Aquella mañana, Germán se vistió despacio como si no tuviera mucho ánimo para salir. Sabía que si salía de mal humor, podía ser peor. Un día de esos, en los que te vistes para ir a "pegar palos", conviene salir relajado.
La gente se preguntaría algún día, como es un despertar de un hombre que se dedica a pegar "palos de Porra", cómo es su día a día, cómo es su familia, si lo sabe su madre o el vecino.
Alguna vez había pensado en todo eso. Y, esa mañana sin saber porqué, vino a su mente la imagen de toda esa gente que ve la televisión a la hora del Telediario para insultar a los que como él, están imponiendo el orden a base de “Porra”.
La hora de la concentración estaba próxima, y se había retrasado un poco aquella mañana, debido a un contratiempo con el que contaba. Laura, estaba en el Hospital desde bien entrada la noche. Era su esposa, y estaba esperando su segundo hijo. La dejó con su suegro en el Hospital a eso de las once. Después cenó con él en la cafetería y, salió para la Manifestación con pocas ganas.
Lo de las pocas ganas, volvía a suceder de nuevo por la mañana. Quizás todo ese cúmulo de circunstancias, era el culpable de que se hubiera levantado bajo de ánimo, cuando debía estar contento.
Aunque en el fondo, tampoco estaba triste. Sólo era una sensación extraña. La manifestación transcurrió como es habitual en un día de “palos”. Al final de la misma, es cuando se producen casi todos los altercados, las provocaciones y los “porrazos”.
Hay gente que desconoce que la Policía es agredida, igual que desconoce que no todos los que son agredidos, responden. Las agresiones suelen ser verbales o porque los manifestantes arrojan objetos a la Policía, incluidas piedras.
Pero ese día, nuestro protagonista, desconocía si lo que le arrojarían serían piedras o flores. Flores, desde luego que no. Aunque, de un tiempo a esta parte, en las manifestaciones se solían ver bastantes extravagancias.
Le había dado varios sorbos a un café, y después se tomó una de aquellas Anfetaminas que le dio su suegro en la cafetería. No era la primera vez que se la daba, decía que era para que diera más “palos”, por si se venía “abajo”.
Era de complexión fuerte, pero eso no significaba que no tuviera un límite. Aunque, si se lo planteaba bien y se mentalizaba en el último minuto, cogía fuerzas para dar “Porrazos” horas y horas.
Los palos no se hicieron ver hasta altas horas de la madrugada, cuando los manifestantes, se negaban a despejar la zona ocupada. El caos fue tal, que uno de sus compañeros, recibió un golpe de Germán, que le alcanzó la cara. Por suerte, el golpe no iba con demasiado impulso, y con la protección, sólo resultó un pequeño hematoma.
Al parecer, su compañero fue alcanzado por el golpe, debido a que unos manifestantes, lo estaban golpeando. Germán actuó para defenderlo y falló. El golpe lo hubiera recibido un chico de unos veinte y pico de años con melena rubia y vestido de vaquero, que vociferaba insultos a los que pegaban “Porrazos” como Germán.
Fue en ese mismo instante, cuando pensó que la pastilla estaba actuando, porque de otro modo no entendía como el brazo podía con tanto. Era como si rebotara el golpe de su porra en las cabezas que, como balones, se le venían encima. Llegó incluso a pensar que se encontraba en uno de esos partidos de tenis que se hacía con Laura, su esposa, cuando iban a la casa de la playa.
Aquellas cabezas eran como pelotas de tenis que sin saber como ni porqué, eran lanzadas desde no se sabe donde, hacia su “Porra diabólica”, dispuesta a rematar de un solo golpe a una, para rebotar en la siguiente.
Tras una docena de ellas, vino el gusto a sangre en la boca. Pensó que se había mordido el labio, pero no. Era de una chica que vociferaba frente a él con la boca ensangrentada. Vio muy de soslayo, como ella se restregaba la boca y luego saltaba sobre él para introducir su mano en la boca de Germán, consiguiéndolo. Había sido habilidosa por traspasar una barrera de protección: su casco.
