El rostro de Arabia no ha cambiado mucho desde que el profeta Mahoma, hace ya 15 siglos, creara el primer Estado en aquella tierra.
La mortalidad infantil en este país, situado sobre un mar de oro negro, es de 23 por mil habitantes, similar a Rumanía; el Índice de su Desarrollo Humano, cifra con la que la ONU expresa el estado de bienestar de un país, es similar al de El Salvador y la alfabetización sólo alcanza al 47% de la población, inferior al 61% de Tanzania y al 96% de Cuba. 






No es que los saudíes hayan copiado a sus correligionarios afganos.Al revés. Los talibanes, cuando estudiaban en las escuelas wahabíes de Pakistán, financiadas por los saudíes, aprendieron bien la lección y la aplicaron a rajatabla. (La pena de muerte por lapidación a la que se enfrentó la nigeriana Amina fué expedida por sacerdotes islámicos de los centros religiosos de Arabia Saudí en ese país).



Lucha no siempre resuelta de forma pacífica. En 1964, el rey Saud se vio obligado a abdicar a favor de su hermano Faisal Ben Abdul Aziz Al Saud, quien, 11 años más tarde, fue asesinado por uno de sus sobrinos.
Mientras, el reino saudí sigue desprendiendo olor a lujo, petróleo, armas y terror.
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