LA ZONA HISTÓRICA : Un "maqui" llamado Gorete


No era un maqui. Simplemente sobrevivía en el monte. Su lápida y su diario cuentan mejor que nadie lo que fue su vida. Sobre su tumba se puede leer: ‘Con tu sacrificio, valor y honradez conseguiste tu libertad’. 




En su diario, se refiere a «la odisea que, por circunstancias de la Guerra Civil, perdida por la Republica, en la que tomé parte, me toco vivir. En bien de salvar mi vida y burlar la persecución de los vencedores fascistas, busqué asilo en estos peñascales, nido de águilas y de merodear animales dañinos que también huían del hombre con más o menos delito que yo». 

Vivió en Madrid y tenía simpatía por la gente de izquierdas», pero tras la muerte de uno de sus hermanos regresó a Puebla de Lillo, donde nació. Allí fundó el partido Radical Socialista, una sociedad ganadera y fue elegido presidente de la junta vecinal. 

En el verano de 1936, después de largas jornadas recogiendo la hierba, los vecinos de Puebla de Lillo se juntaban en la casa del pueblo para escuchar por la radio las noticias del Alzamiento. A los pocos días de producirse este, ‘Gorete’ fue detenido. 

Se tenía que presentar dos veces al día en la jefatura del destacamento hasta que consiguió, con la excusa de ir a rescatar a su hermana de la zona roja, pasar a Asturias e incorporarse a las milicias de Gijón. Como el resto, el frente de Asturias también cayó y la Guerra Civil llegó a su fin, pero no para ‘Gorete’. 


El de San Juan de 1944 fue día de visita, pues amigos y familiares subieron al monte.


‘Gorete’ fotografiado junto al que fue su refugio casi cuarenta años después de abandonarlo.


El 14 de abril de 1939 se echó al monte. Se refugió en una cueva que conocía en el monte Vejiga, muy cerca de las minas de talco. Desde allí, con sus prismáticos, controlaba todos los movimientos que había en Puebla de Lillo y se comunicaba con su hermana Juana con las más diversas contraseñas: ropas tendidas, ventanas abiertas, el ganado en esta o aquella finca... 

Llegó a vivir en tres cuevas distintas. Tanto era el tiempo que tenía que, en alguna de ellas, llegó a acolchar el suelo con urces e, incluso, a canalizar un pequeño arroyo, de modo que disfrutaba de agua corriente. Pero tantos años en el monte dejaron en su cuerpo un aroma tan salvaje que, según dicen, hasta las yeguas se espantaban al sentir su presencia. 

Llegó a bajar para velar el cadáver de su madre, aún con los guardias sobre aviso. En las cunetas le dejaban el diario ‘Arriba’ que era, paradójicamente, a través del que se informaba. 

«El periódico me resultaba mas imprescindible que el pan«, decía ‘Gorete’, que vivió obsesionado por la marcha de la II Guerra Mundial, pensando que la victoria aliada terminaría con el régimen franquista


Estas son algunas de las notas que ‘Gorete’ escribió para acompañar las fotografías de aquella época en la que vivió en el monte.




Su obsesión por la seguridad era tal que llegó a desarrollar sus propias medidas de supervivencia. Decía ‘Gorete’ que, en los diez años que pasó en el monte, el oído se le agudizó extraordinariamente. 

La suya era una vigilancia continua. Encontró armas y pólvora abandonadas por el puerto San Isidro. «Iba a todas partes con 75 tiros», decía el. Controlaba el pueblo con prismáticos y sabía que la mejor forma de mantenerse vivo era que le dieran por muerto. 

Por eso no quería decir a su familia donde estaba exactamente, aunque eso no sirviera para evitar las torturas y las palizas que, sobre todo, recibió su hermano Nicanor, y por eso no quiso saber donde se escondían los maquis con los que a veces se encontraba: «Por si había luego un encontronazo y me echaban a mi las culpas». 


La vida del huido en el monte dejaba tiempo para tallar en madera sus propios utensilios, como demuestra la fotografía.

Pero, por más que lo quiso evitar, llegó el día en el que la Guardia Civil detuvo a un maqui que había tenido contactos con‘Gorete’, y así descubrieron que seguía vivo. Desde el monte, con sus prismáticos, él podía ver los preparativos de su captura. 

Atrás quedaban inútiles intentos de huir a Francia en un viaje que estuvo preparando durante meses y para el que contaba con la ayuda, precisamente, del autobús de Catalina Fernández, aquella pionera del transporte que apareció en los primeros fascículos de esta colección. Su autobús paso a convertirse en camión dedicado al transporte de pescado. Lo conducía un hijo de Catalina, que viajaba regularmente a Francia. 

Llegaron a tener preparados, incluso, los pormenores del viaje, pero al final no pudo ser. 

Los rumores crecían por el pueblo. «Que se tome una botella de coñac y que se pegue un tiro», le decían a sus familiares. Él renegaba: «Así estaría reconociendo que soy un criminal y yo lo que quiero es demostrar mi inocencia». Mantuvo un «emocionante» encuentro con su amigo Jaime Alonso, hombre muy influyente en Lillo. 


«Preparado para salir en misión, al atardecer del 19 de marzo de 1944», escribe ‘Gorete’ en esta fotografía.

Este le preguntó si tenia delitos de sangre y ‘Gorete’se limitó a contestar que «había estado en el frente». Le dijo que respondería por él. 

El 26 de enero de 1949 se entregó. Cumplió unos meses de condena en la prisión de Puerta Castillo y, en mayo, consiguió su ansiada libertad. Vivió el resto de su vida en Puente Castro, envuelto en recuerdos. 





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