LA ZONA G8 : La sombra de Paul Wolfowitz

Desde hace treinta años, Paul Wolfowitz participa en casi todos los gabinetes civiles del Pentágono. Brillante intelectual, discípulo de Leo Strauss, justifica la guerra para extender la democracia de libre mercado. Especialista en inventar amenazas imaginarias para obtener dinero y lanzarse en aventuras bélicas. Ha creado teorías sobre las «intervenciones preventivas» y la intimidación a los «competidores emergentes». No ha dudado en incursionar en la táctica militar y así ha impuesto sus conceptos a los oficiales en el terreno.


Paul Wolfowitz

La especial posición de Paul Wolfowitz en el contexto público de los EEUU, entre el campo político y el universitario, le permite situarse al mismo tiempo entre los allegados a los teóricos del régimen Bush y ocupar funciones ejecutivas en el Departamento de Defensa.

Paul Wolfowitz es hijo de Jacob Wolfowitz, judío polaco nacido en Varsovia y cuyos padres emigraron a Nueva York cuando tenía diez años. Graduado del City College de Nueva York, Wolfowitz padre hizo un doctorado en matemáticas en la universidad de Nueva York y se convirtió así en uno de los mejores expertos de los Estados Unidos en teoría de la estadística. En ese entonces es un íntimo y colaborador del matemático húngaro Abraham Wald. Políticamente, Jacob Wolfowitz es un sionista convencido, comprometido con organizaciones que se oponen a la represión soviética de las minorías y los disidentes.


Jacob Wolfowitz

Durante la Segunda Guerra Mundial, Jacob Wolfowitz cursa estudios en el ejército de Estados Unidos, en el departamento de estadística de la universidad de Columbia. Fue en esa época que nació Paul, en 1943. En 1957 la familia se muda a Israel, después que Jacob Wolfowitz aceptó un puesto en la Universidad Technion

Paul fue también un estudiante brillante: al estudiar matemáticas en la Universidad de Cornell, rápidamente se interesa en la historia y las ciencias políticas, y se convierte en miembro de la Asociación Telluride, creada en 1910 por L.L. Nunn para seleccionar a la élite universitaria de Cornell, como se practica en la mayoría de las universidades norteamericanas.

En este grupo conoce al filósofo Allan Bloom, quien multiplica los contactos con los estudiantes de Telluride, entre ellos con el economista Francis Fukuyama, el candidato a la presidencia Alan Keyes, el especialista de información e inteligencia (ligado al espionaje) Abram Shulsky, el experto en sovietología Stephan Sestanovich y Charles Fairbanks, especialista en Asia Central.

Una de las declaradas aspectos y apreciados de la Era de Bush es que a pesar de la apariencia de unanimidad algunos funcionarios de la administración, por lo general arribistas y no cargos políticos, estaban horrorizados por el abrazo de la tortura y otras acciones extralegales. Leer más?

Bajo la influencia de Allan Bloom, Paul Wolfowitz desarrolla sus conocimientos en ciencias políticas y su interés por la filosofía de Leo Strauss, consejero de Bloom. Si se interesa o escoge la Universidad de Chicago para efectuar su doctorado, es porque el filósofo alemán sigue siendo profesor en la misma.

Inclusive si el maestro se aleja de Chicago antes de que Wolfowitz se gradúe, y a pesar de que el joven no se considera verdaderamente conservador en esa época, actualmente se le considera el heredero intelectual de Leo Strauss. En 2002, Jeane Kirkpatrick declara en una entrevista que en su opinión «Wolfowitz sigue siendo una de las grandes figuras strausianas».

Es cierto que el dirigente estadounidense centra su discurso en el fin de la tiranía y la manera de condenar el Mal, en la dicotomía dictadura-democracia y en los poderes casi sobrenaturales que él concibe en los dictadores, quienes serían capaces, por malicia, de engañar a las indefensas democracias liberales. Se trata de una argumentación o retórica elaborada durante los últimos años de la Guerra Fría, y que retomará después con respecto al Irak de Sadam Husein.



