El misterioso asesinato del jefe de la guardia pontificia, Alois Estermann.
Aquella noche llovía sobre Roma, con la misma furia que el deseo de venganza latía en el corazón del sargento mayor Cedric Tornay. Esa misma tarde, al ver la pizarra de anuncios del cuartel de la Guardia Suiza en la puerta de Santa Ana de la Ciudad del Vaticano, Tornay había recibido dos malas noticias: lo habían omitido en la lista de condecoraciones que se conceden a los guardias el 6 de mayo de cada año y la persona que le estaba haciendo la vida imposible, el teniente coronel Alois Estermann, acababa de ser nombrado nuevo comandante de la guardia pontificia. Una desesperación fría como los valles alpinos de su infancia se apoderó de este muchacho suizo de 23 años que soñaba con poder regresar al cantón de Vaud para encontrar empleo en el cuerpo de seguridad de un banco o de una empresa suiza, al igual que tantos de sus ex compañeros.
La esposa del comandante abrió sin saber que era la muerte la que llamaba a la puerta. Gladys Meza Romero era una atractiva mujer de 48 años, que había sido modelo y policía en Venezuela hasta que colgó el uniforme para trabajar en la embajada de su país ante la Santa Sede. Un buen empleo que la llevó a Roma, donde, quince años atrás, había conocido a su futuro marido en las clases de italiano que compartían en el Instituto Dante Alighieri. Un matrimonio feliz, aseguran en el Vaticano, aunque sin hijos.
Gladys apenas tuvo tiempo de gritar cuando Tornay le apuntó con la pistola. En ese instante, su marido hablaba por teléfono con un sacerdote amigo que lo felicitaba por su nombramiento. Aparentemente, este hombre de gesto adusto, que el 13 de mayo de 1981 se había abalanzado sobre el Papa para protegerlo de los disparos del turco Alí Agca, no tuvo tiempo de reaccionar. La conversación se interrumpió bruscamente. Al otro lado del auricular, el sacerdote se quedó helado: los gritos desesperados de la mujer, cinco disparos, y después el silencio.
¿Las muertes de Alois Estermann y su esposa Gladys, así como el suicidio del presunto asesino, Cédric Tornay, fueron simplemente un acto de locura inexplicable, como se apresuró en informar el vocero del Vaticano, Joaquín Navarro-Valls, a escasas tres horas de la tragedia? La prisa por cerrar el caso fue lo que provocó las primeras dudas. El diario de mayor venta de Italia, el Corriere della Sera, sostuvo: "La versión oficial del asesinato simplifica la catástrofe hasta banalizarla". Existen por lo menos seis puntos oscuros. Los rumores son pura dinamita.
En las postrimerías de la Guerra fría, según cuentan Bernstein y Politi en la biografía Su Santidad, Wojtyla, la CIA y Juan Pablo II colaboraban para lograr la caída del comunismo. El Vaticano era un centro crucial de información. Ahora, el mítico jefe de la Stasi, Markus Wolf, se mostró encantado de confirmar la tesis del Berliner Kurier: "Estábamos muy orgullosos cuando, en 1979, conseguimos captar a Estermann como agente. Este hombre tenía un acceso sin límites al Papa y nosotros, gracias a él, podíamos hacer otro tanto".
El único dato irrefutable, por el momento, es el nombre del espía: Werder, que aparece en un dossier sobre el Vaticano depositado en los antiguos archivos de la Stasi. Un nombre en busca de un rostro que podría ser el de Estermann.
Segundo punto. Según informes fiables del Vaticano, en el salón donde se encontraron los cuerpos se hallaron cuatro vasos vacíos, lo que refuerza el rumor extendido de que hubo una cuarta persona implicada.
Tercer punto. Los peritos balísticos dictaminaron que la pistola disparó cinco balas, pero sólo se han encontrado cuatro: Alois Estermann recibió dos impactos de bala procedentes de una pistola automática Stig Sauer 75. Una entró "en la mejilla izquierda y fue a parar a la columna vertebral; la otra entró por el hombro izquierdo y salió por el cuello, cortó la médula y destruyó parte del cerebro".
Gladys Estermann murió de un balazo que entró por el hombro izquierdo y "se alojó en la columna vertebral". Cédric Tornay, el presunto asesino, "se disparó en la boca" y se destrozó el cerebro. Los números no cierran.
Cuarto punto. Cuando Navarro-Valls hizo su declaración, tres horas después de las muertes, aseguró a todo el mundo que los tres estaban totalmente vestidos. ¿Por qué tendría que apresurarse el vocero a negar cualquier sugerencia de falta de decoro?
