Christoulas era un jubilado enfermo de
cáncer, casado y con una hija que había vendido la farmacia que regentaba en
1994 y que, por lo que explica en su carta de despedida, vivía de una pensión
que él mismo había pagado sin ninguna ayuda del Estado.
Poco antes de las nueve de la mañana del
miércoles 4 de abril, el jubilado Dimitris Christoulas, de 77 años, se pegó un
tiro en la sien y murió a escasos metros del Parlamento Griego.
Farmacéutico retirado, Christoulas
estaba agobiado por las deudas, según declaró en la breve misiva encontrada en
un bolsillo de su chaqueta, en la que explicaba los motivos de su fatal
decisión.
El acto trágico de Christoulas sacó a la luz un hecho que las autoridades griegas ocultan celosamente: el suicidio
es una práctica cada vez más recurrente entre personas a las que la crisis y
los recortes impuestos por la dirigencia económica europea han colocado en una
situación desesperada.
Uno de los motivos para que no se
reconozca públicamente este fenómeno apunta a la influencia de la Iglesia ortodoxa, que niega al difunto el entierro en lugar sagrado.
Pero desde el inicio de la crisis, a
finales de 2009, los suicidios han aumentado en Grecia en un 40%. Hasta entonces,
Grecia era el país de la Unión Europea con la tasa más baja de suicidios: 2,8
por cada 100.000 habitantes.
Ahora, no pasa un día sin que los medios
griegos reseñen discreta y brevemente la muerte accidental -caídas desde el
balcón o por un barranco, disparos fortuitos, intoxicaciones- de un pequeño
empresario arruinado.
Fuentes de la policía griega señalan que
los casos documentados de suicidio —intentos incluidos— han sido 1.730 desde
principios de 2009 hasta diciembre de 2011.
Frente a los suicidios encubiertos, el
de Dimitris
ha sido un acto político, como ha señalado la hija del farmacéutico jubilado,
Emmi Christoulas,
en una carta que mandó a los medios griegos:
«Durante toda su vida ha sido un
militante de la izquierda, un visionario desinteresado. El suicidio de mi padre
es un acto político consciente, coherente con lo que creyó e hizo durante toda
su vida».
Desde luego, la carta que dejó Dimitris
no deja lugar a dudas: por un lado, reivindica la dignidad humana, al negarse a
rebuscar en la basura para sobrevivir. Por otro, apela al derecho a la
rebelión:
El Gobierno de Tsolakoglou (*) ha
aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una
pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del
Estado durante 35 años.
Y dado que mi avanzada edad no me
permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un
kalashnikov, yo le apoyaría) no veo otra solución que poner fin a mi vida de
esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de
basura para poder subsistir.
Creo que los jóvenes sin futuro cogerán
algún día las armas y colgarán boca abajo a los traidores de este país en la
plaza Syntagma, como los italianos hicieron con Mussolini en 1945.
«No ha sido un suicidio, sino un
asesinato.»
Este matiz adicional lo proporciona una
de las consignas más coreadas durante las manifestaciones de protesta por la
muerte de Crhistoulas.
Lo que invariablemente remite a cierta
observación de Federico Engels sobre la violencia ejercida por el capitalismo
contra la sociedad. Detallando las formas que adoptaba esa violencia contra la
clase obrera en la Inglaterra del siglo XIX escribe Engels:
Si un individuo le inflige a otro una
lesión corporal que lleva a la muerte de la persona atacada, lo llamamos
homicidio; por otra parte, si el atacante sabe de antemano que el golpe será
fatal, lo llamamos asesinato. También se ha cometido asesinato si la
sociedad coloca a cientos de trabajadores en una posición tal que éstos
inevitablemente llegan a un fin prematuro y antinatural.
Su muerte es tan violenta como si
hubiesen sido apuñalados o tiroteados [...]. Se ha cometido asesinato si se ha
privado a miles de obreros de las necesidades vitales o si se les ha llevado a
una situación en la que para ellos es imposible sobrevivir.
Se ha cometido asesinato si la sociedad
sabe perfectamente que miles de obreros no pueden evitar que se les sacrifique
en tanto se permita que estas condiciones continúen.
El asesinato de este tipo es tan
culpable como el asesinato cometido por un individuo. A primera vista no parece
ser asesinato en modo alguno, porque la responsabilidad por la muerte de la
víctima no puede imputarse a ningún agresor individual.
Todos son responsables y aún así nadie
es responsable, porque parece que la víctima ha muerto por causas naturales. Si
un obrero muere, nadie imputa la responsabilidad de su muerte a la sociedad,
aunque algunos se darán cuenta de que la sociedad ha dejado de dar los pasos
que impidan que la víctima muera.
Pero se trata de asesinato de todas
maneras.
Conviene matizar, de la mano del
filósofo Peter Singer, que «Engels trata de imputar la culpa a la ‘sociedad’,
pero la ‘sociedad’ no es una persona o un agente moral, y no puede ser
responsable del mismo modo que un individuo».
En consecuencia, en el momento actual
tendríamos que buscar con mayor nitidez a los culpables de las miserias
progresivas a la que se está sometiendo a la población griega.
Y todas las evidencias culposas apuntan, en primer lugar hacia la banca, culpable de la crisis que pone en peligro las pensiones.
Y en segundo lugar, hacia esa clase
política que, ante la magnitud de la crisis, se dedica fervorosamente a salvar
el patrimonio del capital, amnistías fiscales incluidas, en vez de proteger las
condiciones de vida de la población. Hacia la cual, no se ofrece otra respuesta
que la policial.
El fenómeno se está extendiendo también
por Italia, donde se han registrado catorce suicidios en dos meses por la
crisis económica.
Se trata de empresarios, trabajadores en
paro y jubilados con pensiones de miseria que se quitan la vida al perder la
esperanza ante su situación.
El ex magistrado Antonio Di Pietro,
líder del partido Italia de los valores increpó duramente al gobierno por ello:
Y lo que vemos en Grecia podría tener
pronto su reflejo en España, si esta clase política sigue obedeciendo las
consignas neoliberales de atacar al pueblo sin compasión.
Esta actitud no sólo denota una bajísima
ética política, sino también una corta visión estratégica.
El Estado del Bienestar es, entre otras
cosas, un estabilizador social. Dinamitar
sus estructuras supone dar validez a esa llamada universal a la rebelión que
nos deja Dimitris Christoulas en su alegato político final.
Más:
El suicidio, en Grecia, es hoy un tabú a voces
Di Pietro calificó al gobierno de «ladrón de Estado.
Un padre de familia catalán que se ahorcó en plena calle antes de ser desahuciado El suicidio, en Grecia, es hoy un tabú a voces
Di Pietro calificó al gobierno de «ladrón de Estado.
Trabajador valenciano se quema a lo bonzo tras ser despedido
Grecia: Incendia su casa y arroja el coche por un acantilado para no dárselos al banco
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJA TU COMENTARIO