LA ZONA PÚBLICA: El Infierno Guantánamo



“Los presos aquí viven como reyes”. Me lo dice, así de rotundo, el sargento Roberto, encargado de la custodia de los presos de Guantánamo. El tipo, de origen mexicano, soltero, 10 años de servicio en la Marina de los EEUU, suelta la frase y después una risa de autocomplacencia. Como le pongo cara de perplejidad, le digo, con la confianza de compartir el idioma, “Roberto, guey, ¡como puedes decir eso!”, se explica: “Tienen tres comidas al día, ahora pueden ver a sus abogados y hasta recibir cartas de la familia, tienen duchas, juegan al fútbol… Viven mejor que en cualquier prisión de los EEUU. Yo si fuera preso quisiera estar en Guantánamo”.

Roberto no sabe el nombre de ninguno de los presos a los que vigila, sólo sus números. Tampoco tiene ninguna intención de conocerlos o simpatizar con ellos y cree que eso revela una actitud profesional. “No hay que quererlos, pero tampoco hay que odiarlos” me dice, ese es su lema. Roberto sólo se bloquea cuando le pregunto si estar encerrado seis años en jaulas de zoológico, sin ver a un juez, sin saber de que te acusan, sin que presenten pruebas en tu contra y sometido a torturas continuas, es vivir como un Rey. “Yo de eso no entiendo, es cosa de políticos”, me balbucea. Roberto, como la mayor parte de los soldados que ejercen de carceleros en Guantánamo, está en la prisión de manera voluntaria por que se cobra más y dan puntos para ascender. Con sus años de servicio en la Navy, Roberto se está levantando, como carcelero en Guantánamo, unos 1.800 euros al mes…

Hemos decidido llamar al reportaje que hemos hecho en ese agujero negro de los derechos humanos “Infierno Guantánamo”. Durante un par de días, el Estado Mayor Conjunto de esa base militar norteamericana en territorio cubano me ha dado permiso para visitar sus instalaciones. Siempre vigilado y controlado. La censura militar ha sido implacable. Me ha mutilado el 40% del material grabado. Por eso, en el reportaje se ofrecen testimonios de ex presos de Guantánamo y de sus abogados grabados en lugares como Londres, Madrid o Washington.
Sus palabras sirven para contrastar la versión amable que esa censura intenta dar de la prisión. “Aquí se les trata de manera segura, humana, legal y transparente”, me insistía el Almirante Thomas Copeman, al mando de la misión. Sin embargo, sus órdenes eran que no me permitieran contactar con los presos, ni hacerles preguntas, ni sacar sus caras, ni por supuesto, grabar sus gritos de socorro. Esas eran las condiciones para que me dieran el permiso de entrada. Luego, allí, las prohibiciones se multiplicaban: tampoco se puede grabar los cerrojos de las puertas, los extractores de aire, los detectores de incendios, los nombres de los guardias, las acreditaciones que cuelgan de los cuellos, ni siquiera se puede grabar el mar, según dicen, para no dar pistas de que la cárcel está cerca del agua, como si nadie supiera que Guantánamo es una base naval en una isla y que con Google Earth se llega a cualquier sitio.
Fue inútil discutir con aquellos censores de cara de piedra. Inalterables. Si no borrabas requisaban toda la cinta. Creo que el único sitio donde no pudieran mirar fue mi propia memoria. Allí deje grabados y almacenados los gritos desesperados de los reclusos del Campo Cinco, el de máxima seguridad, donde están los más duros o los más irreductibles. “Son unos mentirosos, no creas a los guardianes. Son torturadores”, gritaban a través de los ventanucos de sus celdas al periodista.
Vi sus caras aplastadas contra los ventanucos de las celdas. Vi su desesperación en esas narices deformadas, en esos ojos fuera de sus órbitas. Uno de ellos, barbudo, joven, me apuntó con su dedo y me quedé paralizado: “Que no se lleven mi Corán”, me decía fuera de sí… Sinceramente, me quedé estremecido. Todavía no sé si tuve delante de mí a los más duros de Guantánamo, si eran los irreductibles, los militantes a sangre de Al Qaeda que me estaban intentando lanzar mensajes, o simplemente estuve, como decía un ex preso, ante los desequilibrados de Guantánamo, los que hace tiempo que se han roto.

