La imagen del rayo que cayó sobre la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano horas después de que el Papa Benedicto XVI anunciara su renuncia al Pontificado dio la vuelta al mundo, convirtiéndose en una de las fotografías más publicadas el 12 de febrero de 2012 en la Prensa.

La captura, obra del fotógrafo Alessandro di Meo, dió lugar además a todo tipo de especulaciones y comentarios en las Redes Sociales, donde algunos usuarios aludieron a la posibilidad de que el rayo sea fruto de algún tipo de designio Divino, tras la primera renuncia de un jefe de la Iglesia católica ocurrida en los últimos siglos.
En la fotografía se puede ver perfectamente como el rayo, que ilumina el cielo nublado y ya oscuro de noche cerrada en Roma, cae sobre la punta de la cúpula de la Basílica Vaticana, una extraña y curiosa coincidencia que contó con el importante acierto del fotógrafo a la hora de capturar el momento.
Muchas son las circunstancias que han envuelto en el misterio a esta fotografía y al fenómeno atmosférico que la protagoniza, lo que puede contribuir a que quede incluida en los anales de un día ya histórico para el pequeño Estado Vaticano, cuyo jefe anunció en latín que dejaba el cargo el 28 de febrero.

Esta imagen se produjo solo horas después del anuncio hecho por Benedicto XVI poco antes del mediodía en un consistorio con Cardenales en el Vaticano y de que el propio decano del colegio cardenalicio, Angelo Sodano, hiciera pública la primera reacción oficial en la Iglesia católica tras conocer la noticia.
"Ha sido como un rayo caído a cielo abierto", dijo Sodano, el primero en confirmar con estas palabras un anuncio que muchos no podían creer al principio, ya no solo por lo poco común, sino también por las dificultades de comprensión por el hecho de que fuera pronunciado por el papa en una lengua muerta como es el latín.
Lo cierto es que después de una mañana algo nublada y con lluvias intermitentes sobre Roma, el cielo terminó de cerrarse por la tarde, para dar paso a una tormenta (de dimensiones que algunos calificaron como "casi bíblicas") que, con fuerte aparato eléctrico y truenos, arreció sobre la capital italiana y el vecino Estado del Vaticano durante unas horas.

Fruto de ello, la captura de Di Meo que pasará ya a la historia como una de las imágenes más significativas y misteriosas -si no la que más- del día en el que el Papa alemán anunció su renuncia a la jefatura de la Iglesia católica al faltarle las fuerzas.