Quinto punto. Si, como sostiene la oficina de prensa del Vaticano, el joven Tornay estaba furioso con su comandante, ¿por qué tuvo que asesinar también a la esposa, que era inocente? Y si había decidido cometer suicidio, ¿por qué tuvo que matar al único testigo? Entre los rumores que se extienden como fuego por la Ciudad del Vaticano se encuentra la afirmación de que una carta escrita por Tornay y entregada a un amigo para que se la diera a su madre una hora antes del tiroteo no está escrita de su puño y letra. Redactada en francés y dada a conocer por la familia, la publicaron los periódicos de Roma; serviría tanto para apoyar la versión oficial sobre una venganza privada como para sostener la teoría de que Tornay conocía las actividades non sanctas de Estermann.
Sexto punto. De acuerdo con numerosos informes de vaticanólogos, un sacerdote de la Santa Sede ha declarado que el comandante fue asesinado mientras hablaba con él por teléfono. ¿Quién es ese testigo misterioso? ¿Qué es lo que oyó? ¿Y por qué guarda silencio el Vaticano sobre su testimonio?
El Vaticano es, en el mejor de los casos, una colmena de rumores e insinuaciones. ¿Estaba Cédric Tornay enamorado de la señora Estermann, la mujer del coronel? ¿Estaba el comandante enamorado de Cédric Tornay? ¿Hubo una cuarta persona involucrada?
Otro experto romano, el profesor Vincenzo Mastronardi, psiquiatra y criminólogo en la Universidad de La Sapienza, destaca que el segundo tiro disparado al comandante fue un tiro de gracia, una señal de odio y desprecio mientras caía al suelo, algo que indica una profunda connotación emocional.
Mastronardi e Ida Magli no son los únicos en recordar que hace sólo cinco meses que se halló a un mayordomo papal llamado Enrico Sini Luzi brutalmente estrangulado en su piso, en una muerte con tintes de venganza homosexual. La investigación posterior descubrió que de día asistía con devoción al Papa, con sus guantes blancos y su traje de gala, mientras que de noche se relacionaba con chicos de alquiler y formaba parte del submundo de la prostitución homosexual en Roma. Aún no se ha encontrado a su asesino.
Con los interrogantes que proliferan a cada hora, se han elaborado complejas teorías sobre eventuales conspiraciones. Una extraordinaria afirmación que circula entre los vaticanólogos más veteranos, pero a la que no conviene dar demasiado crédito, es a que Estermann tenía poder suficiente para inclinar el resultado de la elección de un nuevo papa hacia un candidato. Por eso habría sido eliminado, en una muerte arreglada que pareciera una venganza particular.
Se crea o no en las numerosas teorías conspirativas, es evidente que el Vaticano no está libre de las tensiones, las intrigas, las desdichas increíbles y hasta de la violencia, que es uno de los signos de estos tiempos. En un momento en el que la Iglesia Católica se ha visto sacudida por denuncias contra sacerdotes pedófilos y obispos homosexuales, estas muertes ocurridas a escasa distancia de los aposentos papales son un nuevo síntoma de que los problemas terrenales afectan el corazón de la Iglesia universal. Lo cierto es que las diferentes historias sobre este crimen desvirtúan el aspecto más evidente de la tragedia: se ha producido en un escenario donde deberían reinar la armonía y el amor cristiano.
En la historia de la Iglesia, al menos nueve pontífices fueron víctimas de atentados, algunos de los cuales terminaron trágicamente. Bonifacio VII, elegido en el 974, hizo inmediatamente estrangular a su predecesor, Benedetto VI, y después a Juan XIV, y menos de un año después fue destronado y asesinado.
El papa Juan VIII fue envenenado en el 882 por miembros de su servicio; como el veneno tardaba mucho en surtir efecto, lo golpearon hasta matarlo. Diez años más tarde, el papa Formosus fue envenenado por una facción de su corte; su sucesor, Esteban VII, exhumó el cuerpo, lo excomulgó con efectos retroactivos, mutiló los restos y los arrastró por las calles de Roma antes de arrojarlos al Tíber. Al menos nueve papas murieron asesinados durante los cinco siglos posteriores. En 1503, Alejandro VI, el conocido papa Borgia, fue envenenado con arsénico blanco. Su cuerpo estaba tan hinchado que los enterradores tuvieron que saltar sobre su estómago para poder cerrar la tapa del ataúd.
Los asesinatos papales parecieron disminuir al llegar épocas más civilizadas, pero, según algunos vaticanólogos, hay pruebas de un papa asesinado en tiempos tan recientes como 1939. A principios de febrero de ese año, Pío XI, de 82 años, había previsto un discurso especial contra el fascismo y el antisemitismo y una denuncia del Concordato con Mussolini.
