El rey con su sucesor, a la izquierda.
La solución ha sido simple y directa. La familia real ha convertido la extorsión en un arte. Los empresarios que quieren ganar contratos de obras públicas -por ejemplo, la familia Bin Laden, dueña del mayor grupo de construcción del país- deben pagar su mordida al príncipe de turno.
Abdala bin Abdelaziz el heredero al trono.
Los príncipes están involucrados en actividades que van desde la venta de permisos de residencia a los extranjeros hasta el tráfico de armas. También expropian negocios rentables, o hacen a sus dueños una oferta que nadie puede resistir si no quiere ir a la cárcel. Una de esas prácticas les hace particularmente odiosos a los ojos de los musulmanes: el cobro de precios abusivos a los más de dos millones de fieles que cada año hacen la peregrinación a La Meca.
Mansion de Marbella de la familia real.
ARMONIA ROTA
El resultado ha sido la ruptura del orden social. Tradicionalmente, los analistas políticos han insistido en que en Arabia Saudí es imposible una revolución islámica como la que derribó al Shah de Irán en 1979 y puso a Jomeini en su lugar, porque el sistema tribal saudí hacía que todos participasen más o menos del poder, cosa que no pasaba en la dictadura iraní. Cada persona pertenece a una familia, cada familia a una tribu, y cada tribu tiene sus príncipes.
Pero esa armonía se ha roto. Los príncipes son ahora una clase de parásitos que, después de haber chupado todo lo que da de sí el petróleo, medra de la manera más descarada a costa de las clases medias. Si a eso se suma la vertiginosa tasa de natalidad saudí, la catástrofe está garantizada. El país tiene 14 millones de habitantes. La mitad de ellos tiene menos de 18 años.
En ningún país del mundo los ciudadanos han vivido un proceso de empobrecimiento tan increíble como los saudíes en las últimas dos décadas. El PIB per cápita era de 28.600 de dólares en 1981, igual que el de Estados Unidos. Veinte años después, es de 6.800 dólares, a la altura de Rusia. Hace poco, 1.000 personas acudieron a la Academia Militar de Riad por un anuncio que ofrecía 10 empleos.La espera pronto degeneró en tumulto y hubo decenas de heridos.
El problema laboral de Arabia Saudí no es sólo la crisis económica, sino que todo el país está hecho para que los saudíes no trabajen.Para mantener el país funcionando hay un extranjero por cada dos o tres saudíes. El Gobierno anunció en febrero que va a limitar el número de inmigrantes al 20% de la población para combatir el paro. Si eso sucede, será interesante ver cómo los jóvenes saudíes, más versados en el Corán que en las nuevas tecnologías, van a liderar el país.
Y eso que a primera vista, Arabia Saudí parece un modelo de paz.Cierto que tienen algo de paz de cementerio, en un país en el que se celebran telemaratones para conseguir dinero para las familias de los terroristas suicidas palestinos y en el que la capital tiene la popularmente conocida Plaza del Tajo, donde cada viernes, tras las oraciones, se decapita a los delincuentes.
Y mientras la crisis social aguarda el momento propicio para estallar, la familia real saudí vive otra guerra civil.
La lucha estalló en 1995 en un hospital de Riad. Fahd, que gobernaba desde 1982, acabababa de sufrir una embolia cerebral y estaba al borde de la muerte. Entre los aproximadamente 300 miembros de la familia real con verdadera influencia se desató una lucha feroz por lograr el acceso a la cama real. Quien estuviera al lado del lecho de Fahd controlaría el futuro del país.
Entonces, se produjo la sorpresa. Todos vieron cómo el rey mostraba un cariño muy especial por Abdulaziz, el hijo más joven de su cuarta esposa. Abdulaziz bin Fahd es un prototípico niño mimado, pero a escala de la familia real saudí.
Se dice que entre sus caprichos está hacer motocross con una Harley Davidson por los pasillos de los palacios de su padre. Una de sus residencias, con parque temático incluido, costó 4.600 millones de dólares. Pero Abdulaziz es un hombre piadoso, así que se hizo construir réplicas de la antigua Meca y de otra docena de lugares emblemáticos del Islam, entre ellos la Alhambra.Un ejército de actores se encarga de representar a diario escenas en esos decorados.
La devoción de Fahd por Abdulaziz era un misterio sin explicar.Según algunos, obedece a la estrecha relación entre su madre, Jawhara al-Ibrahim, y su padre. Otros lo atribuyen a un adivino que le profetizó a Fahd que, mientras Abdulaziz estuviera a su lado, el rey tendría una vida larga y feliz.
La noticia de que el Abdulaziz era el favorito de Fahd dejó de piedra a los hermanos del rey que controlan el país: los príncipes Sultán -ministro de Defensa-, Nayef -de Interior- y Salmán -gobernador de la provincia de Riad-. Los tres ya tenían bastantes problemas con evitar que el príncipe de la Corona, Abdulá, hermanastro de Fahd, llegara a convertirse en rey.
