LA ZONA ECOLÓGICA : La España bajo el Lodo

En España hay unos 500 pueblos inundados por la construcción de presas y más de mil buscan la prosperidad alrededor de sus embalses.

Gracias a sus 1.200 grandes presas, España es el país con más obras hidráulicas por habitante y kilómetro cuadrado, y el quinto en términos absolutos, tras China, EE. UU., India y Japón. Las presas generan beneficios de abastecimiento, regadío y producción eléctrica, con una aportación de energía hidráulica en el 2011 de 32.805 GWh, que cubrieron un 11% de la demanda nacional. 


No se conoce con tanta exactitud el efecto que han tenido estos proyectos sobre la población. Solo en el siglo XX los embalses españoles han desplazado a unas 50.000 personas y dejado bajo las aguas 500 pueblos, si bien es cierto que están relacionados con la creación de otros 300.  

El 31 de marzo de 1947, tres pueblos enteros del sur de Cantabria vivieron su particular tsunami. Trescientas casas fueron engullidas al abrirse las compuertas del embalse del Ebro. “El agua iba subiendo, subiendo, subiendo, muy lenta; hasta que no tuvimos el agua al cuello, no salimos de ahí”, cuentan algunos de los que vivieron la experiencia en el documental Donde aprendiste a vivir, dirigido por Pedro Pablo Picazo, Álvaro de la Hoz y Marta Solano.


Albergueria, asolado en 1958, A Veiga ( Ourense).

Poblado de A Paicega

Aquel día los 1.900 vecinos de Medianedo, Quintanilla de Valdearroyo y La Magdalena pasaban a engrosar la lista de decenas de miles de desplazados por la construcción de presas en nuestro país. Las protestas vecinales tuvieron que limitarse a la composición de coplillas anónimas que solo se interpretaban en privado. 

Medianedo, Cantabria, 1926

Medio siglo después, la llegada de la democracia permitía una sonora contestación ante un caso similar. La Nochevieja de 1987 se cerraron las compuertas de la presa de Riaño, inundando siete pueblos leoneses, tras duras protestas ecologistas y escenas desgarradoras de vecinos encaramados a los tejados tratando de salvar sus casas.

Y es que hace siglos que se intenta controlar la extraordinaria irregularidad del régimen hidráulico y prevenir el principal riesgo natural en España: las inundaciones. Estas catástrofes se elevan a 2.500, según el registro oficial en los últimos 500 años, y han dejado innumerables daños materiales y personales, como ocurrió en la riada del camping de Biescas (Huesca) en 1996, que se llevó por delante la vida de 87 personas. 

La torre de Villanueva, sobresale con el embalse bajo. DM

En otros casos son las propias roturas de embalses las que han provocado la tragedia, y uno de los más recordados es el de Tous (Valencia), cuya presa se vino abajo entre lluvias torrenciales en 1982. 

Miles de personas desplazadas. No cabe duda de que el impacto humano por la construcción de presas en España es muy fuerte, aunque no se haya estudiado con exhaustividad. De hecho, no existen cifras oficiales sobre el número de pueblos y personas afectados o acerca de la población que hoy depende directamente de los embalses. Según los cálculos de Ecologistas en Acción, se han inundado unos quinientos pueblos de manera controlada en el siglo XX. 

Imagen del pantano de San Román de Sau. Fuente 


Lagüelles sumergido bajo el embalse de los Barrios de Luna 


Los desplazados ascenderían a unas 40.000 personas, según Luis Berga, catedrático de Ingeniería Hidráulica en la Universidad Politécnica de Cataluña, y a entre 50.000 y 60.000, al decir de José Sáenz de Oíza, que fue director de la Confederación Hidrográfica del Duero

Un testigo de excepción es Julián Toro, quien nació en 1931 en Buendía (Cuenca) y a los catorce años empezó a trabajar en la construcción de la presa del mismo nombre, que inundó las tierras más fértiles de su pueblo al recoger las aguas del río Guadiela

Sus compañeros eran sobre todo vecinos de la región, aunque también otros a quienes llamaban “los ausentes”, presos que vivían en barracones y estaban vigilados por la Guardia Civil. “Pero aquí se olvidó la política, nunca hubo ningún problema”, recalca Julián, tomando el fresco a la puerta de su casa del poblado de Buendía, uno de los pequeños núcleos urbanos que surgieron para alojar a obreros y trabajadores de estas descomunales obras de ingeniería y a sus familias. En ciertos casos, acabaron por quedar prácticamente desiertos ya concluidos los trabajos, y en otros muchos, han seguido habitados hasta nuestros días. 