Por lo tanto, el Duce tenía poderosos motivos para matarlo. Según se cuenta, sólo 24 horas antes de que Pío XI leyera sus palabras ante un grupo especial de obispos, un tal doctor Francesco Petacci fue a ponerle una inyección. Petacci era médico del papa y padre de la amante de Mussolini, la joven Estrella Claretta Petacci (que posteriormente iba a morir ahorcada junto al dictador). El vaticanólogo Nino lo Bello asegura que el doctor Petacci inyectó veneno al papa, porque murió a la mañana siguiente, antes de pronunciar su discurso, cuyo texto nunca fue encontrado.
Con esos antecedentes, la muerte del papa Juan Pablo I, el papa de las tres semanas, parecía tener un aire familiar. Murió a las 11 de la noche del jueves 28 de septiembre de 1978, de un ataque al corazón. Los rumores de que lo había envenenado el arzobispo Paul Marcinkus, antiguo jefe de la Banca Vaticana, se vieron alimentados por la falta de autopsia y la extraña circunstancia de que un guardia suizo había visto a Marcinkus al acecho en las cercanías del palacio papal a primera hora de la mañana siguiente.
Según Francesco Margiotta Broglio, experto en cuestiones religiosas, el período más oscuro fue el del papa Borgia. Al artículo de Margiotta respondió el senador vitalicio Giulio Andreotti, que negó que la Santa Sede sea un enclave de misterio: "Me parece mucho más transparente de cuanto se pueda imaginar".
-¿El papa Juan Pablo I habría sido asesinado?
-Fantasías, y mucha maldad. Cierto, bajo los Borgia no habría estado tranquilo en Roma, pero son cosas ocurridas hace siglos.
La Guardia Suiza, fundada oficialmente el 26 de enero de 1506, está formada, sin contar al comandante, por cien voluntarios provenientes de todos los cantones suizos. Son cuatro oficiales, un capellán, 25 suboficiales y 70 soldados. Para entrar se requiere ser católico, con una estatura mínima de 1,74 y haber realizado el servicio militar en Suiza.
Los soldados, cuyo nombre oficial es alabarderos, reciben un sueldo de 770 dólares mensuales, lo que resulta muy poco para vivir en Italia. Su imagen está ligada al uniforme multicolor -que, según la leyenda, habría sido diseñado por Miguel Angel-, aunque en realidad lo usan únicamente para las ocasiones oficiales, en lugar del uniforme ordinario que es de color azul.
La Guardia Suiza fue creada tres años después de que el papa Julio II pidiera soldados para su protección a los nobles suizos. Cada 6 de mayo juran sus cargos ante el papa los nuevos alabarderos y toman posesión los ascendidos. Esta fecha conmemora la mayor hazaña de la guardia: 127 de sus miembros murieron defendiendo al papa Clemente VII durante el llamado saqueo de Roma, perpetrado por las tropas del emperador Carlos I de España, en 1527.
La Guardia Suiza vigila las dos entradas principales a la Ciudad del Vaticano y, cada vez más, los accesos a los aposentos papales. Son expertos en usar los extremos romos de sus alabardas para dar en los pies a los intrusos revoltosos. Además, saben karate y cómo utilizar el aerosol antiagresiones que llevan en sus túnicas. Y son buenos tiradores. Cuando están de guardia en el Vaticano, siempre tienen cerca un arma automática discretamente oculta en una funda. Pero en todo este siglo no han necesitado nunca utilizar sus conocimientos de artes marciales. Es irónico que el primer acto violento haya sido el de un guardia suizo contra otro de los suyos.
Pocas veces, a lo largo de este siglo, los guardaespaldas papales han actuado en situaciones de peligro. Incluso en 1981, cuando Juan Pablo II fue alcanzado por disparos en la plaza de San Pedro (el primer atentado de ese tipo contra un papa en Roma en la era moderna), dos guardias suizos que estaban cerca observaron todo desde la puerta del Vaticano sin poder hacer nada y sin ningún arma más que las lanzas de dos metros que llevaban en la mano. Alois Estermann estaba aquel día al lado del Pontífice. En cuanto sonaron los disparos, saltó al papamóvil, pero no pudo hacer nada.
La labor de la Guardia Suiza no es proteger al papa fuera de los muros del Vaticano, sino dentro de sus recintos privados, en las salas de audiencia y en la basílica de San Pedro. Pero nadie ha intentado ejercer la violencia contra el papa en su propio terreno desde hace varios siglos, por lo que su labor es, en realidad, prevenir lo impensable.
Texto: Walter Goobar
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Segun los datos aportados en ese trabajo sobre el Vaticano, manana dia 06 de mayo del 2014 habra cambio de guardia o juramentacion de los ya existentes, entrega de reconocimientos, ascensos, etc. Es propicia la ocasion para recordar el triple y horrendo crimen del 05 de mayo del 1998, proximo a la habitacion del papa Juan Pablo II. Densos nubarrones se ciernen sobre el papado catolico. La madre iglesia debera ser purificada y restablecida en su credibilidad y c onfianza. Gracias.-
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