Tres ideogramas visualizan el concepto: exceso (ka), trabajo (rô) y muerte (shi). En una visita de pésame, al preguntar por la enfermedad del difunto, se notan las evasivas. Los familiares no se pronuncian demasiado, porque sólo pronunciar la palabra, ya produce respeto.
En Japón, morir de karôshi, puede ser toda una desgracia. Sobretodo, si encima, la empresa no lo reconoce.
El problema sigue aquejando a la sociedad del estrés. Pero, a diferencia del conformismo de hace treinta años, se plantea la necesidad de contrarrestar las presiones empresariales. Hay un servicio de consulta telefónica para atender reclamaciones y el correspondiente manual de autoayuda. Sin embargo pesa mucho el hábito de hacer horas extraordinarias no remuneradas, por no atreverse a protestar o por medrar en el escalafón.
Una administración gubernamental dictaminó a favor de la viuda de un técnico de Toyota de 30 años en 2002. El difunto tenía más de 80 horas extras por término medio en seis meses y 114 en los últimos 30 días. Un récord de más de cien horas extraordinarias mensuales durante el año previo a su paro cardíaco. Al principio, el Ministerio de Trabajo se negó a pagar una indemnización a su viuda, pero un tribunal reconoció que el trabajador fue víctima del agotamiento.
La firma anunció públicamente que revisaría la salud del personal y remuneraría las horas extra, camufladas hasta ahora como «participación voluntaria en el control de calidad».
Estas noticias hacen pensar en otras muertes: los suicidios, que alcanzan la cifra anual de más de treinta y cinco mil.
Junto a las muertes por estrés, destacan los suicidios en edad mediana, por depresión en situaciones de despido y desempleo.
Japón tiene fama de sociedad rica, organizada, trabajadora y amable. Pero, en el reverso de su afluencia late una penuria: desgaste por cansancio y estrés, soledad e insatisfacción en las relaciones humanas e indiferencia ante la marginación de personas excluidas.
La punta del iceberg de esta patología social aflora en la tasa de suicidios, con una subida desde 17.000 anuales en 2001 hasta superar hoy los 35.000.
En proporción con la población, la cifra es tres veces mayor que la del Reino Unido, doble de USA y supera a Finlandia. Un 25% de casos parece motivado por la repercusión familiar del desempleo u otras razones económicas.
El gobierno se preocupa; pero, a la vez que se publica un manual de recomendaciones para la prevención del suicidio por el Ministerio de Sanidad, se elaboran en el Ministerio de Trabajo modificaciones legislativas que facilitan horas de trabajo extra mal remuneradas, así como el despido y las desventajas del empleo eventual no asegurado.
¿Es virtud o defecto la proverbial laboriosidad nipónica? ¿A quién beneficia y sobre quién carga? ¿Cómo percibir en la vida cotidiana que merece la pena vivirla? ¿Qué se le ha perdido a este país de su tradición oriental al convertirse en el Extremo Occidente, en el sentido peyorativo de la palabra?
Además de consultas previas al suicidio, dice el director del Teléfono de la Vida de Tokyo, Tokumitsu Shiraishi, se reciben muchas llamadas diciendo: «No tengo a nadie que me escuche, a nadie le importo nada».
Desde 1971 funciona a diario este servicio, con 51 centros con 7.500 personas voluntarias, que atendieron el año 2011 28.600 llamadas. Según Yukiko Misaki, predominan los casos de soledad, aislamiento e insuficiencias en relaciones humanas».
Los obispos japoneses, en su carta del milenio sobre la vida, decían: «En la persona que se suicida, a la vez que afirma desear morir, opera un anhelo urgente, pidiendo sin palabras que alguien le ayude a vivir... Hemos construido una sociedad centrada en la competitividad económica, en la que no se aprecian los valores humanos no rentables. En una sociedad dominada por la economía, se cortan sin piedad los vínculos de las relaciones humanas. Las personas suicidas son las víctimas y todos nosotros compartimos la responsabilidad de haber construido una sociedad así» (Perspectiva sobre la vida, n.62).
Por lo que se refiere a la actitud pastoral, dicen los obispos japoneses que no debemos juzgar a la persona suicida como pecadora, sino encomendarla a la misericordia divina y poner mucho cuidado en acompañar a los familiares y celebrar debidamente los funerales y servicios religiosos que consuelen y den esperanza.
Hasta aquí un esbozo de reflexión sobre la situación preocupante acerca de las estadísticas de suicidio en Japón.
Pero sería demasiado ingenuo limitarse a describir el panorama como si no nos afectara. Habrá que alertar sobre los síntomas semejantes de una patología que obliga a cuestionar también el rumbo de nuestras sociedades europeas:
¿Adónde va una sociedad dominada prioritariamente por los criterios de la competitividad, la eficiencia y la supervivencia de lo fuerte sobre lo débil?
Juan Masiá Clavel, jesuita y experto mundial en Bioética.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJA TU COMENTARIO