Fayón, Zaragoza o su Campanario. 


Campanario de Tous dentro del pantano

Julián dedicó sus siguientes cincuenta años a vigilar las instalaciones del embalse y enseña orgulloso sus trofeos de la Confederación Hidrográfica del Tajo

Explica que, antes de iniciarse las obras, se hicieron las “expropiaciones forzosas para ocupación del embalse”, en las que medían y pagaban a los dueños de las fincas. “No sé si bien o mal”, prefiere zanjar. 


Campanario del pueblo de La Muedra, bajo el embalse de la Cuerda 

Sobre este aspecto, controvertido, de las compensaciones por la construcción de presas, la escritora Marisancho Menjón, autora de Jánovas, un pantano de papel, sostiene sobre las cuantías de las indemnizaciones en el caso de este embalse cercano a Ordesa (Huesca) que “a los dueños de una casa que era casi un palacio y de las tierras más ricas les dio para una licencia de taxi y la entrada de un piso en Barcelona”.

Embalse del río Esla y el nuevo pueblo de Riaño, en León. / EFE

Con parte de Buendía inundado, decenas de vecinos de Julián empaquetaron sus pertenencias y ocuparon el pueblo nuevo de San Bernardo, en Valladolid. Junto a ellos iniciaron una nueva vida los habitantes de Santamaría de Poyos (Guadalajara), que había quedado totalmente cubierto por las aguas. Según cálculos de Sáenz de Oíza, casi la mitad de los 131.069 habitantes de los 304 pueblos de colonización agrícola que se levantaron en los años cincuenta del siglo pasado para racionalizar el campo español, procedían de poblaciones afectadas por embalses. 

Como una gran familia. Los habitantes de San Bernardo, que como el resto de los poblados colonos se levantó con calles amplias, blancas y cuadriculadas, se definen a sí mismos como “una gran familia”. 

La soledad ante las adversas condiciones iniciales y la ausencia de diferencias económicas —todos eran arrendatarios del Instituto Nacional de Colonización— favorecieron que las muestras de solidaridad entre los nuevos vecinos fueran abundantes, contribuyendo a forjar unas redes de sociabilidad inexistentes antes de su llegada. Estos lazos se trasladaron a todas las facetas de la vida cotidiana, e incluso cuando algún colono no podía atender los trabajos de su lote, el resto se volcaba en el mantenimiento de la explotación.

Torre parroquial de Mediano (Huesca), sumergida por las aguas embalsadas del río Cinca. / EFE / PABLO OTÍN

Pero convertirse en colono no era sencillo. A cambio de una casa en arrendamiento y un pequeño terreno para cultivar, los candidatos tenían que estar avalados por un certificado de buena conducta moral y política, saber leer y escribir, ser mayores de veintitrés años o licenciados del Ejército y menores de cincuenta, ser casados o viudos con hijos, carecer de defectos físicos o enfermedades como la sífilis, la tuberculosis y el alcoholismo, y acreditar una práctica profesional agrícola suficiente. Entre otras razones, este inconcebible catálogo de condiciones respondía al deseo del régimen de tener bajo control las regiones más desafectas del campo español. 

Al margen de la carga ideológica, el exconsejero de Agricultura y Desarrollo Rural de la Junta de Extremadura, Juan María Vázquez García, reconoce en el folleto de la exposición Colonos, celebrada en el 2009, que de estos planes surgió “una nueva cultura, desconocida en la región, sustentada en los pilares del esfuerzo, la experimentación y la competitividad”.

Mansilla (La Rioja), anegado por el pantano homónimo. / IMAGESHACK

Fotografía de la exposición 'Colonos'. / GOBIERNO DE EXTREMADURA

Aunque entre los pueblos agrarios creados en España muchos no llegaron a consolidarse o se transformaron en núcleos de segunda residencia, algunos han conseguido prosperar más que los lugares de origen de sus habitantes. 