En la actualidad, Wolfowitz rechaza en parte el calificativo de strausiano. En Chicago, encontró un nuevo mentor o consejero en la persona de Albert Wohlstetter. Este último estudió matemáticas con Jacob Wolfowtiz -su padre- en Columbia, siendo además el primer estratega nuclear del país, miembro de la Rand Corporation y teórico de la vulnerabilidad de los Estados Unidos.

Bajo su dirección, Paul Wolfowitz redacta una tesis sobre las fábricas de desalinización instaladas por Washington en las fronteras de Israel, Egipto y Jordania, para impulsar oficialmente la colaboración entre Tel-Aviv y el mundo árabe. 



Oficiosamente, uno de los productos derivados del proceso de desalinización debía ser el plutonio. Wolfowitz se opone, en dicha tesis, a la nuclearización del Medio Oriente, tanto del lado israelí como del árabe, incluso si no es por las mismas razones: para él, si el Estado hebreo llegara a entrar en posesión del arma nuclear, provocaría una carrera armamentista con los países árabes ayudados por la URSS que en lugar de consolidar su posición la haría más frágil.

Por sus fuertes conocimientos en relaciones internacionales, Paul Wolfowitz es enviado a Washington en el verano de 1969, para trabajar en el Committee to Maintain a Prudent Defense Policy (Comité para el Mantenimiento de una Política Defensiva Prudente), a solicitud de Wohlstetter. 

Ese organismo, creado por dos grandes figuras de la Guerra Fría, Dean Acheson y Paul Nitze, respectivamente secretario de Estado y director de planificación del Departamento de Estado del presidente Truman, tiene el objetivo de convencer al Congreso de la necesidad de instalar un escudo antimisiles, proyecto que fuera combatido firmemente por varios representantes estadounidenses, particularmente Edward M. Kennedy, William Fulbright, Albert Gore Jr, Charles Percy y Jacob Javits.

Para ayudar a Nitze y Acheson en su lucha, Wolfowitz encuentra el respaldo y apoyo de Peter Wilson, otro alumno de Wohlstetter, y de Richard Perle, quien en esa época es novio de la hija de Wohlstetter. 



Los tres jóvenes llevan a cabo una tenaz lucha, redactando estudios científicos y distribuyendo fichas técnicas a los miembros del Congreso. Organizan también la audiencia del senador «pro escudo» Henry M. Scoop Jackson ante la comisión senatorial encargada de las cuestiones de armamentos. Fue un trabajo que valió la pena: al final del verano de 1969, los «halcones» consiguieron mayoría en el Senado, 51 votos contra 50.

La adopción del proyecto permitirá después a Nixon emprender las negociaciones con la URSS sobre el Tratado Antibalístico de Mísiles en posición de fuerza cuyas discusiones terminan con la firma del acuerdo SALT I entre las dos potencias nucleares.

Este episodio marca un giro en la política de defensa de los Estados Unidos, ya que se trata de la primera victoria de los «halcones» desde 1941 y el voto del Congreso de la prolongación del tiempo de reclutamiento en tiempo de paz. Además, el éxito de Nitze y Acheson permite la apertura de un debate sobre el escudo antimisiles.

Sobre todo, fortaleció las convicciones de Paul Wolfowitz y Richard Perle en materia de desarme: ambos jóvenes emergen de esa batalla política con una gran desconfianza hacia cualquier proceso de control del arsenal estadounidense, convencidos de que tal política es desfavorable a los Estados Unidos, tanto desde el punto de vista estratégico como psicológico. Por otra parte, la participación en una empresa política tan delicada como la que les fue confiada por los eminentes teóricos de la Guerra Fría, les promete un futuro brillante en Washington.



Mientras que su compañero Perle se compromete inmediatamente en política y se convierte en asistente en el Senado de Henry «Scoop» Jackson, Wolfowitz retoma sus estudios en Chicago, donde termina su doctorado. Pero, rápidamente, en 1973, vuelve a escuchar el llamado de Washington: en la Agencia para el Control de Armamentos y el Desarme se lleva a cabo una verdadera purga bajo la influencia de Scoop Jackson quien sospechaba que el antiguo equipo estaba demasiado dispuesto a negociar con el enemigo soviético.