Abdulá afrontaba dos problemas graves. Uno es que su madre pertenecía a la tribu Rashid, enemiga tradicional de los Saud. El otro, más grave, es que es honrado. Sigue un estilo de vida relativamente austero, mantiene costumbres beduinas, y no es ningún secreto que, si llega al poder, acabará con el saqueo del país de un tajo -tal vez en el sentido literal del término-.
La actitud de Abdulá le convierte en el príncipe más popular entre la población, pero en un peligro para el resto de la casa real. Así que, mientras tenía lugar una peregrinación de notables a visitar a Fahd, la vida del rey era objeto de una despiadada negociación entre bastidores.
Nayef, Sultán y Salmán llevaron a los mejores médicos del mundo a Riad y les dieron una orden precisa: había que mantener con vida al rey al precio que fuera. Si era necesario organizar un puente aéreo entre EEUU y Arabia Saudí para trasladar un hospital entero, se haría. Abdulá no debía llegar al trono.
Lo consiguieron. Pero a un precio tremendo. Desde 1995, Fahd estaba prácticamente incapacitado para gobernar. Y el joven Abdulaziz se convirtió en su mano derecha. Él es quien gobiernaba. Al menos, hasta donde le dejaban Sultán, Nayef y Salmán. Los tres hermanos han desactivado la bomba de Abdulá, que ya tiene 79 años, y han creado otra mucho peor, la de Abdulaziz.
Según sus enemigos, Abdulaziz, que tenia 36 años, simpatizaba con Bin Laden. Ha dado dinero a clérigos próximos al terrorista, y coordinó la entrega de un paquete de ayuda de 100 millones de dólares a los talibán en 1997.
Según la costumbre de los Saud, los príncipes eligen al sucesor del rey de forma colegiada. Pero muchos temian que Fahd, anciano y enfermo, nombre sucesor a Abdulaziz. La situación es explosiva.Y los problemas dentro de la familia real saudí no siempre se resuelven de forma amigable. Para recordarlo, ahí está el ejemplo del rey Faisal, asesinado a tiros por un sobrino en 1975.
«Durante 21 años serví en el Directorio de Oriente Medio de la CIA, y siempre acepté el supuesto de mi Gobierno de que el dinero que la Casa de Saud estaba tirando en fuerzas armadas y en guardaespaldas mantendría a sus miembros -y a su petróleo- a salvo. [...] Pero Arabia Saudí es cada día más un país tremendamente irracional.Para un número sorprendentemente alto de saudíes, incluyendo a algunos miembros de la familia real, sacar al país del mercado mundial del petróleo es una opción crecientemente aceptable [si Arabia Saudí deja de exportar petróleo, el barril de crudo llegaría a los 150 dólares. Ahora está a 24]».
Son palabras de Robert Baer en la revista The Atlantic Monthly, de ideología republicana conservadora, pero expresan la creciente desconfianza de numerosos analistas norteamericanos respecto al amigo saudí. El propio Baer, que en junio publicó el libro Sleeping with the Devil (Durmiendo con el Demonio), sobre las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí, está convencido de que si en el país del Golfo se celebraran hoy elecciones libres, Bin Laden arrasaría. No por los atentados contra EEUU, sino por un motivo mucho más básico que tiene que ver con la corrupta familia real. A los ojos de los saudíes, «Bin Laden se ha atrevido a hacer aquello de lo que ni los poderosos americanos son capaces: plantarle cara a los ladrones que gobiernan el país».
Arabia Saudí ha dejado de ser ese país estable, aliado perfecto en el caos de Oriente Medio, sin golpes de Estado ni revoluciones y con la familia real siempre dispuesta a ayudar al amigo americano.Los saudíes han dado armas y dinero a los aliados de EEUU en todo el mundo, desde las guerrillas anticomunistas de Angola, Nicaragua, Etiopía y Afganistán hasta la Democracia Cristiana italiana.
Más que colaboración, parecía una genuina amistad. Citigroup, el mayor banco estadounidense -y del mundo- fue salvado de la quiebra en 1983 por el príncipe saudí Alwalid Bin Tanal. El príncipe es desde entonces su mayor accionista. Según explicaba el semanario The New Yorker en 2000, Alwalid dirige sus inversiones -que también incluyen masivas participaciones en Coca-Cola, Gillette y Disney- desde una tienda en el desierto, mientras recibe a sus súbditos que acuden a pedirle favores, venderle halcones de cetrería y recitarle poemas.
El último gran favor de la Casa de Saud a Washington fue el 12 de septiembre de 2001. Pocas horas después de los atentados en Nueva York y Washington, Arabia Saudí envió nueve millones de barriles de petróleo a EEUU.