Es el caso de Zurbarán o Valdivia, levantados en 1953 en Badajoz, que se cuentan entre los principales productores hortofrutícolas nacionales. En un contexto de despoblación, ambos han conseguido ganar habitantes en la última década: hasta 877 en el primer caso y 1.899 en el segundo.

Mientras tanto, encajado entre una sierra y el pantano de García de Sola —perteneciente a la Confederación Hidrográfica del Guadiana—, uno de los pueblos de los que partieron emigrantes a Zurbarán lucha contra el envejecimiento de la población. Se trata de Peloche, una pedanía de Herrera del Duque (Badajoz), que ha visto cómo su población ha caído a la mitad, hasta los 232 empadronados actuales, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). 

Plaza mayor de Santa Maria de Poyos, óleo, antes de inundarse el pueblo. Fuente


Pórtico de Curia ("Los Mármoles")  Ruinas romanas de AugustóbrigaEmbalse de Valdecañas. Fuente

La catástrofe de Ribadelago tuvo lugar el 9 de enero de 1959 cuando debido a la ruptura de la presa de Vega de Tera se inundó y arrasó el pueblo de Ribadelago, causando la muerte a 144 de sus habitantes, convirtiéndose así en la mayor tragedia de la Región Leonesa en cuanto a número de víctimas mortales causadas por el agua, que hasta entonces era la riada de San Policarpo de 1626 en Salamanca en la que murieron 142 personas. Asimismo la tragedia de Ribadelago es la segunda mayor catástrofe de España causada por la rotura de un embalse, tras la rotura del murciano Pantano de Puentes en 1802. Más.


Gamboa, ex-municipio alavés situado al NE de Vitoria. Desapareció como tal, a finales de la década de los años 50 del siglo XX, al ser sumergido bajo las aguas del pantano del Zadorra (Aguas y Saltos del Zadorra, S. A.) gran parte de sus localidades y pertenencias, entre las cuales Marieta-Larrinzar y Mendijur fueron anexionados al municipio de Barrundia y parte de las tierras de Mendizábal y Nanclares de Gamboa, en la foto, fueron agregadas al patrimonio del municipio de Arrazua- Ubarrundia. Dejaron de existir prácticamente las localidades de Azúa, Garayo, Mendizábal, Nanclares de Gamboa, Orenin y Zuazo de Gamboa. La extensión total del municipio era de 41,144 km².

La supervivencia de este hermoso enclave pasa principalmente por el turismo. Jorge Baena, que regenta el Club Náutico, asegura que en ejercicios como el actual, con el pantano a poco más de un tercio de su capacidad, el número de visitantes se ha reducido a menos de la mitad. “Si el año pasado compraba setenta panes al día para los clientes del bar, este año me basta con siete u ocho”, dice poniendo un ejemplo clarísimo.

Trasvase Tajo-Segura. La regularidad del caudal es la principal demanda de los empresarios que han aprovechado los embalses para generar una infraestructura turística asociada al agua. Lo explica Julián Rebollo, presidente de la Asociación de Municipios Ribereños de los Embalses de Entrepeñas y Buendía, que reúne a los afectados por la puesta en marcha del trasvase Tajo-Segura. Esta obra hidráulica, pese a no haber funcionado jamás en su totalidad, abrió la guerra del agua entre la comunidad donante, Castilla-La Mancha, y la receptora, Murcia.


La Isabela, Guadalajara, emergida cuando bajan las aguas del Pantano de Buendía.

Para el profesor Berga, que también fue presidente del Comité Nacional Español de Grandes Presas, “la idea global es que las poblaciones ribereñas han de ser también las receptoras de los beneficios de los pantanos” y para eso deberían recibir más ayudas, tanto en lo que se refiere a abastecimiento como a infraestructuras. 

La necesidad de mantener los ingresos del turismo en zonas rurales provocó que el entonces Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino decidiera establecer unas condiciones muy concretas para dar el visto bueno al embalse de Biscarrués, en Huesca

Se trataba de no perjudicar las actividades deportivas desarrolladas en el río Gállego, para lo cual se fijó un caudal mínimo aguas abajo y se vetó la minicentral eléctrica que se pensaba construir, ya que se calculan en seis millones de euros los beneficios anuales que genera el turismo vinculado al río en estado salvaje. Sin embargo, otras voces han celebrado la declaración de impacto ambiental que permitirá la construcción del embalse. 