El rayo de Dios
Si Ratzinger lo deja porque ya no tiene fuerzas, ¿nos podemos divorciar cuando estemos cansados de hacer los sacrificios que el matrimonio comporta? ¿Por qué es distinto su compromiso con la Iglesia del mío con mi esposa? ¿En qué se diferencia su promesa de la mía? Cuando lleguen las cuestas ¿podré abandonar? Cuando llegue el dolor ¿no tendré que intentar sobreponerme a él y cumplir con mi promesa y con mi deber? Tu es Petrus y sobre esta piedra construiré mi Iglesia. El rayo sobre San Pedro no fue un fenómeno sino un manifiesto.
Si Ratzinger renuncia, ¿no podemos renunciar todos los demás? ¿O es que intentar hacer el bien no resulta, a veces, agotador? ¿O es que tratar de vivir según las enseñanzas de Jesús no nos hiere, no nos asusta, no nos deja en algunas ocasiones paralizados de cuerpo y alma?
Si Ratzinger llega sólo hasta un límite, ¿cuál es nuestro límite? ¿A partir de qué momento podemos sentirnos liberados de nuestro deber y optar por retirarnos? ¿Qué límite señala Dios en la Biblia? ¿Qué límite puso a la hora de entregarnos a su hijo para que nos salvara? ¿Con qué limita el dolor de la Cruz? ¿Con qué limita su misterio? ¿Con qué limita el sufrimiento del mundo? Dios lanzó su ira sobre San Pedro, con su rayo como un azote contra la renuncia de su hijo más dilecto.
Si un Santo Padre pierde la fuerza de espíritu y abandona su misión ¿qué puede pedirnos la Iglesia a los mortales, a los que no hemos sido distinguidos con ninguna Gracia ni hemos destinado nuestra vida al propósito concreto de curas, obispos y cardenales?
La renuncia del Santo Padre sólo estaría justificada si sufriera algún tipo de enfermedad mental degenerativa que le impidiera ser consciente de quién es y de lo que representa. No parece ser el caso.
Pero ¿el cansancio? Un Papa no se cansa. Un Papa siempre puede encontrar fuerzas si sabe dónde buscarlas. ¿Se ha cansado Dios de nosotros? ¿Se cansó Jesús en el Calvario? Se cansan los miles de hombres santos de hacer el bien aunque sea al límite de sus fuerzas y a veces hasta de su fe y de su esperanza? Dios nunca se cansa. Nos lo confirma dándonos esperanza, y enojándose como un rayo.
Benedicto XVI ha sido un Papa extraordinario pero se ha ido de un modo vergonzoso. Nos ha abandonado. No ha estado a la altura de la exigencia de la grandeza de ser hombre, como de hecho suele suceder con casi todos los intelectuales. El cerebro no es suficiente para el hombre total, ni lo razonable.
Benedicto XVI no supo aprender de su predecesor. Se marcha a un convento de clausura lo más parecido a un Geriátrico porque ya nada teme más que sus cuidados. La turba relativista le ha aplaudido el gesto, lo que certifica su error y su falta de altura. Comparar la renuncia del Papa con que el rey Juan Carlos no abdique es ridículo. Compararla con que la ministra Mato no dimita es demencial. ¿Dónde iremos a parar?

Los pactos con Dios no contemplan el cansancio. Las promesas no aceptan desmayos. La eternidad no tiene horarios. Ser Papa no es ser presidente de un gobierno ni ser la estrella de un grupo de rock. ¿Cuánta gente está cansada y continúa? ¿Cuántas personas se sienten al límite de sus fuerzas y se ponen en manos de la Providencia para alcanzar aquello a lo que sólo con el entendimiento y el cuerpo no llegan?
¿Qué tenemos que hacer a partir de ahora los que en algún momento nos sintamos débiles? ¿Qué espera la Iglesia de nosotros? ¿Podemos abandonar? ¿Podemos escaparnos por la salida de emergencia?
Si el Papa Ratzinger no sufre ningún tipo de enfermedad mental degenerativa que le impida tener conciencia de quién es y de lo que representa, su renuncia ha sido la peor noticia y el peor ejemplo para un mundo sediento de esperanza ahora que tanta gente lo está pasando tan mal. El rayo de Dios sobre San Pedro es un grito desesperado.
¿Cómo podrían renunciar las personas que peor lo pasan y circunstancias más duras tienen que soportar? Los que ya no pueden renunciar a nada, ¿pueden renunciar a su vida? ¿También la Iglesia lo encontrará coherente y prudente? ¿Qué dirán los relativistas del cadáver? ¿Qué dirá Lombardi?
Dios nunca nos enseñó a rendirnos, ni a abandonar, ni a regodearnos en nuestro cansancio. Dios no nos puso nunca un horario. El sufrimiento de su hijo fue lento y minucioso, y no le ahorró ninguna caída ni ninguna crueldad. Sólo así podía salvarnos. Nunca huyó: corrió hacia nosotros soportando el dolor y las burlas.
Como Juan Pablo II, con toda la humildad y con toda la grandeza, siendo para cada una de nuestras preguntas una respuesta: su funeral fue una expresión de Santidad y no cayó sobre San Pedro ningún rayo.

Ratzinger se va y nos deja huérfanos, sin respuestas y con todas las preguntas a carne abierta. Dios no nos enseñó a huir, ni a perder las fuerzas, sino a ganarlas, y a afirmarnos en ellas, y a ser portadores de la luz y de la esperanza, y a basar en este empeño cada uno de nuestros actos hasta que Él, y no nosotros, decida cuál es el final y nos acoja para siempre entre sus brazos.
Salvador Sostres
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