Mi nombre, se podría decir que, nació casi al tiempo en que, nací yo. Su historia, me fue transmitida por mi madre, de esta manera.
Todo comenzó, cuando trasladaron a mi madre, a la sala de dilataciones. Cuando esta llevaba allí, aproximadamente 20 minutos, llamó a una enfermera que, pasaba por allí, para que, le dieran algo con que taparse, pues comenzaba a tener frío.
Tras ser atendida por la enfermera, transcurrieron como 45 minutos, sin que viese a nadie. En este tiempo, solo había tenido dos contracciones. Hasta que, justo, cuando llevaba allí una hora, la misma enfermera, vino a visitarla, y se marchó de nuevo, o eso creía mi madre.
Las contracciones, seguían sin repetirse. Mi madre, se hallaba rodeada por unas cortinas blancas que, le impedían, ver el resto de la sala, pero dedujo que, se hallaba sola.
Hasta que, oyó la voz de aquella enfermera, a lo lejos. La enfermera, parecía permanecer, en algún lugar de la sala pues, comunicó a mi madre que, si necesitaba algo, solo tenia que llamarla, ya que, se encontraba allí al lado.
Pero, mi madre no se cercioró de que, aquella enfermera, se hallaba en la sala, hasta que, no escuchó algunos ruidos, como de personas. Pero nadie hablaba.
Al cabo de una media hora, mi madre, seguía sintiendo molestias. Pero, sin contracciones, aunque, ya había roto aguas.
No podía quedarse dormida, por mucho que, aquella enfermera, se lo había repetido. Tan solo, podía limitarse a controlar la respiración. Esa, era otra de las cosas que, le había dicho aquella mujer. Era, bajita y rechoncha. Con el pelo recogido, de una manera informal, pero elegante. Iba muy maquillada, y lucia unas largas uñas que, mi madre encontró, un poco escandalosas, pintadas de un negro muy fuerte. Como tenia las manos muy blancas, mi madre la apodó “El curvo”, por lo de las uñas.
Al cabo del rato de que, aquella mujer, dejase a mi madre. Escuchó un ruido que, le pareció como si alguien hubiera arrojado un objeto. Lo identificó con un zapato. Pero, como no lo volvió a escuchar, no pensó más en ello. Hasta que, intermitentemente, volvía a escuchar ruidos extraños. Como si alguien arrastrase objetos.
Mi madre pensó que, alguna parturienta más, se hallaba en la sala. Hasta que, cayó en la cuenta de lo que le había dicho, aquella enfermera. Como siguió, oyendo ruidos. Intentó que no le afectara y, trató de relajarse. Hasta que vinieron aquellos jadeos.
Entonces, volvió a pensar de nuevo, en si se trataría de otra parturienta.
Como estaba empezando, a sentir otra contracción. Aprovechó para llamar a la enfermera y, así, salir de la duda. Entonces, vería que había, tras la cortina.
La enfermera no acudió, pero ante la insistencia de mi madre, esta se limitó a decirle que, se tranquilizara. Por lo tanto, estaba allí.
La voz salía del fondo. Y si había otra parturienta, mi madre pensó que, estaría atendida.
Los jadeos, iban en aumento. Aquello estaba claro; a aquella chica le estaba ocurriendo algo. Pero ¿el qué?
Mi madre insistió de nuevo. Esta vez se lamentó con más insistencia. Para así, de una vez, ver lo que ocurría. Entonces, la voz de la chica se oyó al fondo, en un tono lastimero.
- Ya va señora, ya va..
Pero nadie aparecía. Por aquello de la casualidad. Mi madre empezó a sentir los dolores, cada vez más fuertes. Hasta el punto de que, se levantaba, de la mitad para arriba, y tenia que sentarse en la camilla. En un impulso, provocado por el dolor, y la curiosidad. Mi madre decidió levantarse de allí. Aun, a pesar de los dolores que, iban en aumento. Pero, como estos la hacían erguirse cada vez más. No se percató siquiera de que, estaba de pie, justo al lado de la camilla. Lo suficiente como para que, echase con mucho cuidado la cortina hacia un lado, y viese el resto de la sala.
Encima de la enfermera, yacía un celador. Este, se hallaba sin pantalones. Y solo vestía con la parte superior.
La chica, se hallaba debajo de él, rodeándolo y abrazándolo. Mientras, la cabeza le colgaba de una camilla, en la que, se hallaban. Movía la cabeza de arriba abajo, y en cada vaivén, pegaba un gemidito que, le hacia tirar cada vez con mas fuerza del pelo del chico.
Hasta que, esta desvió la mirada y vio a mi madre.
Entonces, aquella mujer, se dirigió al chico. Y llamándole por su nombre, pues se llamaba Jose, le increpó toda clase de improperios. No tuvo bastante con aquello, que también le agredió. Le dijo que se fuera de allí, con unos gritos que mi madre ya ni oía.
Por lo que, tampoco escuchó con claridad, como la enfermera la llamaba hija de puta. Y la instaba para que se acostara de nuevo.
Gracias a que, mi madre se hallaba casi sorda del dolor. No pudo escuchar lo que esta le decía. El chico la llamaba desde la salida por el nombre de Maria, pero esta no le hacia caso. Solo desvariaba cada vez mas, mientras empujaba a mi madre hacia la camilla.
A los veinte minutos, nací yo. Por eso me llamo Mª José.
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