Aceredo, Lobios, tras la bajada de las aguas que lo sumergieron hace 20 años por el agua de la Presa de Lindoso.


El viejo Aceredo ha resurgido de las aguas 20 años después de la construcción del embalse de Lindoso, debido al bajo nivel del agua. (Foto: JOSÉ PAZ)

Según César Trillo, presidente de la Comunidad General de Riegos del Alto Aragón, había 15.000 familias a la espera del desbloqueo. “Dependemos totalmente del agua almacenada en los embalses. Para el regante, el agua es la materia principal que necesita con vistas a su producción y ninguna industria puede aguantar estas condiciones”.

De cara al futuro, desde la Secretaría de Estado de Medio Ambiente se advierte de que las necesidades de agua en España no están cubiertas y “las presas, junto a otras soluciones alternativas, deben jugar un papel importante”. Pero las condiciones sociales y ambientales para sacar adelante estos proyectos son cada vez más severas. 

Desde el ministerio se asegura que las decisiones de planificación hidráulica se adoptan “en función de una necesidad de la que se ha estudiado la viabilidad económica, social y medioambiental”, y con un cuidadoso análisis de las alegaciones de los afectados.


El desalojo de Tragó de Noguera, Lleida, anegado por la construcción de los embalses de Canelles y Santa Ana, en 1964.

Peñarrubia, Málaga, enterrado bajo las aguas del pantano del guadalhorce--guadalteba en 1973. Tuvo un censo en 1960 de 1119 habitantes.


 Portomarín, Lugo, oculto bajo las aguas del Embalse de Belesar


Manifestaciones contra el Pantano en el antiguo pueblo de Riaño. Más.

Garantizar el acceso al agua en cantidad y calidad es uno de los principales retos del siglo XXI, si bien no es probable que en España se vuelvan a vivir escenas de desarraigo y colonización como las que se produjeron en décadas anteriores. Ya nadie compondrá versos tan doloridos como los que recitaban los desplazados por el pantano del Ebro en los años cincuenta. 

Conocidas como las Coplas del pantano, cantaban con nostalgia a un tiempo perdido y a un futuro, entonces, todavía incierto: “Ya empieza a subir el agua, / sin cobardía y sin miedo, / arrasando a su paso, / todo lo que más valía. / Adiós mi pueblo querido, / y a toda la vecindad. / Ya me despido llorando, / no sé dónde iré a parar”.

Los detractores del régimen pasaron a llamarle «Paquito el de los pantanos», por el gran número de embalses que inauguró. No había No-Do que no inmortalizara la imagen de un general ya envejecido en la inauguración de un pantano, en cualquiera de los rincones de España. Uno de los legados que mejor ha resistido el paso del tiempo. La «pertinaz sequía», a pesar de todo, aún no ha sido derrotada.

Franquistas, pero de inspiración republicana

La frase “Queda inaugurado este pantano” es una de las etiquetas del régimen de Franco. En efecto, el franquismo los construyó, bien es cierto que siguiendo los proyectos regeneracionistas del Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, establecidos, pues, por el Gobierno de la Segunda República



En Águeda del Caudillo se aplicó la política de repoblación. Más. 

La desigualdad del reparto de los recursos hídricos en España trata de paliarse desde hace, al menos, veinte siglos. Los architecti y libratores romanos supieron sacar el máximo partido de los terrenos de Hispania para canalizar ríos y manantiales, y hoy se pueden contemplar las ruinas de 51 embalses, como los de Cornalvo y Proserpina, en Mérida, el primero de ellos con capacidad para diez millones de metros cúbicos. La historia de estas construcciones cuenta también con hitos tecnológicos como la presa arco de Almansa

La tradición de embalsar el agua se trasladó al otro lado del Atlántico durante la conquista de América. Desde México se extendió la construcción de presas y regadíos hacia Tejas y California, en Estados Unidos.




FUENTE Marina Estévez, periodista de la agencia Efe.



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