Henry «Scoop» Jackson

Fred Iklé, un estratega «halcón» de la Rand Corporation toma las riendas del departamento. Por recomendación de Wohlstetter, decide reclutar a Wolfowitz, quien se convierte con rapidez en su más cercano consejero. Redacta para él notas sobre el lanzamiento de los mísiles y su detección, trabaja en las negociaciones vinculadas con el control de armamentos y sigue a Iklé en una gira por París y las capitales europeas.

Su acto de más importancia que realizó en el campo de las armas data de 1974 y 1975: durante dos años, se enfrasca en la campaña de presión llevada a cabo por los Estados Unidos contra Corea del Sur con el fin de que renuncie al programa de desarrollo de plutonio

En esa época, Wolfowitz intenta cuestionar la política exterior de Henry Kissinger contra la Unión Soviética y, más aún, la visión estática del mundo industrial capitalista por el admirador de Metternich. En realidad, lo que desea es encarnar la alternativa intelectual de Kissinger. Para eso, trae consigo a algunos jóvenes universitarios, como por ejemplo a su amigo Francis Fukuyama.

Wolfowitz, eficiente en su trabajo y en su misión de convertir el control de armamentos en una cosa inútil, que no ata ni desata ni sirve para nada. Más tarde Wolfowitz es rápidamente reclutado en un equipo que se ha hecho conocido bajo en nombre de los expertos «alarmistas», siempre útiles cuando se trata de inflar, o sea, crear una amenaza que permita votar el aumento del presupuesto militar. 



Por consiguiente, resulta natural que se le haya invitado a participar en el famoso «Equipo B», creado en 1976 por el director de la CIA de Gerald Ford, George H.W. Bush (padre), con el propósito de volver a evaluar la amenaza soviética, pretendidamente subestimada por los expertos ineptos de la Agencia (CIA).

Este «Equipo B» está presidido por Richard Pipes, padre de Daniel Pipes. Para hacer su informe, sus miembros deciden basarse en las declaraciones públicas de los dirigentes soviéticos y no en las tradicionales fotos espías de satélite. No causa sorpresa entonces, que su estimación o informe final que apareció a finales de 1976, asegura que la Unión Soviética podría próximamente volver a tomar la delantera en la carrera armamentística mundial con miras a establecer «la hegemonía soviética global».

En ese momento, Wolfowitz se da cuenta de que bajo la cobertura de independencia es posible pasar por encima del trabajo realizado por las agencias de inteligencia, procedimiento al que recurrirá en su larga carrera política.

La ventaja de ser experto en la materia viene principalmente de la reputación de ser ante todo «independiente». A Wolfowitz no le perjudica el ascenso al poder de Jimmy Carter. Es necesario precisar que dos de sus más cercanos aliados políticos, el senador Henry Jackson y Richard Perle, son demócratas. Wolfowitz obtiene un puesto en el Pentágono de responsable de los «programas regionales».

En realidad, se encarga de evaluar los problemas que pudiera enfrentar el Pentágono en el futuro. El secretario de Defensa, Harold Brown, le pide que examine particularmente las amenazas que pesan sobre el ejército de los Estados Unidos en el Tercer Mundo. Wolfowitz se centra en la región del Golfo Arábigo Pérsico, creando un programa de investigación, el Limited Contigency Study

En esa época, el primer choque (o embargo) petrolero alertó a los Estados Unidos de la importancia estratégica del control de las regiones ricas en recursos energéticos, particularmente Arabia Saudita.




En el marco de su nueva función, Paul Wolfowitz asiste a un seminario de Geoffrey Kemp, joven profesor de la Fletcher School of Law and Diplomacy quien afirma que los Estados Unidos se centran demasiado en Europa y no toman muy en serio las consecuencias de una posible penetración soviética en el Golfo. Wolfowitz lo recluta inmediatamente dentro del Limited Contigency Study, al igual que a Dennis Ross, un joven especialista en la Unión Soviética y futuro negociador en el Medio Oriente del gobierno de Clinton.

Este equipo de investigadores, cuyos locales se encuentran en el Pentágono, sólo se interesa en una posible toma de control de los campos petroleros por parte de la URSS. Prevé también que esta operación de control sobre el oro negro pueda ser realizada por una potencia regional de la zona del Golfo, al estudiar, por ejemplo, la posibilidad de un ataque Iraquí a Arabia Saudita.

