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El padre de Manuel había muerto hacia unos días. Este se encontraba en la casa paterna acondicionando la casa y deshaciéndose de los muebles ya inservibles, Manuel se hallaba en una de las habitaciones ayudando a los operarios que se encargaban del traslado de los muebles cuando oyó un chasquido de cristales y un fuerte golpe.
De inmediato, todos corrieron hasta el salón de donde provenía el impacto. Se trataba de un viejo aparador con cristaleras. Estas habían estallado sin motivo aparente. El mueble junto con los cristales se hallaba derribado en el suelo, como si alguien lo hubiese empujado por detrás. Como si una mano invisible, a traves de la pared le hubiera empujado hacia delante. En el salón no había nadie cuando se produjo el estruendo.
Todos se miraron atónitos. Manuel se agachó sin más y cogió una foto del suelo que había salido despedida tras el impacto dejando el marco hecho añicos. Era la foto de su padre.
Inmediatamente la guardó en el bolsillo de su camisa con la intención de llevársela a casa. Tras concluir la tarea de sacar los muebles, los dos operarios se marcharon sin hacer ningún tipo de comentario al respecto. Pero Manuel sabía que habían quedado impresionados. Él tampoco salía de su asombro.
No descansó tranquilo hasta que no llegó a casa y se lo contó a su esposa. Aquello quedaría como una anécdota. Pero la noche siguiente no podía quedar como una anécdota, sino como el principio de una pesadilla.
Manuel despertó aquella noche sobresaltado porque un gemido de mujer se oía en el silencio de la noche. Eran los gemidos de la que dormía a su lado; su esposa.
Manuel oía como esta se lamentaba y gemía como en medio de una pesadilla. Manuel intentó que ella respondiera a sus preguntas. Pero parecía aun inmersa en aquella pesadilla y temía despertarla. Así que no lo hizo. Y se limitó a observar.
Aun así se encontraba aturdido y asustado. Su sorpresa fue aun mayor cuando comprobó que su esposa tenía los ojos abiertos. Al parecer, estaba viviendo aquella pesadilla despierta. No entendía nada...
Su esposa dirigía la mirada hacia los pies de la cama. Y se dirigía a alguien entre sollozos. Pero ¿a quien?
En la penumbra de la habitación. Y mientras todo esto sucedía, Manuel dirigió la mirada hacia el otro lado de la cama en donde se encontraba la cuna de su bebe de pocos meses. Justo en ese momento, pudo observar como el bebé se erguía y se inclinaba. Y después ascendía en el aire mientras se iba despegando cada vez más de la cuna hasta que su cuerpecito sobrepasaba los barrotes de la cuna. Era como si alguien lo estuviese sacando de la cuna. Pero su bebé estaba suspendido en el aire. O lo que era lo mismo; estaba levitando.
Manuel no tuvo otra reacción. Saltó de la cama e inmediatamente se vio de pie encima de esta. De pronto se encontraba dando saltos por la habitación mientras observaba aquel espectáculo y chocaba con los muebles.
Justo cuando alcanzó la cuna, observó como el bebé ya reposaba por completo en esta.
Habían sido minutos o segundos interminables que recordaba como una pesadilla.
Su esposa seguía durmiendo y cesaron los sollozos. Manuel no pudo conciliar el sueño. Permaneció aturdido y en silencio hasta que su esposa despertó. Entonces todo se aclaró.
Manuel habló con su esposa de lo ocurrido. Esta se mostraba solícita y expectante de que el le preguntara por algo. Pero no sabía muy bien por qué. Su esposa le preguntó si su padre solía vestir con trajes oscuros. Y si acostumbraba a llevar una gabardina gris en el brazo doblada. Manuel respondió que si.
La conclusión fue que su padre había estado aquella noche a los pies de su cama. Y él no lo había visto. Este se dirigió a su esposa y le comentó que venia a ver a su nieto. Fue por eso por lo que su esposa gemía temiendo le sucediera algo al bebé. También le dijo a Manuel que su padre había tenido al pequeño entre los brazos. Y que aquel anciano le había enseñado muchas cosas que ella desconocía de él, de su padre y de su familia. La mujer de Manuel volvió a preguntar esta vez si de pequeño solía usar un pantalón corto de tirantes de color blanco. Y si le gustaba comer sentado a la puerta de su casa con una canica azul en la mano. Manuel contestó que si, también.
Ella le comentó que todo aquello lo había visto como en una película que su suegro le había puesto delante de sus ojos, mientras se dirigía a ella desde los pies de la cama.
Eran cosas que ella desconocía. Pero que ahora podía contar como si las hubiera vivido.
Manuel empezó a poner un poco de orden en su cabeza. Su padre le había comunicado a su esposa que lo pasarían mal. Pero que no se preocupara. Porque él estaría allí para protegerlos. Y así fue. Pasaron dos años de penurias. Y un buen dia todo acabó de repente. Al dia siguiente le ofrecieron un trabajo que le duraba ya dieciséis años.
Desde aquel dia desaparecieron todos los problemas. Pero aquel hombre seguía allí.
La esposa de Manuel no recuperaba la paz. Y Manuel temía por ella.
Fue entonces cuando lo consultaron con una persona instruida en estos asuntos. Esta concluyó que su padre se hallaba allí con ellos. Y que su madre también. Y que pronto la verían también. La vidente a la que consultaron les dijo que aquel hombre estaba buscando luz y que ellos debían procurársela.
Estuvieron dándole luz durante varias semanas. La esposa de Manuel dejó de ver a su suegro. Pero al poco tiempo descubrieron que, aunque no le viese, el anciano seguía allí.
Ahora todos notaban su presencia. El tiempo hizo que todos se habituaran a ella. Mientras, todos presenciaban pacientemente como se sucedían ruidos y movimientos extraños. Luces que se apagaban y encendían, sillas que se deslizaban, etc.
Todos asistían atónitos a las manifestaciones que el abuelo dejaba sentir en toda la casa. Desde el salón, sentados frente a la televisión, observaban como la luz de la alarma que habían instalado, cambiaba de color cuando algo se interponía entre los rayos infrarrojos. La cámara de rayos infrarrojos estaba colocada en un pasillo y a la entrada del salón. Esto fue quizás, lo que transmitió tranquilidad a los miembros de aquella familia que ahora podían vivir el dia a dia sabiendo que todo aquello no era una pesadilla.
Hacia solo unos días, la hija mayor de Manuel, habia visto como antes de acostarse, una mano se agitaba en el aire y le decía adiós con suavidad. Después se dejaba ver de cintura para arriba un cuerpo y un rostro que esta había identificado como el de su abuela. Pero al poco de comunicar estos hechos a su padre, estos dejaron de producirse.
Este le dijo a la joven asustada que su madre siempre había sentido un gran respeto por el, pues era el hijo mayor de todos. Y era cierto. La ultima noche que la anciana se despidió de la nieta en la puerta de su habitación susurró a la joven mientras se daba la vuelta; “No le digas a tu padre que estoy aquí”.
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