Era el ejército enviado en el 525 antes de Cristo por el rey persa Cambises II -los persas dominaban a la sazón Egipto- para sojuzgar a los amonios, los habitantes del remoto oasis de Siwa, sede de uno de los más célebres oráculos del mundo antiguo (el que dos siglos después designaría a Alejandro Magno hijo del dios Amón y legitimaría sus conquistas). La expedición punitiva persa nunca llegó y nadie regresó.
Desde la misteriosa desaparición de la enorme tropa, atestiguada por el historiador Heródoto (aunque algunos estudiosos consideran el asunto una leyenda), han sido numerosos los intentos de exploradores -entre ellos el conde Almásy, el romántico protagonista de El paciente inglés-, aventureros y arqueólogos por encontrar ese ejército perdido.
László Ede Almásy
Hallarlo, con el inimaginablemente rico tesoro de sus pertenencias, pues puede suponerse que quedaron enterrados todos con lo puesto, constituiría uno de los descubrimientos más sensacionales de la historia.
El equipo científico italiano, encabezado por los hermanos gemelos Angelo y Alfredo Castiglioni, descubrieron lo que consideran son restos del ejército de Cambises.
Dichos hallazgos, que consisten, según los descubridores, en un surtido de objetos pequeños -puntas de flecha, una daga de bronce, un brazalete de plata, un pendiente- pero de incontestable factura aqueménida (la dinastía persa a la que pertenecía Cambises), han sido realizados, sostienen, en diferentes campañas a lo largo de 13 años de intensa búsqueda.
Los Castiglioni y su equipo, del que forma parte el controvertido geólogo egipcio Ali Barakat, opinan que el ejército, que según Heródoto (Historia,III) partió de Tebas, no siguió el itinerario lógico, tomando la ruta de los oasis y hacia el norte directamente, sino que, para sorprender a los amonios, se internó profundamente en el oeste hasta la meseta del Gilf Kebir para sólo entonces ascender y eventualmente enterrarse, como todo el mundo supone, en algún lugar del Gran Mar de Arena, el pavoroso desierto en cuyo borde septentrional está Siwa.
Angelo y Alfredo Castiglioni
Parte del material encontrado estaría en un refugio natural en el que los soldados habrían tratado de protegerse de la tormenta de arena.
Los investigadores aseguran haber hallado asimismo en lo que creen fue la ruta del ejército acumulaciones de vasijas que han podido datar por termoluminiscencia hacia el 500 a . C. También, gracias a viejas historias beduinas, dieron con un "valle de huesos", sembrado de numerosos esqueletos blanqueados por el sol, entre los que habrían aparecido puntas de flechas persas y un bocado de caballo.
Todo el relato, del que dieron buena cuenta, entre otros, medios italianos y el canal Discovery, hizo arquear las cejas. El poderoso Zahi Hawass, jefe de la arqueología egipcia y nombrado viceministro de Cultura, calificó el hallazgo de "infundado y engañoso", puesto en tela de juicio la profesionalidad de los gemelos y anunciado que éstos carecen de permiso de excavación.
Aparte de lo feo y sospechoso que es el que los italianos hayan estado trabajando sin las autorizaciones precisas, todo invita a ser muy cautos con el asunto.
El egipcio Barakat habría encontrado los objetos ya en 1996 en Wadi Mastour (el Valle Oculto), cerca del oasis de Bahrein, en el curso de una expedición geológica que buscaba meteoritos.
Los indicios son muy pocos, cuestionables, y el hallazgo de material persa -si ése es realmente el caso- no prueba por sí sólo su pertenencia al ejército perdido: los persas dominaron Egipto más de un siglo y realizaron diferentes expediciones hacia el oeste.
Los huesos pueden atribuirse a cualquier tragedia más o menos reciente, como la represión italiana de los senoussi en los años 30 que empujó a poblaciones enteras a morir de sed al desierto.
Eso sin contar con que Heródoto no es una fuente muy fiable. El hecho de que un ejército persa entero se perdiera es raro: las tropas de Cambises tenían experiencia en el medio pues habían llegado a Egipto atravesando los desiertos árabes y contaban con contingentes de pueblos nómadas.
Acaso los guías, quizá garamantes, no eran muy fiables o los engañaron -Cambises no era muy popular: ultrajó la momia de Amasis y apuñaló con su propia mano al sagrado buey Apis-. Tampoco se entiende que el ejército no partiera desde el Delta dado que el acceso a Siwa desde allí es mucho más seguro.
El gran saharista Theodore Monod menciona una caravana de 2.000 personas enterrada al completo en el desierto en 1805. Sin duda, el Gran Mar de Arena es peligrosísimo y en él el qibli, el temible viento caliente del sur, puede soplar inmisericorde durante días.
Heródoto escribe: "Un viento del sur sumamente violento se desató sobre los persas mientras tomaban el almuerzo y arrastrando torbellinos de arena los sepultó".
Theodore Monod
El Almásy real, que toda su vida estuvo obsesionado con la búsqueda del ejército de Cambises (de hecho, por eso se alistó en el Afrika Korps de Rommel y no por llegar hasta la ficticia Katherine Clifton de El paciente inglés), estuvo a punto de morir en ese océano de dunas de 600 kilómetros de largo en abril de 1935 con su colega Von der Esch, tres sudaneses y dos coches; les castigó un qibli inusual de ¡nueve días!, pero logró llegar a Siwa.
"¿Quién sabe en qué punto nos hemos abierto paso sobre la tumba de arena del ejército persa?", escribió.
No es la primera vez que se encuentran restos que pudieran estar relacionados con la infausta tropa de Cambises (a cuya búsqueda dedicó una emocionante novela Paul Sussman): en 2000 un equipo geológico de la universidad de Helwan que hacía prospecciones petrolíferas en el desierto halló restos humanos, fragmentos de objetos metálicos que parecían armas y tejidos atribuibles al ejército persa.
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