En los primeros tiempos de la fotografía, entre mediados del siglo XIX y la década de los años veinte del siguiente, la situación era muy diferente. Las cámaras eran gigantescos mecanismos que sólo se podían mover con dificultad y, a veces, con la fuerza de varias personas; la iluminación añadida no provenía de un flash electrónico o de focos, sino de explosiones de pólvora destellante basada en el magnesio, y el tiempo de exposición para obtener una copia en una placa era, como poco, de 30 segundos, aunque podía llegar hasta un minuto según el método que eligiera el fotógrafo.
¿Es posible mantener a un bebé en completa o casi completa pasividad y, a ser posible, mirando al objetivo durante medio minuto? La respuesta indudablemente negativa es la razón de ser de la llamada hidden mother (madre oculta), una estrategia utilizada por casi todos los primeros estudios dedicados al retrato: la mamá se sentaba en una silla, era cubierta por una tela oscura que la tapaba de pies a cabeza y sujetaba al niño en el regazo.
La cercanía materna —y la recomendación de que intentara inmovilizar al crío todo lo posible— hacía posible el retrato que se podía enviar a los familiares lejanos, enmarcar o guardar en el álbum familiar. No importaba demasiado que tras el bebé apareciese un bulto negro de apariencia fantasmal que da a la foto una apariencia entre cómica, grotesca y terrorífica.
El libro The Hidden Mother, de la editorial inglesa especializada en fotografía MACK Books, es la recopilación más amplia de los resultados de este curioso artificio fotográfico. La documentalista Linda Fregni Nagler ha coleccionado, a lo largo de una década, un millar de ejemplos de retratos de niños con sus madres invisibles.
Todos los daguerrotipos y ferrotipos de la colección, que incluye tarjetas postales y de visita, son ejemplos de la "práctica superflua" de "encubrir u ocultar" a la madre —hay algunos ejemplos escasos del padre como soporte para sostener al crío— y "mantener al niño quieto". Todas se pueden discernir, envueltas en piezas de tela, mantas, alfombras o brocados, sujetando al motivo central de la fotografía, el bebé. Era un modo, dicen desde la editorial, de "garantizar que la identidad del niño" fuese primaria.
Linda Fregni Nagler, a la derecha, junto a Patrizia Moroso
Las imágenes "tienen un cierto grado de comedia, aunque no intencional, porque el espectador se le pide suspender su incredulidad y no ver la figura oculta", pero también hay otras lecturas añadidas. La primera era demostrar que el niño estaba vivo, dado que la mortalidad infantil era muy alta y en los casos de bebés fallecidos era costumbre que la familia se retratara con el cadáver.
La segunda, más interpretativa, permite comprobar hasta qué punto llegaba el grado de invisibilidad social de las mujeres a finales del siglo XIX. Se trata de un "borramiento" que "habla de la naturaleza de la paternidad y del lugar de la mujer, sin identidad propia en una sociedad patriarcal", añaden los editores.
TEXTO 20MINUTOS.ES
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