El episodio en torno a la suspensión de la Estrella Sublime de la compañía Bastarda Española, con Lola Marmolejo metida en cuerpo y alma en el papel de la Venerable Señora, en Écija y Vera por obra y gracia de sus ayuntamientos resulta sintomático de lo que la clase política española, especialmente ésa que gobierna en pueblos y ciudades considerando que todo lo que hay allí es suyo (un momento: ¿acaso hay otra?), piensa del teatro.
Pero más sintomática fue aún la decisión del ayuntamiento sevillano de recular y dar vía libre a la función programada en un principio, con el concejal de cultura y las cofradías reprochándose mutuamente la responsabilidad sobre la anulación, achacada en un principio a las presiones del “mundo cofrade y eclesiástico” y, tras el consiguiente escarnio de la opinión pública, reparada cuando ya no había manera de tapar el ridículo.
Vaya por delante que un ayuntamiento que cede ante las presiones cofrades cederá por lo mismo ante las presiones de tiranos, especuladores, constructores de casinos y cualquiera que plante sus partes nobles o un maletín sobre la mesa.
Sin quererlo, esta obra que desde 2001 se ha representado en más de 600 ocasiones en toda Andalucía, y que nunca había suscitado problemas de este tipo, ha servido de termómetro democrático para nuestras instituciones.
Ciertamente, un representante público que cede ante presiones de cualquier grupo por ahorrarse un dolor de cabeza (¿pudo haber otro motivo?) no merece seguir en el cargo.
Nada se puede achacar a quien patalea porque no le gusta una obra de teatro, una oficina del paro, la marquesina de una parada de autobús o el pescado del mercado; pero sí a quien hace de ese pataleo argumento político y gobierna en consecuencia.
Al final, se trata simplemente de usar el teatro como mero capricho, vulnerando contratos si hace falta, con tal de tener contentos a quienes más rédito electoral puedan aportar en su momento. Si entretiene, votará el público; si molesta, votarán los censores.
Menos explicación tiene, a mi parecer, la suspensión de la misma obra por parte del Ayuntamiento almeriense de Vera, donde ya se representó la obra en 2004 con gran éxito, y donde, por lo que sé, y al menos mientras escribo estas líneas, la función prevista para comienzos de noviembre sigue cancelada.
El único motivo que se me ocurre para dar coartada (nunca justificar) a la desconvocatoria es aquél de poner a remojar las barbas propias después de haber visto cortadas las del vecino, pero la torpeza del Consistorio es aquí mayúscula.
Me cuesta imaginar, que conste, a las cofradías de Vera puestas en pie de guerra contra la representación de la obra, primero porque no lo hicieron hace nueve años y segundo porque del asunto no se había hablado entre los vecinos del pueblo (que conozco bien) ni media palabra.
Me da la impresión de que el Ayuntamiento se ha apresurado a compartir un mérito más que dudoso, y claro, el tiro le ha salido por la culata.
Existe otro dato significativo: una de las cofradías más importantes del municipio, la Hermandad de San Juan, tiene un grupo propio de teatro aficionado ya veterano y de profundo calado en Vera que el año pasado representó una Lisístrata bastante explícita (todos sabemos lo que es Lisístrata) sin que nadie pidiera explicaciones, lo que demuestra que las personas a las que se les quiere achacar la decisión de eliminar la programación de Estrella Sublime no parecen especialmente predispuestas a sentirse ofendidas.
Pero si Vera quería salir en el mapa por algo más que por sus playas nudistas, quienes se han quedado en pelotas son sus próceres municipales.
Parecía que estos arrebatos totalitaristas de aquí se hace y se ve lo que me dé la real gana eran más propios de otros tiempos: ha tenido que venir una "obrita" humilde, sostenida desde la más sencilla resistencia, para despojar de sus máscaras a algunos jefes del cuartel.
TEXTO: El Diario de Próspero
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