Pero todo ese apoyo, posible en gran medida por la autoridad del rey Fahd, estába en el aire. Y a la muerte del soberano podría deshacerse como un azucarillo, sobre todo si es el joven Abdulaziz quien se hace con las riendas del poder.
Su relación con los integristas es controvertida. Al fin y al cabo, nada hay más fácil para destruir la reputación de un candidato a la corona saudí en Occidente que decir que es integrista. Ésa fue la estrategia que funcionó a la perfección con Abdulá, a pesar de que el príncipe de la Corona es más bien un tradicionalista.
SOCIEDAD INTEGRISTA
Pero la aproximación de Abdulaziz a los radicales tiene lógica.Su posición política es débil, y cualquier apoyo es bienvenido.Y los fundamentalistas más radicales son una fuerza al alza en Arabia Saudí, una sociedad ya de por sí ferozmente integrista.
En cierto sentido, Arabia Saudí ya está en guerra. El país gasta un increíble 50% del presupuesto en defensa. Y, según el centro de estudios de defensa británico Jane's -el más prestigioso del mundo en su campo-, Al Qaeda podría tener depósitos de armas en la frontera saudí con Jordania. Los islamistas han asesinado al menos a cuatro oficiales de las Fuerzas Armadas en los últimos ocho meses. En abril de 2002, el Ejército tuvo que desplegar 8.000 soldados para hacer frente a las revueltas en el norte del país.
Según Baer, Abdulaziz ha dado dinero a clérigos próximos a Osama bin Laden, y fue él quien coordinó la entrega de un paquete de ayuda de 100 millones de dólares a los talibán en 1997. El príncipe también apoya a los musulmanes prosaudíes -lo que en muchos casos equivale a decir integristas- en todo el mundo. Ha realizado donaciones para mezquitas en EEUU y en Alemania y también ha invitado a Arabia Saudí a miembros de la comunidad islámica española.
Algunas de esas actividades han enfurecido a Estados Unidos.En 1996 Abdulaziz convenció a Fahd de que sacara de la cárcel a Mohamed al Fasi, que había sido condenado por oponerse al uso de fuerzas americanas en la guerra del Golfo y por el posterior establecimiento de bases de EEUU en el país.
Tres años después, EEUU filtró que el príncipe presuntamente había financiado a Sa'd al Burak, un miembro de Al Qaeda que había transferido ese dinero a los separatistas chechenos. El príncipe Nayef, que es el ministro del Interior, prometió tomar medidas. Pero decir que se va a hacer lo que haga falta y luego no hacer absolutamente nada es la estrategia saudí de afrontar los problemas, y no parece que Nayef cumpliera su promesa.
Mientras, en Washington se está empezando a abrir paso la idea de que, entre lo que dicen, lo que callan, lo que hacen y lo que no hacen, los saudíes son el mayor espónsor del terrorismo islámico mundial.
El problema es que los saudíes son resbaladizos. No son un enemigo al estilo de la Unión Soviética. Hay saudíes proamericanos, y saudíes antiamericanos. Y hay saudíes que cambian según las circunstancias.Algunos adoran a EEUU, pero no soportan las bases militares extranjeras en su país. Y es que no hay que olvidar que Mahoma, en su lecho de muerte, pidió que no hubiera infieles en Arabia.
El príncipe Alwalid dio 10 millones de dólares a Nueva York después del 11-S, pero inmediatamente recordó la responsabilidad de EEUU en el problema palestino. El alcalde de la ciudad, Rudy Giuliani, le devolvió el cheque inmediatamente.
Si eso pasó con el hombre 10 de la Casa de Saud, el capitalista que pacta con los judíos de Wall Street, el príncipe que Washington soñaba que, por algún milagro sucesorio reemplazaria a Fahd, ¿qué se puede esperar de otros miembros de la casa de Saud menos occidentalizados?
Los americanos están confusos y, poco a poco, los lazos entre Washington y Riad aflojan. EEUU va a abandonar las bases en Arabia Saudí, en lo que supone un rotundo éxito para Bin Laden. Pero a cambio ha rodeado al reino de bases en todos y cada uno de sus vecinos, como hizo con la URSS. La invasión de Irak encajaría en esa estrategia. Algunos creen que, con el control sobre el crudo iraquí, EEUU puede tratar de reventar el dominio saudí sobre el mercado petrolífero mundial -el país árabe es el primer productor mundial y sus reservas alcanzan los 250.000 millones de barriles-. y hacer entrar en razón a la Casa de Saud.
EEUU también va a dejar un número limitado de asesores en Arabia Saudí. Según algunos, para proteger a los Saud. Pero, ¿de quién? ¿De Osama bin Laden? ¿O de sí mismos?
Abdala bin Abdelaziz se convirtió en Príncipe heredero de Arabia Saudí desde 1982 heredó el trono. El rey Fahd de Arabia Saudita falleció a los 84 años, tras más de dos décadas de reinado. Abdelaziz nació en 1924 en Arabia Saudí.
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