Es muy improbable que se produzca una operación de ese tipo, pero ello no le molesta a Wolfowitz: en su opinión «no se deben basar exclusivamente en la probabilidad de un acontecimiento, sino también en la gravedad de sus consecuencias», un método de trabajo particularmente pertinente si el objetivo no es confirmar una amenaza sino fabricarla.

Desde el punto de vista militar, las conclusiones del programa de estudios del joven Wolfowitz son claras: los Estados Unidos deben fortalecer su presencia en la región del Golfo, particularmente construyendo nuevas bases militares en la zona. Es necesario desconfiar también del advenimiento de una potencia regional demasiado importante, como Irak o, en esa época, Irán.



Esta recomendación no sólo existió como simple papel documento sino en hechos concretos; tres años después, la CIA derroca al shah, quien se había vuelto demasiado exigente, prefiriendo incluso un régimen islámico contrario a los Estados Unidos que estima puede controlar, con el éxito que ya conocemos.

Se trata de una operación que está en ruptura total con la política implantada por Nixon y Kissinger, es decir, hacer de Irán un régimen prooccidental fuertemente armado, que garantice el equilibrio regional. El derrocamiento del shah provoca, no por casualidad, un interés renovado en el trabajo de Wolfowitz y sus amigos: de súbito, el Pentágono intenta establecer bases en Omán, Kenya o Somalia, alienta a los gobiernos amigos del Medio Oriente a construir aeropuertos más importantes e intenta fortalecer su presencia en el Golfo para permitir un despliegue rápido.

Un año después, las tropas de los Estados Unidos y Egipto llevan a cabo juntas un ejercicio militar que bautizan como Bright Star, mientras las fuerzas de los Estados Unidos desarrollan, de manera general, tecnologías militares destinadas a la lucha en zona desértica.

El 20 de enero de 1981, día en que Ronald Reagan toma el poder, la nueva administración anuncia la creación del CENTCOM, Centro de Mando Militar de los Estados Unidos en el Medio Oriente.



El lugar de Wolfowitz no está asegurado en el nuevo equipo de la Casa Blanca. Efectivamente, al haber participado en la administración Carter y ser un allegado de las personalidades llamadas «demócratas», su pedigrí no es lo suficientemente puro para la administración Reagan, muy cercana a la extrema derecha. A finales de 1979, advertido por su amigo Fred Iklé del peligro de permanecer en su puesto hasta que termine la campaña, Wolfowitz renuncia a principios de 1980 y pasa a ser profesor asociado de la Johns Hopkins University School of Advanced International Studies.

Para la Casa Blanca sigue siendo un sospechoso. Richard Allen, nuevo consejero de Seguridad Nacional, al principio se niega a que integre el equipo de «Política exterior» de Ronald Reagan. Será necesaria toda la persuasión de John Lehman, su amigo y antiguo compañero de Wolfowitz bajo el mandato de Nixon, para convencerlo del interés de ese reclutamiento. Luego, en el momento de su nombramiento, el senador Jesse Helms se niega a dar su aprobación a quien ve entonces como un peligroso liberal.

Wolfowitz invita entonces al director del gabinete del senador, John Carbaugh, para darle garantías de su neoconservadurismo. Finalmente, logra el puesto de director de planificación del Departamento de Estado. Como en el gobierno de Carter, se encarga de elaborar un enfoque a largo plazo de las evoluciones geopolíticas, y del papel diplomático que los Estados Unidos deben desempeñar. Se trata de un puesto de responsabilidad, ocupado en el pasado por George Kennan, el teórico de la Guerra Fría.

Wolfowitz recluta con ese objetivo a un equipo formado por Scooter Libby, jurista de Filadelfia, el economista Francis Fukuyama, el conservador afroamericano Alan Keyes, y también Zalmay Khalilzad, que tiene la ventaja de venir de la Universidad de Chicago y de ser un antiguo alumno de Wohlstetter. Algunos de sus reclutas son demócratas, como Dennis Ross y Stephen Sestanovich, allegado de Allan Bloom y estudiante en Cornell en la misma época que Wolfowitz.



