Hellen Keller sufrió una misteriosa fiebre escarlatina con apenas 19 meses de edad. La fiebre paso, pero la niña no volvería a ver ni oír por el resto de sus días. Por supuesto, su sordera le impidió desarrollar el habla.
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Debido a que, aparentemente, nada podía hacerse por la pequeña, ella vivió casi totalmente incomunicada con el exterior en su mundo de eterna oscuridad. Sin embargo, Hellen decidió ir más allá de sus aparentes limitaciones físicas, y supo hacer, de lo que parecían las ruinas de su vida, algo tan hermoso que el mundo no puede sino maravillarse ante esta historia de aprendizaje y éxito.
Durante su niñez, su estado daba tanta tristeza, que uno de sus tíos le aconsejó a sus padres que la pusieran en una institución ya que “era obvio que la niña era retrasada mental y además daba pena mirarla”.
Y era que en 1887 la enseñanza de los ciegos estaba en sus comienzos y, tanto a ellos como a los sordos, todavía se les clasificaba oficialmente como idiotas, y no se creía que hubiera remedio para sus deficiencias.
En uno de sus libros, Helen escribiría años más tarde: “A los seis años era un fantasma, viviendo en un mundo de tinieblas sin deseos y sin intelecto, guiada solamente por simples instintos animales”.
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Y era que en 1887 la enseñanza de los ciegos estaba en sus comienzos y, tanto a ellos como a los sordos, todavía se les clasificaba oficialmente como idiotas, y no se creía que hubiera remedio para sus deficiencias.
En uno de sus libros, Helen escribiría años más tarde: “A los seis años era un fantasma, viviendo en un mundo de tinieblas sin deseos y sin intelecto, guiada solamente por simples instintos animales”.
No obstante, cuando Helen contaba con solo siete años, sus padres contrataron a Anne Sullivan, una joven profesora graduada del instituto para la educación de los ciegos, para que ayudara a Helen a lograr cierta independencia. Curiosamente, Anne, quien era huérfana, había nacido casi ciega.
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Mientras Anne Sullivan trabajaba con abnegada devoción, firmeza y determinación en disciplinar a Helen, al tiempo que trataba de construir una amistad con ella, luchó en vano contra los obstáculos que le impedían a la pequeña captar cualquier imagen o sonido en su mente. Anne solía deletrear el nombre de un objeto en la palma de la mano de Helen y luego daba el objeto para que ella lo tocara y lo identificara.
Sin embargo, estos ejercicios no parecían estar surgiendo ningún efecto, hasta un día de abril cuando en un dramático momento, Helen finalmente entendió que todo lo que se encontraba a su alrededor tenía un nombre.
En su autobiografía cuenta con emoción lo que comprendió aquella tarde: “Caminaba junto con Anne por el camino que conducía a un pozo de agua que se encontraba en el jardín. Alguien estaba sacando agua del pozo, y Anne puso mi mano bajo el chorro de agua mientras en la palma de la otra mano deletreaba la palabra A-G-U-A. De repente toda mi atención estaba en los movimientos de sus dedos en la palma de mi mano.
En su autobiografía cuenta con emoción lo que comprendió aquella tarde: “Caminaba junto con Anne por el camino que conducía a un pozo de agua que se encontraba en el jardín. Alguien estaba sacando agua del pozo, y Anne puso mi mano bajo el chorro de agua mientras en la palma de la otra mano deletreaba la palabra A-G-U-A. De repente toda mi atención estaba en los movimientos de sus dedos en la palma de mi mano.
En aquel momento experimenté un sentimiento indescriptible. Fue como si hubierse encontrado algo ya olvidado. El misterio del lenguaje me fue revelado en aquel instante y entendí que las letras formaban nombres. Supe que la palabra A-G-U-A se refería a esa maravillosa sensación de aquello frío que caía sobre mi mano”
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Helen comenzó a aprender alimentada por el entusiasmo que le produjo este descubrimiento. Cuatro meses más tarde ya dominaba 625 palabras. Comenzó a aprender Braile – el lenguaje de los ciegos – y a utilizar la máquina de escribir.
Los obstáculos habían sido vencidos. Entusiasmados por la pasión de su hija por aprender y por sus obvios progresos, sus padres aprendieron el alfabeto manual y pronto pudieron comenzar a comunicarse con ella.
Los obstáculos habían sido vencidos. Entusiasmados por la pasión de su hija por aprender y por sus obvios progresos, sus padres aprendieron el alfabeto manual y pronto pudieron comenzar a comunicarse con ella.
Poco a poco, con ayuda de Anne Sullivan, Helen comenzó a crear un nuevo destino. Finalmente había comprendido que podía hacer todo lo que hacían las personas que tenían sus sentidos normales. Tomó clases de lenguaje oral y lectura de labios. Años más tarde Helen supo de otra niña ciega y sorda en Noruega había logrado aprender a hablar, y desde ese momento esa se convirtió en su siguiente meta.
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Con el tiempo, Helen asistió a la universidad. Anne se sentaba a su lado y le deletreaba en la mano las clases y lecciones. Contestaba los exámenes escribiendo las respuestas a máquina. Así alcanzo su meta. Pero no sólo aprendió a hablar inglés, sino que también aprendió el francés y el alemán.
Estudió matemáticas, historia, literatura, astronomía y física. Ella logró descubrir que lo suyo no era una imposibilidad física sino una barrera mental, y estaba dispuesta a superarla. Todo esto constituye una historia de heroísmo bella e impresionante.
Estudió matemáticas, historia, literatura, astronomía y física. Ella logró descubrir que lo suyo no era una imposibilidad física sino una barrera mental, y estaba dispuesta a superarla. Todo esto constituye una historia de heroísmo bella e impresionante.
Mientras transitaba la universidad junto con sus compañeros “normales”, ideaba proyectos para la enseñanza de niños ciegos y mudos.
Después de graduarse en 1904, su primera preocupación fue cómo usar su preparación para el bien de los demás.
Su triunfo sobre la ignorancia fue seguido por un triunfo aún mayor sobre la indiferencia pública por el bienestar de aquellas personas con impedimentos físicos.
Helen Keller dedicó el resto de su vida a facilitar reformas sociales dirigidas a mejorar y cambiar radicalmente la educación de sordos, ciegos y mudos.
Ella sabía que el mayor premio por alcanzar una meta era poder ayudar a otra persona a hacer lo mismo.
“El fracaso es un estado mental. Nadie ha fracasado a menos que lo acepte como realidad. Para mi el fracaso es temporal y su castigo es una llamado para que realice más esfuerzo para llegar a mi meta. El fracaso sólo me esta diciendo que estoy haciendo algo mal y esto me lleva al éxito y la verdad.”
Bruce Lee
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Después de graduarse en 1904, su primera preocupación fue cómo usar su preparación para el bien de los demás.
Su triunfo sobre la ignorancia fue seguido por un triunfo aún mayor sobre la indiferencia pública por el bienestar de aquellas personas con impedimentos físicos.
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Helen Keller dedicó el resto de su vida a facilitar reformas sociales dirigidas a mejorar y cambiar radicalmente la educación de sordos, ciegos y mudos.
Ella sabía que el mayor premio por alcanzar una meta era poder ayudar a otra persona a hacer lo mismo.
“El fracaso es un estado mental. Nadie ha fracasado a menos que lo acepte como realidad. Para mi el fracaso es temporal y su castigo es una llamado para que realice más esfuerzo para llegar a mi meta. El fracaso sólo me esta diciendo que estoy haciendo algo mal y esto me lleva al éxito y la verdad.”
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