La tarde favorita del pequeño Sergio, transcurría en aquel porche, debajo de la casa de, su compañero de juegos y fechorías. Algunas, inconfesables. El círculo de recreo, se limitaba al barrio. En parte, porque sus padres, no veían bien que, se alejasen demasiado. Debido a que, había mucho “peligro suelto por ahí”.
En cambio, no sabemos si, era el miedo también, el que hacia que, él, y sus compañeros, no exploraran más allá del barrio aquel. De cualquiera de las maneras. Siempre es bueno recurrir a algún dicho popular. En este caso, seria: “a mucho miedo; poca vergüenza”.
Cuando pasaban los minutos, y de casa de su compañero, no salía nadie, el pequeño Sergio, recurría, al timbre de la puerta, pues primero, eran los nudillos.
Entonces, asomaba la cabeza, la madre del “amiguito”. y con un movimiento de cabeza, en actitud negativa, decía en voz baja que: “Aún era temprano”.
Tras cerrar la puerta, quedaba un tufillo a Hamburguesa y a pizza que le provocaba mucha saliva.
Eran las siete de la tarde, y el pequeño Sergio, no comprendía aquella respuesta.
Él, llevaba ya, una hora dando vueltas por el barrio, para oír aquello.
Aquellas calurosas tardes, al igual que, aquel verano, se hacían interminables, para el pequeño Sergio.
Seguía de puerta en puerta, restregándose el sudor, que, en forma de gotitas, caía por su frente. Con su trasero, limpiaba aceras y aceras, hasta dejar la huella en su pantalón corto. Cada una de ellas, tenía su propia identidad; la huella de un vecino distinto.
Su madre, trabajaba hasta tarde. Y su padre, dedicaba más tiempo a su hermano mayor que a el, indudablemente, era, su ojito derecho. Por lo que, si había alguna posibilidad de permanecer en casa, en lugar de, en la calle, era solo si su hermano mayor no se encontraba en casa. Este, disponía de consola, ordenador y televisión a su antojo. Esas cosas que, los niños de la edad del pequeño Sergio, tenían bajo control. Pues, él era, el pequeño Rey destronado.
Su madre trabajaba, de lunes a domingo. Por lo que, su educación, se estaba viendo mermada. Y su padre, no ejercía demasiado control, sobre él, o no todo el que debía. Aunque últimamente, pasaba en casa mas tiempo que su madre.
De vez en cuando, tenia que, recibir la queja de algún vecino, pues, el pequeño “vagabundo”, había hecho, una de las suyas, solo o en compañía de otros.
Con su corta edad, el pequeño Sergio y sus “coleguitas” que, no sobrepasaban los doce años, se estaban convirtiendo en toda una pequeña “banda mafiosa infantil”.
Me pregunto si algún día, aprenderán a “puentear” un coche y escapar hasta agotar la gasolina. Por si acaso, ellos estaban empezando desde cero. Ya habían empezado a “husmear” en coches y motos aparcados en el barrio. Digamos que estaban “tomando nota”.
No sé hasta que punto es obligación de un adulto el impedir que un niño estrangule a otro. Pues, está demostrado que, tal acto de conmiseración, se puede volver en tu contra muy negativamente. Eran muchas las ocasiones en las que mas de un vecino intervenía para impedir que ocurriera algo serio entre la pandillita del pequeño Sergio. Pues, eran notorias y consabidas las desavenencias entre ellos, así como entre sus respectivas madres y padres.
Sus golpes no distinguían zonas vitales, pues el golpe podía ir a un ojo, el estomago etc.
En sus pequeñas manos siempre se observaba un objeto que, como pegado a su piel, les acompañaba todo el día. Eran sus teléfonos móviles personales. Todos disponían del suyo propio.
Esta herramienta sin embargo, no ofrecía a sus padres toda la utilidad que ofrecía, pues, pocas veces o ninguna, lo utilizaban para tenerlos localizados.
Su madre recurría al viejo estilo “Neandertal”para avisarle a la hora de la comida, mientras este pululaba por el barrio.
Este estilo, ha permanecido en la memoria genética de los hombres hasta nuestros días.
Primero, usaron un sonido gutural empleado para reunir a la familia. Sin embargo, ahuyentaba a las fieras. Después, vendrían los objetos de viento. Como el cuerno, o la caracola. La madre del pequeño Sergio, optó por el primero, o sonido gutural y de “vocina”. Con el tiempo, se convertiría en una rutina, a la que niños y adultos, terminarían acostumbrándose.
Si el pequeño Sergio, tenia que refugiarse en casa, porque esa tarde no hubiese “plan”, recurría a la televisión. Pero no era plan, de competir ni con su padre, ni con su cerveza, ni con su hermano mayor. Con la consola tampoco había muchas posibilidades, al igual que con el resto.
Un hermano que de momento, no representaba ningún obstáculo en la vida del pequeño Sergio, pero que el tiempo se encargaría de resolver.
Al caer la noche comenzaba otra dura batalla. La de las largas noches de verano. La hora de hacer balance: ni piscina, ni playa, ni parque temático. ¿Seria preferible que comenzara el curso?
Las largas noches de verano, se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. Y el pequeño Sergio volvía a casa tras el grito de guerra de su madre. Era hora de dormir, pues al día siguiente, mamá tenía que madrugar. Otro duro día de trabajo. Ya que, la letra del coche de papá, no perdonaba. Aunque, aun no lo hubiese llevado a ver la nieve, ni a la playa todo lo que quisiera. Quizás era por el precio de la gasolina. Él no sabía bien porqué.
Había sido la última inversión que habían hecho sus padres. Su economía, había pasado por muchos altibajos. Pero él, era muy joven para saber en que momento se encontraban.
Al igual que ignoraba, si de pequeño había mas o menos leche en su papilla. Pues, en más de una ocasión, predominaba el agua sobre la leche.
Pero los tiempos parecían haber cambiado, aunque no todo lo que debían. Pues, era el tiempo, el que se encargaría de resolver sus dudas, a cerca de porqué sus amigos gozaban de un nivel económico distinto al suyo. Lo que le llevaría a más de una “rabieta”. Estas, se verían reflejadas más de una vez, en forma de “boquetes”en ventanas, puertas y cristalería, con la firma de su zapatilla.
Luego, para despejarse un poco, salía de nuevo a la calle, a limpiar con su trasero unas cuantas de aceras marcadas con sus propios escupitajos. Aunque, cada vez lograba lanzarlos más lejos. Era algo que no se le daba mal del todo.
Entonces, echaba un vistazo para ver si a lo lejos, se divisaba la figura de algún niño aburrido de su clan que, despeinado y ojeroso, tras el Cola Cao matutino, se disponía a emprender un nuevo y tortuoso día.
Mamá hoy no acudiría al trabajo. Tenia que recoger algo para papá. Se trataba de una medicina que se llamaba Metadona.
¿ A qué sabría aquello?.
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