Las recomendaciones del nuevo responsable de planificación del Departamento de Estado rompen con la política exterior llevada a cabo hasta ese momento por los Estados Unidos, y particularmente aquellas bajo el mandato de Jimmy Carter: Wolfowitz cuestiona la venta de aviones de control AWACS a Arabia Saudita, reclama que Washington se distancie de la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat y se manifiesta como uno de los más fuertes defensores de Israel dentro de la administración Reagan.

Sin embargo es el caso de China el que más enfrentamientos le provoca: la doctrina Kissinger preconizaba hasta ese momento que China era un país demasiado poderoso para ser ignorado y era necesario negociar para que se convierta en un aliado objetivo en la lucha contra la URSS. Según un modo de argumentación ya probado, Wolfowitz denuncia esta visión de las cosas. En su opinión, los Estados Unidos han sobrestimado desde hace mucho tiempo la importancia de China mientras que en realidad ese país se encuentra más amenazado por Moscú que los propios Estados Unidos.



O sea, Pekín necesita de Washington, y no a la inversa. No hay que hacerle ninguna concesión a China, al contrario. Ese discurso pone fuera de sí a Alexander Haig, secretario de Estado en esa época y antiguo asesor de Henry Kissinger. El rumor corre durante algunos días de que la salida de Wolfowitz es inminente, lo que en realidad no sucede.

El 25 de junio de 1982, es Haig quien es sustituido por George Shultz, lo que consagra la ruptura de la administración Reagan con la doctrina Nixon-Kissinger y abre de paso una vía para las ideas que Wolfowitz defendía. Es promovido al cargo de subsecretario de Estado para Asia Oriental y el Pacífico. Se trata del primer empleo serio de campo, sobre el terreno, para el burócrata universitario del Pentágono.

En el marco de sus nuevas funciones, Wolfowitz se relaciona con dos figuras clave de la administración Reagan en Asia que son Richard Armitage, quien representa al Pentágono, y Gaston Sigur, del National Security Council (Consejo para la Seguridad Nacional, NSC). Los tres hombres, que se reúnen todos los lunes, coordinan juntos la política exterior de Washington en la región asiática. Uno de los expedientes más espinosos que trataron fue el de Filipinas, donde organizan la retirada política del dictador Ferdinando Marcos en 1986, dictador que hasta ese momento había disfrutado del apoyo de Washington.



El equipo «asiático» de Ronald Reagan se preocupa al ver que el país se precipita hacia una oposición de izquierda cada vez más movilizada. La llegada al poder de los «comunistas» podría provocar la salida de ese país del área de influencia de los Estados Unidos, provocando de paso el cierre de dos bases del US Army instaladas en el archipiélago, la Clark Air Force Base y la Subic Bay Naval Station.

Incitan entonces a Marcos a integrar a una parte de la oposición política en su gobierno. En vano, el viejo dictador está convencido de que Ronald Reagan nunca lo abandonará pues lo ha recibido varias veces en la Casa Blanca. Se equivoca: los tres responsables de Asia lo expulsan del poder y ponen fin a la dictadura en beneficio de la derecha católica y del Opus Dei.

Este episodio no revela que Washington prefiera los regímenes democráticos. Permite únicamente comprobar que el Pentágono y el Departamento de Estado están dispuestos a apoyar la instauración de un régimen democrático sólo si el mantenimiento de la dictadura puede provocar que los «comunistas» tomen el control del país. En este caso, Wolfowitz no escogió esa política en pro de la democracia, sino contra el comunismo.

De manera sintomática, la gestión de Filipinas es criticada enseguida por Henry Kissinger, quien cuestiona el viraje de los Estados Unidos con respecto a Marcos, un aliado fiel de Washington desde hacia mucho tiempo. En su opinión, tal «abandono» podría provocar la desestabilización de otros regímenes autoritarios como Corea del Sur, Tailandia o Indonesia. Wolfowitz, por el contrario, afirma que los Estados Unidos no pueden reprocharle a la URSS su autoritarismo y al mismo tiempo tolerar en su campo países antidemocráticos.