Empezó a escupir sin cerciorarse, de que por detrás, debía seguir rematando a “porrazos”, a veinte energúmenos que se le acercaban, porque tres de sus compañeros, se encontraban en una parada de Taxi, rompiendo mandíbulas, vitrinas y todo lo que pillaban a su paso.
El golpe va a la cabeza y a la espalda, cae el primero de veinte. Decidió contar los caídos por la porra a partir de aquel momento. Lo que le estaba ocurriendo aquella noche a Germán, iba a sentar precedente en su vida laboral.
Estaba contando a los que tocaban el suelo. Luego, se planteó mientras escuchaba el chasquido de los cráneos, si terminaría contando los “Porrazos”, pero no hubo tiempo. En aquel mismo instante, algo encendió la mecha que daría paso al fuego, cuando una chica le increpó con un insulto habitual, pero con un matiz distinto aquel día.

Fue oír como la chica hacía una pregunta a cerca de sus hijos, y disparar con todas sus fuerzas aquel instrumento que se convirtió en destructor por momentos.
Ahora desviaba otra vez su pensamiento hacia el que estaba a punto de nacer. Lo bueno de todo esto es que, mientras estás a lo tuyo, en tu trabajo, el pensar en otra cosa, no te hace errar, al contrario. Germán pensaba que, el distraer la mente en aquellos momentos, le daba mas vigor, no veía donde daba y se detenía menos. Por lo que, contribuía a su labor un nuevo aliciente. Podría ser un aliciente ¿narcótico?
Quizás lo fue, porque no se cercioró siquiera de que la chica se encontraba tendida en el suelo en un charco de sangre con cincuenta personas, por lo menos, encima de ella. Unos, socorriéndola, otros saltando para atacar a Germán, y el resto, huyendo de aquel infierno hacia un sitio más seguro en aquella Plaza inundada de sangre, gritos y sirenas.
Lo malo que le había reportado su puesto de trabajo aquella noche, era que no podía recibir ninguna llamada en aquel momento, que le comunicara que había sido padre. Estaba allí por voluntad propia, pero no hizo falta. Un compañero que no se hallaba sofocando la manifestación se acercó a él y de un manotazo lo atrajo hacia uno de los furgones que parapetaban una entrada a una calle.
Le dio la noticia minutos mas tarde en el interior del furgon cuando se despojó del casco y respiró hondo y agotado. Se encontraba sentado en el asiento del copiloto. El vehículo, se hallaba aparcado en un lugar seguro, y desde el que no había peligro aparente. Eran muchos los policías desplegados en la zona como para no poder encontrar aquel momento y sitio más seguro que otro.
El oficial le comunicó lo que el suegro de Germán había dicho por teléfono a cerca del parto. Germán esperaba aquello de “se ha complicado”, pero no. Fue tajante: su mujer había perdido el hijo. Olvidaba que sostenía la porra sobre las piernas, y esta, cayó a sus pies.
Después del sonido que hizo al caer sobre sus pies, vino lo peor. La frase se mezcló con aquel sonido y el de las sirenas, y el de los gritos y los disparos. “La madre ha muerto.”
Seguidamente, la mano del oficial se posó en el hombro de Germán, minutos después de un inacabable silencio relativo.
Abandonó el furgón. Germán seguía allí petrificado, mientras el oficial se distanció solo unos metros del vehículo.
Un sonido extraño pero familiar le hizo girar de nuevo la cabeza hacia el furgón. Había sido un disparo.
Desde la posición en la que se encontraba tuvo tiempo para ver como la sangre había impactado sobre el cristal de una de las ventanillas desde el interior del furgón. Y, eso significaba que, eran los sesos de su compañero.
No necesitó ver más para comprender más, en una noche en la que el pensamiento no debía correr más que los pies.
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