La zona de Padres: MI HIJO ME PEGA



Carmen Maestro, una vecina de Martos (Jaén), lleva muchos años padeciendo un auténtico calvario debido a la conducta agresiva de uno de sus tres hijos. Nunca pensó que tendría que recurrir a un juez para echarlo de casa a través de una orden de alejamiento. Desde que su primogénito tenía 12 años -hoy tiene 24- ha venido sufriendo el maltrato físico y psicológico y de nada han servido las numerosas denuncias que se vio obligada a poner contra él. Carmen ha recorrido numerosas instituciones sin encontrar la luz que le permitiese corregir el comportamiento de su hijo. Incluso se ha visto decepcionada en ocasiones por la respuesta obtenida. Como cuando un juez le dijo abiertamente que la culpable de la situación de su hijo era ella.


Impotente ante tanta incomprensión, Carmen decidió hace siete años, junto a otras familias de Jaén, crear la Asociación de madres y padres con hijos con trastornos de conducta (Ampanitco). La mayoría de sus componentes se han visto obligados a denunciar a sus propios hijos por el maltrato físico y psicológico recibido de forma persistente. 

La asociación es pionera en España en el abordaje familiar de este tipo de patologías, asociadas a problemas de hiperactividad o impulsividad y que desembocan, si no se interviene a tiempo, en trastornos de conducta desafiante y, lo que es peor, en la agresión a padres, hermanos, compañeros o profesores. Se trata de patologías que muchas veces quedan sin diagnóstico y cuyas consecuencias van más allá del ámbito doméstico: el fracaso escolar, rechazo social, la comisión de delitos y la falta de perspectivas laborales. 


"Hemos vivido un infierno", comenta Carmen durante la sesión del grupo de autoayuda de la asociación Ampanitco. Hoy se siente aliviada porque su hijo se ha ido a vivir con su novia a otro pueblo. No menos desesperada es la situación de Antonio, un vecino de Úbeda que también se ha visto obligado a denunciar ante la Fiscalía de Menores los malos tratos que su esposa y él reciben de su hijo, de 13 años. 

Antonio censura el "vacío" existente en la Administración para hacer frente a este tipo de conductas de los adolescentes. En una de las crisis sufrida por su hijo se le tuvo que ingresar en el área de psiquiatría infantil de un hospital de Jaén, pero cuál fue su sorpresa cuando los médicos no apreciaron signos de patología severa y concluyeron que eran unos padres "inadecuados", una afirmación que, cuenta Antonio, les hundió moralmente. "Nosotros asumimos nuestra responsabilidad como padres, pero qué hace la sociedad, qué recursos alternativos nos ofrece", se pregunta indignado este ubetense.



Esta problemática afecta también al ámbito escolar. "Mi hijo le tiene fobia al colegio, para él las aulas son como una cárcel", indica Antonio, que echa en falta profesionales formados para atender estos casos de fracaso escolar. Hace poco fue a pedir ayuda a los servicios sociales y le dijeron que no iban a su casa porque su hijo era muy violento.

Juani y Manuel, un matrimonio de La Carolina, son de la misma opinión. Su hijo, de 15 años, tiene un nivel de inteligencia superior a la media, pero desde hace un par de años no aprueba ninguna asignatura y sus expulsiones del colegio son continuas. Para intentar corregir su comportamiento lo ubicaron en una clase de apoyo con alumnos de síndrome de Down, "y lo pusieron peor aún".

Otra madre muestra un informe elaborado por el director del centro al que acudía su hijo donde se concluye que "el actual sistema educativo no tiene capacidad para resolver los problemas que provoca un niño como éste".

"Mi hijo ha batido todos los registros de expulsiones en el colegio, pero cuando lo echan él lo considera un premio", aseguran Celia y Francisco, otra pareja de Jaén que acude a la asociación en busca de terapias para corregir la conducta de uno de sus tres hijos. "No sólo no tenemos ayuda de ninguna institución, sino que incluso los Servicios Sociales nos han amenazado con quitarnos la custodia de los otros dos hijos", dice apesadumbrada Celia.


Este artículo rea publicado en El País, en diciembre de 2006. Era el preludio de lo que, según los expertos, sería el principio de otra "crisis"; la de los hijos que en el futuro, verían mermadas sus expectativas no correspondidas como hasta ahora por parte de sus padres a los que verían como el enemigo culpable.

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