Colin Powell y Norman Schwarzkoff

Lo que parece proponer aquí el diplomático estadounidense es un cambio completo en la política exterior de los Estados Unidos sobre la base de la «promoción de la democracia». Evidentemente, no pasa nada. Solamente los regímenes autoritarios inestables serán remplazados, y no necesariamente por democracias. Como buen garante de la estabilidad regional, Paul Wolfowitz es nombrado embajador de los Estados Unidos en Indonesia hasta finales del segundo mandato de Ronald Reagan.

La llegada al poder de George H. W. Bush (padre) vuelve a llevar a Wolfowitz a Washington, al mismo puesto que al inicio de la era Regan, subsecretario de Defensa, encargado de la política del Pentágono particularmente para las cuestiones de desarme del Medio Oriente y el Golfo Pérsico. Reinicia el trabajo realizado durante el gobierno de Jimmy Carter, solicitando una evaluación de la capacidad de los Estados Unidos para defender los campos petroleros sauditas. Esta vez se descarta la posibilidad de una intervención soviética, para centrarse en las potencias regionales, en primer lugar Irak.

Hay muchos indicios para creer que la estrategia de Estados Unidos de provocar al régimen de Sadam Husein para impulsarlo a invadir Kuwait fue creada en parte por Wolfowitz. El objetivo de una táctica así, es claro, permitía al ejército de los Estados Unidos desplegarse masivamente en la región, particularmente en Arabia Saudita, pero también reducir a la nada el poder acumulado por Bagdad, con la aprobación de Washington, durante los últimos 15 años.


2 de agosto de 1990 Irak invadía Kuwait 

Varios elementos permiten prever la participación de Wolfowitz en tal escenario: por un lado, su puesto en el Pentágono le permitía asociarse a ese tipo de decisiones; por otro, la necesidad de un despliegue de tropas estadounidenses en la región constituía una de sus preocupaciones principales desde hacía mucho tiempo. Finalmente, Dennis Ross contó un episodio perturbador.

Durante un viaje efectuado a la región en esa época, Ross se sorprendió al ver a su compañero de ruta, James Baker, presentarle documentos que daban crédito a la hipótesis (posteriormente totalmente desmentida) de un ataque iraquí contra Arabia Saudita. Por otra parte, ya conocía esos documentos pues se trataba de la actualización de sus propios trabajos de finales de los años 70 que le habían sido encomendados por el Limited Contigency Study de Wolfowitz.

Las posiciones del subsecretario de Defensa son extremadamente claras: no se debe negociar con Sadam Husein la retirada de las tropas iraquíes de Kuwait, sino aprovechar la ocasión para devastar el país. Con Richard Cheney, trabaja en la elaboración de un plan de ataque, concebido por Henry S. Rowen, miembro de la Stanford Business School y del Hoover Institute, como alternativa al plan del general Colin Powell, entonces, jefe del Estado Mayor Interarmas y del general Norman Schwarzkopf.


Condoleezza Rice: la halcona negra del lobby, participó de la OPE y escribió la doctrina de la guerra preventiva  aplicada contra Irak.

La ventaja de ese plan, que preveía el despliegue de tropas desde Arabia Saudita hasta los alrededores de Bagdad, para forzar a Sadam Husein a retirarse de Kuwait, era asegurar la protección de Israel ante posibles ataques balísticos. 

Finalmente será rechazado, al igual que es rechazada, a finales de la guerra, la posición defendida por Wolfowitz de avanzar en el conflicto, una vez que se alcanzaran los objetivos. Esta vez, el jefe del Estado Mayor Interarmas, Colin Powell, gana la causa al explicar que los Estados Unidos «están matando a miles de personas», reporta James Baker en sus Memorias.

El cese al fuego «prematuro» resulta una enorme decepción para Wolfowitz quien, en opinión de algunos, recomendaba enviar el ejército hasta Bagdad. A finales de los años 90, afirmará que la continuación de los combates quizás habría favorecido un golpe de Estado y por consiguiente la caída de Sadam Husein. En todo caso, extrae una lección política de ese episodio: en el futuro será mejor controlar el poder militar si desea alcanzar sus objetivos estratégicos.