Creo que allí todo está pensado para ir robando, poco a poco, la dignidad de cualquier preso. En la biblioteca de la cárcel insisten que a los reos les encanta leer Harry Potter, pero no veo ningún texto legal o sobre derechos humanos, nada que puedan utilizar a su favor. En la cocina dicen que les preparan seis menús diferentes, pero al final, como dicen muchos ex presos, nadie evita que el guardián de turno escupa en el plato. En el hospital aseguran que sobre todo curan heridas y magulladuras que los presos se hacen… jugando al fútbol. El coronel Vargo, mirada de hielo, voz de tipo duro, una especie de coronel Killgore encargado de interrogar a los detenidos, ironiza ante la cámara: “Pues claro que aquí no torturamos. No sé por que se describe este sitio como una especie de Neverland, de país de nunca jamás. No es así…” No sé por qué, pero no consigo creerle.
Una mañana me llevaron al conocido como Campo Rayos X, aquel infame lugar donde los presos llegaban vestidos con monos naranjas, y aislados sensorialmente con antifaces y orejeras. Ahora es un paraje abandonado lleno de ratas y serpientes, pero todavía, al pasear por esas celdas, se puede sentir esos sonidos del pasado en forma de gritos, humillaciones y torturas. Un soldado me dio una especie de tour turístico por los lugares emblemáticos del campo, entre ellos, las salas donde se interrogaba a los prisioneros. Donde, como reconocen muchos ex presos, eran sometidos a todo tipo de vejaciones.


Quedan apenas 200 presos en Guantánamo. El general Rafael O´Ferrall, un simpático puertorriqueño, está al mando de los guardias. “Todos los detenidos que tenemos aquí hicieron algo, son terroristas”, me dice sin especificar el qué. Le digo que no es por no creerle, que seguramente Guantánamo no está lleno de angelitos inocentes, pero le pregunto porque no se prueban sus cargos, que es un poco indecente e inmoral, y creo que ilegal, tener a alguien encerrado por si acaso durante 8 años. Se encoge de hombres: “Yo cumplo órdenes.” Hace unas semanas, su comandante en jefe, el presidente Barack Obama, dijo solemnemente que Guantánamo se había convertido en un símbolo que reclutaba más terroristas que los que ayudaba a detener. Guantánamo, lo dice Obama, es un auténtico limbo legal, un lugar en el lado oscuro de la democracia. Un auténtico caos legal. No lo digo yo. Lo dice también Obama.
Jon Sistiaga

5 comentarios:

  1. esta muy bien tu reportaje

    ye felicito¡ no

    habra x hai uno de la


    "penitenciaria federal de zona"


    bueno me retiro felicidades



    si lo tienen me pueden contactar a


    andy_alexis_polo@hotmail.com


    adios

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  2. malditos estadounidenses(me refiero al gobierno) se creen mucho y son una bola de pend... cmo si fueran la mejor nacion que se preocupa por sus ciudadanos, su guerra mata a miles de inocentes que no tienen q ver alli.
    Y como siempre tratan de dar la mejor imagen aunque en el fondo son una porqueria jaja

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  3. esta bastante bien aunque me gustaria que se especificara a qué tipo de torturas estaban sometidos

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  4. y hablan de Colombia,Venezuela entre otros países latinoamericanos que son Terroristas? pero donde estan los Derechos Humanos? sé que saca quien tiene que pagar por sus delitos pero que sean Juzgados y ante leyes no ante los que se les de la gana.... para eso existen las LEYES. que arrecho EEUU si se entromete en otros paises y porque los otros paises no han hecho nada para cerrar esta desgracia de carcel..... sacalos de la Isla Fidel Castroooo has algo bueno....

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