanes y conoce muy de cerca la realidad de Oriente Medio y el Norte de África. Habla árabe con fluidez  y se desenvuelve muy bien en castellano -dedicó un año sabático a viajar por Amércia Latina-. Gracias a las investigaciones de Neil durante los últimos meses, Amnistía Internacional dispone de un mapa bastante preciso de las violaciones de derechos humanos que el régimen de Al Assad está cometiendo en Siria.



“Mi trabajo sobre el terreno es muy útil ahora, siento que estoy en el ojo del huracán y que tengo una gran responsabilidad” me dice Neil. Le pregunto si pudo predecir de alguna manera el estallido de la ‘primavera árabe‘ y la escalada de acontecimientos tras la autoinmolación en Túnez del vendedor ambulante Mohammed Bouazizi. “Precisamente, hace algo más de un año hablaba de este tema con Hugo Relva -otro colega de nuestra oficina en Londres, experto en justicia internacional-. 
Le decía que estaba un poco desanimado con mi trabajo de investigación en la región, que sentía que no se había dado ni un paso adelante en muchos años, que los regímenes de la zona se perpetuaban y que no veía la esperanza de cambio… Algunos meses más tarde, cuando ya habían estallado las revueltas de Túnez, Egipto, Libia y Siria me volví a encontrar con Hugo: ‘¿Sigues desanimado con tu trabajo?’ me preguntó con evidente ironía… Bueno, la enseñanza que he sacado es que no debemos perder la esperanza jamás, que el cambio puede efectivamente venir cuando la situación parece más adversa”. 

Y añade Neil: “Estoy muy impresionado con la actitud de los jóvenes que salen a manifestarse en las ciudades sirias; salen día tras día a sabiendas de que los soldados y la policía disparan a matar; están dispuestos a morir para que otras personas tengan una oportunidad”.



Abstraído durante unos instantes por el testimonio de Neil, vuelvo a la realidad del restaurante de Madrid en el que nos encontramos. Aquí la lucha por la justicia y la dignidad en el norte de África y Oriente Medio es algo lejano para la mayoría de la gente, que sabe de ello solo a través de los medios de comunicación. 

Allí, sin embargo, millones de personas lo están viviendo como el acontecimiento más importante de sus vidas. “Yo me he pasado la vida renegando de mi país de origen”, me confesaba hace poco una activista franco-tunecina de nuestra organización. “Mi padre tuvo que exiliarse en la época de Ben Ali e irse a Francia. “Ahora estoy orgullosa de Túnez, y llevo mi identidad con la nariz bien alta. Me he reconciliado con mi país”.
En Egipto, en los momentos álgidos de las manifestaciones en la plaza Tahrir durante las semanas previas a la caída de Mubarak, miles de adolescentes cairotas salían de casa todos los días para sumarse a las protestas, aunque muchos de ellos nunca habían podido participar en manifestaciones públicas -el país llevaba treinta años en estado de excepción-, y a pesar del evidente peligro para su integridad. 

En las imágenes transmitidas por las televisiones de medio mundo solo se veían multitudes anónimas, pero todas y cada una de esas personas tenían una motivación muy real para estar allí. “Me da miedo que (mi hijo) se vaya a la plaza Tahrir todos los días” le confesaba la madre de una familia acomodada a una amiga mía que vivió los acontecimientos de El Cairo en primera persona, “pero no le puedo arrebatar su momento. Siento que algo grande va a ocurrir y él tiene que estar allí”. La generosidad surge en los momentos más difíciles.




La noche de mi conversación con Neil Sammonds vuelvo a casa en Metro, como todos los días. Con el cansancio acumulado y el traqueteo del tren, las imágenes se mezclan en mi cabeza. Me acuerdo de Mohammed Bouazizi, de su familia … ¿Qué pensaría si pudiera ver todo lo que ocurrió tras su muerte?. 

Pienso en todos los ‘Mohammeds’ que en este preciso momento, en muchos lugares del mundo, están poniendo su vida en peligro por los demás. Aunque a veces nos parezca algo lejano, la lucha por los derechos humanos es muy real, y miles de personas anónimas la están librando en estos momentos.

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