La caída de la Unión Soviética entre 1989 y 1990, que debe llevar a un nuevo despliegue de las fuerzas de Estados Unidos en el mundo, provoca la elaboración de una nueva doctrina para los neoconservadores y Paul Wolfowitz. 


Esta foto de julio de 2003 muestra al segundo jefe del Pentágono, Paul Wolfowitz, visitando a la prisión Abu Ghraib, acompañado por la directora, general brigadier Jaecé Karpinski (a la izquierda). (El Mundo)

Los responsables de Defensa norteamericanos deben justificar ante el Congreso el mantenimiento de los gastos militares en un momento en que el enemigo principal se ha hundido. Wolfowitz y Powell, opuestos sin embargo en el pasado, desarrollan juntos la idea de la necesidad de una fuerza mínima de intervención del US Army, para estar en condiciones de detener cualquier posible amenaza.

Pero lo esencial de la doctrina Wolfowitz se elabora en 1992, en el marco del Defense Planning Guidance. Ese documento, fue dirigido por Richard Cheney, entonces secretario de Defensa, fue redactado en realidad por Zalmay Khalilzad, asistente de Scooter Libby en el Pentágono, sobre la base de reuniones en las que participan, alternativamente, Richard Perle, Andrew Marshall, Paul Wolfowitz o Albert Wohlstetter.

En el documento que se filtró voluntariamente a la prensa, el autor habla de un nuevo «orden mundial [...] sostenido por los Estados Unidos», en el que la única superpotencia sólo establecería alianzas coyunturales, según los conflictos. La ONU e incluso la OTAN estarían cada vez más en una posición de no intervención.

De manera más amplia, la doctrina Wolfowitz teoriza sobre la necesidad de que los Estados Unidos bloqueen el surgimiento de cualquier competidor potencial a la hegemonía estadounidense, particularmente las «naciones industrializadas avanzadas» como Alemania y Japón. La Unión Europea es un blanco particular: «A pesar de que los Estados Unidos apoyan el proyecto de integración europea, debemos velar para que no surja un sistema de seguridad puramente europeo que socave la OTAN, y particularmente su estructura de mando militar integrado».



Se solicitará a los europeos que incluyan en el Tratado de Maastricht una cláusula que subordine su política de defensa a la de la OTAN, mientras el informe del Pentágono aboga por la integración de los nuevos Estados de Europa Central y del Este en el seno de la Unión europea, beneficiándolos con un acuerdo militar con los Estados Unidos que los proteja contra un posible ataque ruso.

Después del escándalo provocado por la publicación prematura del documento, Paul Wolfowitz se aparta por un tiempo de su redacción, antes de que el apoyo de Dick Cheney a Khalilzad lo convenza de unírseles. En realidad, el asistente de Wolfowitz, Scooter Libby, quien se encargará de la segunda versión del informe irá aún más lejos.

Si bien evita mencionar el nombre de la Unión Europea, expresa explícitamente sus teorías sobre la necesidad de que los Estados Unidos adquieran una superioridad militar tal que desaliente a todas las potencias emergentes de intentar competir con ellos.

La llegada al poder del democrata Bill Clinton en 1992 devuelve a Paul Wolfowitz a sus entrañables estudios. Recupera su puesto en la Johns Hopkins University School of Advanced International Studies, donde desarrolla sus teorías sobre la obligación de los Estados Unidos de conservar una «profundidad estratégica», un eufemismo que remite al hecho de ser la única superpotencia mundial. En 1996, es seleccionado por Donald Rumsfeld, quien dirige la campaña presidencial del candidato republicano Bob Dole, para ser el proveedor de ideas en materia de política exterior.

Pero su obsesión sigue siendo el Medio Oriente y el caso iraquí. Después de haber lamentado varias veces que el ejército estadounidense no permanezca por más tiempo en suelo iraquí con el fin de derrocar a Sadam Husein, escribe en 1997 un artículo titulado «Los Estados Unidos e Irak» en el que aboga por la instauración de un nuevo régimen en Bagdad, sin precisar la manera de lograrlo.



A finales de año, va aún más lejos con un artículo que publica en coautoría con Zalmay Khalilzad en la Weekly Standard, revista de los neoconservadores. El título es elocuente: «Derróquenlo», refiriéndose al dictador iraqui.

En esa época desarrolla su visión personal sobre un derrocamiento exitoso, que pasaría por el apoyo armado al sur del país, por preferir trabajar con los opositores chiítas y no con los kurdos, evocando ya la necesidad de unir a los aliados recalcitrantes, cuya vacilación se explica por la falta de determinación de la administración Clinton. La llegada al poder de un equipo de «halcones» debería poner fin a sus reticencias, tanto más cuanto que, en su opinión, Rusia y Francia deberían dejarse convencer con facilidad por «el viento del petróleo».

Si bien esas predicciones resultaron falsas, la gestión de Wolfowitz recibió su bendición en los Estados Unidos, donde, en 1998, numerosas figuras eminentes del Partido Republicano se unieron al Proyecto de un Nuevo Siglo Americano del que una de las primeras reivindicaciones es la destitución de Sadan Husein.



En ese mismo momento, Wolfowitz es invitado a participar en el Congressionnal Policy Advisory Board, organizado en el seno del Partido Republicano por Martin Anderson para permitir la elaboración de una política exterior neoconservadora, con el apoyo financiero del Hoover Institute, de la Fondation Heritage y del American Entreprise Institute. Donald Rumsfeld y Dick Cheney participan regularmente, mientras Colin Powell se separa deliberadamente, al igual que Richard Armitage.

Wolfowitz no se detiene. Participa, en 1998, en la comisión investigadora del Congreso encargada de examinar la realidad de la amenaza de un ataque balístico sobre los Estados Unidos, dirigida por Donald Rumsfeld. En el modelo del «Equipo B» montado por George H. W. Bush (padre) a mediados de los años 1970, esta comisión debe volver a examinar los datos suministrados por las agencias de inteligencia y proponer una interpretación diferente si fuera necesario.

La comunidad de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos había llegado a la conclusión, en 1995, de que ninguna potencia, a excepción de los Estados nucleares declarados, tendría la posibilidad de alcanzar el territorio de los Estados Unidos con un misil antes de 15 años.

Se trataba por lo tanto para el complejo militar industrial estadounidense, y particularmente para los partidarios del escudo antimisiles, al frente de quienes se encontraban Paul Wolfowitz y Newt Gringrich, de cuestionar las conclusiones consideradas demasiado optimistas. 

La comisión hace perfectamente su trabajo: Donald Rumsfeld logra obtener el apoyo de los tres demócratas miembros del comité, particularmente de Richard Garwin, oficialmente opuesto al escudo antimisiles.




La comisión acredita de ese modo la idea de una amenaza real de ataque balístico proveniente de Corea del Norte, Irán e Irak. En 1999, siempre en el marco del Proyecto por un Nuevo Siglo Americano, Wolfowitz firma una petición en favor de Taiwán, que debería, según el documento, poder disfrutar de la protección de los Estados Unidos en caso de agresión china.




Convertido en una figura clave de los neoconservadores, es reclutado por George W. Bush (hijo) en el otoño de 1998,con el fin de servirle de asistente en las cuestiones de política exterior, al lado de una personalidad muy cercana al entonces candidato republicano, Condoleezza Rice, con quien crea el equipo de los «Vulcanos», en referencia al dios romano que forja las armas divinas en la profundidad de los volcanes. 

El equipo especializado en relaciones internacionales está compuesto por ocho miembros: Rice y Wolfowitz, naturalmente, pero también Richard Armitage, Richard Perle, Dov Zakheim, Stephen Hadley, Robert Blackwill y Robert Zoellick.

Al mismo tiempo se crea un segundo equipo durante la segunda campaña de George W. Bush (hijo), conducido por Rumsfeld, con el objetivo de promover el proyecto del escudo antimisiles, en el que participan varios Vulcanos (Rice, Wolfowitz, Hadley y Perle), pero también otras personalidades externas como George Schultz o Martin Anderson.



La gran implicación de Paul Wolfowitz en la campaña presidencial de George W. Bush -que anuncia con Condoleeza Rice antes del debate televisado con Al Gore- merece una recompensa después de la victoria final que se concreta con el retorno al redil del «niño del Pentágono», esta vez en la segunda posición.

TEXTO Paul Labarique





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